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Under pressure por Sherezade2

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   Capítulo 1

   Encrucijada

 

   Kylia caminó por todo lo largo de la barricada que se hallaba levantada a lo largo de la zona norte de aquel valle. 

  Los hombres estaban de descanso, luego de la intensa batalla que se había librado durante la noche, y que había terminado un poco antes del alba. En plena guerra, como la que libraban los Shystan, pueblo de Kylia, contra los Bririos, pueblo vecino de los primeros, la noticia que el muchacho estaba  a punto de recibir de su pareja era la peor del mundo.

   En el mundo de Sefer no existían las mujeres. Los habitantes conocían leyendas sobre la existencia de estos seres en otros mundos, pero en el de ellos nunca había sido vista ninguna. Los hombres se dividían  en clases sociales donde ser guerrero era el máximo pedestal, o por lo menos, uno de los principales, ya que los sacerdotes también gozaban de mucho respeto y reconocimiento.

   Cuando el sol estaba a punto de marcar el medio día, Kylia vio como dos hombres hacían girar el inmenso reloj de arena que se izaba junto a la barricada. Otro hombre bajó por una gran escalera de madera y le hizo un gesto con la mano, señalándole un sitio bajo la sombra.  Al momento se encontraron allí, frente a frente. Kylia se quitó el casco y se limpió el sudor de la frente, con gesto preocupado.

   —¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que ha sucedido con Dyle?  —preguntó agitado—. Me han mandado a llamar.

   —Dyle ha caído desde el parapeto frontal —señaló el otro hombre, alzando su mano hacia el lugar—. Iba bajando en la canasta de la polea cuando cayó, así que la caída sólo ha sido como de unos dos metros. Pero se ha dado un golpazo.

   —¡¿Y dónde está ahora?! ¡¿A dónde lo han llevado?! —se agitó Kylia.

   —Hay un centro de curanderos que se encuentra cerca de aquí —respondió el otro hombre—. Esta cerca a la intersección de la ruta del algodón. Por donde se entra hacia los viñedos. No tiene pérdida, cualquiera que veas por el camino te indicará.

   —Bien, amigo. Muchas gracias.

   Los hombres se dieron un apretón de brazos y Kylia partió. Comprobó que eso de “no tiene perdida” era una basura y tardó casi media hora en llegar. Cuando descabalgó, vio que uno de los compañeros de regimiento de Dyle estaba cerca y fue hacia él. En efecto, el muchacho se encontraba acompañando a Dyle, pero se marchó una vez que Kylia llegó.

   Kylia encontró a Dyle en un cubículo aislado por una gran cortina. Estaba tirado sobre una litera un poco pequeña para su altura y tenía una venda en la cabeza. La luz del sol se filtraba por una ventana muy alta; hacía un calor digno de un horno. Kylia esquivó unos estantes llenos de frascos y una mesa repleta de utensilios médicos y se acercó a Dyle.

   Apenas reparó en la presencia de su pareja, Dyle se incorporó sobre la litera. Hizo una mueca cuando su cabeza punzó dolorida. Un mareo lo sobrecogió.    

   —¡Hey! ¡Hey! ¡Con cuidado! —le riñó Kylia, tomándolo de un brazo. Intentó volverlo a acostar pero Dyle no se dejó. Prefería seguir sentado.

   —No tenías por qué venir. Ya me encuentro mejor —le dijo.

   —¡¿Estás loco?! —gruñó Kylia—. ¡Te caíste de dos metros y casi te partes la cabeza! Por cierto, ¿por qué te han traído aquí? —bufó, viendo las pobres condiciones del lugar—. ¿Por qué no te llevaron al campamento militar?

   —Yo pedí que me trajeran aquí.

   Dyle dio un largo suspiró y se recostó contra la pared que se hallaba tras la litera. Tenía una expresión exhausta y sudaba mucho. Kylia se preocupó y se sentó sobre la litera también, haciéndose con la mano diestra de Dyle.

