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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

"Quien lucha contra monstruos debe tener cuidado de no convertirse en uno. Si miras un abismo durante mucho tiempo, el abismo te devolverá la mirada".

 (Nietzsche)

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

El avión despegó del Aeropuerto Internacional de Boryspil y a pesar de la sensación tirante en el estómago por la reciente elevación, el chico pudo respirar en paz; descansó los ojos, emitiendo un prolongado suspiro de sosiego. El asiento era cómodo pero pequeño, aun así logró estirar sus piernas largas sin problema, observando por la ventanilla cómo la pista del aeropuerto se alejaba hasta convertirse en una línea incierta entre montones de motitas luminiscentes; de haber sido en pleno día el joven hubiese podido distinguir algunas construcciones de Borispol y habría constatado la aseveración que su único amigo hizo semanas atrás: que Kiev estaba impregnado por aires zaristas contrastando con sus edificios multicolores la zona baja de la ciudad, allí donde el tiempo había devastado y la falta de recurso económico era más evidente.

El chico forzó la vista, tratando de vislumbrar el Monumento a la Madre Patria, sabiendo de antemano que con todo y sus 62 metros de altura la esfinge era imposible de ubicar. No apartó la mirada del paisaje e incluso se encontró adivinando la posible localización de su hogar: a las afueras de la metrópoli, donde las máquinas quitanieves rusas no andaban con regularidad y la anarquía parecía reinar; una zona abandonada por Dios.

Recargado de hastío por el fugaz recuerdo de su hogar, volvió la vista al frente, decidido a dejar a Ucrania atrás, pues aun albergando múltiples afectos por su país, el amor patriótico no figuraba entre ellos. La vida era difícil para cualquier ciudadano promedio, pero aquello no era razón suficiente para huir si se tenían otros pilares de los cuales aferrarse. Sin embargo, él no tenía ninguno

Quería huir, sí, pero más importante: quería olvidar.

Olvidar los repudios de su padre; la pasividad de su madre hacia todo lo que la rodeaba, los insultos de su hermana, y especialmente borrar de su mente la inconcebible traición y al autor de la misma: un hombre sin alma, cuasi demonio, y ladrón con certeza.  

 

1

 

Andrei vislumbraba con arrobamiento la Rueda del Milenio. El gran circuito giraba en el aire, emanando una cálida luz rosada que cambiaba de tonalidades a medida que la noria avanzaba en su recorrido. Andrei recordaba haber visto un tríptico de publicidad que anunciaba la atracción a punto de inaugurarse, hacía ya tantos años. Pensó que alguna vez la visitaría, cuando fuese un bailarín de renombre y el dinero no representara ningún problema.

El destino no era cruel, sólo misterioso: cogía los esbozos de planes y los trazaba a voluntad, transformándolos y, a veces, como en su caso, destruyéndolos. Ahí estaba, en London Eye como había deseado, con  algunos euros y un par de grivnas de pobre valor comparado a las libras esterlinas. Podía ver la gran rueda pero no disfrutar de su recorrido porque alimentar a su estómago era prioridad.   

Se prometió visitarlo y vivir la experiencia con su primer sueldo; un último vistazo a London Eye y Andrei cogió el taxi que le llevaría al domicilio anotado en un papelito con  apresurada caligrafía. Abordó el tradicional taxi oscuro y saludó con su inglés rudimentario.

—Por favor… —Extendió el papel arrugado al chofer. —Necesito ir. —Dijo, evidenciando un marcado acento eslavo. La voz grave del joven discrepaba con su apariencia lozana; el taxista verificó las facciones pueriles por el retrovisor y asintió, emprendiendo la marcha. 

—Es un barrio peligroso. —Habló el hombre a mitad del camino—Stockwell. Tenga cuidado. —Sacudió el papel para darse a entender.

—Sí. Gracias. —Sonrió Andrei; no deseaba ser cortante, pero su pobre inglés no daba para más.

