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Cigarettes por fanamorfic

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Notas del capitulo:

Este es mi primer One shut. Espero que les guste.

Siempre he odiado ese sabor. No sólo el sabor, también su olor. Así como las manchas que te deja en las manos y dientes.

Desde pequeña, cuando veía a mis padres fumar, me daba mucho asco. Y eso, aún ahora, no ha cambiado.

Un ruido molesto.

Abro perezosamente mis ojos y mira a mi mesilla. Es el despertador el que está sonando. Hora de levantarse y de ir a trabajar.

Aparto las sábanas que me cubren y me incorporo lentamente. Me quedo sentada en el borde de la cama, estirándome. Siento el frío en mis brazos y piernas desnudas.

Alargo la mano y cojo el paquete de cigarrillos y el mechero que se encuentran encima. Saco uno, me lo llevo a la boca y lo enciendo. Dejo nuevamente el mechero y la cajetilla en su lugar y apago el molesto despertador.

Noto cómo la persona que estaba durmiendo a mi lado se mueve incómoda sin levantarse de la cama. Nunca entiendo cómo no le puede despertar del todo ese incordio de despertador.

Sacudo un poco el cigarrillo en un cenicero antes de volver a llevármelo a la boca. Me levanto de la cama mientras ella tira de las mantas para taparse aún más. Salgo de la habitación y empiezo a hacer el desayuno para ambas.

-         Natalia – la llamo entrando en nuestra habitación –, tienes que levantarte. El desayuno ya está listo.

La única respuesta que obtuve fue un gruñido. Me acerqué a mi mesilla y apague el cigarrillo en el cenicero.

-         Hoy tenías una reunión importante, me dijiste.

Otro gruñido.

Me acerqué a su lado de la cama y me puse en cuclillas cerca de su cabeza.

-         Levántate ya – volví a intentarlo.

Apenas noté cómo ella se giró hacia mí y me besó en la boca, rodeándome con sus brazos.

-         Buenos días, Amanda – me susurra al oído.

-         Buenos días, cariño – contesto quitándome sus brazos de mi cuello, pero dándole otro beso de buenos días a mi pareja.

-         Tienes que dejar de fumar. Es asqueroso – comenta por enésima vez.

-         Tienes razón – respondo, como siempre –. Levántate ya. El desayuno está preparado.

Desayunamos en silencio y nos preparamos para salir a trabajar en silencio.

-         Hasta luego – me despido.

-         Nos vemos luego.

Aunque trabajamos en las mismas oficinas, no vamos nunca juntas. Natalia no quiere que los demás compañeros se enteren de nuestra relación. Yo lo entiendo, aunque en realidad me da igual

Me acerco a la parada del autobús y enciendo otro cigarrillo, que apago cuando mi autobús llega a la parada. Subo a él y saludo al conductor, el mismo de siempre.

El lugar en el que trabajamos es una enorme agencia de modelos. Tanto Natalia como yo somos unas de las encargadas de diseñar los próximos trajes que se van a llevar en la siguiente pasarela.

Cuando llego a mi parada bajo del bus y continúo andando hasta el enorme edificio.

Abro la puerta y le enseño mi identificación al guarda de seguridad.

Me acerco al ascensor y presiono el botón.

-         Buenos días, Amanda – oigo la voz de Natalia a mi espalda. Me giro y veo que se encuentra junto a otra compañera de trabajo.

-         Buenos días, chicas.

Entramos todas en el ascensor y esperamos hasta que nos sube a la décima planta. Donde está nuestra oficina.

Pasamos el día trabajando en la nueva línea. Solamente nos permitimos descansar un rato para almorzar.

Oímos unos golpes en la puerta. Sin esperar a que nadie respondiera o alguien fuera a abrirla un hombre alto, nuestro jefe, y una hermosa mujer rubia, detrás de él, entraron.

-         Prestad atención – pidió con entusiasmo. Yo no podía apartar la mirada de la alta mujer –. Recientemente se nos ha unido a la compañía una nueva modelo...

