Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Había una vez un Rey bajo la Montaña que se encariñó demasiado con su Saqueador por YamilSarqueloth

[Reviews - 100]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Frente a las puertas del majestuoso reino enano se alzaba el ejército del rey elfo, poco a poco fueron abriendo paso a su líder y a su acompañante, el asesino del dragón. Thranduil lucía imponente sobre su ciervo, Bardo no se quedaba atrás mostrando todo el porte distinguido que su linaje le daba. Cuando estuvieron a cierta distancia, una flecha lanzada por Thorin les delimitó hasta dónde debían avanzar. El hermoso elfo sonrió y su gente tensó arcos para recordarle a la compañía de enanos que tan en desventaja estaban.

 

 

— Hemos venido a decirte que han ofrecido un pago por tu deuda y lo aceptamos — el hermoso y longevo rey habló claro y preciso mientras ordenaba bajar armas a sus soldados.

 

— ¿Qué pago? No les di nada — el rey bajo la montaña volvía a tensar y a apuntar con su arco, sus compañeros miraban la situación expectantes —. No tienen nada.

 

 

Pobre Thorin, dejando que su orgullo le nublara la razón. El señor elfo miró a su acompañante y este hurgó un momento entre sus ropas para luego sacar nada más ni nada menos que la joya del rey.

 

 

— Tenemos esto — soltó con ligereza, Bardo. La Arkenstone centelleaba colores prisionera en su mano.

 

 

Escudo de Roble gritó y despotricó, aquella roca debía ser falsa, el Corazón de la Montaña permanecía en la montaña, era un engaño, una artimaña según el enano. Sus sobrinos además de otros miembros de la compañía se sumaron en las protestas. Bardo ofreció devolverla a su rey sin ningún problema y todo perdonado a cambio de que cumpliera su palabra. Pero el hijo de Thrain se negaba a creerlo, era una mentira, la Joya del Rey estaba perdida dentro de los salones de Erebor. Lo gritó, era una mentira. Una trampa. ¡Un Truco!

 

 

— No es un truco — las palabras del mediano cortaron la discusión de un golpe —. La piedra es de verdad. Yo se las di — los ojos de Thorin parecieron perder color, y todos, sin excepción, temieron por el comarqueño.

 

— ¿Tú? — el heredero de Dúrin estaba irreconocible, la rabia en su mirada, lo tensa de su quijada. No, ese no era el enano de siempre. La enfermedad del dragón ya había avanzado demasiado.

 

— La tomé como mi 14a parte — explicó Bolsón intentando bajarle el peso a su falta, cauteloso y avergonzado de las miradas sorprendidas de sus compañeros.

 

— ¿Tú me robaste? — la voz del moreno sonaba distinta.

 

— ¿Robarte? No. Tal vez sea un ladrón, pero me gusta pensar que soy uno honesto — Bilbo sabía que aquel rey enjoyado frente a él no era su enano, era ese maldito dragón hablando desde su interior, desde el tesoro que yacía bajo sus pies.

 

— ¿Honesto? — un atisbo de dolor sobresalió de su voz. Su hobbit lo había traicionado, se había burlado de él, le había robado —. ¡No tienes nada de honesto, rata miserable! — gritó dando un paso.

 

 

Agonía, Bilbo sabía que lo que estaba haciendo era lo correcto, él sabía que el dragón había envenenado a su amante, pero una cosa muy distinta era saberlo y otra era verlo.

 

Decepción, ¿de verdad aquel tesoro valía la palabra de Thorin? ¿Dónde estaba aquel noble rey, aquel que valía la pena seguir hasta la muerte?

 

 

— ¿Sabes? — las palabras de Bilbo sonaban a amargura y dolor —. Te la iba a dar... quise hacerlo muchas veces, pero...

 

— ¿Pero qué? — farfulló ofendido, el Rey bajo la Montaña.

 

— Cambiaste, Thorin. El enano que conocí en Bolsón Cerrado nunca habría faltado a su palabra — ya estaba, el hobbit tenía suficiente, el dolor dio paso al enojo —. ¡Ni habría dudado jamás de la lealtad de su familia!

 

— No me hables de lealtad, maldito mentiroso. ¡Todo en ti era falso!

 

— ¿En mí? ¿¡Desde cuando el gran Escudo de Roble se convirtió en su abuelo afiebrado por el oro!? ¿¡Acaso no ves lo que este tesoro te está haciendo!?

