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Ángel Guardián por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

IMPORTANTE: En esta historia existen dos narradores (distintos puntos de vista) : Uno escribe con letra normal (Asderel) mientras que otro escribe con negrita (Eliot) 

Ufff tanto tieeempo sin subir nadaa D____D siento mucho la demora pero últimamente se me hace tan dificil escribiiir u.u

Pero aquí hay otro capítulo, es cortito pero espero que les guste :D esta cargado de Gore y un poquito de amor
Como siempre cualquier error o falta ortográfica  haganmelo saber :D 

Muchas gracias por su atención <3

Capítulo 10: El Heredero de Dios






Todo lo que vino después para mí es confuso. El chico que estaba tirado en el suelo apenas lograba balbucear cortas palabras y de entre todas ellas hubo una que hizo estremecer completamente a Asderel.

- ¿Quién te hizo esto, Gabriel?- Repetía Asderel preocupado mientras tomaba entre sus brazos a su amigo, quién parecía una hoja al viento a punto de quebrarse en mil pedazos.

- Mi…- Comenzó el ángel caído. Su voz parecía cansada y daba la sensación de que su garganta estuvo a punto de ser arrancada, apenas podía elevar un poco el tono para que Asderel le escuchara.

- ¡Dime!- Rogaba Asderel mientras zamarreaba suavemente a su amigo para mantenerlo despierto.

-Mi…Miguel-  Balbuceó apenas.

Tan solo este nombre fue suficiente para congelar a Asderel. Su cuerpo entero se tensó y sus manos parecían temblar levemente, se veía asustado.

- Lo he liberado, Asderel- Dijo con sus ojos celestiales fijos en el suelo, casi como pidiendo disculpas. Asderel sonrió y puso una de sus manos sobre la cabeza de su amigo.

- N…No…- Dijo Gabriel mientras torpemente intentaba apartar la mano de Asderel de su frente.

- N…No lo hagas, no es necesario- Insistió Gabriel. Asderel le miró con ojos enternecidos, su sonrisa se mantenía tal cual.

- Claro que sí- Dijo y cerró sus ojos. Los ojos azulados de Gabriel también comenzaron a cerrarse lentamente, aunque a ratos parecía volver a abrirlos, cómo si le hubiesen inyectado una somnífera droga y él estuviese haciendo todo lo posible para mantenerse despierto. Pero todo fue en vano, en un par de segundos el dañado ángel se hallaba profundamente dormido.

Fue como si Asderel le hubiese hecho dormir ¿Acaso tenía poder para hacerlo? Una vez le oí a Azariel decir que Asderel tenía control sobre el Plano Astral y los sueños. Recordé como después de mi intento de suicido él entro en mis sueños y apareció ante mí. Recién me estaba dando cuenta, Asderel poseía poderes en los que jamás había puesto atención.

Todo lo demás pasó muy rápido. Decidimos que yo iría junto a Daemon y Abel mientras que Asderel cargaba al herido Gabriel en su espalda. Parecía de vida o muerte, por lo que la velocidad que alcanzamos en los aires era muy alta y apenas podía respirar con el viento golpeándome la cara y el pecho.

El tiempo pasó excesivamente rápido. Pareció que en cosa de minutos estábamos de vuelta en Berlín. Llegamos a la casa de Daemon y Abel y con apuro recostamos a Gabriel en una de las camas. Estaba realmente pálido, su piel parecía papel a punto de trisarse. Aún dormía bajo el hechizo de Asderel pero estaba ardiendo en fiebre, su cuerpo estaba lleno de heridas y marcas y a ratos su cuerpo se estremecía en pequeñas e incómodas convulsiones.

Asderel estaba realmente preocupado. Parecía que la situación se había escapado de sus manos, ni él, ni yo, ni Daemon y Abel sabíamos que hacer.

- Miguel…lo he liberado, Asderel-

 
Las palabras de Gabriel retumbaban en mi cabeza una y otra vez. Jamás conocí Ángel o Demonio que fuese capaz de hacer un daño tan grande, hiriendo más allá de lo físico.

Gabriel estaba completamente destruido por dentro.

En mi época en el Cielo solo una vez oí sobre alguien que podía destruirlo todo. El primer ángel creado, se dice que incluso es capaz de derrotar a Lucifer: Miguel.