—¿Es usted ruso?—Inquirió, curioso.

—No, no ruso. Ucraniano.

—Oh, ya veo. No lo parece, ya sabe… el estereotipo de su gente suele ser más robusto y de gran estatura, o al menos eso me enseñó el cine. —soltó una carcajada afónica y Andrei forzó un gesto: no había entendido en absoluto. Se revolvió incómodo, apenas percatándose que el idioma podría ser una barrera a corto plazo en sus propósitos.

Mentalmente agradeció cuando entraron al barrio de Stockwell y el chofer dejó de hablar para enfrascarse en la búsqueda exacta del domicilio. Notó, pese a su ínfimo conocimiento de Londres, que aquél suburbio no pertenecía ni siquiera al sector de la clase media baja, aunque sí resultaba más soportable que su antigua morada en Kiev. Lucía más sucio que el resto de la ciudad que había tenido la oportunidad de conocer: los edificios se advertían descuidados y aburridos en cuanto a arquitectura y los colores vibrantes sólo se apreciaban en el arte urbano que había sido plasmado en paredes y muros, unos mejor logrados que otros.   

—Es aquí. —El auto se detuvo en un complejo de departamentos dúplex. Andrei se sintió desilusionado: la construcción se le asemejaba a la prisión Lukyanivska, más famosa por las amenazas constantes de padres ante el mal comportamiento de sus chiquillos; a cualquier travesura solía sucederle la advertencia de encierro, y eso era suficiente para no repetir la fechoría.

 —¿Está seguro?—El desencanto permeó en su voz.

—Por supuesto—el chofer señaló el taxímetro—, son diez pounds, joven.

Andrei comprendió. Extrajo un pequeño envoltorio de su mochila y pagó con exactitud. Una vez afuera, se dedicó a escudriñar el lugar. No había exagerado al compararlo con una prisión, incluso poseía su propia área de esparcimiento secuestrado por una bandada de adolescentes que fumaba escuchando rap. No le prestaron particular cuidado y Andrei alabó su suerte. Subió las largas escaleras sin quejarse y buscó el número que dictaba el papelito. No tardó en hallarlo; intentó timbrar, pero el interruptor era sólo un agujero negro y vacío donde podía notarse el cableado cortado.

Entonces golpeó la puerta de madera con sus nudillos. Risas se discernieron en la lejanía, seguido de un traqueteo y ya poniendo más atención, el retumbo apenas perceptible de una batería… la puerta se abrió y el sonido escandaloso de la música se escapó al igual que un intenso aroma a marihuana. Un par de ojos azules le observaron adormecidos, con una sonrisa estúpida en el rostro.  

—¿Andrea?—Preguntó, recorriéndole entre largos parpadeos.

—Andrei—corrigió sin matizar el tono ácido en su voz. El otro ni se percató, apenas conseguía seguir en pie.

—¡Pasa, pasa!—Gritó encarecido.—¡Tu casa!—Exclamó, haciendo una marcada reverencia; unas risas femeninas a su espalda desviaron la atención de Andrei: había allí otros tres chicos en igual o peor estado que el anfitrión y varias jovencitas con una terrible finta de prostitutas. Todos le observaban intrigados. — ¡Es tu bienvenida, Andrea! ¡Es tu fiesta!

—Andrei—volvió a corregir, mosqueado.

—¡Sí, André! ¡Soy Boris, el primo de Stepán!—El jovencito asintió con una mueca desprovista de cualquier encanto. El tal Boris compartía leves pero notables rasgos físicos con su amigo de la infancia: Stepán, la única persona que valía la pena y cuyo recuerdo no le traía sinsabor.