-         Margaret – susurro. Por suerte nadie me ha oído.

-         ...Se trata de esta mujer. No posee mucha experiencia, pero en casos anteriores a demostrado su talento. Podéis llamarla Margaret – dijo agarrándola par la cintura y haciendo que diera unos pasos hacia nosotros.

-         Mi nombre – dijo mirándonos a todos con una bella sonrisa en su cara – es Margaret. Y es un pl... – nuestros ojos se cruzaron por unos instantes y su expresión alegre cambió a otra de sorpresa durante ellos – placer trabajar con ustedes.

Todos la demos la bienvenida y algunos empezaron a tomar sus medidas. Desde que nuestros ojos se encontraron no volví a mirarla.

-         ¿Qué te parece Margaret? – preguntó Natalia cuando llegamos ambas a casa.

-         ¿A qué te refieres? – evadí la pregunta, incómoda.

-         Parece maja. Y ansiosa por empezar a trabajar.

-         Sí... Eso parece.

Cogí un cigarrillo y me lo llevé a los labios, donde lo encendí.

-         ¿Qué te ocurre? Estás extraña. – explicó ante mi pregunta muda.

-         No te preocupes, cariño – me senté en el sofá color melocotón que había en nuestro salón y encendí la televisión.

-         ¿Qué quieres cenar hoy? – me preguntó desde la puerta de la cocina.

-         Me da igual.

Cerré los ojos al no conseguir centrarme en el programa que solía ver a esas horas en el televisión mientras dejaba que el cigarrillo se consumiese entre mis labios. Todo lo que veía era la imagen de Margaret mirándome tan sorprendida como yo estaba de verla.

Natalia se sentó a mi lado y se abrazó a mi cuerpo.

-         ¿Estás segura de que estás bien? Puedes contármelo, si quieres.

Dudé un momento en aceptar su oferta. Pero finalmente negué con la cabeza.

-         De acuerdo. La cena ya está lista.

Tras terminar de cenar llené la bañera con agua muy caliente hasta casi rebosar y añadí jabón para hacer espuma.

Entré en el agua, haciendo que parte del agua saliera a fuera, y encendí otro cigarrillo. Imaginé que Margaret estaba junto a mí. Que me besaba, como hacía antes; que...

-         ¿Puedo entrar? – pregunta Natalia desde detrás de la puerta.

-         Adelante.

-         ¿Tomamos un baño juntas? – pregunta dejando caer la toalla, que era lo único que cubría su cuerpo en aquellos momentos, al suelo.

-         Por supuesto – acepto. Aunque ella ya estaba entrando.

Se apoya en mí y me abraza.

-         No me gusta el tabaco. Su humo me irrita los ojos – comenta. Y, sin más, me quita el cigarrillo de la boca y lo apaga en el cenicero que yo había dejado en el suelo del baño.

-         Te quiero – la susurro. Ella me sonríe y me besa con dulcera en los labios.

Nos relajamos juntas en el agua caliente hasta que se nos empiezan a arrugar los dedos. Cuando esto ocurrió cogimos una esponja y empezamos a lavarnos el cuerpo la una a la otra.

-         Creo que has engordado – comento.

-         No más que tú, Amanda – se burla.

Le tiro la esponja a la cara y me río de la cara de sorpresa que psneo.

-         Serás... – salgo de la bañera antes de que me atrapara –. Idiota.

Río mientras cojo una toalla seca para envolverme con ella.

-         Eso te pasa por decir que he engordado - río.

-         ¡Si has empezado tú! – sale también de la bañera.

Intento alejarme de ella cuando veo que se acerca, pero ella me atrapa contra la pared.

-         Pues tendremos que hacer algo de ejercicio – la brillan los ojos.

-         No me digas... – susurro mientras empieza a besar mi cuello –. Pero va a tener que ser en otro momento – digo apartando sus brazos de mí –. Aún tenemos trabajo. Y alguien tendrá que limpiar todo este desorden – digo mirando el suelo encharcado.