Él primer arcángel de la historia, la misma divinidad encarnada. Un ángel tan fuerte que su poder bordeaba lo incontrolable. Él lideró el Ejercito del Cielo en la rebelión de Lucifer y él se encargó de llevarlo a la derrota. Con un poco de su poder partió la tierra en dos y en medio de una lluvia de sangre dejó caer y hundirse en las profundidades a Lucifer y al resto de los Ángeles Caídos. Fue una verdadera masacre.

Era tanto su poder y fuerza que él mismísimo Dios tuvo miedo de él y encerró su espíritu e hizo que este vagara en la nada por siempre, sin poder escapar. Ahora parecía estar libre de nuevo y con sed de venganza. Seguramente quiere su poder de vuelta, el poder que le corresponde por ser el auténtico heredero del Cielo

El verdadero hijo de Dios.


Pasaron quince días para que Gabriel recuperara la conciencia y cinco más para que pudiera hablar. Su recuperación fue lenta y dificultosa, él parecía realmente devastado tanto física y psicológicamente, su ego estaba por los suelos y no podíamos hacer nada por evitarlo.

Durante ese tiempo mi relación con él comenzó a estrecharse. Me contó que fue él el que desterró a Asderel a la tierra y me confesó lo arrepentido que estaba por ello. A veces se culpaba demasiado a sí mismo y decía que todo lo que estaba pasando era por su error.

Mientras tanto Asderel intentó explicarme que una amenaza muy grande vendría  y que debía cuidarme, así que comencé a asistir a las clases de Daemon y Abel para aprender un poco de ellos y de las nuevas habilidades que el ser humano podía cultivar, como la telequinesis y la lucha cuerpo a cuerpo.

Todos los días Asderel llegaba hasta la habitación de Gabriel para curar sus alas. De la misma forma en la que me curó a mí cuando fui atacado por los lobos en el bosque cercano al orfanato. Gabriel evolucionaba lentamente y cada vez su imagen destrozada y herida comenzaba a quedar atrás.

Todo parecía estar en una completa calma hasta esa noche. La noche donde comencé a tener horribles pesadillas.

Sabía que Asderel manejaba el Plano Astral y que siempre estaba atento a mis sueños mientras dormía, así que cada vez que lo hacía me sentía infinitivamente seguro.

Siempre tenía sueños apacibles. Viajábamos a algún lugar desconocido y teníamos divertidas aventuras, visitábamos lagos y océanos de aguas claras y grandes montañas, a veces llegábamos hasta lo que parecía ser otro planeta. Asderel siempre me decía la mañana siguiente que todo lo que vivimos en el sueño de la noche anterior era verdad, yo solo reía, aunque en el fondo de mí le creía.

Pero esta vez fue distinto. Era la noche de un viernes, había luna llena. Yo había estado entrenando todo el día por lo que apenas el satélite blanco y las estrellas asomaron en el oscuro cielo me dormí como un bebé. No tardó en aparecer ante mí un paisaje nuevo: Un desierto, tan seco y árido como ninguno, tan silencioso que ni la mínima ráfaga de viento podía ser oída, solitario como la nada. En un principio pensé que era un nuevo lugar que Asderel quería mostrarme, pero me equivocaba. Esta vez él no estaba conmigo, no sentía su presencia junto a mí. Estaba solo en un lugar desconocido y desagradable.

De pronto el cielo comenzó a tornarse rojo. Recordé la visión que había tenido gracias a Asderel, era exactamente lo mismo. Las nubes comenzaron a llenarse de sangre y en poco tiempo el líquido comenzó a caer precipitadamente, llegando a mi rostro aún ardiente y fresca. Comencé a correr mientras buscaba un lugar donde refugiarme, pero no había absolutamente nada allí. El plano sendero del desierto era igual desde todos sus ángulos. Mientras más avanzaba más grande era la sensación ante mis ojos de que el paisaje se estaba repitiendo una y otra vez.

Corrí y corrí sin parar hasta que la lluvia cesó. Estaba empapado, toda mi ropa y mi cuerpo estaban salpicados de sangre. Estaba sudando también, tenía sed y apenas podía respirar. Ni siquiera había viento ni brisa que pudiera refrescar mi rostro. No sentía calor ni frío, todo estaba plano y comenzaba a desesperarme. Estaba atrapado en la nada y estaba completamente solo.
Me senté e intenté de calmarme. Me concentraba en intentar de despertar.

- Despierta, Eliot…Despierta…-  Repetía una y otra vez, sin tener efecto alguno.

- ¡Despierta, por favor!-  Grité al borde de la desesperación. Nada funcionaba.