—Lo sé. —dijo, escrutando con cierto recato todo el departamento. Era un asco y no se apenaba al reconocerlo, aun sabiendo que estaba en deuda con Boris por aceptarlo y con Stepán, por haber sido el intermediario en la operación. —Estoy cansado del viaje, Boris—fingió una sonrisa, misma que brilló en sus labios, perfecta —, te agradezco el detalle.—Paseó la mirada por todos los presentes; su sonrisa tembló pero la mantuvo serena. —Quisiera descansar, ¿podrías decirme dónde está mi habitación?

Boris le estudió confundido, con la boba sonrisa en la cara cabeceó cuando su aletargado cerebro procesó la demanda disfrazada en cortesía.

—Claro, tu habitación…—La  vista obnubilada luchaba por seguir en alerta. Rió de repente, apuntando con su esquelético dedo hacia un sillón que había visto mejores tiempos, roído de la base y parchado en uno de los brazos. —Es aquel, Andrea.

Andrei supo que se estaba burlando; apretó los puños y se tragó la humillación. Escuchó las carcajadas de los amigos delincuentes de Boris mientras caminaba altivo. Se echó en el sofá, abrazando su mochila. A pesar de la música ruidosa, el olor nauseabundo y los gritos escandalosos de los enfiestados, no le costó dormirse. Andrei cerró los ojos y deseó no tener pesadillas. Lo sabe, a estas alturas, él ya sabe que escapé. Se aterrorizó en vano, miles de kilómetros los separaban, sin embargo en sueños lo acechaba y sentía que volvía a pertenecerle.

 

2

 

Andrei despertó al mediodía, su primer pensamiento asaltándolo con amargura: que el despertar en Londres no era muy diferente al de Kiev. Boris estaba medio desnudo, tirado en el piso y roncando como una maldita bestia. Le provocó asco junto a un malsano deseo de patearlo o quizá pisarle uno de sus dedos sucios; se contuvo apenas y decidió recorrer el departamento libremente. Nada impresionante, de verdad, además de las montañas de ropa sucia que obstaculizaban uno de los pasillos, o de la pila de trastes en el fregador lleno de gusanos, se trataba de un departamento sencillo: un baño, dos recamaras, nula decoración, muebles viejos y tecnología barata.

Angustiado, Andrei se recargó en una pared deteriorada. —Este lugar es deprimente. —Gimoteó, sopesando sus posibilidades —Ay, Andrei, ¡¿qué vas a hacer?! ¡Ni siquiera sabes hablar inglés!

No siguió lamentándose. Tomó sus artículos de higiene, una muda de ropa, y entró al baño. Estaba asqueroso, igual que el resto del lugar, y el agua fría se incrustó en su piel como millones de agujas. Acabó con la ducha y se cambió en un santiamén; ya vestido, Andrei lavó sus dientes pacientemente.

Cuando salió Boris ya no estaba en el piso. Ya había despertado y se encontraba desparramado en una silla del comedor, fumando un cigarrillo y bebiendo una cerveza de lata. Guiness,  Andrei alcanzó a percibir la marca. Boris le miró con sus ojos azules ya sobrios; su expresión estúpida había desaparecido, también la sonrisa bobalicona. El primo de Stepán sería un buen mozo si se afeitara y quitara la grasa del cabello en un baño de tres horas. No parecía una persona amenazadora, sus tatuajes mal hechos e imposibles de descifrar infundían de todo menos terror.

—Así que después de todo no fueron imaginaciones mías. Realmente llegaste ayer.—Ya no arrastraba las palabras y hasta descubrió un timbre amigable.

—Soy Andrei, por si no recuerdas. Andrei Niccol. No André o Andrea. —Bufó rencoroso y todavía un poco enemistado.

Boris rió abiertamente.

—Ven, siéntate, limemos asperezas. ¿Quieres una cerveza?—El chico obedeció y aceptó el ofrecimiento. Aunque no quisiera debía llevarse bien con el dueño del departamento. Por el momento estaba solo y sin lugar a dónde ir. No había muchas opciones para él. —La llamada de Stepán me despertó. Está preocupado y quería saber cómo te encuentras, llamará después.