 

 

Ambos comenzaron a acercarse el uno al otro, los enanos más cercanos temieron por Bolsón e instintivamente se aproximaron. Thorin perdió toda compostura y cogió al mediano por la ropa para zamarrearlo al tiempo que este se sostenía de él por la muñecas.

 

 

— ¡Confié en ti! ¡Creí en ti! — se le quebraba la voz al rey enjoyado —. ¿Cómo pudiste robarme? ¡Maldito tú y tus mentiras! — sin pensárselo dos veces le propinó un puñetazo en la mejilla al ojiverde, uno lo suficientemente fuerte como para hacer al saqueador rodar, preocupando sobremanera al resto de los presentes.

 

 

La sorpresa del ataque dejó al comarqueño tan devastado, no físicamente, no. Lo devastó emocionalmente, intimamente. Thorin, su Thorin, se había ido. ¿Quién era ese ataviado rey enano furibundo frente a él? Vomitando ira en su contra como si no lo conociera, con los ojos nublados de avaricia, ciego de oro, sordo de razones como el dragón. Se levantó indignado con los ojos verdes fijos en los del mayor, se limpió la cara con la manga; Fili y Kili plantaron una carrera para detener lo que venía.

 

 

— ¿Cómo te atreves a creerme un simple ladrón? — gruñó el mediano a tan solo diez centímetros de la cara de Oakenshield —. ¿Cómo te atreves a creer que mis sentimientos fueron mentiras? — la cara roja de rabia, los dientes rechinando, decepcionado.

 

 

Los hijos de Dís llegaron a tiempo solo para evitar que Bolsón se azotara nuevamente contra el suelo al recibir un nuevo golpe del rey.

 

 

— ¡Tomaste lo único que no te pertenecía!

 

 

El Dúrin de mayor edad perdió la cabeza y empujando a sus sobrinos les quitó al hobbit, continuó gritándole herido que era un timador, un mentiroso. Asomó peligrosamente al menor por la improvisada muralla al vacío, los ojos verdes reflejaron horror y temor, Thorin estaba dispuesto a matarlo. Pero no se iría sin decirle un par de cosas, y así, aunque el miedo lo inundaba, el hijo de Belladona Tuk hizo de tripas corazón y dolido habló bajo para que solo el iracundo enano escuchara.

 

 

— Entonces no soy el único mentiroso que tomó algo que no le pertenecía — lo siguiente fue apenas un susurro —. Tú no eres el enano del que me enamoré.

 

 

El rey ojiazul se quedó estático un momento, Gandalf el Gris aprovechó la oportunidad para intervenir. Bofur y los sobrinos del rey le quitaron al hobbit de las manos mientras este discutía con el mago; Dori, Ori, Bifur y Nori cerraron el paso para darle más tiempo al mediano. Con el corazón quebrado y el alma herida, Bolsón bajó rápido por una cuerda para salvarse de la ira del rey enano. Amargamente se tragó su tristeza y corrió hacia Gandalf al tiempo que Bardo le daba una última oportunidad al señor de Erebor.

 

 

— ¿Y? ¿El pago de tu promesa a cambio del Corazón de la Montaña?

 

 

Bilbo sintió que su pecho se apretaba. Thorin gritaba desde la condenada entrada, hablaba de lo que era suyo, divagaba con la enfermedad del dragón usando su lengua.

 

 

— Tranquilo, Bilbo. Ese terco no puede ser tan necio — dijo Gandalf a modo de saludo una vez que el comarqueño estuvo cerca.

 

— Yo no estaría seguro a estas alturas — comentó el castaño con voz apagada.

 

 

Toda esperanza murió cuando un cuervo surcó el cielo hasta la entrada del reino para hablar con su rey. El ataviado hombre sonrió triunfante y declaró la guerra. No pasó mucho tiempo antes de que todos entendieran la situación, primero tembló ligeramente el suelo, luego llegó el sonido aparatoso de armaduras y bestias, finalmente la revelación: un ejercito enano proveniente de las Montañas de Hierro aparecía en toda su magnificencia colina arriba, comandado por Dain Ironfoot, primo de Thorin. Su montura era un cerdo salvaje y su hablar directo. Por lo que Gandalf decía era alrededor de quince mulas más terco que Thorin, así que ni hablar de negociar. El Señor enano le dijo un par de cosas a Thranduil (lo insultó a gusto) y así de pronto es que los elfos avanzaban lanzando flechas y su contraparte ingeniosa anulaba su ataque con inventos mecánicos. Cuando quedó claro que las flechas no servirían, los enanos presentaron su “caballería”, unas hermosas cabras robustas, una montura enana perfecta. El hobbit sintió de pronto que prefería salir de aquel campo de batalla, toda esa violencia y ¿para qué? ¿Por una piedra brillante? ¿Por un tesoro maldito? ¿Por joyas de discordia? El comarqueño no podía entenderlo, pero pronto eso no importaría porque todo empeoraría.