   —¡Hey! ¿Qué pasa? —preguntó con suavidad—. Sé que pasa algo. Eres demasiado bueno en el aire como para caer de escasos cuatro metros. Dime qué pasó realmente.

   —Estoy embarazado, Kylia.

   La tranquilidad en la voz de Dyle no mermó el impacto de aquella revelación. Por un momento, Kylia se quedó mudo, procesando la noticia. Fue después de varios instantes cuando finalmente pudo hablar de nuevo. Estaba en shock.

   —¿Estás seguro? —preguntó. Dyle asintió ligeramente, para no lastimarse la cabeza otra vez.

   —Krista me lo confirmó antes de que llegaras—dijo—. Por eso pedí que me trajeran a este lugar. El trabaja aquí. ¡Nadie en el campamento debe saber esto, Kylia! ¡Nadie!

   —¡Maldición! ¡Rayos! —Kylia se bajó de la litera y tiró unos frascos que estaban en la mesa que había esquivado al entrar—. ¡¿Cómo pudo pasarnos esto?! —rumió—. Siempre somos muy precavidos.

   —No estoy seguro, pero creo que fue la noche que nos embriagamos junto a los demás chicos —opinó Dyle.  

   —¿La noche del triunfo contra la decima cuadrilla de los Bririos? —Dyle asintió.

   —Sí, esa noche. Estábamos tan ebrios que no fuimos cuidadosos. ¡Te corriste dentro de mí, Kyl!

   —¡Rayos! —Kylia se apoyó sobre la mesa y se frotó la cara. Estaban en gruesos aprietos. Los Shystan aceptaban las relaciones entre miembros activos de la milicia, pero en tiempos de guerra, los activos que se encontraran en acción debían guardar celibato o tener prácticas sexuales no penetrativas para evitar embarazos. En caso de no cumplirse esto, el ejército podía expulsar al uniformado o, en ciertos casos, degradarlos. En el mejor de los casos, el soldado recibía una licencia de siete meses, cinco por el embarazo (el embarazo de estos hombres duraba cinco meses), y dos de recuperación, pero luego tenía que pagar una dura indemnización a la armada; multas tan costosas  que podían incluso, dejarlos arruinados.

   Por eso, el gobierno prefería que entre los militares no se gestaran relaciones de pareja. Resultaba mucho más conveniente que los militares se juntaran con hombres alejados de la milicia. De esta forma, no se producían tantas bajas por paternidad dentro de las filas (los militares que convivían en relación de pareja con un civil preferían que fuesen estos últimos los que se embarazaran) y en caso de deceso del padre militar, el padre de la vida civil podía seguir haciéndose cargo de los hijos.

  Cuando se juntaban dos militares, en cambio, el riesgo de dejar niños completamente solos era altísimo. Los orfanatos estaban llenos de hijos de militares y con la guerra que se libraba en aquellos momentos, las cifras amenazaban con aumentar estrepitosamente.

   La data de abortos entre los militares también era escandalosamente superlativa. Pero poco se podía hacer para evitarlos.  En otros pueblos, las restricciones en torno a las relaciones entre militares sólo habían conseguido aumentar el número de desertores de la vida marcial. En algunos pueblos, ciertos ejércitos se habían reducido casi a la mitad y ello había provocado invasiones y saqueos.

   Los Shystan entonces, decidieron ser inteligentes y poner ciertas reglas a su gente, en vez de prohibiciones rotundas. Pero lo cierto era que con todo eso, los accidentes como el de Kylia y Dyle estaban a la orden del día.

   —¿Qué vamos a hacer? —pregunto Dyle. Era obvio a qué se refería—. Quiero tenerlo —agregó, llevando la mano a su vientre—. Si lo tengo, sería nuestro primer hijo.