-         Jo... – protesta con una expresión muy infantil que me hace reír aún más.

Salgo del baño y me voy a nuestra habitación. Natalia me sigue. Cojo unos pantalones cortos que uso para estar por casa y una camiseta vieja y me las pongo. Por último me siento en el escritorio que hay en el despacho y empiezo a trabajar con un nuevo cigarrillo entre mis labios.

Mientras, Natalia friega el cuarto de baño y se va a ver la tele. Cuando acaba el programa que estaba viendo y me avisó de que se iba a la cama. Poco después me fui yo también.

Recuerdo cómo fruncía el ceño cada vez que veía a alguien a quien conocía fumando uno de esos asquerosos cigarrillos. También la bronca que le eche a mi hermanita cuando descubrí con una cajetilla en su cajonera, escondida entre los calcetines.

Lo extraño era que, pese a lo mucho que lo detesto y el asco que meda incluso ahora, empecé a fumar. Y no quiero dejarlo.

La razón es algo que ocurrió hace unos años. Mucho antes de conocer a Natalia. Unos años después de salir con Margaret.

Un ruido molesto.

Abro los ojos. Parecía que tenía pegados los párpados. Qué sueño tengo.

Me destapo a mi pesar y me siento en el borde de la cama. Como todas las mañanas. Me estiro. Alargo la mano y saco un asqueroso cigarrillo de la cajetilla que tengo encima de la mesa, y con el mechero que está a su lado lo enciendo. Por último apago el ruidoso despertador.

Me levanto y voy a preparar el desayuno, mientras Natalia se hace un nudo con las sábanas. Durante todo el proceso no dejo de pensar en Margaret y en que cuando vaya al trabajo ella estará allí.

Suspiro resignada. Apago mi cigarrillo y voy a llamar a Natalia.

-         Cariño, despierta. Ya es hora de levantarse.

Como de costumbre, recibo un gruñido como única respuesta.

-         Vamos, levanta – la empujo un poco en el hombro para ver si reacciona.

Ni caso. Esta vez ni un gruñido.

Suspiro. Pero se me ocurre una idea. Cojo un nuevo cigarrillo y lo enciendo. Respiro el humo y... se lo soplo en la cara.

Eso si que funciona. Natalia abre los ojos sorprendida, empieza a toser y se incorpora lo más rápido posible. No sé cómo se había tapado, pero se enreda con las mantas y se cae de la cama. Tengo se dar un paso atrás para que no caiga encima mío.

-         Buenos día – sonrío inspirando otra bocanada del cigarrillo.

-         Serán buenos para ti, cielo.

La ayudo a levantarse y ella aprovecha para abrazarme y darme un beso, mientras tira el cigarrillo al cenicero.

-         Ahora han mejorado – me sonríe.

Yo me río y vamos a desayunar las dos. Oigo claramente cómo le rugen las tripas a Natalia lo que me hace reír aún más.

Nos vestimos para ir a trabajar. Mientras ella friega los platos yo me despido.

En el portal enciendo un nuevo cigarrillo y voy a la parada de autobuses. Cuando el autobús que he de coger para ir a trabajar llega, tiro el cigarrillo y subo. Saludo al conductor y busco un sitio donde sentarme. Una vez sentada, pienso sobre cómo reaccionar ante Margaret al encontrarnos luego. Cuando bajo en mi parada aún no se me ha ocurrido nada.

Hace tanto tiempo que no nos veíamos... Cuanto he deseado volver a encontrármela durante estos años.

Entro en el edificio y enseño mi identificación al guardia de seguridad. Llego al ascensor y aprieto el botón.

-         Buenos días, Amanda

Me tenso. Esa no es la voz Natalia ni de ninguna otra mujer que trabaje conmigo, al menos en mi departamento. Me giro.

