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Había una vez un Rey bajo la Montaña que se encariñó demasiado con su Saqueador por YamilSarqueloth

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Bolsón jadeaba agotado, los orcos no parecían acabarse nunca, Gandalf daba pelea sin descanso, las fuerzas de Bardo flaqueban y Dale estaba por ser conquistada por el ejercito oscuro. El hobbit aprovechó una ligera pausa y se arrodilló recuperando el aire. Entonces lo escuchó. Todo el reino lo escuchó. El gran cuerno de Erebor resonaba por la desolación de Smaug imponiéndose por sobre cualquier otro sonido. La sorpresa le llenó el alma al comarqueño.

 

— ¡Es Thorin! ¡Gandalf, es Thorin! — gritó el castaño buscando una ruta hacia la Montaña Solitaria para ir a ver qué ocurría.

 

Tanto el hobbit como el Mithrandir se apresuraron hasta una terraza pedregosa, desde allí pudieron verlo sin problemas. Una colosal campana dorada había sido usada para destruir el improvisado muro con el que cubrían la entrada, los pedazos de roca caían lejos entre los orcos y trasgos, los huargos se impacientaron, y antes de que la campana volviera a balancearse, desde las entrañas del reino salían al trote Thorin Oakenshield y su fiel compañía. Las tropas no podían creer lo que veían.

 

— ¡Con el rey! — gritó Dain intentando alcanzar a su primo y compañía —. ¡Con el rey!

 

El ejército de las Montañas de Hierro pareció recobrar fuerzas con la presencia de los Durin. Siguieron a su rey por el campo de batalla, derribando huestes enemigas como termitas.

El corazón de Bilbo dio un salto de alegría. Thorin no había logrado solo devolverle las fuerzas a su pueblo, los humanos en Dale también parecían renovados bajo las ordenes de Bardo, que esperanzado decidió resistir, si el enano daba la pelea, ellos también.

Los ojos verdes de Bolsón pudieron distinguir a su enano saludándose con Ironfoot en plena guerra gracias a aquel azulado brillo que desprendía la Orcrist de manera tan especial, algo discutieron rápido antes de que Thorin se subiera a una cabra al tiempo que algunos de la compañía llegaban con aquel extraño carruaje-maquina de guerra dispuesto a escoltarlo. No fue difícil seguir la trayectoria de sus amigos desde tan lejos y menos complejo fue notar hacia dónde iban.

 

— ¡Se dirigen a la Colina del Cuervo! — informó a Gandalf que acababa de desintegrar a un par de orcos con luz —. Se llevó solo a Fili, Kili y Dwalin — sus ojos verdes buscaron a la compañía, mas todos estaban demasiado atareados para lograr llegar igual de rápido a la torre donde Azog aguardaba, demasiado paciente para el gusto del hobbit —. ¿Qué está haciendo?

— Se llevó a sus mejores guerreros con él, Bilbo. Van a cortarle la cabeza a la serpiente.

 

Los orcos no peleaban sin un líder al cual temieran dando ordenes, si Azog era derrotado, su ejército también. Esperanzado, el mediano siguió a su enano con la mirada hasta que este se perdió entre la niebla sobre la colina montado sobre su majestuosa cabra. “Por favor, Thorin, ten cuidado”, pensó.

Pocos minutos después lograron obtener una pausa necesaria, los orcos en Dale estaban huyendo o muertos, el mediano jadeaba con ambas manos apoyadas en sus rodillas, recuperando el aliento. Un hermoso caballo blanco cruzó rápido las calles hasta dar con el mago, sobre él venía Legolas, el hijo menor del rey elfo.

 

— ¡Gandalf!

— ¡Legolas Hojaverde! — alzó alegre su brazo a modo de saludo.

— ¿Has visto a mi padre? Tengo graves noticias — el hermoso elfo se bajó del caballo para tranquilizarlo, se notaba que al animal no le gustaba la guerra.

