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Endless Rain por metallikita666

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-¿Estás en tu departamento, amor? Hoy no nos hemos visto y te extraño. ¿Puedo llegar?- Su voz mimosa en verdad delataba sus palabras. Hide no supo cómo ni qué contestar.

-Pensé que tenías cosas que hacer… Lo siento- respondió sin mucha coherencia, maquinando rápidamente que no tenía excusa para no ver al rubio, aunque en realidad no lo deseaba. La duda carcomía su espíritu, y temía decir o hacer algo fuera de lo normal, tan a la defensiva como se encontraba.

-No, nada… ¿Pero entonces, voy?-

-S… sí. Sí, está bien. Yo te espero.- Se despidió y colgó, no muy convencido de lo que había acordado. Miró una vez más el Bourbon. “Es un sitio seguro… con compañía segura... Aunque no un estado de ánimo.” Pero de no ayudar el licor a enmascarar el turbado humor en el que estaba, al menos justificaría los desmanes que pudiera llegar a cometer.

Consciente de su decisión, tomó una de las botellas y la descorchó. Dio el primer sorbo. Pero en vez de disfrutar del trago y alabar el licor, bebía compulsivamente, como si sintiera un profundo remordimiento al hacerlo. Empezó a ponerse más ansioso. Yoshiki no llegaba.

-¿Será posible que haya ido donde el infeliz primero?- El cigarrillo temblaba en sus labios, mientras se pasaba la botella de una mano a la otra. -¡Maldito, maldito, y mil veces maldito!-

Pronto sonó el timbre. La araña se incorporó de un golpe, como si tuviera un par de resortes en sus piernas. Pero no se apuró a abrir, sino que por el contrario, se mantuvo inmóvil. El baterista golpeó la puerta esta vez.

-¿Hide-chan? ¿Estás ahí?- se escuchó del otro lado.

-¿Y tus llaves, Yoshiki? No me digas que las perdiste…-

El pelirrosa comenzaba a respirar con fuerza; la mirada fija en la puerta. Parecía como si estuviera aguardando que el otro apareciera para acometerlo. Luego de unos segundos, los goznes giraron sobre sus ejes.

-¿Estás bien?- Hayashi se asomó tímidamente. En verdad era extraño que si el mayor estaba ahí, no hubiera querido abrirle.

-Sí, por supuesto. ¿Qué te hace pensar que no?- espetó Matsumoto, empinando la botella. –Pasa.-

El otro obedeció, en silencio. Traía algunas cosas del supermercado.

-¿Qué es eso?- inquirió Hide, acercándose por fin.

-Son unos ingredientes para preparar lasaña… ¿Se te antoja?- repuso, ilusionado por conocer su respuesta.

-Tú siempre tan occidental… Pero sí, me parece.- Retornó al sofá, dejándose caer sin soltar la botella. Bebió una vez más.

-Cielo, ¿piensas tomar mucho hoy?- preguntó preocupado el rubio, consternado por su extraña actitud. Tenía un creciente miedo de que algo que él desconocía estuviera sucediendo en el interior del chico, porque ya llevaba varios días de comportarse raro, y más cada vez. Hoy ni siquiera había sido cariñoso.

-En efecto pienso hacerlo. Y no sólo alcohol.- Hurgó en su bolsillo, sacando un puro de marihuana. -¿Compartimos?-

Hayashi se mantuvo en silencio. No era que nunca hubiera fumado aquello, ni mucho menos, pero usualmente la oportunidad surgía en contextos de fiesta y desmadre. Pero Hide se lo estaba pidiendo, tal y como él mismo se lo había sugerido al regañarlo. ¿Qué hacer? No quería perderse demasiado en el efecto para poder llegar al fondo de la intrigante actitud ajena, y tampoco deseaba desdeñarlo. Aceptó.