—Gracias, Boris.—Susurró, dando un largo trago a su cerveza. Estaba fría y deliciosa.

—Supongo que mi primo te habló de mí… —Andrei asintió y Boris lució emocionado.—¿Es así? ¿Qué fue lo que dijo?

Que eres un delincuente, Boris. Una sucia rata rusa, pero mi única alternativa. Recordó el chico, en cambio sonrió encantador.

 —Tiene recuerdos tuyos de la infancia, cuando ibas a Kiev a pasar las navidades, en especial.

Boris peinó su corto cabello rubio, complacido con la respuesta.

—Es mi primo favorito, cuando me pidió ayuda para que te quedaras aquí no pude negarme. Como verás no es la gran cosa, pero es mi humilde morada.

Dificultosamente Andrei dominó una mueca grotesca. A su parecer más que humilde morada era una pocilga.

—Está bien para mí. —Dijo entredientes.

—Stepán dice que no conoces a nadie. Quiere que te ayude a encontrar un empleo… decente. —Andrei enarcó una de sus finas cejas, bebiendo de su cerveza y de pronto interesado en el tema. —Cuando le pregunté qué era lo que sabías hacer me dijo que bailar. ¿Es cierto, Andrei? ¿Sabes bailar? —Torció una sonrisa peligrosa. El menor leyó el doble filo en su pregunta pues estaba acostumbrado a no ser tomando en serio

—Ya no bailo, Boris. Sufrí  lesiones irreversibles en los tobillos y la danza clásica terminó para mí. —Confesó sin apartar la mirada de los ojos claros. Todavía le dolía, le quemaba en la cabeza y el corazón aunque no lo demostrara.  

—¿Danza clásica?

—Ballet. —Explicó con una fría sonrisa. 

—Oh, entiendo—rió nervioso —, como sea, creo tener el trabajo perfecto para ti. —Guiñó el ojo derecho con complicidad. —No necesitarás de tutú o ballerinas pero tendrás tu público y eso debe significar algo, ¿no?

 

 

3

 

Boris conducía un coche modificado que a Andrei le había parecido ridículo. Andaban por la ciudad con el techo plegado y la música vibrando ensordecedora, Andrei se hacía chiquito en el asiento al detenerse en un semáforo, tratando de pasar desapercibido por los autos que se emparejaban, algo complicado si Boris ponía al condenado auto a brincar como si estuviera en una competencia lowrider.

—Demonios, ¿puedes dejar de hacer eso? —Se quejó en la segunda luz roja. Pero Boris continuó haciéndolo en cada oportunidad, disfrutando de su evidente molestia.

Cuando llegaron al destino Andrei fue el primero en bajarse, prometiéndose no volver a compartir viaje con el nefasto de Boris.       

—Este lugar no tiene buena pinta. —Opinó mordazmente el chico, señalando un edificio de paredes oscuras y firmes, con textura rocosa. La entrada, bastante austera, la conformaban dos portones alargados de apariencia acerada e industrial. Un enorme anuncio luminoso cambiaba de colores y eran tan chillantes que aun siendo de día podían percibirse.

—Eso, mi estimado Andrei, es muy subjetivo.

Andrei lo encaró, amenazante.

—Me has traído a un lugar de perdición. ¿No es cierto, Boris?

—Bueno, eso depende de tu moral. —Amplió su sonrisa mientras buscaba un número en la agenda del celular.

—Stepán te dijo…

—Me dijo que te buscara un empleo digno, si.—Interrumpió, algo en su voz había cambiado, Andrei se percató que su sonrisa no influía en sus emociones, estaba siendo serio, hasta rozar en la severidad, pero sus labios seguían curveados, divertidos, como si su rostro se hubiese paralizado mientras sonreía con goce. —Y eso hice. Comparado con lo que hago, éste trabajo me parece de lo más ideal para alguien como tú.