-         Buenos días, Margaret

Parece tan incómoda como yo. La situación no mejora cuando entramos al ascensor y nos quedamos encerradas las dos solas.

La miré. Estaba preciosa, incluso más que cuando me dejó hace más de tres años.

-         ¿Preparada para empezar a trabajar? – intento sacar un tema de conversación.

-         Sí – contesta alegremente –. Ya sabes que yo siempre quise llegar a ser... – poco a poco su voz se fue apagando.

Sí. Lo sabía muy bien. Sabía que ese había sido su sueño hace años, cuando cortamos.

-         ¿Podríamos hablar a la hora del almuerzo? – me pide tímidamente.

Asiento con la cabeza.

-         Será lo mejor.

-         En la terraza del edificio.

-         De acuerdo.

Las siguientes horas de trabajo se me pasan demasiado rápido. Por una vez no quería que llegara la hora de tomar un descanso. Temía lo que pudiera ocurrir cuando fuera con Margaret.

Cuando finalmente llegó la hora, me disculpé con mis compañeros de trabajo con una excusa tonta, no me pasó desadvertida la expresión de sorpresa de Natalia, y me fui hacia el ascensor. Una vez dentro pulsé el botón del piso más alto. Tras salir del ascensor subí por unas escaleras hasta llegar a la azotea.

No había nadie. Margaret no había llegado aún. O tal vez no iba a venir. Quizá se había asustado y había decidido no venir. Por mi cabeza pasaban miles de posibilidades, cada una más paranoica que la anterior.

Me acerqué a la barandilla que impedía que la gente se cayera y saqué la cajetilla de cigarrillos de mi bolso y encendí uno. Su sabor me recordaba a ella. Por extraño que pareciese, pese a odiar ese sabor, cuando se encontraba en sus labios me encantaba. Eso mismo me dijo una vez Natalia.

-         Siento haber tardado tanto – me sobresalta su voz.

Me giro y ahí está ella. Parece tan nerviosa como yo. Si es que eso es posible.

-         No te preocupes.

Se acercó a mí y se apoyó en la barandilla también.

-         ¿Qué tal has estado? – me pregunta.

-         Bien. ¿Y tú?

-         Bien. Te he echado de menos – añade un rato después –, quería volver a tu lado.

La miro enfadada.

-         ¿Y por qué no lo hiciste? ¿Por qué te fuiste desde un principio? – oh, no. Empiezo a notar cómo mis ojos se humedecen –. No debiste irte. Yo también te he añorado mucho.

Se acerca a mí y sujeta mi rostro entre sus manos. Sin saber muy bien cómo, ella me besa, y yo correspondo su beso hasta que...

-         ¡No! Espera. Quieta – la aparto de mí –. Esto no es lo que quería al venir a hablar contigo.

-         Ni yo – se defiende –, pero... lo deseaba. Realmente quería volver a verte. Y disculparme por lo que ocurrió. Por dejarte de esa forma. Fue horrible.

-         Sí, lo fue – la reprocho.

-         Lo siento.

Permanecimos en silencio durante unos cuantos minutos.

-         Has empezado a fumar. Creía que lo odiabas.

-         Y lo odio – afirmo.

-         Entonces... ¿porqué as empezado a hacerlo?

-         Es la misma marca que usabas tu – me limito a contestar.

-         Lo he notado – parece que no va a insistir en el tema. Sinceramente, lo prefiero.

-         Tú lo has dejado.

-         Sí. Cuando finalmente encontré mi primer trabajo como modelo me di cuenta de que debía dejarlo. Así que me blanqueé los dientes y tiré todas las cajetillas que tenía.

Cuando encontró aquel primer trabajo... O sea, cuando me dejó.

-         No sólo quería disculparme contigo por lo que hice – giro mi cabeza para mirarla a la cara –. Quería saber si querrías volver a salir conmigo.

-         Yo...

-         Entendería perfectamente que me dijeras que no. Entendería que me odiaras.