Me sentía cansado y somnoliento. Dejé de luchar por intentar volver a despertar y me dormí ¿Suena extraño? ¿Dormir dentro de un sueño? No lo es. La verdad es que todo lo que pasó después no pudo ser un sueño.

No sé cuanto fue lo que dormí pero pareció mucho tiempo. Cuando desperté todo estaba exactamente igual a cuando caí en sueño. Miré un pequeño reloj que en ocasiones llevaba en mi muñeca. Las agujas no avanzaban, estaban completamente congeladas. No recordaba que el reloj estuviese estropeado, de hecho estaba casi nuevo. ¡Ahora lo entendía todo! El paisaje monótono y el ambiente quieto.

 ¡El tiempo estaba completamente detenido!

Llevé mis dedos a mi otra muñeca, luego desesperadamente los llevé a mi cuello. No tenía pulso, todo estaba detenido en mí también, incluso mi corazón había parado de latir. ¡Quería salir de allí!

De pronto delante de mis ojos se atravesó una visión. Fugaz y casi sin percatarme como llego ahí, una silueta destacaba en el monótono paisaje. Una figura alta, de casi unos dos metros. Una intensa luz le rodeaba y apenas me dejaba verle. Me acerqué un poco, pensé que podría ser Asderel que venía a rescatarme. Parecía más cerca de lo que realmente estaba de mí. Mientras más me acercaba más comenzaba a aflorar en mí un sentimiento de desconfianza y un fastidioso dolor en el estómago, aún así seguí mi paso. Caminé durante varios minutos antes de poder llegar a él. Cuando me hallé a un par de metros un campo magnético me atrajo a él sin que yo pudiera evitarlo, hundiéndome y quedando atrapado en el vivo resplandor que le rodeaba.

Sin darme  cuenta estaba frente a él. No sabría decir exactamente qué es lo que vi. Era alto, su cuerpo parecía joven aunque sus ojos aparentaran todo lo contario. Eran ojos maduros y decididos, me pareció ver un leve destello de rencor en ellos. Tenían un color violeta intenso, de ellos parecía escurrir pequeñas llamas del mismo color. Eran hermosos, los más bellos que he visto.

Puso ambas manos sobre mis hombros y me miro de frente. Me percaté que su piel era pálida, más blanca que la nieve, casi cadavérica. Jamás había visto una piel tan blanca como esa, las venas azules estaban notoriamente marcadas. Estaba completamente desnudo y en todo su cuerpo resaltaban contrastados tatuajes color dorado que brillaban como oro. Desde sus pies hasta su rostro, todo su cuerpo estaba lleno de ellos. Parecía que las marcas en su piel quisieran decir algo, todas ellas eran extraños símbolos y letras que no lograba entender. Parecidas al hebreo, las escrituras sobresalían de su cuerpo como resaltan los kanjis de un pergamino. Toqué con la punta de mis dedos lo más suave posible los tatuajes en su rostro. Estaban ardiendo, como heridas recién hechas con algún objeto corto punzante, rompiendo su piel y dejando dolorosas perforaciones en ella. Me estremecí un poco al rozarlas, se veían muy dolorosas.

Su cabello era largo, tanto que tocaba el suelo arenoso del lugar. Era color blanco, incluso más blanco que el cabello de Mefistófeles. Tan blanco como su piel. Su pelo también brillaba con luz propia.

Él mantenía firme sus ojos en los míos y yo no podía alejar la mirada de esas esferas violetas. Me estaba hablando, aunque sus labios pálidos se mantenían completamente sellados. Sentía su voz, extrañamente masculina y suave a la vez resonar en mis oídos. Pero no lograba entender ni una sola palabra de todo lo que me estaba diciendo. De pronto sus labios se abrieron. Pronunció una frase que no alcance a escuchar. Tapé mis oídos, su voz me parecía sumamente molesta, como un pitido horrible. No era como en mi cabeza. No era una voz humana, era mucho más que eso, intolerable a mis oídos que no tardaron en comenzar a sangrar. Tomó mis hombros más fuertes y continuó hablando. Comencé a sentirme sumamente mal, sentí mareos y nauseas y un fuerte dolor de cabeza comenzó a azotarme.

