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Lazos de Sangre por AkikoYaoi

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Notas del fanfic:

Basado en el manga/anime Slam Dunk de Inoue Takehiko, cuyos derechos de autor le pertenecen a él y solo a él.

Notas del capitulo:

¡Lo sé! ¡Lo sé! Sé que tengo otro fic pendiente desde hace bastante, pero por alguna extraña razón no puedo avanzar en él a pesar de tener una idea medianamente clara de como quiero continuarlo. 

Es por eso que me atreví a comenzar otro fic, a ver si la diosa inspiración vuelve a mi y me permite retomar este pequeño camino como "escritora".

Ese viernes el entrenamiento estaba resultando de lo más agotador. Con 18 años Hanamichi Sakuragi se había convertido en el capitán del equipo de basquetbol de Shohoku más exigente del que se tuvieran recuerdos. Mucho más incluso que Akagi o Ryota, sus predecesores. Pero sabía que ese año ganar el campeonato nacional no sería ni de lejos tan fácil.

—¡Última vuelta! —gritó con fuerza.

Todos corrieron con las pocas energías que les quedaban para poder retirarse a las duchas lo más rápido posible antes de que el pelirrojo capitán se arrepintiera.

Hanamichi suspiró cansado, recordando lo difícil que había sido al año anterior hacerse con el título de campeones nacionales. Y eso que aún después de perder a Akagi seguían contando con la participación de Mitsui y Ryota.

Ahora solo quedaban él y Rukawa, capitán y sub-capitán respectivamente. Pero aunque ambos habían mejorado considerablemente en el juego no podían hacerlo todo ellos solos. Necesitaban mínimo de tres compañeros más que fueran capaces de seguirles el ritmo… y no los había.

Ensimismado en sus pensamientos y en sus recuerdos no fue consciente del paso del tiempo hasta que escuchó que comenzaban a salir de los vestidores los primeros muchachos.

—Hasta el lunes, capitán —se despidió un chico, el primero en salir del gimnasio.

—Hasta el lunes… —contestó.

Suspiró y comenzó a recorrer el gimnasio en busca de los balones que estaban regados por todo el lugar.

—Hanamichi…

—Dime, Haruko —le sonrió con cariño. Había comprendido a tiempo que sus sentimientos hacia la castaña solo eran un capricho, ahora eran buenos amigos.

—No seas tan duro con ellos —dijo con algo que parecía ser compasión por el resto del equipo.

—Debo serlo si queremos tener alguna oportunidad este año —replicó con algo de pena por el recuerdo de tiempos mejores.

—Te odiaran si sigues exigiéndoles tanto como hoy —dijo mientras miraba hacia un grupo de muchachos que abandonaban en ese momento el lugar.

—… —siguió su mirada. Los chicos caminaban como si les pesara incluso el hecho de respirar—. Me lo pensaré —dijo después de un rato.

—Bien —dijo sabiendo que eso era bastante viniendo del pelirrojo—. Debo irme, nos vemos el lunes.

—Nos vemos el lunes, Haruko —se despidió mientras se acercaba para besar suavemente su mejilla.

Cuando se vio solo en el gimnasio se dirigió al cuarto donde estaban guardados los materiales para el aseo y procedió a la limpieza del lugar. A veces castigaba a alguno de los muchachos para que hiciera esa tarea, pero prefería hacerlo él.

—Torpe… —fue interrumpido a la mitad de su labor.

—Zorro… —contestó.

Había creído que estaba solo, pero se había equivocado. Su relación con Rukawa había mejorado considerablemente, en especial debido al hecho de que debían comportarse frente al equipo para dar una buena imagen de la autoridad que representaban. Aún así, fuera de los entrenamientos no hablaban nada, se ignoraban olímpicamente. Poco les importaba que fuera del otro si no era en la duela, el basquetbol era lo único que los unía.

Se miraron por unos segundos y luego lo de siempre, cada uno siguió con su vida. El pelinegro continuó su camino a la salida y el pelirrojo volvió a su ingente tarea de terminar la limpieza del gimnasio.