 

La tierra retumbó bajo el campo de batalla, junto al temblor un estruendo calló todo ruido, de las entrañas de las colinas surgieron unas bestias-gusano colosales, hasta Gandalf parecía sorprendido de verlos. Los antiquísimos ComeTierra retrocedieron en el acto dejando unos túneles que no pararon de vomitar a las huestes enemigas. Unos tambores y cuernos llamaron la atención de los presentes, allí sobre la alta Torre del Cuervo se imponía orgulloso el orco que tanto les había dado caza, Azog, El Profanador. Su ejército constaba de orcos, trasgos, huargos y trolls; una milicia enorme, obediente y furibunda; bien armados y cargando catapultas.

 

La Batalla por La Montaña comenzaba.

 

 

Gandalf y Bilbo observaban a lo lejos cómo Dain organizaba a sus tropas para recibir el embiste de los orcos, parecía que solo ellos les harían frente, pero que no se diga jamás que los elfos no pelearon contra orcos mientras los enanos sí. Oh no, Thranduil jamás sería menos que Ironfoot y su chusma. Los hábiles elfos se sumaron apoyando a los fieros enanos, y aunque nunca lo admitirían, ambos ejércitos uniendo sus fuerzas hacían a los siervos de la oscuridad temblar, si tan solo las huestes oscuras no fueran tan numerosas.

 

La situación parecía controlada hasta que Azog dividió sus fuerzas para atacar la ruinosa ciudad de Dale, y así eliminar al pueblo de Bardo. El Profanador envió trolls y unas cuantas cuadrillas a masacrar a los sobrevivientes de Laketown, al pobre caza-dragones se le heló la sangre y llamando a sus voluntarios se dirigieron a salvar a sus familias, Gandalf y Bolsón no se la pensaron dos veces y corrieron junto a su pequeña tropa para ayudar. El rey Eldar notó al humano ir en auxilio de su gente, sutilmente dio la orden de enviar tropas a asistirlo antes de seguir cortando cabezas de trasgo. Su distracción fue corta, mas hubo un orco que no logró ver a tiempo, por suerte el bélico primo de Thorin pasaba por ahí y logró aniquilar al asesino antes de estar demasiado cerca. El elfo soltó un bufido frustrado, pues ahora le debía una.

 

 

Las máquinas de guerra enanas comenzaron a ser un real problema para el orco pálido, al igual que las cabras, disfrutando sus propias ordenes envió a trolls y huargos a encargarse de ellas. El pueblo creado por Aüle era masacrado por las grandes bestias, no obstante, elfos y humanos caían por igual. La ciudad del valle estaba infestada de trasgos y su gente a duras penas y si les hacían frente, el noble barquero lideraba y guerreaba, el Mithrandir no se quedaba atrás defendiendo la ciudad con su brillante espada, Glamring, el brillo azulado de su filo manchado con sangre de orco era superado únicamente por Dardo, la espada de Bilbo, el pequeño saqueador aprovechaba su tamaño para defender al Mago mientras mataba enemigos. Todo era sangre y violencia, dolor y horror, no había tiempo para pensar en nada más que en sobrevivir. Las vidas humanas, élficas y enanas se apagaban bajo el azote orco, la esperanza menguaba, el valor flaqueaba, la victoria parecía imposible.

 

.

 

.

 

.

 

Thorin II esperaba ausente sentado en su trono, él y compañía no se habían sumado a la peligrosa batalla por ordenes del rey, que cual cobarde se resguardó en sus salones perdiendo la cabeza, dejando que el dragón lo torciera con sus malditas palabras dentro de la mente, dejando que la enfermedad de oro de Thror le recorriera las venas. Dwalin y Balin llegaron una vez más hasta el trono de Erebor, ambos despotricaban sobre la actitud que estaba teniendo, sin embargo, el heredero Durin solo pensaba en custodiar aún más su tesoro, habló de moverlo y protegerlo. La indignación no se hizo tardar en los hijos de Fundin, Dwalin le recordó que era Dain quien estaba afuera a punto de morir por ellos.