-¡Claro! Ya va tiempo que no lo hacemos…- sonrió pícaramente, dejando las cosas en la mesa. Se sentó a su lado y sacó su propio encendedor, dándole fuego a la hierba. -¿Me convidas… whisky?-

-¿Cómo negártelo?...- repuso la araña, siguiendo el juego del doble sentido. Le pasó la querida botella y se concentró en aspirar profundamente el porro. Cerró los ojos al exhalar.

El rubio dio un aceptable sorbo al Bourbon, aunque no pensaba seguir haciéndolo. Después le llegó el turno de fumar. Fingió llevarlo a cabo, pero en cuanto parecía que iba a liberar el humo, se puso de pie, dándole la vuelta al sofá, subiéndose al respaldo de tal manera que Hide quedara entre sus piernas. Le devolvió el puro.

-Dime… ¿Por qué has estado tan rarito conmigo?…- susurraba sensualmente a su oído, apartándole un poco el cabello para poder lamer el pabellón de su oreja. –Si yo no te he hecho nada… mi vida.- Con la otra mano descendió hasta su entrepierna, manoseándole deseoso el torso y el vientre. Lo apretaba con las piernas ligeramente.

-Ah, Yoshiki… Yo ya no sé qué hacer contigo…- repuso vagamente, antes de prenderse una vez más del alcohol. –Tú me mientes tanto… y no te importa hacerlo…-

El menor se puso alerta, pero sin demostrarlo. No podía cambiar tan radicalmente de un momento a otro, o Matsumoto no hablaría. Continuó seduciéndolo, añadiendo sólo un dejo consentido a su voz.

-No sé de qué hablas… Hide-chan. Yo te he dicho la verdad de todo. Sabes que no te escondo nada…-

Fue como si se le bajara todo el alcohol y la ilusión placentera de golpe. Pero no era más que la ambivalencia del brebaje –depresión e ira- potenciada por su propio temperamento desestabilizado. Contra todo pronóstico, gritó

-¡Deja de verme la cara de estúpido, maldita sea!-

El fino Bourbon cayó al suelo. La marihuana acabó desperdigada en su palma, cuya mano, temblorosa y apretada, formaba el puño de la furia. Muy poco faltaba para que terminara encajándose en el delicado cutis de la mejilla de Hayashi.

-¡Estoy harto de que me trates como a un idiota! ¿Es que no te cansas de verme sufrir? Porque sí, nunca dejo que me veas mal, ¡pero por dentro me está llevando puta! ¡No puedo creer lo desgraciado y cruel que eres, y lo bien que sabes disimularlo con ese rostro de ángel!-

Se había puesto en pie, volteándose hacia el menor, que lo miraba estupefacto e inmóvil. No tenía palabras, no se le ocurría absolutamente nada. Tan perturbado estaba por la reacción de Hide, como por el motivo del que le acusaba. ¿De dónde habría sacado aquello, si se suponía que él había convenido con Atsushi en ocultar la verdad? ¿Podría ser que el pelinegro mintiera?

-¿De… de dónde sacas semejante majadería, Hide? ¡Estás diciendo incoherencias por culpa de esa maldita planta! ¡No entiendo a qué te refieres!- Jadeaba asustado, viendo cómo podría alejarse de él antes de que se le ocurriera golpearlo. Pero estaba demasiado cerca, y por detrás lo que separaba al sillón de la pared era una distancia despreciable, capaz más bien de dejarlo encerrado.

-¡No sigas! ¡El infeliz de Atsushi me lo contó todo! ¡Eres tú el malnacido insatisfecho y arrastrado que lo llama, que lo busca, que le pide que se lo coja! ¡Atrévete a negarlo!-

Yoshiki estaba a punto de desmayarse. Los bonitos ojos almendra del guitarrista, ahora rojos y llenos de furor, lo miraban inspirándole un horrible pánico. Y aunque estaba muerto de miedo, no podía despegar de ellos los suyos. Encima, toda aquella avalancha de reproches e insultos le había caído en el momento menos esperado. A pesar de su también indignación, se sentía impotente, incapaz de reclamar todavía la mínima cosa. Su tierna araña, de cuyos labios jamás pensó podría salir un improperio para él, le estaba llamando arrastrado y malnacido, y parecía a un paso de molerlo a golpes.