— ¿Qué noticias?

— El vástago de Azog, Bolg, viene desde el norte con otro ejército. Pero no son cualquier tipo de orcos, Bolg viene con el azote de Gundabad — Gandalf abrió los ojos y torció la boca, demasiado preocupado.

— ¿El norte? — Bilbo estaba hastiado, ya eran cuatro ejércitos peleando; Humanos, Enanos, Elfos y la hueste de Azog. Ahora venía Bolg con otro. Una Batalla de Cinco Ejércitos era más de lo que el hobbit quería experimentar en su vida —. ¿Dónde está el norte? — interrumpió.

— Ravenhill, maese Bilbo. La Colina del Cuervo es el norte.

— ¡Pe-pero alguien debe ir a avisarles! — la respuesta del mago le heló la sangre. ¡Thorin estaba allí con apenas tres enanos más!

 

Tanto el Gris como el ojiverde ayudaron a Legolas a dar con Thranduil, este estaba totalmente harto de esa guerra y se negaba a derramar una gota de sangre más, que los condenados enanos se quedaran sus malditas joyas por un par de horas más antes de que Azog se quedara con todo, por el elfo, que se fueran todos al carajo. Su justo hijo no hizo esperar sus protestas y mientras ambos eldar discutían, Bilbo llamó al Mithrandir a un costado.

 

— No podemos perder más el tiempo, yo iré a avisarles — se ofrecía sinceramente.

— No, te verán llegar y te matarán antes de dar con Thorin.

— No, no lo harán.

— No irás — porfió el mago y se tensó intentando imponerse —. Es muy peligroso. No lo permitiré.

 

El hobbit sonrió levemente, una expresión calmada y decidida sobre el rostro.

 

— No te estoy pidiendo permiso.

 

Estas palabras tomaron tan de sorpresa al mayor que no pudo argumentar nada en contra, su amigo le regaló una reverencia y se marchó en dirección a la Torre del Cuervo. Legolas dejó a su padre discutiendo solo y siguió al mediano, tenía asuntos pendientes con el nefasto hijo de Azog, además ¿cómo iba a recuperar las Gemas de Lasgalen si no ayudaba a los enanos? Por muy tercos que fueran, era mejor tratar con ellos que con los orcos. El joven elfo no pudo dar con Bolsón, no supo cómo, pero el menor no estaba a la vista. Confiando en su instinto, el eldar dejó su búsqueda y se encaminó hacia la guarida del Orco Pálido. Obviamente Legolas no sabía que Bilbo se había puesto el anillo y avanzaba entre peleas y guerra más rápido que cualquiera gracias a que nadie podía verlo, le llevaba algunos minutos de ventaja ya.

.

.

.

— ¡Thorin! — llamó Dwalin —. No hay señales del maldito orco.

— Debe estar por aquí.

 

Llevaban un buen rato peleando con uno que otro trasgo u orco, pero la cantidad de enemigos que los habían recibido no parecían ser suficiente ni siquiera para una guardia. Estaba todo extrañamente vacío, algo no pintaba bien. Thorin se apartó el cabello de la cara y se limpió un poco la sangre de las manos con nieve. Fili y Kili aún investigaban cerca de la torre cuando el hijo de Thrain se giró hacia la ciudad del Valle y vio a su amante aparecerse a unos metros.

 

— ¿¡Bilbo!? — la sorpresa fue demasiada. Poco le importó que el menor intentara recuperar el aliento, corrió hasta él para darle un fuerte abrazo —. ¿Qué haces aquí?

— ¡Maese Bolsón! — hasta Dwalin estaba demasiado sorprendido de verlo ahí.

— Escúchenme, no tenemos mucho tiempo — el rey enano lo soltó sin alejarse mucho, prestándole toda la atención —. Bolg viene desde el norte con un ejército de orcos de Gundabad, llegarán aquí en cosa de minutos, debemos irnos.