-         No te odio. Comprendo que te fueras. Tu trabajo era muy importante. Pero... Aun así... podrías haberlo echo de otra forma. ¡Me dejaste con una nota! – la reprocho –. Un día me dices que me vaya a pasar las Navidades con mis padres, que tú te irías a celebrarlas con los tuyos. Y cuando llego a casa encuentro que tus cosas ya no están. Lo único tuyo que encuentro es una nota sobre la cama en la que dices que te vas al extranjero porque te han contratado para un trabajo como modelo.

-         Lo siento – se vuelve a disculpar.

-         ¿Sabes por qué empecé a fumar? Fue porque te fuiste. Te echaba de menos. No soportaba el que te hubieras ido. Encontré una de tus cajetillas de cigarrillos. Empecé a fumar porque el de esos cigarrillos era tu olor, Margaret. Sólo por eso.

Parece que Margaret está totalmente sorprendida.

-         Lo siento. Yo... Déjame recompensarte. Si volvemos, te prometo que...

Tapo su boca con mi mano derecha.

-         Ya no, Margaret. Empecé a fumar por esa razón. Y creo que he seguido con ello porque no podía olvidarte, y es posible que no lo haga nunca. Te quise como no había querido a nadie antes... hasta que conocí a mi actual pareja.

Veo cómo sus ojos se abren por la sorpresa.

-         No sabía que estabas con alguien – se disculpa cuando destapo su boca –. Pregunté a tus compañeros de trabajo, pero todos me dijeron que no salías con nadie.

Permanecemos en silencio un rato más.

-         Ya es tarde. Tengo que volver al trabajo – me disculpo.

-         Sí. ¿Nos vemos por ahí? – pregunta, indecisa.

-         Por supuesto – la sonrío –. Para lo que quieras, o para casi lo que quieras, ya sabes dónde estoy.

Ella se río a causa de mi corrección.

-         Adiós – se despide.

Salgo de la azotea, dejando a Margaret sola en ella, y entro en el edificio. Bajo las escaleras y ando hasta el ascensor. Una vez dentro aprieto el botón del piso diez.

Cuando llego a ese piso y salgo del ascensor llamo un momento a Natalia.

La llevo a un lugar en el que estemos a solas y la abrazo con fuerza. Ella se limita a corresponder a mi abrazo sin hacer ninguna pregunta. Probablemente tenga la esperanza de que se lo contaré cuando lleguemos a casa. Al menos oso pretendo.

Regresamos a la oficina y las horas siguientes de trabajo se me hacen eternas, al contrario que las anteriores, no encuentro el momento de regresara a casa.

Finalmente es la hora de regresar.

Le pido a Natalia que me lleve en coche a “mi” casa. Normalmente ella viene en coche y yo en bus, para que nadie sospeche nada. Esto lo echamos a cara y cruz en su memento. Obviamente, yo perdí. Ella acepta desconcertada y algo preocupada.

Llegamos a casa y nada más cerrar la puerta me abrazo a ella. Empiezo a besarla.

-         Te amo – repito una y otra vez.

-         Y yo – se limita a contestar.

La beso mientras le quito la rapa. Ella está claramente desconcertada, pero acepta la situación.

Cerca de media hora después nos encontramos sobre el sofá color melocotón abrazadas la una a la otra. Ella me acaricia la cabeza amorosamente. Como una madre a su hija.

-         Creo que voy a intentar dejar de fumar – digo un rato después.

-         ¿En serio? – se sorprende.

-         Sí. Es una costumbre asquerosa.

-         Me alegro.

Permanecimos calladas un rato más, sin separarnos ni intentar cambiar de posición.

-         Hay algo que quiero contarte.

Su mano deja de moverse durante un momento sobre mi cabeza.

-         Te escucho – vuelve a acariciarme.

Empiezo a relatarle todo. Algunas cosas con más detalles que otras, pero no me salto nada.