-C… ca… ¡cálmate!- balbució con ingente esfuerzo -¡Tranquilízate!... ¡Detente!-

Porque en verdad se estuviera desvaneciendo, o porque consideró era su último recurso, se abalanzó sobre el pelirrosa, tomándole el puño preparado. De sus ojos salían lágrimas de temor. Del más angustiante y lastimero.

-¿¡Cómo es posible que le creas a un maldito que fue capaz de violarte!?- vociferó Hayashi, extremadamente dolido. -¡Nunca pensé que llegaras a acusarme con base en un testimonio tan bajo! ¡Reacciona, Hide: el idiota te engañó!-

Lloraba desconsolado, aún sosteniendo la mano ajena entre las temblorosas propias. Plañía también por la duda que lo asaltaba, al no saber si era posible que Sakurai le hubiese mentido. Pero era tan poco probable: Atsushi era todo un amor y Hide, en cambio, venía desvariando lenta pero progresivamente. Sintió cólera de no saber qué pensar.

-Amor mío, ¡me duele tanto que dudes de mí! ¡Yo no sé qué tipo de persona sea Atsushi ni lo que quiera de ti, pero por las cosas tan horribles que me has contado de él, sólo puedo concluir que lo único que quiere es lastimarte! ¡Date cuenta, te lo ruego! ¡Mira cómo te tienen las cosas que te dice!-

Yoshiki no pudo contenerse más; la única manera de sujetar al chico era aplacándolo. Y sabía que sus brazos siempre habían funcionado muy bien. Se aferró a él, estrechándolo con fuerza. Gimoteaba todavía, ahogando su llanto en el hombro ajeno. Matsumoto se había quedado petrificado. Después de un considerable rato, bajó el puño, pero no acató a abrazar a Hayashi.

“’Es hermoso, es feo, trata de responderme.’ No puedo reír, no lloraré, estoy loco. Anochecer, oscuridad, estoy sosteniendo mi aliento”

Recitaba absolutamente abstraído. Nada le importaba el rubio, empecinado en mantenerse asido a su cuerpo, todavía sollozante. Esa voz, aunque eufónica y hermosa, era el ladrido más espeluznante que sus oídos podían percibir. Infinitamente llena de burla, preñada de maldiciones y enloquecedoras palabras que nunca fueron más vívidas, abarrotaba su cabeza como el pitido insano del tinnitus[1]. Y sus labios las repetían una y otra vez, ante el desconcierto del menor.

-¡Hide, cariño! ¡Despierta!- se apartó por fin Hayashi, asustado al verlo cantar aquello, cuyo origen bien conocía. La situación ya no era susceptible de duda: Hide se había obsesionado de manera grave con Atsushi, motivado probablemente por la relación que habían mantenido días atrás. Los celos infundados del chico se activaron de inmediato.

-¡Tienes que sacarlo de tu mente, tienes que echarlo! ¡No es posible que sigas pensando en él de esa forma, después de todo lo que te hizo!-

Sería capaz de llamarlo con los peores epítetos, de acusarlo de los más atroces crímenes e incluso de maldecirlo, con tal de que el otro lo sacara de su mente. Pronto el nivel de paranoia de ambos se vio bastante parejo.

-Lárgate de aquí, Yoshiki- dijo por fin la araña, con la mirada perdida.

-¿Qué dices?- se ofendió el menor, mirándolo angustiado. Iba a intentar de nuevo acercarse, pero el pelirrosa clavó la daga de sus pupilas en él.

-Que te vayas, que no te quiero aquí. No te quiero ver.-

De nada valdría hacer un berrinche; el pianista lo sabía. Pero aquellas demandas lo herían, sin duda. Empero, era fundamentado ahora que el trágico músico temiera por su vida, antes que por su orgullo.