Boris encogió los hombros y colocó el pequeño móvil en su oreja. Andrei se preguntó quién sería alguien como él a los ojos del ruso.

—Deberías estar agradecido, estoy haciendo demasiado por ti. ¿También quieres que me haga cargo de tus gastos? No seas tan cínico, mocoso. —Andrei deseó estamparle el puño en su maldita sonrisa apacible, sacarle los ojos altaneros con una cuchara; furioso, terminó por darle la espalda, escuchando la conversación en ruso que inició desde el celular.

—Sí, sí. ¿No has visto la hora? Ya pasa de la una, holgazán. Sal de una vez, te estamos esperando. —Boris rió con disimulo y recorrió el cuerpo de Andrei en una rápida atisbada. —Creo que sí. Apresúrate. —Luego, cortó comunicación.

—¿Quién era?

—Un buen amigo. Él trabaja aquí, te dará el visto bueno.

— ¿El visto bueno? ¡¿Disculpa?! — Andrei se giró desconcertado.  — ¿Podrías decirme al menos qué clase de lugar es éste?

—Si no te he dicho nada es porque no sé mucho. Mi amigo te explicará bien. Yo sólo conozco éste club por rumores, nunca he entrado. —Acentuó su mueca burlona. —Y mierda, ¡por Dios que nunca lo haría!

Andrei observó el edificio,  intranquilo.  Sintió la mano de Boris posándose sobre su hombro y su cálida respiración, muy cerca del oído. —Recuerda que te guste o no es tu única opción de momento, y si la rechazas te echaré de casa. Lo siento, Andrei, pero no me gustan las cargas, menos si representan fugas económicas.

Andrei se apartó de inmediato, su cercanía le provocaba náusea. Le miró con odio contenido. —Lo entiendo perfectamente— concluyó cortante.

Uno de los portones del club se abrió con un leve crujido, capturando la atención de ambos hombres. Boris amplió su sonrisa, y Andrei, ansioso, fijó la mirada en la penetrante oscuridad. De allí emergió un hombre en extremo atractivo, como Andrei solía ver en las revistas de alta costura. Alto, altísimo en realidad, con el cabello castaño claro cayendo sobre su frente y ojos en un corte desprolijo; el rostro angulosamente masculino y los ojos claros. Caminaba con una seguridad arrolladora y su cuerpo musculoso se apreciaba a la perfección debido a su ropa ajustada. Verlo era todo un escándalo, una alteración a los sentidos. Los ojos aguamarina se clavaron en los suyos con  frialdad inusitada cuando lo tuvo cerca. Con desfachatez, el desconocido barrió el cuerpo de Andrei, de arriba abajo, lo sondeó como si se tratara de una especie de fruta y se debatiera entre cortarla o no. Agregando más dramatismo, dio una vuelta a su alrededor, con la ceja alzada. Al final, el castaño se detuvo en dirección a Boris, mirándole antipático.

—¿A qué crees que juegas, Boris?—Su voz era exquisita, sensual y embriagante, sin embargo cargada de advertencia. —Es un chiquillo, imbécil. — Dijo, en perfecto ruso.

—Que no te engañe, Sergey. Ya es mayor de edad, 21 años recién cumplidos hace sólo un mes. ¡Anda, Andrei, enséñale tu identificación!

—Es cierto. —Admitió en un gruñido. Hurgó en su bolsillo y le mostró el carnet.

—21 años, perfecto. ¿Y qué demonios te hizo pensar que éste mocoso podría trabajar aquí?—Inquirió, con la mandíbula trabada. A Andrei ya no le pareció tan encantador. —Me haces perder el tiempo.

—Oh vamos, es un chico lindo, dale una oportunidad.

Sergey observó el rostro del menor con detenimiento

—Sí, lindo para ponerle un par de tetas. No me sirve, Boris. Está muy delgado. Allá dentro los putos quieren ver carne y músculos, no a un jodido esqueleto fracturándose en cada canción. Una cara bonita no es suficiente.       