Le cuento cómo conocí a Margaret hace casi seis años. Cómo empezamos a salir. Lo enamorada que estaba de ella. Cómo y porqué me dejó. La razón por la que empecé a fumar. El tiempo que pasé hasta que la conocí a ella. Cómo me sentí al verla ayer en el trabajo después de tanto tiempo. Y acabo por la pequeña reunión de esta mañana en la azotea. Especialmente esto último no omito detalle alguno.

Cuando acabo ella no me dice nada durante un buen rato.

-         Y... ahora... ¿Aún la amas?

-         Aún la quiero – recalco –, a la única a quien amo es a ti.

No la había mirado a la cara durante toda la conversación, no me atrevía. Noto su cuerpo tenso junto al mío. Finalmente la miro. Tenía el ceño fruncido y parece molesta.

-         Siento si estás enfadada conmigo. Pero te prometo que sólo te quiero a ti – insisto, esperando que me crea y que su enojo se pase rápidamente.

-         Ella te besó.

-         No sabía que yo tenía nov... – intenté justificarla. Pero ella no me dejó terminar.

Se levantó de mi lado y se giró hacia mí.

-         Y tú correspondiste su beso – dijo dolida.

-         Natalia, yo...

-         Da igual – empieza a vestirse –. Voy a preparar la cena.

Antes de que pudiera decir nada se va a la cocina y empieza a cocinar.

Cuando todo estuvo preparado cenamos en silencio. Terminamos y yo me quedé fregando los platos mientras ella se iba a dormir. Nunca se acostaba tan pronto.

Termino de fregar y me voy a la cama yo también. Estoy agotada, tanto física como psicológicamente. Cuando entre en la habitación Natalia ya está dormida, o finge estarlo. Espero que sea lo primero.

Me acuesto a su lado, lo más lejos de ella posible. Pese a lo cansada que estoy, me cuesta dormirme.

El tabaco siempre me hacía que me picaran los ojos. Al menos así era al principio. Cuando me mudé con Margaret al que durante algo más de dos años sería nuestro piso me acostumbré a él. Con Natalia está ocurriendo lo mismo.

Pero yo no quiero que eso suceda. No quiero que ella se acostumbre a algo tan desagradable como el trabajo. Y menos siendo un hábito te cogí por mi ex-novia.

Por eso voy a dejar de una vez el tabaco. Quiero pasara página. Y quisiera pasarla junto a Natalia. Si es que ella me lo permite.

Un ruido molesto.

Abro los ojos. Me duele horrores la cabeza. Me incorporo y alargo el brazo para coger la cajetilla de tabaco y el mechero. Cojo un cigarrillo, me lo llevo a los labios y... lo tiro al suelo.

Suspiro.

Apago el despertador. Hace que mi cabeza duela aún más.

Me estiro y me levanto. Cojo la cajetilla, el mechero y el cigarrillo que he tirado al suelo y salgo de la habitación. Voy a la cocina y tiro lo que llevo en mis manos a la basura. Ese debía de ser el primer paso.

Me dispongo a prepara el desayuno para Natalia y para mí. Espero que no siga enfadada.

Me acerco al grifo de la cocina para lavarme las manos antes de empezar y... Algo no cuadra.

En el escurre platos hay una taza y un par de platos, aún húmedos, que no recordaba haber lavado ayer. Me fijo mejor. Es la taza en la que le gusta desayunar a Natalia.

Corro al dormitorio preocupada. En la cama no hay nadie. Únicamente una nota.

-         Otra vez no – digo preocupada. Mis ojos se han humedecido.

Me acerco temblorosa hacia la nota y la cojo. Me cuesta leerla por las lágrimas que intento que no caigan de mis ojos.

Suspiro algo más aliviada, pero igual de preocupada que antes, al leer la nota.

En ella pone que Natalia se ha levantado pronto y se ha ido en autobús a trabajar. Que yo fuera en coche.

Esto es extraño. Pero lo único que me preocupa ahora es que, de momento, ella no me ha dejado. Pero tengo que hacer algo para que me perdone. Y hacerlo ya.