 

~*~

 

Con algo de cansancio sacó de su bolsillo la llave que abría el departamento. En cuanto hubo entrado arrojó el bolso junto a la puerta y se descalzó.

Su familia tenía bastante dinero, no se llevaba para nada mal con su madre y su padre, todo lo contrario. Pero siempre había sido un muchacho que necesitaba de independencia y por fin después de tanto luchar por ella, había conseguido que sus padres le regalaran ese departamento para él solo hacia un par de meses.

Lo primero que hizo fue dirigir sus pasos hasta el baño. Se encontraba sumergido en la tina, disfrutando de ese relajante y merecido baño cuando escuchó el sonido del teléfono.

—¡Bah! Si es importante llamaran después —se dijo pensando que no iba a levantarse de su cómoda posición por lo que podía ser incluso un molesto vendedor.

Pero después de que el teléfono sonara tres veces no pudo seguir ignorándolo. Con algo de molestia se levantó, cogió una toalla que amarró a su cintura y fue hasta la sala de estar.

—¿Hana? —lo llamó alguien antes de que él pudiese decir nada.

—¿Si? —dijo sin saber aún con quien hablaba.

—¿Por qué demonios no contestas tu celular? —la voz enfadada sí que pudo reconocerla.

—Mamá, es que… —hablaba mirando el bolso junto a la puerta dispuesto a explicar la situación.

—Está bien, ya no importa —dijo con tranquilidad.

—… —suspiró. Shizuka, su madre, tan rápido como se enojaba, se serenaba.

—Te hablaba para decirte que te pasamos a buscar en media hora.

—¿A buscarme? —dijo confundido.

—Cariño… —dijo con ternura—. Volviste a olvidarlo.

—¿A olvidarlo? —repitió, de pronto la claridad se hizo en su mente—. Perdona, mamá. Tienes razón, en media hora estaré listo. No te preocupes.

—Bien, nos vemos entonces.

—Nos vemos.

En cuanto colgó el teléfono miró el calendario. Era el último fin de semana del mes, correspondía pasarlo en casa de su abuelo materno. Vivian fuera de la ciudad, en una amplia hacienda y visitarlos esa fecha era una tradición desde que tenía uso de razón.

Fue hasta su habitación para vestirse y preparar un bolso con lo necesario para dos días.  Luego pasó a la cocina donde tomó un sándwich que tenía preparado desde el desayuno y un vaso con jugo. Tragó todo rápidamente y miró el reloj.

Había pasado el tiempo que su madre le indicara. Tomó su bolso, su celular y sus llaves. Salió del departamento y cerró con llave. Decidió bajar por el ascensor, vivía en el sexto piso.

En cuanto salió del lugar se despidió del conserje mientras buscaba con la mirada el auto de Kaito, su padre, no tardó en encontrarlo. Se subió al asiento trasero y saludó, su madre comenzó a interrogarlo inmediatamente sobre cómo había estado su semana de clases y entrenamientos. Se le había hecho una costumbre desde que dejara el hogar. Cada fin de semana, cuando se encontraban, ella se encargaba de enterarse de hasta el más mínimo detalle de lo que le había ocurrido. Hanamichi no se sentía para nada molesto. Amaba a sus padres tanto como estaba seguro de que ellos lo amaban. 

En esa conversación se les fue el viaje y luego de poco más de una hora, llegaron a su destino alrededor de las 10 de la noche.

 

~*~

 

—¡Hana! —se escuchó una exclamación.

—¡Abuelo! —contestó con el mismo entusiasmo.

El pelirrojo y Hiroshi Ariwa, un hombre ya mayor, se abrazaron como si no se hubiesen visto hace años. Aunque para ellos encontrarse una vez al mes era poco. Se querían mucho y el pelirrojo sabía que a pesar de tener más nietos, él siempre había sido el favorito de su abuelo.

—Has tenido tan abandonado a este pobre viejo… —dijo como si lo regañara, pero con una gran y tierna sonrisa que desmentía sus palabras.

—Sabes que no puedo venir más seguido… —contestó con algo de pesadumbre a la falsa acusación de su abuelo.

—Lo sé… solo que me sentiría menos solo si pasaras más tiempo aquí.