   —Nuestro primer hijo —Kylia sonrió y se acercó a Dyle. Ambos eran altos y espigados, de tez blanca pero bronceada, y de contexturas fuertes y gráciles. Kylia tenía una melena castaña hasta media espalda; a veces la trenzaba para el combate y a veces no. Ese día llevaba los cabellos sueltos, y éstos se le pegaban al rostro debido al sudor. Por su parte, Dyle tenía cabellos rojizos, largos hasta un poco después de los hombros. A diferencia de Kylia, casi nunca se los soltaba. Para el combate siempre los anudaba con un listón del mismo color, o a veces, con una pañoleta que se ponía bajo el casco.  Con respecto a sus ojos, eran justamente uno de los detalles que delataba la relación de parentesco entre ambos (eran primos en segunda línea): Los dos tenían unos preciosos ojos celestes.

   —Quiero tenerlo —repitió en ese momento Dyle. Kylia lo sujetó por la cintura y se besaron.  

   —Si ese es tu deseo, lo tendrás —aseguró Kylia con sus labios sobre los de Dyle—. Vamos a solucionarlo, lo prometo.

   Se volvieron a besar.  A Kylia le encantaba besar a Dyle cuando este llevaba esa insípida barbita de cinco días. Raspaba de una forma muy excitante y viril. Como eran prácticamente de la misma estatura (Dyle un poquito más alto), podían besarse por horas sin cansarse. Como lo hacían cuando se alejaban del campamento para meterse entre los árboles. 

   Justamente, la noche que Dyle se quedó embarazado, se habían alejado de los otros chicos del campamento y se habían internado en el bosque. Kylia y Dyle se penetraban tomando siempre la precaución de correrse fuera del cuerpo de su respectivo amante, pero esa noche estaban tan ebrios que Kylia no alcanzó a retirar su miembro a tiempo y terminó en el interior de Dyle, mordiéndole en el hombro , como le gustaba hacer mientras le sacudía el orgasmo.

   Los chicos se separaron cuando otro hombre corrió la cortina que cerraba el cubículo entrando en éste. Se trataba de Krista, el médico amigo de Dyle.  Krista saludó a Kylia con una inclinación de cabeza y sonrió a Dyle. Traía unos frascos en sus manos; se los entregó a Dyle junto a algunas recomendaciones sobre cómo usarlos y Dyle agradeció con una sonrisa.  Krista lo miró a los ojos.

   —Bueno y… ¿qué has decidido sobre lo otro? —le preguntó.

   —Quiero… queremos tenerlo —respondió Dyle.

   —¿Seguro? —constató el facultativo—. Recuerda que no escuché aún el latido del corazón del bebé. Mientras no se escuche ese sonido puedes detener el embarazo legalmente. Si esperas más tiempo…

   —Sí, ya lo sé —Dyle inclinó un poco la cabeza y sintió una nausea. Se sentía terriblemente cansado y sólo quería dormir en la litera de su tienda, en el campamento.  Krista pareció comprenderlo perfectamente y por ello despreocupó al chico dándole una palmada en el hombro.

   —Vamos, ve a descasar —le ordenó— Te daré una licencia de un par de días por lo del golpe en la cabeza. Piensa con calma… piensen ambos en calma lo que quieren hacer. Ven a verme cuando quieras; siempre estoy por estos lares.

   —Gracias Krista —Kylia le agradeció con un apretón de brazos y ayudó a Dyle a ponerse en pie. Krista quería a Dyle como un hijo, pues en el ejército se había hecho amigo de uno de sus padres, quien también había sido militar. Pero un suceso desafortunado acabó llevando a Krista a la expulsión de la milicia y a su degradación social. El padre de Dyle lo apoyó y le siguió ayudando a pesar de esto, y Krista nunca lo olvidó. Cuando el padre de Dyle murió, Krista apoyó a su viudo y a sus hijos, tratándolos como a los hijos que nunca tuvo.

   Ahora Krista era un hombre cansado y viejo, pero seguía preocupándose por los hijos de su difunto amigo y ayudándoles cada vez que podía. Por eso, Dyle había acudido a él cuando sospechó que ese mareo que lo había tumbado de la polea era algo más que un simple sofoco por el calor. Y no se arrepentía de haberlo hecho.