-  ¡Detente, por favor!- Gritaba desesperadamente mientras sacudía mi cabeza de un lado a otro, sin sacar las manos de mis oídos que se desangraban más y más. El tacto de sus manos en mis hombros comenzó a quemarme, a desintegrar mi  ropa y a entrar en lo más profundo de mi piel. Como si sus dedos estuviesen hechos de fuego puro, extensas quemaduras comenzaron a escurrir de mis hombros, extendiéndose hasta mis antebrazos, pasando levemente por las muñecas, dejando manchas negras a su paso. Él seguía hablando y seguía hiriéndome. Sus ojos violeta seguían mirándome fijamente, sin yo poder escapar de ellos.

- ¡Eliot!-  Comencé a escuchar mi nombre en la lejanía. No era la voz de la criatura que tenía frente a mí, era otra.

- ¡Eliot! ¡Despierta!- Comencé a escuchar más fuerte. La voz pertenecía a Asderel. Estaba salvado.

- ¡Asderel!- Grité intentando llamarlo.

- ¡Eliot, por favor! ¡Despierta!- Su voz comenzaba a llevarme otra vez a la realidad. La imagen del chico de ojos violeta comenzaba a mostrarse borrosa ante mis ojos.

- ¡Despierta! – Escuché desesperadamente de la boca de Asderel. Abrí mis ojos. Mi corazón latía como jamás lo había hecho, tanto que podía sentirlo palpitar en todo mi cuerpo. Mi respiración entre cortada delataba mi pesadilla.

- ¡¿Qué te ha pasado?!- Gritó Asderel abalanzándose sobre mí y abrazándome. Aun en estado de shock me aparté de él y me puse de pie, deteniendo mi figura ante un gran espejo.

El dolor llegó a mí en el momento que me vi reflejado en el cristal. La sangre que goteaba de mis oídos llegaba hasta más abajo de mi cuello. No había sido solo un sueño, todo lo que viví en ese desierto era real. Mis hombros y mis brazos estaban casi completamente negros. Sentí otra vez la agonía y el dolor de escuchar la voz de la persona que había visto en mi pesadilla. Sus palabras indescifrables aún entraban y me quemaban por dentro. Llevé de nuevo las manos a mis oídos y caí desequilibrado al suelo. Asderel corrió a mi auxilio.

- ¡Has que se detenga! ¡Has que se detenga!  ¡Por favor! – Repetía una y otra vez mientras le mostraba mis manos ensangrentadas, clavando mis ojos llenos de lágrimas en los de Asderel. Jamás le había visto tan desesperado. Sus ojos acongojados e entristecidos no sabían qué hacer.

- Cálmate…Eliot- Decía  nerviosamente mientras con las manos temblorosas  intentaba frenar mis bruscos movimientos, me estaba retorciendo del dolor. Incluso en la realidad eran mucho más fuerte que en el sueño. No lo soportaba más, todo mi cuerpo estaba retumbando y ardiendo por dentro. Desde la punta de mis pies hasta el último cabello de mi frente.

Sin que yo pudiera controlarlo lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos que comenzaban a dolerme también. No sabría describir el horror que vi en el rostro de Asderel cuando me vio llorando. Desesperadamente llevó sus dedos a mis mejillas e intentó secar las lágrimas. Cuando miré la punta de sus dedos me percaté. Desesperadamente yo también llevé mis manos a mi rostro. Estaba llorando, pero no eran precisamente lágrimas lo que caía de mis ojos. Era sangre, roja y ardiente.


- Mátame…- Dije de pronto cuando ya había pasado el umbral de mi desesperación. Él me miró asombrado y guardó silencio.

- Tienes que calmart…-  Intento decir mientras arrancaba un trozo de su camisa e intentaba secar mi rostro.

- ¡Mátame!-  Grité más fuerte apartando sus manos de mí y tomando su rostro con ambas manos, presionándolo fuertemente. Sentí claramente cómo mis pupilas se dilataban y mi corazón escapaba por mi garganta. El dolor era tal que mi cuerpo estaba colapsando y ya no podía soportarlo.

- Por favor…- Rogué soltando sus mejillas. Asderel me tomó suave pero firme y posó una de sus manos sobre mi frente, cerró sus ojos. De pronto comencé a sentirme sumamente cansado y mis ojos se tornaron pesados. Asderel me estaba durmiendo, tal y como lo había hecho con Gabriel. Mis ojos comenzaron a cerrarse. Lo último que sentí antes de caer en sueño fueron los labios de Asderel topándose con los míos en un cálido beso y una pequeña gota rodar por sus mejillas. Todo lo demás es negro para mí.




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