Hoy no desayuno. No tengo apetito.

Me visto con lentitud y cojo las llaves del coche.

No tengo ni idea de cómo he conseguido llegar conduciendo al trabajo. Me siento ida.

Aparco cerca de la entrada. Salgo del coche y lo cierro con la llave. Entro al edificio. Enseño mi identificación al guarda de seguridad. Llego al ascensor. Aprieto el botón y subo a la planta diez.

Pese a que he venido en coche he llegado un poco tarde, así que todos los demás compañeros ya han llegado.

Las horas trabajando se me pasan como en una especie de trance. Pero a la vez se me hacen eternas. Quiero que llegue la hora de descansar y poder hablar con Natalia. Pero el tiempo no pasaba.

Queda algo más de una hora para que pueda, o al menos pueda intentar, hablar con ella cuando nuestro jefe nos mandó acompañarle a hacer una prueba con las modelos que teníamos contratadas en aquellos momentos.

Genial. Lo último que quiero ahora es ver a Margaret.

Media hora después, Margaret se acerca a mí. Parece preocupada.

-         ¿Te encuentras bien? No tienes buena cara.

-         No te preocupes. Estoy bien – intento no mirarla a los ojos.

-         ¿Seguro? ¿No tendrás fiebre?

Me sujetó del mentón y acercó sus labios a mi frente, para comprobar mi temperatura.

Tal vez sí que estoy enferma. Me empiezo a marear y el dolor de cabeza no ha desaparecido en todo el día.

-         ¿Qué haces? – es la voz de Natalia.

Veo que ha agarrado con fuerza el brazo con el que Margaret me agarra del mentón.

-         Me parece que Amanda no se encuentra demasiado bien y...

-         Está perfectamente – la corta.

-         ¡Pero qué te pasa! No me hables así. Me parece que Amanda tiene un poco de fiebre.

-         La única que la enferma eres tú – la acusa a gritos. Estamos llamando la atención de todos los que se encuentran en la habitación –. Aléjate de ella.

-         ¿Cómo que me aleje de ella?

-         Me refiero a esto.

Natalia aparta el brazo de Margaret con brusquedad y me agarra del rostro. A continuación me besa con pasión.

-         Aléjate de mi chica – replica Natalia a continuación –. No te vuelvas a acercar a ella nunca.

Si antes estaba mareada ahora...

Natalia me coge del brazo y tira de mí hasta el ascensor. Aprieta el botón del piso bajo y me arrastra hasta la calle. Una vez fuera del edificio finalmente me suelta.

-         No quiero que te acerque a ella nunca más – me grita –. Tú eres mi novia. Sólo me tienes que querer a mí – vi cómo caen lágrimas de sus ojos –. No quiero que te vayas con ninguna otra.

Me acerco a ella y la abrazo, intentando consolarla.

-         No me dejes – me susurra entre sollozos.

-         Jamás haría eso – susurro.

-         Eso espero.

Le levanto la cara, para que me mirara a los ojos.

-         Te amo. Sólo a ti.

Nos besamos durante largo rato.

-         Natalia – la separo de mí finalmente –, la verdad es que no me encuentro bien de verdad.

-         Oh. Lo siento – se disculpa avergonzada –. Deberías ir a casa. Yo se lo explico a...

Repentinamente se tensa. Parece que se acaba de dar cuenta de lo que ha pasado antes. Me había besado delante de todos nuestros compañeros de trabajo.

-         Yo...

-         Deberíamos decir que no nos encontrábamos bien ninguna de las dos. Vámonos a casa por hoy – la ofrezco mi mano.

-         Por hoy está bien.

Suspira, pero toma mi mano. Juntas nos dirigimos hacia el coche para regresar, una vez más juntas, a casa.

Por desgracia, los próximos tres días los pasaría en cama con fiebre. Pero esa es otra historia.

Notas finales:

¿Les ha gustado? Espero que sí.

Comenten, por favor.


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