En época de crisis, cuando el alimento escasea, Tsunade y Jiraiya se ven obligados a abandonar en el bosque a sus hijos adoptivos, Sasuke y Naruto, con tal de subsistir ellos mismos sin tener dos bocas más que alimentar. La primera vez regresan sanos y salvos, pero la segunda vez que ocurre, sin lograr encontrar el camino a casa, se topan con una pequeña casa hecha de pan, dulces y azúcar, donde vive un hombre de piel mortecina que, según dice, no les hará daño.

Adaptación del cuento de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. 

¿Qué habría sido peor para Naruto? ¿Marcharse sabiendo que para él no había sido más que su mejor amigo, o marcharse sabiendo que Sasuke le amaba casi tanto o más que el intenso sentimiento que le profesaba el ojiazul?

—Dime, Itachi ¿Puedes vivir el resto de tu vida sin saber que hubiera sido de nosotros?

Y la respuesta a la pregunta era una paradoja en la que el cuestionado quería creer fervientemente, pero cuya respuesta era inexplicablemente fácil de leer a ojos del interrogador. No podía, pero había decidido vivir con el paradigma carcomiéndole el corazón.

Terco y negado, Gaara se niega al amor porque sabe que, una vez abra su corazón a alguien, fácilmente le harán daño. Sabe que al mismo tiempo en su intento de protegerse hiere a alguien más, pero egoístamente prefiere evitarse el dolor a si mismo sin importar a quién tenga que lastimar en el camino. Y no obstante, se hiere a si mismo terriblemente sabiendo que ama a alguien a quién, por ley de causa y efecto, terminará lastimando a fin de cuentas.

El amor tiene muchas caras, el dolor es una de ellas. 

Pese a todos los comentarios negando aquél hecho que su hermano menor, Naruto, pudiera berrear, Deidara, bajo su ropa interior, no tenía unos genitales de hombre. Se movía como una chica, se comportaba como una chica y, para regocijo de muchos, era una chica. 

Aún si lo hiciera, no eras del todo capaz de corresponder mis sentimientos. Tan solo eras un manojo de confusiones y contradicciones, temeroso de amar y resultar lastimado. Sin embargo, no podía yo continuar de ésta manera que en un principio había sido suficiente para mí. Necesitaba más y tú no podías dármelo. Quería amar recíprocamente. Tan solo deseaba amarte y que tu me amaras. Y no podías cumplir tu parte. 

En algún punto de su imaginación, esa que se sentía olvidada gracias a la madurez que iba adquiriendo, Sasuke aún existía y le seguía amando como la primera vez que se habían besado. 

Muchas veces me negué a aceptar que tal cosa como el príncipe azul existía. Hoy me retracto de mis palabras en aquél entonces y puedo decir, sin temor a equivocarme, que el príncipe azul si existe.

Se encontraba en un lío emocional en el que la confusión y el miedo lo invadían y podía pensar con racionalidad muy poco. Las palabras no salían de sus labios, ni tampoco de su corazón. El miedo lo paralizaba por completo y lo dejaba estancado en un abismo lejano y solitario del que quería salir lo más pronto posible. Por que no era capaz de gritar con la verdad que amaba a Naruto y anhelaba más que nada su cálida compañía.

Pensar en todas las cosas que se llevaron a cabo tan solo le hace lamentarse el daño que a terceros pudo haber ocasionado su decisión. Aun así, sabe que por mucho que lo desee nunca habría dicho en serio que hubiera preferido no haber nacido, que el mundo estaba mejor sin él. Por muchos problemas que el Shinrabanshou en su interior hubiera causado, Miharu tan solo puede ver el lado positivo a todo lo ocurrido; de no haber conocido a Yoite quizá su vida jamás habría tenido razón de ser.

Nabari no Ou