—No te quejes —medio lo regañó—. La señora Egami y el resto de los empleados te tratan como un rey.

—No es lo mismo, Hana —dijo con una sonrisa triste.

—… —comprendió que hacía referencia a la falta de su abuela—. Te prometo que te compensaré el tiempo perdido en las vacaciones —prometió con una sonrisa—. Estaré aquí como cada año.

—Eso espero —sonrió de vuelta.

—Ustedes dos, ya dejen de estar chismeando —dijo Shizuka con una sonrisa, sabía de la complicidad de esos dos.

—La cena está servida —interrumpió, entrando al salón, la señora Egami. Una mujer mayor que era el ama de llaves.

Con una amplia sonrisa en los labios, todos pasaron al comedor.

El pelirrojo miró la mesa algo confundido. Estaba puesta para cuatro, ahí faltaba gente.

—¿Dónde está la tía Hikari y Rika?

Su tía era una mujer que se había divorciado hacia 12 años, cuando estaba embarazada de su prima. El pelirrojo la admiraba por su fortaleza, no sabía los motivos que la llevaron a divorciarse, pero jamás la vio deprimida por esa situación. Salió adelante sola, con su propio esfuerzo, demostrando así que los hombres no eran necesarios para su estabilidad. Sabía que incluso se había negado a irse a vivir con su abuelo.

—Llegará mañana a la hora de almuerzo… —dijo su abuelo desviando la mirada.

Hanamichi no era tonto ni despistado como todos creían, todo lo contrario. Y conocía a su abuelo. Algo había pasado, pero por alguna extraña razón nunca se enteraba de nada, en esa familia todos eran muy cuidadosos con su intimidad.

—Ya veo… —comentó, no iba a insistir en algo que sabía no le dirían.

El resto de la velada transcurrió sin problemas, en realidad el pelirrojo no recordaba nunca haber presenciado una discusión en ese lugar. Y no veía porque ahora debería de ser distinto.

Una vez que todos hubieron terminado de cenar se levantaron para dirigirse cada uno a sus habitaciones. Shisuka y Kaito habían trabajado durante toda la semana y Hanamichi había tenido que asistir no solo a clases, sino también a los entrenamientos. Aún así, el pelirrojo pasó de largo por su habitación, ya por pasar tanto tiempo en ese lugar y ser el favorito de su abuelo tenía un dormitorio permanente.

Golpeó suavemente la puerta de la biblioteca.

—Adelante…

—Abuelo, ¿puedo pasar? —preguntó asomando apenas la cabeza por el umbral de la puerta.

—Por supuesto, Hana.

Entró y cerró la puerta, cruzó toda la estancia hasta quedar frente al escritorio tras el cual estaba su abuelo. Se sentó de cara a él. Tras unos segundos de silencio decidió hablar.

—¿Qué te ocurre? —preguntó preocupado.

—… —el hombre le dedicó una sonrisa cansada.

—Sabes que te quiero mucho, ¿cierto? —pensó que su actual estado anímico podía deberse a la soledad.

—Yo también te quiero, Hana —lo miró con dulzura.

—Todo estará bien —dijo pasando la mano por sobre el escritorio para posarla con suavidad sobre la de su abuelo y así confortarlo por lo que fuera que estuviera pasando.

—… —el hombre solo atinó a asentir. Sabía que Sakuragi daba la imagen de chico inmaduro, pero no lo era, sabía que su forma de ser estaba dada por la idea que tenía de hacer olvidar a los demás sus problemas. El pelirrojo no era consciente de la importancia que tenía en su vida y en muchas otras, estaba seguro.

Se quedaron hablando hasta altas horas de la madrugada, después de eso cada uno se dirigió a su habitación. Ambos sabían que en aquel lugar el día empezaba muy temprano.

 

~*~

 

Despertó por la claridad que llenaba la habitación. Miró el reloj despertador que estaba en el velador, eran poco más de las ocho. Se sentó en el borde de la cama y con un fuerte bostezo comenzó a estirar su cuerpo para desperezarse.

