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Deuda de sangre por Kleine Marionette

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Notas del fanfic:

Saint Seiya Lost Canvas es de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi

La luna llena brillaba desde el cielo madrugador, en su lucha eterna contra los primeros rayos del sol. Todavía arrojaba su luz mística a través de las copas de los árboles, cubriendo con su manto plateado el suelo del bosque, nada quedaba oculto.

Una figura jadeante corría a través de los arboles. Una y otra vez tropezando y apresurando frenéticamente el paso para reanudar su curso. Corría huyendo en pánico, ignorando el camino, justo a su lado una bestia amarilla, casi dorada, le perseguía.

Era un joven, casi un niño. Sus grandes ojos azules buscaban un lugar donde esconderse, sabiendo muy bien que no podía vencer a esa criatura. No existía escape. ¿Por qué siguió a su padre? Al frente apareció un tronco que bloqueaba el camino. Sin desanimarse se levantó del suelo y saltó sobre el tronco, para estar de vuelta al otro lado y continuar su vuelo. Detrás resonó un aullido feroz que hacía helar la sangre, estimulando a correr más.

Cuando llegara a la aldea estaría a salvo. Esa criatura no le perseguiría. Con eso en mente corría para llegar allí. Y de esa forma, su pesadilla acabaría. Su respiración era fuerte y se tropezaba a menudo más que antes. Finalmente vio la salvación hacia el borde del bosque. Pronto estaría en casa. Podía ver el humo emanando de la chimenea. Sin embargo, su esperanza era engañosa como advirtió poco después.

Justo antes de llegar a la linde del bosque la criatura apareció ante él, no era nada comparable a lo conocido. El joven se tambaleó hacia atrás y chocó contra un árbol. No, ¡no podía ser! No tan cerca de su meta.

La criatura se limitó a mirarlo, como si tuviera todo el tiempo del mundo. A primera vista parecía un lobo, pero observándolo más de cerca era mucho más grande de lo que podía ser un lobo. En los ojos de la bestia resplandecía un fuego ardiente, dando a entender a su victima que todo esfuerzo sería impotente. Pero el joven no se daría por vencido, todo lo contrario, con un gran esfuerzo fue a por la bestia. No moriría tan cerca de la meta. No, no se rendiría. Con un grito salvaje, sacó un puñal y se abalanzó sobre el lobo.

Este miró al chico inmóvil y evadió elegante su ataque. El joven tropezó y no necesitó más la criatura. Ahora, con los dientes al descubierto, el lobo saltó a su presa y sus mandíbulas se cerraron alrededor del cuello. Con un débil traqueteo cayó el cuerpo inerte, un colgante en su cuello resplandecía con gotas iridiscentes de sangre.

Otra bestia de larga cabellera oscura y azulada apareció entre los ramajes, escuchando el fuerte aullido mortal del lobo dorado, y detrás, un pequeño cachorro de cabellera plata y otro de cabellera azabache.

x

Al mismo tiempo un niño despertó en la casa. Respiró con dificultad, se sentó y tocó su pecho. Miró por la ventana. Pronto saldría el sol, "¿Por qué desperté con este horrible presentimiento?" Aullidos de lobos resonaron desde la distancia. "Hoy, están muy cerca..."

Esperó pacientemente la respuesta de su hermano, con quien compartía su habitación. Cuando esta no vino, bajó de su cama y fue a la suya. Pero sólo sintió el vacío colchón de paja. "¿Dónde estás?"

Sacudiendo la cabeza, encendió la vela al lado de su cama. Se puso los zapatos y abrió la puerta en la entrada de la vieja casa de campo. Avanzó por el pasto llamando a su hermano.

Después de algunos metros, encontró algo que llamó su atención. Una cinta con la vaina de una daga. El joven decidió buscarlo. Cogió una de las antorchas y con la mano libre cogió un palo largo. Así salió de la casa y miró a la linde del bosque llena de niebla. Podía distinguir un leve movimiento.

El chico corrió al borde del bosque, esperando que el movimiento vendría de su hermano y no por un conejo u otros animales silvestres. Cuando por fin se adentró en los ramajes, permaneció inmóvil. La visita no era de su hermano, era un lobo de espesa cabellera. Pero tan grande como nunca vio antes. Los músculos se destacaron justo bajo el sedoso pelaje del animal. Irradiaba una gracia y una agilidad que le atraía, y al mismo tiempo, un espíritu depredador que le hizo jadear. Ese lobo era hermoso.

El animal levantó la cabeza y miró al chico fijamente, grandes ojos azules relumbraron.

No, eso no era un lobo. Ningún lobo tenía los ojos así.

La bestia gruñó mirando al recién llegado como advertencia. A pesar del temor que el niño sentía, podía percibir la inteligencia brutal en los ojos del animal. Desde los arbustos otra de las criaturas dio unos pasos hacia él, sus dientes letales estaban al descubierto. En ese momento los rayos del sol cayeron en las primeras colinas. El lobo dorado lamió la sangre de su hocico, tomó uno de los cachorros en su mandíbula y con un gruñido se introdujo entre los arbustos, siendo seguido por el cachorro azabache.

La otra bestia dio un paso atrás y miró a su alrededor, confundido por el sol, para luego desaparecer en la protección del bosque junto a su manada.

El joven aún sorprendido caminó lentamente hasta el punto donde habían estado las criaturas. Pero justo antes de llegar allí, vio algo que le hizo olvidar todo inmediatamente. Náuseas subieron en él. En el suelo yacía un joven, desfigurado de la manera más cruel, y sin embargo, supo de inmediato quién era. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y sus piernas cedieron.

Con un golpe seco, se dejó caer de rodillas—. No... —Tomó a su hermano entre sus brazos, apretándolo contra su pecho.

Notas finales:

 licántropos, cazadores y vampiros... 


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