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Ángel Guardián por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

IMPORTANTE: En esta historia existen dos narradores (distintos puntos de vista) : Uno escribe con letra normal (Asderel) mientras que otro escribe con negrita (Eliot) 


Perdónenme por favor si cometo algún error x_x lo escribí a oscuras y un poco apurada, aún asi tiene el mismo amor y dedicación que los otros :3 Porfavor si les gusta dejen un comentario , si no tambien :D dejad sus criticas, se agradecen n_n

Gracias por su atención <3

Capítulo 3: Ojos Dorados






La salida del hospital no fue fácil. Luego de quince días de extensas revisiones y exámenes los médicos descubrieron que había sanado por completo, ya no tenía absolutamente nada. Creo que estaba feliz con todo esto, el tiempo dentro del recinto me ayudo a fortalecerme, a ver la vida de otra forma, por primera vez me sentí vivo. Los fantasmas de mis pesadillas, mis visiones y mis sueños mientras estuve mal apenas los recordaba, todo ese periodo pareció haber sido bloqueado por mí mente.

Solo me desanimaba un poco el hecho de tener que volver al orfanato, no tenía familia alguna que me esperase y tampoco grandes amigos que me recibieran con alegría, en ese lugar existía una guerra constante y fría, a veces se armaban grandes pandillas solo para maltratar a una sola persona, el ambiente era realmente asqueroso, solo unos pocos eran realmente buenos, pero estos no duraban mucho, ellos tenían tres opciones: encontrar un hogar, corromperse junto con el resto o aislarse. No sé junto a quién estoy realmente, si con los escandalosos y agresivos, o los aislados que solo tratan de pasar desapercibidos. Yo solo trato de mantenerme vivo en el campo de batalla diario.

Para llegar al orfanato había que atravesar medio Berlín. Las calles sucias y destruidas, aún con huellas y espíritus de la Segunda Guerra no eran el mejor panorama para mi viaje, pero era igual en todos lados, tanto en la calle como en los albergues.
Ya había anochecido, la oscuridad, las tenues luces de las estrellas y la hermosa luna que hoy estaba color carmesí hacía que todo se viera más bello, las calles y las ruinas exhalan un resplandor distinto cuando están bajo la negrura de la noche.

Así mi viaje se hace mucho más grato.

Llegué al orfanato cuando los primeros rayos del sol comenzaban a aparecer desde el horizonte, la mañana estaba fría y yo estaba temblando. En la entrada había una gran masa de gente saliendo del albergue, en total éramos casi trescientos, pero todas las noches el lugar recibía aún más gente. Esperé a que todos salieran para acercarme a la puerta, allí estaba Heller, el guardia, un hombre educado e inteligente, sumamente justo, él me agradaba, era lo único bueno que tenía este sucio refugio, recibía a todos los que entraban allí con una gran sonrisa.

- Eliot – Sonrió. – Volviste -

- Si...ya estoy bien, gracias- Dije mientras pasaba por su lado y le saludaba moviendo la mano izquierda. Me hubiese agradado alguna vez hablar un poco más con él, pero estaba prohibido.

Llegué al patio central, todo estaba como siempre. Todos los chicos se reunían ahí, se armaban peleas y se discutía, se escupían y se insultaban, un par de veces sabíamos de alguno que había muerto en una riña, para nosotros esto era normal.

Atravesé el patio y me dirigí a los comedores, algo llamó mi atención. En el fondo de una corrida de mesas, se estaba dando una feroz golpiza. Tres chicos estaban pateando a alguien en el suelo, esto era ya casi una rutina, generalmente a los nuevos se les recibía con una paliza como esta, pero esta me parecía distinta.

La persona que estaba tirada no emitía ningún sonido, no gritaba, no se quejaba, no gemía - ¿Estará muerto? – Pensé.

Me acerqué a ver qué estaba pasando, ya se había acumulado una gran multitud alrededor de la pelea, muchos estaban realizando apuestas de cuanto se demoraría el tipo que estaba siendo golpeado en desangrarse o desmayarse por el dolor. Me hice un espacio entre toda la gente, mirando en primera fila el espectáculo.

Quedé helado mirando al joven que estaba siendo castigado, me parecía familiar, no lo sé. Algo había en su mirada que cautivaba enormemente mi atención, esos ojos dorados no me engañaban, los había visto en alguna parte pero, ¿Dónde?

- ¡Veamos cuanto más aguantas sin chillar, mudito! – Gritaba uno de los maleantes mientras le propinaba una serie de patadas en el estómago, dejándole casi sin respirar.

Ahí estaba él, inmóvil, callado. Su boca estaba sangrando pero ni siquiera se quejaba, parecía no sentir dolor. Aún así, verle de esa forma, herido y sin poder defenderse hizo que dentro de mí floreciera el sentimiento de protegerlo y ampararlo.