   —¿Piensas que Krista tiene razón? —preguntó Dyle cuando él y Kylia llevaban recorrido medio camino de regreso.

   —¿A qué te refieres? —inquirió Kylia deteniendo un poco el paso.

   —Me refiero a lo de que debo pensarme mejor lo de tener o no al niño —anotó Dyle. Sus manos se enroscaron en la cintura de Kylia y se apoyó en su espalda, pues iba sentado detrás de él, en la misma montura—. ¿Opinas igual que él? —insistió—. ¿Crees que me lo estoy tomando muy a prisa?

   Kylia dio un resoplido y azuzó el caballo hacía la sombra de un gran olmo. Allí se dio media vuelta y confrontó a Dyle cara a cara.

   —Si, Dyle —aceptó—. Creo que Krista tiene razón. No me malentiendas… yo… yo también quisiera que tuvieras al niño pero… sé cuanto has luchado por resaltar en el ejercito.  Si nos descubren… bueno, ya sabes… podrías perder todo eso.  

   —¿Entonces… crees que es mejor que…?

   —Lo mejor no, pero… —Kylia hizo una pausa — sí creo que es lo más conveniente. ¡Estamos en plena guerra, Dyle! Nuestros comandantes no te dejaran licenciarte con multa. ¡Van a expulsarte y lo sabes! Míranos —alzó ambos brazos para que se vieran sus sencillas togas y la sencilla coraza que llevaba puesta, igual a la de Dyle—. Somos simples soldados rasos, Dy… Ellos no tendrán compasión… no la tendrán.

   Dyle asintió y se abrazó fuerte a Kylia. Sabía que éste tenía razón. Para conseguir licencia con multa había que tener cierto nivel entre la milicia, nivel que ni él ni Kylia habían conseguido aún, pues todavía eran muy jóvenes. Sabía que cuando descubrieran su estado lo expulsarían sin remedio y su carrera marcial estaría acabada sin haber siquiera empezado realmente. Tal como se bifurcaba el camino por el que transitaba en ese momento, se bifurcaba también la vida de Dyle. No le quedaba otra que escoger entre una de dos opciones, pues  la opción de quedarse con las dos cosas que anhelaba era prácticamente nula.

   —Dyle, estas cansado, adolorido, insolado y tienes un golpazo en la cabeza —le dijo con amabilidad Kylia, acariciándole suavemente la cabeza—. Volvamos al campamento, come algo, duerme un poco, reposa y luego vernos qué pasa. No tienes que decidir nada ahora —aseguró.

   —¿Me apoyarás sea cual sea la decisión que tome? —quiso saber Dyle, antes de que emprendieran de nuevo la marcha. Kylia agarró a Dyle por ambas lados de la cara y lo besó en los labios.

   —Te apoyaré por completo decidas lo que decidas, Dy. Te lo prometo.

   —¿Y si llego a pedirte que me encubras, arriesgando así tu propia carrera? ¿Lo harás?

   —Sí, lo haré —Dyle miró a Kylia a los ojos; en ellos había resolución y honestidad.  Emocionado por ello Dyle tomó a Kylia por la nuca y lo besó.

   —Es posible que te lo pida, Kyl… es posible que te pida que me encubras porque de veras siento que quiero quedarme con este bebé… y no quiero dejar el ejército tampoco —le dijo, con sus labios sobre los de Kylia.

   Se volvieron a besar y entonces retomaron la marcha.

   En la noche se preparó una gran cena en el campamento. Un alto mando había regresado con importantes prisioneros políticos de Bririos, y los Shystan celebraban por eso.

   —¡Por Elyon, nuestro gran dios, que aplastaremos a esos cerdos! —gritó uno de los Comandantes mientras regaba parte del vino que bebía de una gran copa.

   —¡Por Elyon! —rugieron los demás hombres y comenzaron a entonar una canción frente a una gran fogata. La mayoría de ellos estaban borrachos, pero intentaban acompañar a la voz gutural que cantaba, haciendo sonar cualquier cosa que se encontraran a su paso.