Se levantó, tomó una toalla y un bolsito con sus útiles de aseo para dirigirse al baño, su madre venía saliendo.

—Buenos días, cariño.

—Buenos días, mamá.

Luego cada uno continuó con su camino. Entró al baño y se miró en el espejo. Su pelirrojo cabello estaba tan desordenado que le causaba gracia.

Se metió a la ducha para darse un refrescante baño matutino, pero se entretuvo demasiado bajo el agua y solo salió cuando su arrugadita piel le indicaba que ya era suficiente, al salir solo se puso una toalla en la cintura. Se detuvo en el lavamanos para lavarse los dientes, cuando consideró que estaban lo suficientemente limpios, regresó a su habitación.

Miró entre las cosas que había llevado sin decidirse por cuál de las prendas ponerse. Con un suspiro se dirigió al closet, como ese dormitorio era suyo habían varias cosas de su pertenencia. En ese lugar rápidamente encontró un buzo y una polera, suficientemente cómodo, se dijo. Ahora podía ir al comedor.

—Buenos días, joven Sakuragi —fue saludado.

—Buenos días, señora Egami —respondió con cortesía.

—¿Qué va a desear para desayunar?

—Oh, lo que tengan está bien. Por mi no se hagan problemas —le sonrió.

—Está bien, en cinco minutos estará listo.

Hanamichi se preguntaba dónde estaría su madre que se había levantado antes que él y su abuelo que siempre era el primero en estar en pie. Olvidó sus pensamientos cuando llegaron a servirle su desayuno.

—Gracias —sonrió a la muchachita que lo atendía, ella solo le sonrió de vuelta.

Dio buena cuenta de todo lo que le habían puesto en frente y una vez que hubo saciado su voraz apetito, recordó sus interrumpidos pensamientos.

—¿Dónde está mi abuelo? —preguntó a la señora Egami que retiraba lo que él había usado para su desayuno.

—Oh, está en la biblioteca. Hoy se levantó muy temprano para desayunar.

—Ya veo… —algo no le cuadraba y no sabía muy bien qué—. ¿Señora Egami? —se había perdido en sus pensamientos y pudo llamarla antes de que desapareciera por la puerta de la cocina.

—¿Si?

—¿Y mi madre?

—Ah, ella fue a…

—Buenos días, Hana —interrumpió su abuelo en el momento justo.

—Buenos días, abuelo —saludó sorprendido. Algo en el tono de su voz le decía que estaba tenso, quizás un poco molesto.

—¿Sabes dónde está mi madre? —preguntó para ver si podía obtener respuestas de él.

—Sí.

—… —alzó la ceja para que se explayara un poco más en su respuesta.

—Fue a buscar a Yumiko.

—¿Yumiko? —repitió Hana, no sabía quién era, pero de algún lugar le sonaba ese nombre.

Antes de que pudiese preguntar quién era Yumiko, fue interrumpido por la voz de su madre.

—¡Ya llegamos! —la escuchó gritar desde la puerta de entrada.

Vio a su abuelo dirigirse seriamente hasta la sala, deteniéndose en cuanto su vista fue capaz de abarcar el lugar. Desde donde estaba en el comedor aún podía verlo.

—Buenos días, Yumiko —saludó su abuelo con seriedad.

—Buenos días, papá —escuchó suavemente.

¿Papá? ¿Acaso ella era…? Sus pensamientos se desviaron al tenso silencio que se hizo en el salón. Se escuchó un leve carraspeo, estaba seguro que esa había sido su madre. Vio a su abuelo girar la cabeza.

—Buenos días —saludó a alguien, no sabía quién.

—Buenos días, abuelo —escuchó que devolvían el saludo.

Parpadeó en repetidas ocasiones, conocía esa voz. La había escuchado en algún momento… en alguna parte. Pero no sabía dónde.

Movido por la curiosidad se levantó de su lugar para ubicarse a un costado de su abuelo. Su sorpresa fue grande y no la pudo disimular.

—¡¿Zorro?!

Notas finales:

Me gustaría saber qué piensan de esto. No sé cómo fue que la idea llegó a mi mente y la escribí rapidamente antes de olvidarla xD


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