-Está bien. Como tú digas.-

Tomó su bolso, dejando lo demás ahí. Se volteó para despedirse, pero desistió al ver la triste escena: el guitarrista continuaba de pie, viendo al horizonte, moviendo los labios como si murmurara algo, inaudible sin embargo. Yoshiki se tapó los labios para contener su llanto, luego de apretar los párpados al querer velar sus bellos ojos. Sus lágrimas calientes escaparon sin permiso, derramándose por los suaves promontorios que pronto acabarían tristemente arados. Deseaba olvidar aquella visión; convencerse de nunca haberla presenciado. Comprendía una desgracia verdadera cuando la tenía en frente, aunque siempre pareciera lo contrario. ¿Por qué, por qué Hide, que siempre había sido tan ecuánime, tan sensato a pesar de su despreocupación? ¿Es que Atsushi era tan abrumador para cualquiera?

Le dio la espalda finalmente, sintiendo un nudo amargo en la garganta que no le permitió hablar. De todas formas, las palabras poco valdrían para alguien que se encontraba mórbidamente ensimismado. Salió del lugar sin mirar atrás, sin detenerse, apretando el pomo de la puerta una vez que la hubo cerrado, quedándose con él en la mano por unos segundos. Era como si deseara que permaneciera cerrada hasta su vuelta, hasta que él viniera nuevamente y todo estuviera normal otra vez. Cerrada para que no saliera a perderse; cerrada para que nadie entrara a perderlo. Cerrada para saber que sería por siempre suyo.

 

 

“Cántame siempre una melodía de compasión por mi fealdad, y estate conmigo, y sonríe”

Tumbado en la cama boca arriba, repetía los versos una y otra vez, mirando los intersticios de las láminas del cielo raso. El cigarrillo se había apagado entre sus dedos, consumiendo el filtro, dejando chamuscada la capa más externa de su piel. La botella de whisky, vacía, yacía a su lado, como si dormitara también.

“Tú derramas tu profuso amor siempre sobre mi fealdad, entonces quédate conmigo, y no llores. Sé mío, sé sólo mío”

Pensaba en Yoshiki. Definitivamente, cuando escuchaba aquella tierna palabra, no podía evitar hacerlo. El rubio se había convertido en su gran y único amor, desde aquella tarde en que lo conoció.

 

“-Disculpa, ¿puedo hablar contigo un minuto?-

Un hermoso joven teñido se acercó a él, interceptándolo en la suerte de backstage que tenía aquel sucio antro. Lucía desaliñado como él, sus compañeros y todo el público de la noche, y era evidente lo bien que le sentaban dichas fachas. Su cabello largo estaba recogido en una cola de caballo baja, la cual, no obstante, no impedía que algunos mechones quedaran fuera, denunciando las naturales ondulaciones que lo adornaban. Se mantuvo sin responder, por mirarlo.

-¿Eres el guitarrista de Saver Tiger[2], no?- El chico insistió, extrañado de que el otro no le contestara.

-Sí, sí… ¡Soy yo!- repuso finalmente, con una sonrisa tonta y un ligero sonrojo.      –Perdona, es que te confundí con un conocido…- dijo sin pensarlo mucho, intentando justificarse a como fuera.

-¡Ja, ja! No te preocupes. No pasa nada. ¿Entonces, me concedes un segundo?-

Realmente no esperó el permiso ajeno, sino que se lo llevó con él a una de las esquinas. Bebió un poco de su cerveza, para decir al fin

-Quiero saber si estás interesado en tocar en otra banda… Verás, tenemos confirmado un tour por todo el país, aunque no con demasiadas fechas. Sin embargo, nos hace falta un buen guitarrista, porque el chico anterior decidió irse…-

Lo miró escudriñadoramente, deseando obtener una respuesta ojalá positiva. Ladeó la cabeza a modo de espera.

-Pues… yo… eehh…- el repentino ofrecimiento confundió al joven músico, quien en realidad no sabía qué reponer. –Supongo que debo considerar tu oferta, hablar con mis compañeros o no sé, esperar un poco. ¿Te parece si te aviso luego?-

El chico rubio se revisaba el cabello, mirando con disgusto lo disparejo que le había quedado el color.

