Para Benjamín, la vida se trata de conservar los valores, de ser fiel a tus ideales, de proteger a los que te hacen sentir feliz de estar vivo y de ayudar a quienes lo necesitan, de no hacer a los demás lo que no quiere que le hagan a él, para poder conservar un buen futuro y dejar atrás el pasado lleno de orgullo. Para Samuel, en cambio, la vida se trata de llevarla adelante como sea aunque no se sepa para qué, de defenderse de los animales sueltos que hay en el bosque de cemento, de no confiar en demasía para no convertirse en hipócrita y no dejarse pisotear por nadie cueste lo que cueste, porque a fin de cuentas sólo importa el hoy, el pasado se debe olvidar y el futuro no especular.

Y no hay palabras para poder describir lo que es la vida, porque constantemente cambia y las circunstancias conllevan más que consecuencias. Así lo van descubriendo Benjamín y Samuel: el primero se da cuenta que no todo es tan claro como creía, y el segundo que no todo es tan oscuro como pensaba.

Sí, porque golpearse en la vida es inevitable, y enamorarse también.

El amor puede convertir a una animal en un hombre, el odio puede hacer de un hombre a un animal, ¿pero quién está calificado para poder juzgar a las personas para etiquetarlas y colocarlo en uno u otro lado? ¿Quién puede decir cuál es el límite entre el bien y el mal, lo que convierte al hombre en una fiera y a la fiera en un humano?

Benjamín y Samuel encontrarán la respuesta... a pesar que deban hacer cosas que no quieran.

Cierro mis ojos buscando creer no haber escuchado lo que escuché. Me tapo con las frazadas por completo y, me pongo en posición fetal de espaldas a la entrada, y me mantengo tieso, como cuando un niño pequeño busca ocultarse de algo que le atemoriza y se acobija en su cama, como si eso le ayudara a camuflarse del mundo y así sentirse más seguro, como si eso le ayudara a escaparse del peligro…

Agudizo mis oídos, esperando no escuchar los pasos sobre la escalera de madera que da a mi habitación, pero al rato los siento acercarse. Golpean mi puerta ligeramente, pero no me muevo ni siquiera para respirar, cierro mis ojos con fuerza y deseo que desaparezcas. Vuelves a golpear y le suplico al cielo que no abras esa puerta, pero lo haces. Te siento caminar hasta mí, luego regresar tras tus pasos y cerrar la puerta, deseo que te hayas ido al verme con claras intensiones de no querer escucharte, pero vuelvo a sentir tus pasos hacia mí.

Mi corazón comienza a estrujarse en sí mismo e intentar salir por mi garganta, mientras yo me digo a mi mismo que no me mueva ni que intente respirar aún. Mi cama se hunde a la altura de mi cintura y siento que tu mano se coloca sobre mi cadera. Entonces, mi mundo, simplemente se termina de desmoronar.

Vuelvo a escuchar esa canción, por treintava vez en lo que llevo esperando a que aparezcas… Ya me he fumé casi la mitad de la caja de cigarrillos y no apareces. Suspiro con nerviosismo creyendo ya que no aparecerás, meto las manos en mis bolsillos del jean porque me agarra frío y me quedo con el cigarrillo en la boca. No llegarás…

No vendrás… Porque no renunciarás a todo lo que tienes a estas alturas, porque no me quieres como yo lo hago… porque no valgo tanto para ti como para arriesgarte por lo nuestro… No, no lo valgo.

Un nudo se forma en mi garganta y bajo la mirada, no vendrás… seguirán pasando las horas, que no vendrás…

-¿Tonio? –siento que dicen a mi lado y levanto la cabeza.

Te veo ahí, ahí estás… No puedo creerlo, pero ahí estás, frente a mí, como si hubieses corrido una maratón, cansado y exaltado.

-¿Tonio, estás bien? –me preguntas al darte cuenta de que estuve llorando desde hace mucho tiempo y yo simplemente niego con mi cabeza un par de veces, antes de desplomarme en tus brazos.