   —¿Dónde está Dyle? ¿Ya se recuperó del golpazo que se llevó esta mañana? —interrogó uno de los hombres a Kylia. Este señaló una de las tiendas del campamento y justo en ese momento, Dyle salió de la carpa con rumbo a uno arboles cercanos.

   A pesar de la distancia, tanto Kylia como su acompañante pudieron darse cuenta de que el muchacho vomitaba.

   —Parece que aún no ser recupera del todo —opinó el acompañante de Kylia. Este asintió y se puso de pie.

   —Ya vuelvo —dijo.

   Cuando llegó a la altura de Dyle, Kylia le tendió un poco de agua en una múcura pequeña, para que se secara la boca. Dyle la aceptó y se enjuagó.

   —Me siento fatal —aceptó ante lo evidente. Kylia asintió recibiendo la múcura de regreso.

   —¿Por qué no te recuestas de nuevo? —le propuso—. Le diré a los demás que aún estas conmocionado por el golpe y que no te unirás a las celebraciones de esta noche, así podrás descansar.

   Dyle soltó una risita altanera.

   —¿Y qué les dirás luego?—preguntó con altanería—, ¿que he pescado una enteritis…? ¿Y luego? ¿Qué les dirás luego, Kylia? ¿…que tengo los intestinos inflados o piedras en el hígado?  ¡Esto no se me va a pasar en una puñetera noche! —bramó.

   —¡Ya lo sé! —Kylia se enfado por los gritos de Dyle y terminó estrellando la múcura contra un árbol—. Pero… ¿qué quieres que haga? —inquirió—. Siento mucho, siento mucho haberte dejado preñado. ¿Eso es lo que quieres que te diga?

   —¡Púdrete, Kyl! —Dyle le dio la espalda a Kylia con toda la intensión de regresar a la tienda, pero en ese momento otro hombre salió de unos matorrales y se acercó hasta ellos con una sonrisa.

   —¡Lo sabía! —exclamó, soltando una carcajada—. ¿Cuánto tiempo tienes, Dyle? ¡Están bien jodidos!

   —¡Calla, Vine! —le riñó Kylia, y lo empujó hacia ellos—. Nadie más puede enterarse de esto, ¿me oyes? ¡Nadie!

   —Ya… ya —le calmó Vine—. Por supuesto que no diré nada, pero… ¿Qué piensas hacer, Dyle? No es precisamente un buen momento.

   —Ya lo sé —Dyle se recostó contra el árbol que Kylia había azotado con la múcura y se pasó las manos por la cara—. Hasta esta mañana estaba muy seguro de querer tenerlo, pero ahora, sinceramente, no lo sé. Me siento terrible.

   —Si sigues así no podrás ocultarlo mucho tiempo —apuntó Vine—. Tienes que tomar una decisión rápido. Entre más tiempo pase más difícil será esconder el problema.

   Kylia y Dyle asintieron. Vine había tenido un hijo hacía poco, durante uno de sus periodos de descanso, y por lo tanto, se había podido incorporar al servicio activo sin ningún problema luego de cumplir con su periodo de paternidad. Vine estaba casado con un agricultor vinícola, pero le había tocado embarazarse debido a que su conyugue había sufrido un penoso accidente que le imposibilitaba gestar niños.  Ahora, el muchacho era padre de un pequeño de año y medio, del que su esposo cuidaba mientras Vine estaba en el servicio.

   —Bueno… me voy con los demás. Si necesitan algo, sólo avísenme —ofreció—. Les ayudaré en lo que pueda.

   —Gracias, Vine.

   Vine se retiró y Kylia se acercó a Dyle. Seguía airado por el comportamiento de éste último, pero no quería pelear con él. Comprendía que Dyle se sintiera ofuscado y confundido, pero tenía que entender que él sólo intentaba ayudarle y respaldarlo. No quería convertirse en otro problema para Dyle, pero no sabía cómo ayudarlo.

   —Volveré a ver a Krista pasado mañana —dijo entonces Dyle.