— ¿¡Irnos!? — se indignó Dwalin —. Estamos tan cerca de coger al maldito, Thorin — intentó convencer a su líder, mas este negó con la cabeza.

— No, hay que sobrevivir hoy para pelear otro día, mi amigo — posó una mano sobre el hombro de Bilbo y le regaló una cálida sonrisa con la mirada.

— Pero...

— Vamos, hay que encontrar a Fili y a Kili. Tenemos que irnos — Thorin envainó la Orcrist, que aún brillaba como Dardo, y cogiendo de la mano al comarqueño se dispuso a pillar a sus sobrinos e irse.

— Pero, ¿y Erebor? — preguntó algo desolado, el hijo de Fundin. El ojiazul soltó a su amante y sujetó firme a su guerrero por los hombros.

— Volveremos, la recuperaremos. Ya lo hicimos de un dragón. Ahora hay que vivir para pelear otro día.

 

Dwalin asintió firme y los tres comenzaron a buscar a los traviesos hijos de Dís. Thorin moría por disculpase con su hobbit, pero no era el momento, lo importante era escapar de allí primero. Todo parecía indicar que sería fácil, que todo iba bien. Mas un tambor resonó. Bilbo, Thorin y Dwalin siguieron el sonido, provenía de lo alto de la Torre del Cuervo, luego otro tambor seguido de un único grito.

 

— ¡Es una trampa! — chilló a viva voz, Fili, sujeto del cuello por Azog, cuya sonrisa de satisfacción era escalofriante.

 

Bilbo no supo cómo reaccionar. Dwalin y Thorin ya habían empezado una carrera a trote hacia el lugar. Azog levantó aún más al rubio enano y lo lanzó al río congelado desde aquella altura. Fili atravesó la gruesa capa de hielo hasta hundirse en el agua. Un huargo apareció corriendo desde el este y atacó a Thorin, sin detenerse, el enano se agachó en pleno trote para resbalar por debajo del animal y seguir su camino desenvainando su espada, Dwalin llegó para encargarse del colosal lobo.

Desde lejos Bolsón pudo ver al Orco Pálido bajar a saltos de la torre hasta el río, Fili ya había logrado escapar del fondo e intentaba salir de entre los bloques de hielo, sin embargo, el orco ya estaba allí, y mirando con sadismo a su fiero enemigo, cogió al joven enano del cuello nuevamente para comenzar a ahogarlo sin apartar la vista de los ojos azules de Oakenshield. Una completa declaración de guerra. Fili alzaba las manos fuera del agua como un gato, golpeaba y rasgaba la piel blanca del orco con esperanzas de liberarse. Bilbo desenvainó a Dardo para unirse a sus compañeros, bajó corriendo hasta las congeladas aguas y siguió a todo lo que el cuerpo le daba, debía ayudar de alguna manera. Thorin ya casi estaba allí junto a su sobrino, mas fue Kili quien llegó primero. Loco de ira se lanzó a pelearle a Azog, a este no le quedó de otra que soltar a Fili. El rubio logró tomar aire mientras su tío llegaba a socorrerlos, ahora el bélico orco peleaba contra dos Durin. La situación parecía menos grave, Bilbo siguió su carrera de todas formas, estaba apunto de pasar a Dwalin que estaba por matar al huargo cuando una flecha lo pasó rozando. Tanto el hijo de Fundin como Bolsón se giraron para ver con horror que Bolg acababa de llegar junto a su ejército. Un cuerno elfo resonó clamando retirada en la distancia, casi se podía oler el terror.

 

— ¡Ayuda a Thorin! — gritó Dwalin al menor, pero pronto, ninguno de los dos pudo hacerlo, en un dos por tres se llenó de orcos y trasgos.