 

 

— La vida es barata, un tesoro como este no puede medirse en vidas perdidas. Vale cada gota de sangre derramada.

 

— ¡Escuchate! — el guerrero colapsó —. Tan majestuoso te ves, y sin embargo, nunca has sido menos digno.

 

 

Balin miraba la discusión en silencio, francamente sorprendido de lo fácil que el hijo de Thrain había perdido la cordura. Thorin sintió un fuerte dolor emocional al escuchar eso, algo en él se quebró, ya no era ese pobre señor enano, huérfano de patria, aquel que debió trabajar de herrero por migajas. No, él ya no era ese humilde príncipe mendigo, él había recuperado su tierra. La dorada maldición nubló su juicio una vez más. Le chilló a su fiel guerrero que era su rey, que debía obedecer. Dolido, Dwalin dejó caer:

 

 

— Siempre has sido mi rey, antes lo sabias... no puedes ver en lo que te has convertido.

 

 

El moreno enano lo amenazó con matarlo si no le dejaba en paz, el menor de los hijos de Fundin dejó escapar un frustrado sollozo y se marchó descorazonado. Balin no daba crédito al momento.

 

 

— ¿Qué diablos pasa contigo?

 

— No estoy de humor, Balin. No me enojes.

 

— Oh, así que ahora amenazas a todos. No me extraña que el pobre hobbit le diera la piedra a Bardo, probablemente vio la locura en ti antes que todos nosotros.

 

— ¡No te atrevas a hablar de esa maldita rata traidora! — el ataviado rey casi le cayó encima, pero su fiel consejero no se movió, le miró directo a los ojos, decepcionado.

 

— ¿Traidor? Oh, no, él intentaba salvarte de ti mismo.

 

— Él solo quería la piedra del rey — replicaba, ciego de razones.

 

— Claro, y por eso se la dio a esa pobre gente.

 

— No me importa. Ese ladrón indigno ya no es mi asunto, hartos males ya me ha causado. Solo nos acompañó por el oro y su parte de él.

 

— ¿Qué? ¿Lo dices de verdad? ¿Acaso no lo ves ya? Bilbo está enamorado de ti. ¡Ha hecho todo por ti! Te ama desde que cantaste nuestra canción en su casa, desde que cantaste el hobbit decidió seguirte, aunque aquello lo llevara a la muerte. Por ti firmó ese contrato, por ti estuvo dispuesto a dejar todo lo que conocía y seguirte a lo salvaje — Thorin miraba fijo para otro lado, su locura no le dejaba espacio a la vergüenza —. ¿Cómo puedes creer que sus sentimientos no son reales? ¿Cómo pudiste considerarlo no digno de ti? Mi hermano tiene razón, antes eras Thorin... ahora solo eres un reflejo fantasmal de tu abuelo.

 

 

Antes de que el rey ataviado pudiera replicar, el canoso juguetero se marchaba por el gran pasillo, desolado, sin esperanzas. No obstante, no tenía idea que todas sus palabras comenzaron a pesar dentro del ojiazul.

 

.

 

.

 

.

 

Delirante, el rey bajo la montaña, paseaba por el salón bañado en oro donde intentaron ahogar a Smaug. El dragón se reflejó sonriente en la dorada superficie, Thorin gritó que no era real, pero su cuerpo no le siguió, permaneció allí, inmóvil. Pronto, el reflejo del dragón tomó su forma con aquellos ojos amarillos como única diferencia visual entre él y el enano.

 

 

— Me maldijiste, todo esto es tu culpa — la poca cordura del ojiazul no iba a desaparecer sin pelear.

 

— ¿Yo te maldije? Tu sangre es la maldita, “Rey” — la locura porfiaba usando su apariencia con voz de dragón.

 

 

“Están muriendo allá afuera”, “Dain te necesita”, “Haz cambiado, Thorin”

 

La mente del enano intentaba escapar de aquella fiebre demencial que lo ataba al tesoro, traían recuerdos y palabras al presente.

 

“Hay una enfermedad en esa familia”, “No puedes ver en lo que te has convertido”, “Ni una sola moneda”

 

De pronto, se sintió intoxicado.