   —¿Le pedirás que…?

   —Le pediré que me de algún remedio para las nauseas —detalló con fastidio—. Sobre tener o no al niño aún no me decido. ¡Por Elyon, Kyl! Apenas me he enterado hoy; necesito más tiempo.

   —Está bien, está bien —Gentilmente, Kylia lo volvió  a abrazar—. Te acompañaré si quieres —le ofreció. Pero Dyle negó con la cabeza.

   —No será necesario. Hay mucho que hacer por aquí y hoy ya pediste un permiso para ir a verme cuando me caí. Iré solo. Estaré bien.

   —Perfecto —Kylia estrechó a Dyle y se besaron —. Sólo quiero que sepas que no tienes que pasar por esto tu solo. Estoy aquí y te apoyaré. Te amo, Dy.    

   —Lo sé.

   Con un último beso, Dyle se despidió de Kylia y se aventuró de nuevo hacía la carpa. A medio camino, uno de los hombres de la guardia del Comandante de guarnición se le acercó y le habló por cerca de dos minutos.

   Kylia se había sentado junto a la fogata. Cuando vio que Dyle se iba con aquel hombre y que luego, ambos entraban a la tienda del Comandante, el corazón le saltó en el pecho. Por cerca de media hora, se mantuvo en total zozobra y luego, cuando vio la cara con la que volvía Dyle, sintió que iba a vomitar el pequeño trozo de cordero que se había alcanzado a comer.

   —¿Qué ha pasado? —le preguntó mientras avanzaban hacía la tienda de Dyle—. ¡Por Elyon! ¡¿Ya lo saben, verdad?!

   —No, no lo saben —Dyle se tiró sobre su litera y resopló con fuerza.

   —¿Entonces por qué te han llamado? —inquirió Kylia, jadeante.

   —El Comandante quiere que me una a la quinta tropa en un combate que se librara en el segundo fuerte de la ciudadela de Treos. Saldremos en tres días.

   —¡¿Qué?! —Las piernas de Kylia temblaron y su rostro bronceado se puso blanco como la harina—. ¿Qué el Comandante quiere qué? —pidió que le repitieran—¡Eso es un puto suicidio! —afirmó.

   —No lo es —aseguró Dyle—. Los prisioneros han revelado que ese lado de la muralla es el más débil  en estos momentos. Es por eso que el Comandante quiere aprovechar la toma del fuerte para desde allí dirigir nuestras operaciones con miras a la muralla principal. Si logramos eso, Treos  será nuestra, Kylia. Esos malditos Bririos se van a cagar.

   —¿Y por qué el Comandante te quiere con ellos? —señaló Kylian.

   —Porque sabe que soy experto en ingeniería y que gran parte de mis conocimientos los recibí de los  mismos Bririos, antes de que empezara esta  guerra —contestó Dyle—. El Comandante quiere el menor daño a las estructuras de la ciudadela durante los ataques y quiere que descubra los túneles de acceso a la parte central de la ciudad. Está seguro de que un inmenso botín  nos espera.

   —Un inmenso botín… —repitió Kylia como atontado.

   —Un botín y un asenso —Dyle se sentó sobre la cama y le dedicó una sonrisa a Kylia—. Kyl, el Comandante ha dicho que luego de esta operación me dará un descanso y un asenso. ¡¿Puedes creerlo?! —exclamó emocionado—. ¡Es perfecto! Para cuando se me noté el embarazo estaré de descanso y todos pensaran que lo concebí estando en receso. No tendré sanciones, ni multas y mucho menos seré expulsado. ¡¿Kyl?! ¡¿Kyl?!… ¡¿Kyl, me estás oyendo?!

   Ante la inexpresividad de su pareja, Dyle se puso de pie y lo miró fijamente. Kylia seguía tan pálido como un muerto, y la luz del candil que colgaba de la tienda ponía dicha palidez en total evidencia. Después de unos minutos de silencio, Kylia dio media vuelta y salió de la tienda. Dyle lo siguió, presintiendo lo que el otro iba a hacer. ¡Ese tonto de Kylia iba a arruinarlo todo!