 

El comarqueño no iba a dejar que esas bestias avanzaran un paso más. Calzándose el anillo desapareció delante de los soldados que corrían hacia él, estos chillaron sorprendidos e indignados, algo tenía ese objeto que les hacía querer reventar a su portador. Pronto un brillo azul atravesó a un trasgo, luego a otro y después otro más. El hobbit comenzó a sacarse y a ponerse el anillo mientras atacaba y defendía, mantenía a sus enemigos a raya y distraídos para alejarlos de los Durin. Mas un grito desgarrador lo obligó a voltearse a ver.

El horror le desfiguró el rostro.

Lo siguiente que escuchó fue el golpe seco que hizo Kili al caer rodando por el hielo, manchándolo de rojo oscuro, Azog había logrado atravesarle el estómago con su brazo-espada.

No hubo enano presente que no vomitara desesperación, el menor de los Durin caía malherido y su tío perdía la cabeza. Dwalin terminó de rematar al huargo y comenzó a avanzar cortando cabezas como nunca. El mediano desapareció en auxilio de Kili. Al llegar, el moreno enano descansaba pálido sobre el regazo de su hermano que temblaba de ira y frío, cuando Bolsón apareció frente a ambos, las lágrimas de Fili fulguraban rabia.

 

— Dioses, no. No, no, no, no, no — el castaño no sabía qué hacer.

 

Kili no podía hablar sin perder sangre, se veía demasiado grave. Fili por otro lado parecía haber perdido el habla, le sujetaba la mano a su hermano como si la vida se le fuera en ello. Kili intentaba decir algo pero no lo lograba, entonces Fili lo besó con ternura, soltó su mano y con un gesto de cabeza lo dejó a cargo del hobbit, corrió a vengarse al tiempo que su hermano estiraba su brazo para alcanzarlo.

 

— Tranquilo, Kili. Solo resiste, la ayuda ya vendrá. Solo resiste, por favor — rogaba el saqueador con su espada en mano, esperando a los enemigos que ya habían puesto sus ojos en ambos.

 

Furibundos, ambos Durin peleaban como lobos. La negra sangre de Azog salpicaba el hielo con cada corte, al igual que la roja sangre enana que goteaba por las múltiples heridas de sus fieros atacantes.

Una flecha pasó tan cerca de Bolsón que cortó su mejilla izquierda, preocupado de que la siguiente diera en su protegido, lo abrazó intentando cubrirlo con su cuerpo. Una segunda flecha quedó incrustada a dos centímetros de una de sus piernas, escuchó tensar el arco del orco que lo atacaba, cerró los ojos... mas el tiro nunca llegó. Legolas llegaba desde Dale derribando orcos con sus flechas, de lejos le dedicó una suave reverencia antes de abalanzarse sobre el azote de Bolg, buscándolo. El elfo fue toda una ventaja, Dwalin por fin avanzaba más de dos pasos por vez.

 

— ¿Bi-bilbo? — la voz de Kili apenas era existente.

— Guarda fuerzas, Kili. No hables... — las palabras salían temblorosas de su boca.

— Fu-e u-una g-g-gran aven-tura, amigo.

 

Bilbo lloraba y suplicaba que resistiera, que todo saldría bien. El joven enano sonrió una última vez y su mano cayó inerte sobre la nieve. El dolor fue tan intenso que robó toda palabra de la boca del hobbit. Se levantó del piso, manchado con sangre de su amigo, en la distancia pudo ver cómo Azog golpeaba tan fuerte a Thorin que este no podía levantarse, Fili llegaba iracundo a ayudarle. Temiendo perder a alguien más, el hijo de Belladona Tuk se limpió la cara, se puso su anillo y corrió hacia ellos, ese orco se las pagaría todas. Estaba a tan solo unos metros cuando el Orco Pálido alzó un escudo sobre su cabeza y ordenó que llovieran flechas. Bolsón estaba fuera de tiro, pero su amante y su sobrino, no. Fili no se la pensó dos veces antes de proteger a Thorin que aún trataba de levantarse del suelo. El rey enano chilló horrorizado cuando su valiente pariente recibió el ataque.