 

“¿Este tesoro vale tu honor?”, “No soy el único mentiroso que tomó algo que no le pertenecía”, “Ese tesoro te matará”

 

 

— Deja de pelear, Escudo de Roble. Es tu destino sucumbir, igual que tu abuelo, igual que el dragón — su propio rostro le devolvía soberbio la mirada.

 

 

Se sintió cansado, débil, somnoliento. Quizás lo mejor era rendirse y dejarse envolver en aquella fiebre por joyas.

 

 

“Recordaré todo. Lo bueno, lo malo...” la voz de Bilbo resonó en su cabeza y el enano abrió los ojos como platos. ¿Qué había hecho? ¿¡Qué estuvo a punto de hacer!? ¿¡Casi mató a su hobbit!? ¿¡¡Ha SU hobbit!!?

 

“¿Acaso no lo ves ya? Bilbo está enamorado de ti. ¡Ha hecho todo por ti! Te ama desde que cantaste nuestra canción en su casa, desde que cantaste el hobbit decidió seguirte, aunque aquello lo llevara a la muerte” las palabras de Balin volvían.

 

¿Qué estaba haciendo? ¡Bilbo corría peligro allá afuera! ¡Y Dain y su gente morían!

 

Thorin dio un paso hacia atrás y su reflejo torció el rostro, furibundo.

 

 

— ¡No hay nada que puedas hacer! Lo despreciaste, lo maltrataste, ¿qué crees que pasará ahora? No importa lo que quieras hacer, este tesoro es solo nuestro, no tienes por qué perderlo por simple gente. Las joyas son eternas, el oro es menos molesto y las gemas son mejor compañía que un sucio comarqueño. ¡Tu abuelo lo sabía muy bien!

 

 

Silencio, dentro de la mente del heredero de Durin se hizo silencio. Un momento después suspiró pesado, gruesas lágrimas de dolor resbalaron por su cara. ¿Cómo pudo tratar así a su saqueador? Si tan solo pudiera verlo una vez más, si tan solo pudiera pedirle perdón. Ahora corría peligro, si no es que peor, y era su culpa, de él y su maldita sangre.

 

La portentosa corona de cuervos rodó por el piso.

 

 

— No soy mi abuelo — dijo a su reflejo con el rostro triste.

 

 

La ilusión chilló con la voz del dragón una última vez antes de ser tragado por el oro.

 

El silencio inundó el colosal lugar. Thorin sintió de pronto que sus refinadas y decoradas ropas pesaban demasiado, con rabia y recordando cada mal acto que había cometido embriagado de locura y ambición, comenzó a desprenderse de esa vestimenta que poco representaba al guerrero enano vestido con ellas. Se arrancaba las joyas entre gritos y sollozos, lanzaba las prendas finas lejos mientras susurraba desconsolado por perdón. Podría haber llorado por horas con el remordimiento de haber perdido a la única persona que había amado, pero un rey debe hacer lo que un rey debe hacer. Se secó el rostro, se levantó del piso y esta vez su reflejo le devolvió la mirada libre de locura.

 

La Maldición del Dragón había sido rota.

 

Avanzó rápido por Erebor hasta dar con su compañía, junto a la entrada del reino. Devastados.

 

Dain se replegaba devuelta a las faldas de la Montaña Solitaria, la ciudad de Dale escupía humo al cielo y todo parecía indicar que los orcos ganarían. Azog sonreía alegre desde su torre, mantenía a sus tropas frente a Erebor quietas y expectantes, si los iba a masacrar a todos, quería disfrutarlo.

 

Thorin caminó hacia sus compañeros, sus sobrinos le discutieron al instante, las amenazas a Dwalin ya habían sido demasiado, su tío debía volver a la realidad, Dain moría fuera de esos muros. Ambos reclamaban que no se iban a esconder más, si él no quería hacer nada que no impidiera a los hijos de su hermana hacer lo contrario.

 

Más repuesto, y totalmente en sus cabales, el moreno enano sonrió.

 

 

— Tienen razón, somos hijos de Durin... — la voz armoniosa de su tío volvía a ser la de siempre. Extrañados se quedaron viendo a su rey —. Y el pueblo de Durin no huye de una pelea.

 

 

Tomó una pausa, con los ojos cargados de remordimiento y vergüenza miró a su fiel compañía. La luz les volvió al rostro al notar que su líder había vuelvo por completo a ser él mismo.

 

 

— No tengo derecho a pedirle esto a nadie, pero... ¿me seguirían una última vez?

 

 

.

 

 

.

 

 

.

 

 

Continuará...


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).