   —¿Qué haces? ¿A dónde crees que vas? —lo detuvo tomándolo de un brazo. Kylia se soltó con brusquedad, mirándolo con ojos de fiera.

   —¡Voy a contarle todo al Comandante! ¡No permitiré que te suicides de una forma tan imbécil!

   —¡¿Cómo?! ¡¿De qué mierda hablas?! ¡Ni se te ocurra!

   —¡Eres un imbécil si crees estar en forma como para entrar en batalla!

   —¡Llevo meses en batalla! —se ofendió Dyle.

   —¡No, llevas meses tras la barricada! —le corrigió Kylia—. Y así seguirá siendo si consigo convencer al Comandante de que no te expulse y me deje pagar la multa por tu embarazo.

   —No harás eso —Dyle se abalanzó contra Kylia intentando detenerlo, sin embargo, seguía tan débil por las nauseas y por la caída de la mañana que terminó de bruces contra el suelo mientras el resto de la tropa departía entre risas y algarabía.

   —Lo siento, Dyle, pero es lo mejor —le dijo Kylia con pesar, poniéndose de nuevo en marcha.

   —¡Espera, Kyl! —gritó Dyle desesperado, pero el otro hombre ni siquiera volteó. Totalmente abrumado, Dyle se puso de pie y volvió a su tienda, haciendo un revoltijo total dentro de ella —Vamos… vamos, ¿dónde están? —se preguntaba mientras rebuscaba entre unos arcones —¡Aquí está! —exclamó cuando encontró lo que buscaba.

   Dyle observó aquella arma y sonrió. Se trataba de una diminuta ballesta que el mismo había fabricado y que usaba de vez en cuando para cazar animales pequeños. El arma se usaba con pequeños dardos que inoculaban ciertas sustancias paralizantes o somníferas.  Dyle tenía de estos últimos junto a su ballesta, y sin pensárselo más la preparó y salió de su tienda.

   —Lo siento mucho, Kyl —susurró mientras le apuntaba desde la distancia. Cuando  Kylia estaba a punto de llegar a la tienda del Comandante, Dyle afinó su puntería y disparó.

   Al instante, vio caer el cuerpo de Kylia, inconsciente por el somnífero y sonrió. Los soldados que se encontraban cerca corrieron y lo auxiliaron. Cuando Dyle llegó hasta el lugar, Kylia estaba rodeado por casi dos docenas de hombres.

   —¿Qué pasó? ¿Qué le sucedió a Kylia? —preguntó haciéndose el desentendido.

   —Parece que un bromista le ha disparado esto  —señaló uno de los hombres retirando el dardo del cuello de Kylia.

   —Es un dardo —dijo otro—. ¡¿Nos atacan?!

   —No, no es un ataque —aseguró otro hombre—. Debió ser alguno de los que están borrachos haciéndose el listo.

   —Pues si esta es la puntería de un borracho, no quiero verlo sobrio —dijo el Comandante saliendo de su tienda—. Vamos, retiren a este hombre de aquí. Y ya paren este festín. Se acerca otra gran batalla y no los quiero con resaca.

   —Como ordene, señor.

   Unos hombres tomaron el cuerpo de Kylia y lo llevaron a su tienda.

   —No despertará en días —dijo uno de los soldados—, conozco ese tipo de somníferos y son muy potentes.

   —Es verdad —convino otro—. Pobre Kylia. ¡Estúpidos cerdos borrachines y ociosos!

   Entonces, Dyle vio como metían a Kylia a su tienda y pidiendo permiso al líder de la guarnición se quedó acompañándole.

   Una vez en la cama, Dyle besó a Kylia en la boca y veló su sueño.

   —Lo siento, Kyl, pero no me dejaste más opción —le susurró mientras le frotaba la barba—, debes confiar más en mi. Voy a lograr que estemos bien. Lo prometo. Estaremos bien… los tres.

 

Continuará…

  

 


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