El Profanador reía despiadadamente feliz al ver a su enemigo arrodillado en el piso con su sobrino muerto en los brazos.

 

— Un Durin menos y solo nos queda el rey — se vanaglorió en su idioma. Acto seguido llamó a su huargo blanco, que su perro terminara de una vez y por todas con ese temerario linaje.

 

El portentoso animal se irguió orgulloso bajo la Torre del Cuervo, plantó una corta carrera con las fauces abiertas, listo para arrancarle la cabeza al ojiazul. Azog sonreía conteniendo la emoción, el animal ya estaba a tan solo unos metros, Dwalin gritaba en la distancia, el líder orco se dejó llevar por la satisfacción que sentía y rió alegre... demasiado antes.

Un brillo azulado surcó el aire desde un costado del huargo hasta el otro, la bestia resbaló en el hielo y rodó violentamente para nunca más levantarse, con el estómago abierto sobre la nieve. Azog, sin saber qué había pasado, se quedó quieto, la sonrisa de su cara se desdibujó de inmediato. Olisqueó el aire y entonces miró iracundo en dirección a Thorin.

 

— No puedes engañarme, portador — habló en lengua común para que el hobbit le escuchara —. Puedo sentir esa joya.

 

Bilbo sintió una punzada de dolor tan fuerte en su cabeza que no tuvo de otra que sacarse el anillo, apareciendo junto al enano.

 

— Thorin, debemos irnos — le suplicó. Él reaccionó cogiendo la Orcrist para enterrarla en el hielo y con ayuda de su fiel saqueador y su espada, se levantó. Bilbo apoyó su mano en su espalda solo para notar un corte profundo en ella, razón por la cual al rey bajo la Montaña le fallaban las fuerzas.

— ¡Tú! — vomitó Azog en un ladrido al reconocer al mediano —. ¡Tú no volverás a robarme mi premio!

 

El orco avanzó como un toro, el impacto de su espada chocando contra la Orcrist lanzó al moreno lejos, separándolo del hobbit. Bolsón alzó a Dardo, pero el violento sujeto le propinó un golpe tan fuerte que lo hizo rodar varios metros, gracias a esto, el anillo y la pequeña espada saltaron lejos de su amo. El nieto de Thror se levantó lo más rápido que pudo, no obstante, el maldito orco ya avanzaba a paso decidido hacia el aturdido comarqueño. A duras penas logró llegar a tiempo para detener la caída de la espada de Azog sobre Bolsón, el orco ladró iracundo y el Durin no desaprovechó la oportunidad, usó esa ira para obligarlo a pelear con él, de esa forma consiguió alejarlo de su hobbit. Ambos enemigos se quedaron batallando a un costado mientras este se reponía, la cabeza aún le daba vueltas y veía algo borroso a causa del golpe, todo parecía ir en cámara lenta, Thorin peleaba contra el Orco Pálido demasiado a la orilla del río, casi sobre la cascada congelada. Un mal presentimiento se apoderó del mediano, intentó levantarse mas una visión le arrebató su atención. Tras la silueta de Thorin se proyectaban unas suaves sombras que crecieron hasta revelar a las portentosas Águilas, junto a ellas venían el otro Mago, Radagast, y Beorn, que cayó junto a las aves sobre el ejército de orcos.

El Profanador se volvió loco de rabia, embistió con su espada y aquella cuchilla que tenía por brazo con todo lo que tenía, cada violento golpe y azote manchaba más la nieve con la sangre de Thorin.