-¡Ash! Maldita vieja… ¡Y tan caro que me cobró!- Ante el silencio ajeno, se volteó hacia el guitarrista. –Claro, no te preocupes. Yo entiendo eso.-

Hide se había quedado observando su cabellera, prestando oídos a la queja lanzada hacía un momento. Instintivamente se acercó, cogiendo uno de sus largos mechones.

-No está tan mal. Lo que sucede es que seguro no lo mezcló bien. Pero eso se arregla fácil. Tienes un cabello muy hermoso.-

Sus bellos ojos café brillaron. -¿En… en serio lo crees?- La sonrisa no se hizo esperar; otorgándole con ello el primer don de tantos.

-Por supuesto. ¡Mira no más esas ondas! Cuesta mucho que se hagan así de forma natural, como lo son las tuyas. Al menos aquí en nuestra región. Si sigues inconforme con el tinte, no obstante, yo puedo ayudarte. ¡Ven cuando quieras!- finalizó, entregándole su tarjeta. El rubio la miró, sorprendido.

-‘Hideto Matsumoto. Estilista’ ¡Vaya! ¡No te creo!- exclamó, divertido -¿Quién lo diría? ¡Guitarrista y cosmetólogo!-

Ambos rieron. En efecto, era una combinación bastante particular. Todo el mundo se lo decía.

-Sí, es cierto. Muchos opinan lo mismo. Pero bueno, es de familia, así que supongo que ya venía predispuesto genéticamente- bromeó un poco, dándose cuenta lo bien que sintonizaba con el joven. –Y dime, ¿tú que tocas?- Se pidió una cerveza también, sacando un cigarrillo y encendiéndolo.

-Piano y batería- replicó el coqueto músico, sentándose en uno de los bancos altos de la barra, con la pierna cruzada.

-¡Y hablas de combinaciones extrañas! ¿Cómo haces para no tener los dedos rotos, a todo esto?- Miró sus manos, increíblemente libres de vendas y con aspecto suave.

-Es cuestión de cuidarlas bien… Nadie mejor que tú sabe lo maravillosas que son las cremas…- “

 

Ah, Yoshiki, Yoshiki. Siempre tan garboso y sexy, atrayendo las miradas de todos. Luego de aquel día, Hayashi fue al salón, y Hide mismo eligió para él un tono castaño claro, mucho más adecuado que el rubio encendido que antes lucía. Rápidamente su relación comenzó a consolidarse, con la integración del pelirrosa a X, los tours y la composición.   

Por eso era que le enojaban tanto aquellas palabras que no podía cesar de repetir. Era un canto desesperado, como el que él estaba dispuesto a entonar por su dramático amor, rogándole que se quedara a su lado siempre, que no lo cambiara por nadie. Y las cosas iban bien, justo así, hasta que apareció ese odioso hombre con su cabellera de azabache y sus labios carnosos.

¿De qué le servía gritar una y mil veces lo mucho que lo odiaba? Pero… ¿por qué lo odiaba más? ¿Por haberle quitado a Yoshiki? ¿Por haber mancillado su virginidad? Las preguntas iban y venían en su mente atribulada, mientras el nuevo cigarrillo se consumía en sus labios, silencioso.

“Ah, nada, del todo nada. Ah, quiero para nada”

Una lágrima corrió estertórea desde su orbe. Había recordado el último de los males en aquella cadena de desdichas: las fotos de Atsushi. Se resistía aún a creerle, a pesar de que se lo había referido con aquel semblante desinteresado que exponía la mayoría de veces en las que no parecía como que esperara su reacción para solazarse con ella; con su dolor, con su ira. Más bien, siempre miraba hacia otro lado, restándole toda la importancia que para él sí tenía el asunto. Pero entonces… ¿por qué lo hacía? ¿Sinceridad, acaso? ¡No! Atsushi era la peor persona que había conocido en la vida.

-¿Niisan?-

Era la voz de Hiro. “Ah, hermanito… vienes en el peor momento. Pero a ti sí que no puedo echarte. Eres lo único que me queda… incondicionalmente.”