En definitiva, el castaño había perdido todo su encanto. Andrei sintió los ojos líquidos y las sienes saltando en feroces punzadas. Nunca había recibido tantas humillaciones en una sola frase. Las ofensas se mezclaron con revelaciones, tornando su mente en una bruma paralizante. No sólo se trataba de un club promedio, ahí bailaban chicos para un público abiertamente homosexual y sin embargo él era visto como poca cosa por su cuerpo, ¡su cuerpo! El mismo cuerpo que su maestra de ballet no se cansaba de admirar.

— ¡¿Quieren dejar de hablar como si yo no estuviera presente?! —Tronó Andrei, con ojos desorbitados. —¡No soy un jodido esqueleto, ignorante! Mi cuerpo es estilizado y esbelto, y eso es debido a mi entrenamiento desde muy pequeño en la danza clásica.

— ¿Danza clásica?—Sergey pareció liado.

— ¡Ballet! ¡Ballet! ¡Danza clásica es ballet!—Ya eufórico, hasta la sonrisa de Boris desapareció. Por el contrario, el semblante de Sergey se mostraba de lo más divertido. —¿Qué es tan gracioso? ¿Tu analfabetismo te parece motivo de festejo?—El rostro de Andrei, encendido por la rabia, acentuó la sonrisa del rubio.

— ¿Sabes, Boris? Un talento así quizá no se deba desperdiciar. No todos los días caen aquí bailarines de ballet. Puede que una pieza elegante le vaya bien al club. Karol decidirá, déjalo.

En un segundo, sin dar la oportunidad siquiera de despedirse de Boris, -que realmente no era algo que deseara hacer-, Andrei se vio siendo arrastrado por Sergey hacia las temidas puertas. Entró, topándose con largas escaleras que descendían a una clase de sótano funcional; en cada peldaño una tenue luz de piso iluminaba un poco. Sergey tomó la delantera para servirle de guía aunque el descenso no se prolongó demasiado. Una espaciosa galería les dio la bienvenida.

A pesar de la fachada del club su interior resultó más elegante de lo que Andrei hubiese previsto. Resaltaban los colores cálidos envueltos en un aura de resplandor y distinción. El lugar estaba fresco y bien ventilado, Andrei siguió a Sergey por un pasillo privado, torciendo corredores como catacumbas. Ascendieron por unas escaleras simples y el ruso abrió la primera puerta tímidamente, Andrei se abrió paso después.

Era una oficina, una muy grande y sofisticada. Llamaba la atención una pantalla gigante, dividida en 12 monitores que registraban la actividad de distintas partes del club; detrás del imponente escritorio de madera tallada estaba una hermosa mujer. Una que seguramente envidiaría su hermana si tuviese la oportunidad de verla.

No se trataba de una jovencita, pues bien podría besar los cuarenta sin problema. El cabello ébano le caía como abundante cascada por los hombros y delante de los pechos. Poseía un porte aristocrático reforzado por sus joyas y su pulcra vestimenta. De facciones suaves y ojos almendrados, del color de las colmenas, Andrei la contempló embelesado.

—¿Sergey?—Cuestionó la mujer, viendo a Andrei. Tenía la voz delicada  y un acento particular que el jovencito detectó de inmediato.

—Viene para el trabajo, lo recomendó Boris. Creí que sería mejor que tú lo decidieras, yo no estoy muy seguro.

Karol sonrió dulcemente  y ese simple gesto lo tranquilizó sobremanera. Se levantó con gracia, mostrando su considerable estatura y su bello vestido púrpura ajustado al cuerpo de sutiles curvas.

—Eres… diferente al personal que regularmente reclutamos aquí.

Andrei supo que no obtendría el trabajo si se quedaba mudo y en pie, como un estúpido maniquí. Aunque no le agradaba la idea de bailar medio desnudo, o desnudo, en el peor de los casos, necesitaba el trabajo o esa noche dormiría en el autobús nocturno.