El hobbit intentó nuevamente levantarse, estaba por conseguirlo cuando escuchó esa voz... ese susurro hipnótico. El anillo lo llamaba. Dentro de Bilbo una extraña necesidad de correr a coger esa joya por sobre ir en auxilio de su amado comenzó a crecer, confundiéndolo. El anillo lo llamaba, el anillo lo confundía, le hablaba suave como un elfo, imponente como un dragón, dominante como la oscuridad y atractivo como el poder. ¿Y si solo cogía el anillo y huía? Sí, huir, para cuidarlo, para cuidar al precioso... ¿Precioso? El ojiverde abrió los ojos sorprendido de sí mismo, sintió que se ahogaba, tragó bocanadas de aire como saliendo del agua. El anillo lo llamó una vez más, pero sus palabras fueron gélidas como el filo del hierro.

 

— Es tarde — susurró la joya, y para cuando el hobbit se giró a ver a su rey, ya era tarde.

 

Azog había logrado atravesar al rey de Erebor con una de sus espadas, valientemente el enano se sujetó a esta y usando su propio cuerpo se giró arrancándole de las manos el arma. Bilbo chilló desesperado. El orco se sorprendió un instante, Thorin hábilmente en un rápido movimiento cortó a su enemigo de costado a costado. El comarqueño corrió hacia ellos. Azog cayó arrodillado frente al enano, sujetándose las tripas, el ojiazul se permitió una leve sonrisa y dando un violento corte hacia arriba, ambas espadas élficas apagaron su brillo azulado al tiempo que la cabeza de El Profanador caía a seis metros de su cuerpo.

 

El hijo de Thrain se permitió mirar desde la colina La Batalla de los Cinco Ejércitos, las huestes de orcos huían despavoridos al no recibir órdenes, las Águilas se deleitaban alzándolos en el aire para soltarlos sobre las rocas, Beorn se desquitaba con cada orco y trasgo que se topaba, y su gente, su valiente pueblo resistía junto a elfos y humanos. Habían logrado ganar. Respiró orgulloso el frío aire de la montaña que tanto había soñado con volver a pisar y se permitió caer al hielo, mas para su sorpresa, no fue así. Bilbo había evitado su caída y le ayudaba a recostarse. Los ojos verdes del mediano brillaban descorazonados conteniendo las lágrimas.

 

— Bilbo — sonrió el rey bajo la Montaña.

— N-no hables — la voz del hobbit se cortaba. Dulcemente tomó la mano del enano sentándose a su lado.

— Es una suerte...

— ¡Thorin, no hables! S-solo... solo... resiste... por mí — gimoteo comenzando a llorar.

— Bilbo, no quería irme sin pedirte perdón.

— ¡No te irás a ningún jodido lado!

 

Las miradas de ambos se quedaron fijas el uno en el otro. Thorin se veían en paz, casi como si ni siquiera le doliera, Bilbo parecía estar sufriendo por ambos. Oakenshield sonrió cálidamente, alzó una de sus manos y secó algunas de las lágrimas del castaño.

 

— Lo siento.

— No hay nada que perdonar — cada palabra pesaba más que la anterior.

— Cuanto me habría gustado coronarte en el gran salón de Erebor. Habría plantado esa bellota en los jardines... Vuelve a tus libros, mi saqueador. A tu sillón y tu hermosa tierra — Bilbo lloraba desconsolado sosteniendo la mano de su amante, y cada palabra de este le dolía más y más —. Planta tus árboles, véelos crecer... por mí. Si tan solo más personas apreciaran el valor de la comida, la alegría y las canciones, por sobre el oro... este sería un mundo más feliz. Lo siento, Bilbo...

— No, no, no hay nada que perdonar, Thorin...

— Nunca lo dudes... jamás amé a nadie como a ti... — el moribundo rey atrajo a Bolsón hacia él para besarlo una vez más —. Adiós, mi hobbit — su voz se extinguió en un susurro.

 

Dwalin llegó al trote, pero ya era tarde. Bilbo lloraba y gemía de dolor como un animal herido aún sentado junto al último Durin, aún sosteniéndole la mano. La guerra había sido ganada, pero a un precio demasiado alto.

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Continuará...

 


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