Sin pensarlo más me fui en contra de uno de los agresores, con una tacleada lo tire al piso, empujándolo contra unas mesas y dejándole casi inconsciente. Mientras tanto los otros dos se abalanzaban sobre mí y me lanzaban contra las sillas y daban el primer golpe, comenzando una gran pelea.

De un momento a otro se formó allí una batalla campal, la gente que había estado observando se unió a esta gran riña y todos comenzaron a golpearse, casi por diversión. Los puños y las patadas iban y venían, a diestra y siniestra, las sillas volaban y un par de ventanas se quebraron. En menos de dos minutos yo y el joven que había sido golpeado anteriormente fuimos olvidados, entonces vi la oportunidad de escapar. Lo levanté, apenas podía mantenerse en pie, así que lo tomé en mis brazos y lo llevé hasta enfermería, nadie se dio cuenta de nuestra fuga.

Cuando llegamos al sanatorio, Ángela, la enfermera dio un grito espantoso. La persona que yo llevaba en brazos estaba a punto de perder la conciencia, sus ojos casi blancos, su boca y casi la totalidad de su cuerpo ensangrentado, solo Dios sabe cuántas heridas le habían propinado. Ayudé a tenderlo en la camilla y fui por algo de agua mientras la asistente le daba los primeros auxilios.

- Ayúdame a quitarle la camisa – Dijo. Yo obedecí automáticamente, con cuidado de no pasar a llevar ninguna herida, fui desabrochando botón por botón y luego lo desligué de la prenda suavemente.

El cuerpo de aquél joven aún no acaba de extrañarme. Sus hombros anchos tapados en sudor, su cuello un poco alargado, sus brazos fuertes, su delgadez, el brillo que había en todo su pecho, de alguna forma todavía me sorprende.

- Ahora, ayúdame a voltearlo – Dijo ella como sacándome de mi ensueño. Con poco esfuerzo lo volteé lentamente, entonces en ese momento.

- ¡Dios mío!- Otro grito de angustia salió de la boca de la Ángela.

En casi toda la espalda del chico, un par de heridas monstruosas y tenaces. Con la apariencia de dos puñaladas hechas con los más filosos cuchillos se alzaban una especie de agujeros, con algo parecido a cartílagos a su alrededor, profundos y sangrando, cómo si algo hubiese estado en su lugar antes.

- Esto hay que curarlo inmediatamente – Dijo la enfermera mientras tomaba un paño mojado y lo pasaba por sobre las heridas. El joven que hasta ahora se había mantenido en completo silencio comenzó a gritar desesperado, mientras se sacudía casi convulsionando, tan fuerte que ninguno de los que estábamos allí podrían haberlo calmado. No puedo imaginar el dolor que estaba sintiendo. En ese preciso instante me invadió una sensación de cansancio, dolor y desfallecimiento, comencé a ver todo borroso y a escuchar las voces cada vez más lejos, entonces me desmayé.
 

No supe absolutamente nada de mí hasta que desperté a mitad de la noche, estaba un poco adolorido y tenía un par de vendas en las piernas y en los brazos. Seguramente en la pelea del comedor me golpearon muy fuerte, pero no me di cuenta hasta llegar a la enfermería.

 La luna asomaba por la ventana y el frío era cortante e intenso, las copas de los árboles danzaban al son del cantar del viento que soplaba afuera, las estrellas ayudaban a iluminar toda la ciudad que a esa hora se hallaba sumida en casi completa oscuridad.

Miré hacia los lados, estaba justo a la izquierda de la camilla del joven al que había salvado de la golpiza, pero él no se hallaba ahí. ¿Había muerto acaso?, con las profundas heridas que tenía hubiese sido imposible que lo trasladaran o moverse por sí solo, entonces ¿Dónde estaba?

Una sombra pareció asomarse por la ventana, di un pequeño salto por el susto, me puse de pie dificultosamente y decidí investigar quién estaba afuera. Todos dormían, incluso las enfermeras, por lo que nadie  me descubrió. Abrí la puerta cuidadosamente, sin emitir ningún ruido.

Apenas me hallé en el exterior, el frío congelo absolutamente todos mis huesos, pensé en retornar y quedarme en cama pero la curiosidad era más grande. Con la ayuda de un pequeño farol me fui abriendo camino y alejándome del orfanato, buscando eso que había llamado mi atención.

Me adentré en un bosque de fresnos que estaba junto al orfanato, los  largos árboles, con copas admirables y majestuosas, sus hojas blancas por la escarcha del invierno apenas se movían. Un bosque aterrador de noche para el común de mis compañeros, para mí, el más puro lugar dentro de esta sucia ciudad.

Estaba acostumbrado a pasear entre estos árboles, por lo que me era difícil perderme, conocía cada rincón como la palma de mi mano.

Poco a poco me fui introduciendo en lo más profundo de tan frondoso y oscuro lugar, un par de cuervos parecieron anticipar mi llegada y apenas me hallé cerca de ellos emprendieron vuelo a otros árboles.

De noche el bosque era muy silencioso, se decía que había perros salvajes allí pero jamás había visto ninguno, solo conejos que corrían de madriguera en madriguera, algunas ratas y búhos que miraban fijamente sin emitir sonido alguno.