La puerta de su cuarto se abrió.

-¡Hola, Hide! Aquí cumpliendo con tu encargo semanal…- El menor se quedó pasmado. Tiró todo lo que traía y se abalanzó sobre la araña.

-¡Hermano! ¡Háblame!- lo tomó de los hombros, sacudiéndolo.

Tan profunda era la depresión del mayor, motivo de su desconcertante ensimismamiento, que lucía como un cadáver sobre su cama: inmóvil, con los ojos abiertos, en silencio. Y aunque tenía cierta cantidad de alcohol encima, de todo lo que pasaba a su alrededor se daba cuenta. Ya el pobre chico estaba llorando, dando alaridos, cuando Matsumoto, con insana parsimonia, habló.

-Estoy bien… Hiro. No te preocupes.-

El menor suspiró aliviado. -¡Me diste un susto horrible!- Luego miró el Bourbon a su lado, creyendo comprenderlo todo. -Has estado bebiendo mucho… ¿no es así?- Formó un pequeño puchero con sus labios. –Hide-chan, recuerda lo que dijo Yoshi-san…-

Las pupilas ajenas se movieron como un rayo, dejando sentir su filo abrumador.       –Justamente eso hago. Fue él quien me dijo que si tomaba, lo hiciera en un lugar seguro. Aunque ya estoy grandecito como para que me sigan dando órdenes…-

De alguna manera, acababa con todo de una vez. Pero su incomodidad no era por los consejos y la cuestión de la bebida. Resultaba obvio. Era porque sin desearlo ni saberlo, Hiroshi había pronunciado aquel nombre.

Aunque no tan convencido, el menor aceptó terminar por la buena. Se levantó, yendo por lo que había tirado. Recordó que también traía un sobre grande y amarillo. El pelifucsia se había volteado, acurrucándose hacia el lado contrario a la puerta.

-Por cierto… Fíjate que venía entrando y me encontré esto por dentro de la reja. Tiene tu nombre escrito.- Revisaba el documento por ambos lados. –Lo raro es que no lo hayan enviado por correo. Resulta misterioso… ¿Será de un fan?-

Misterioso… anónimo… oculto. Matsumoto dio un respingo. Sin desearlo, buscó ver el objeto. Un sobre amarillo.

-Probablemente. Pero qué arriesgado. No era seguro que llegara hasta mí.-

-Pues siempre hay gente que se juega el chance. ¿Quieres verlo?- tendió a alargárselo, pero el otro se negó rápidamente.

-No. Estoy descansando. Lo miraré después.- Se incorporó, sentándose primero sobre el colchón. La cabeza le dolía una barbaridad.

-Mierda… Olvidé qué día era hoy.-

-¿Tienes que salir, niichan?- el chico se apuró a alcanzarle un limón y un cuchillo, su remedio a todo.

-Sí, eso creo. Tengo reunión con Spread Beaver.- Tomó lo que le alcanzaba, partiendo al medio el amado cítrico. Se lo llevó a la boca y lo mordió, sorbiendo su jugo.

-Pues llámalos y diles que no te sientes bien, y ya.- El menor de ambos volvió a sentarse en la cama. Le hacía mucha gracia observar cómo a su hermano se le quitaba cualquier padecimiento con sólo comer limones. Con sólo tenerlos cerca.

Hide se lamentó por tener que mentirle a Hiro para lograr que se fuera, pero ardía en la necesidad de abrir el misterioso sobre. Todo lo que no fuera usual en su vida le inspiraba horror a aquel punto. Y hacía su mejor esfuerzo por controlarse ante el muchacho.

-No. No puedo. Ya les quedé mal la última vez, y realmente necesitan mi ayuda…-

Hiroshi insistió, para su mala suerte. –Pero…-

-¡Pero no! ¡Maldita sea, deja de insistir!-

El menor se quedó frío. ¿Hide gritándole? ¡Pero si sólo intentaba ayudarlo! Entristecido, se puso de pie.