—Lo sé, señorita. Sergey se encargó de dejármelo muy claro. —A propósito, bañó el ruso con un marcado ucraniano. Y con sólo observar los ojos de la mujer Andrei supo que había logrado un cambio, mínimo, pero cambio al fin.

—Eres de Ucrania—aseguró ella—, ¿de qué parte?

—De Kiev.

—Hermoso, Kiev. Para estas fechas debe estar cubierto de nieve.

—Creo que sí, cuando dejé la ciudad ya empezaba a nevar. ¿Usted…?

—Sí. También nací en Kiev, y como tú, estoy segura, llegué aquí en busca de mejores oportunidades. —Sonrió a la nada. Una sonrisa casi melancólica porque la amargura descolló en el gesto.

Sergey carraspeó y Andrei ansió pisotear sus testículos con el tacón de sus botas.

—Bueno…—parpadeó en repetidas ocasiones, despertando del letargo—, ¿cuál es tu nombre, niño?

—Andrei, y tengo 21 años.

Karol recargó sus posaderas en el escritorio, evaluándole con el mismo descaro que lo hiciera Sergey.

—Bonito nombre, Andrei. Tan agradable como tú.

—No es para tanto. —Alegó desinteresado.

—Oh, por supuesto que lo es. —Insistió la mujer. Sergey se revolvió desde su posición, alternando la mirada entre Karol y Andrei. —Dime, ¿por qué alguien de tus características tendría cabida aquí? Un espacio donde hombres viriles y atractivos del tipo de Sergey bailan y se quitan la ropa a cambio de dinero.   

Andrei observó largamente a la mujer antes de contestar.

—Soy diferente. Y lo que es diferente genera interés.

Karol no pareció del todo convencida.

—Interés que podría durar una semana, un día… o sólo tu primera canción. —Se echó el cabello hacia atrás, mostrando su busto sugerente, grato, pero no voluptuoso.

—Cuando digo que soy diferente no sólo me refiero a mi físico. Desde pequeño practiqué danza clásica, incluso… —lubricó su garganta con dificultad —, fui aceptado en el prestigioso Ballet de Bolshoi, antes que unas lesiones me alejaran de mi sueño. Puedo bailar, no profesionalmente, eso ya no. Pero puedo bailar mejor que cualquiera.

Karol amplió su sonrisa, a la par de intrigada como sorprendida, observó a Sergey con aprobación.

—¿Te imaginas? El arte puro, elegante y dramático del ballet combinado con el sucio y lujurioso de la música viciada, acompañado de un tubo metálico… ay, Andrei, si tus maestros se enteran querrán matarte.

—Ya no estoy en Ucrania...

Quizá el destino no era cruel sino misterioso, e indudablemente irónico. Se preguntó cuántos bailarines habían seguido aquella senda: de un ballet prestigioso a un club nudista; de escoger con tanto esmero su vestimenta a quitársela para lucir sin ella. De un público recatado y elegante, a uno depravado y obsceno. De recibir aplausos a dinero, billetes esparcidos por todo su cuerpo. 

—Karol. Dime Karol, y tú… necesitarás un nombre artístico. ¿Cómo te gustaría llamarte?—Sólo hubo silencio. —¿Sergey? —Más silencio. — ¿Nada? Bueno, tendré qué elegirlo yo… —Karol cruzó los brazos sobre su pecho, pensativa, observó directamente los ojos oscuros de Andrei. —Me gustaría dejarte tu esencia nativa, por lo tanto tu nombre debe ser característico: breve, para que el público lo paladeé, corto y bello. Una proyección de ti… ¡lo tengo! —sonrió, triunfal.

— Ah, ¿sí?—Intervino el ruso, aburrido.

 

—Yuriy. Serás Yuriy. La nueva adquisición de Neverland.  

 

 

 

Notas finales:

 

Gracias por leer! :D


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