Iba perdido mirando el blancor de las hermosas y quebradizas hojas que caían al piso, cuando a unos veinte metros de mí una silueta comenzó a resaltar en la oscuridad. La seguí cuidadosamente entre los árboles y arbustos, tratando de que no se diera cuenta de mi presencia. No sabía por qué le seguía, cualquiera habría saliendo corriendo después de verle, podría ser un ladrón o un asesino, entonces ¿Por qué continuaba persiguiéndole?

La sombra me guío hasta un espacio abierto, ¡¿Una pradera en medio de un bosque?! Jamás la había visto, comenzaba a desorientarme. En ese momento desapareció. ¿A dónde había ido?, comencé a buscarle desesperadamente, pero no veía nada en tan extensa oscuridad. ¿Acaso se había dado cuenta de mi presencia y me tendió una trampa?

Me senté en una pequeña roca a pensar un poco, el afán por seguirle había sido tan grande que ni siquiera me fijé por donde estaba andando, ahora no sabía cómo volver al orfanato.

Una gran nube color gris se asomó en el cielo y cubrió la luna con su oscuridad, dejándome casi a ciegas, sin ninguna pisca de luz.

En ese momento escuche un aullido, tan feroz y tétrico que un horrible escalofrío hizo temblar todo mi cuerpo. Luego le siguieron cuatro o cinco más, cada uno más sanguinario que el otro, el rumor era cierto, había perros cerca y ya habían detectado mi presencia.

Intenté tranquilizarme, cualquier movimiento brusco solo ayudaría a que me cazaran más rápido, me esforcé en calmar mi respiración agitada y mí estremecido corazón que latía como si se me fuese a salir del pecho, mis manos tiritaban torpemente, todo mi cuerpo palpitaba nervioso. Sentía cada hierba seca romperse con el paso de las fieras hacía mí, podía oír sus enmudecidos gruñidos, podía oírles relamiéndose la boca, saboreando a su próxima presa.

Decidí ponerme de pie y comenzar a avanzar hacia el norte, lo más silencioso posible intenté levantarme y comencé a caminar lo más tranquilo que permitían mis temblorosas rodillas, tenía mucha pradera que atravesar antes de poder perderme entre los árboles y esconderme.

Pensé que esta vez podría salvarme, pero cuando iba en mitad de mi recorrido, un perro, más con la apariencia de lobo, color negro, con músculos en todo su cuerpo se atravesó en mí camino, la saliva corría por su hocico y sus ojos color rojo me miraban fijamente, como posesos, sin pensarlo di la vuelta a la izquierda y otro animal apareció a mi encuentro y otro más y otro hasta que me hallé rodeado de ellos.
Estaban ahí gruñéndome, preparándose para saltar sobre mí y devorarme, incluso podía sentir su respirar jadeante y hambriento envolviéndome lentamente.

No me dejaría matar tan fácilmente, con una patada empujé a uno de ellos y me abrí camino y comencé a correr exasperadamente, tan rápido como jamás me habría imaginado, pero esto era inútil, sus ágiles cuerpos se movían mucho más rápido que yo y no tardaron en alcanzarme y rodearme de nuevo. Sin dudarlo esta vez uno de ellos se abalanzó sobre mí, yo lo contuve con mis manos e iniciamos un fuerte forcejeo, sus feroces colmillos iban directamente a mi cuello mientras yo trataba de quitármelos de encima, mientras tanto las otras bestias desgarraban mi ropa y mordían mis piernas y rasguñaban mis brazos. Comencé a gritar, no iba a poder aguantar más, la sangre brotaba a grandes ríos de mis brazos y la piel de mis piernas y rostro comenzaba a ser despedazada.

El dolor que sentía era indescriptible, escuché cada fibra romperse víctima de los colmillos que me atravesaban como clavos, cada grito me acercaba más a la idea de morir.

 Pero en ese momento, cuando estuve a punto de rendirme, sus mordidas y forcejeos cesaron. Una sombra se acercaba desde la lejanía y a medida que avanzaba hacia nosotros los perros se iban apartando de mí, algunos se sentaban, otros se alejaban con la cola entre las piernas y otros se echaban y se revolcaban en el piso, tal y como si no fuesen más que perros domésticos.

Apenas podía verles, estaba tan herido que me costaba mantenerme consiente, de pronto, las ahora apacibles bestias se adentraron corriendo en el bosque y la sombra se arrodilló a mi lado. Puso sus manos sobre mi rostro deshecho y comencé a sentir como una luz blanca, suave y cálida salía de sus manos y entraba en mis mejillas, en mis ojos, en mi nariz y boca, una sensación de alivio y sosiego comenzó a  invadirme, en poco tiempo pude verle, me sonrió, su sonrisa y su mirada llena de paz me llenaron por completo de placidez, sus ojos no me mentían, eran dorados, era él.

Era el chico que había salvado esta tarde. 


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