-Perdóname, Oniisama. No quise hacerte enojar. Ya me voy. Cuídate.- Se inclinó, apretando los párpados. Ni loco se permitiría llorar. Si la araña se había puesto así por intentar darle un consejo, no quería saber cómo reaccionaría ante sus lágrimas.

Salió de ahí rápidamente, ante la aparente indolencia del guitarrista. Pero es que él mismo se había quedado sin palabras.

-¡Hiro, no! ¡Espera!- Pero ya era tarde, y lo sabía. Se asomó a la ventana, mirando al chico alejarse en su bicicleta. Se sintió muy mal. –Si pudiera contarte… ¡Pero no, tengo que resolver esto yo solo!-

Buscó el dichoso sobre. Estaba sobre el tocador, encima de su caja de maquillaje. Lo abrió por un borde, metiendo la mano al momento. Empezó a temblar: había sentido con las yemas una superficie sumamente lisa, como la del papel de las fotografías.

Sus sospechas se confirmaron. Puesta de primera, una fotografía suya donde se apreciaba con perfección su desnudez y la actividad a la cual se encontraba sometido, amén de su lastimero estado, precedía a un escrito. Se apuró a leer éste, más por el hecho de querer dejar de mirar el humillante retrato, que porque en realidad le interesara conocer las odiosas condiciones del chantajista.

Poco a poco, el temblor de sus manos se convirtió en presión. Arrugó el papel al sólo sostenerlo, y bufaba con cada palabra que pasaba por sus ojos.

“… Si quieres que te devuelva la tarjeta de memoria, ven al parque del lago con diez mil dólares, a las nueve de la noche, mañana viernes. Y ven solo, porque si descubro que alguien te acompaña, no sólo no habrá trato, sino que las publicaré sin más.”

 

-¡Maldita desgracia! ¡Todo lo tenías planeado!-

Aunque en realidad no tenía ninguna prueba para culpar a Sakurai, la idea de que fuera todo una treta suya seguía bailando en su mente. Tomó su celular, marcándole.

-¿Hide? ¿Qué quieres? Pensé que no volverías a llamarme nunca más.-

La araña sostuvo el aliento. El cambio en la voz del chico lo dejó frío: aquella lascivia que percibía siempre cuando hablaba con él, se había esfumado. Era como si le molestara sobremanera su llamada.

-Y te juro que desearía no haberlo tenido que hacer jamás, pero ahora me es imposible evadir mi ligamen contigo. Acabo de recibir una carta donde me piden diez mil dólares por tus malditas fotos…-

-¿Y qué quieres que haga? ¿Que te preste dinero?- Su tono repugnante triplicaba el enojo del mayor, a quien ya no le importó acusarlo.

-¡Esto es todo obra tuya! ¿No es así? Ya déjate de basura, ¡tú no necesitas esa cantidad!- vociferó furioso. –Deja de jugar conmigo, que estoy perdiendo la paciencia, y si sigues empecinado en molestarme, te puede salir muy caro. A estas alturas, soy capaz de hacer cualquier cosa. ¡Cualquier cosa, Atsushi!-

La respiración agitada del otro lado era música para sus oídos. Sakurai levantó una ceja y sonrió: el pobrecito infeliz ya estaba irremediablemente perdido.

-Ya basta, mocoso. Si no quieres recuperar las pinches fotos, no hagas lo que el tipo te pidió, y ya estuvo. Deja de fregarme, porque a mí no me importa en lo más mínimo qué pase contigo, tu imagen o tu banda. Yo no soy quien te contactó, y créeme que a mí más que a nadie me afectó perder mi cámara –no por tus fotografías, claro está- sino por cosas verdaderamente importantes que en ella tenía. Y estoy ocupado, ¡así que vete al diablo!- Le colgó.

Los pitidos de la desconexión se repetían en su oído, haciéndolo estallar. Las botellas, así las llenas como las vacías; los adornos, los espejos, las ventanas… Ni siquiera su fina y costosa caja de maquillaje se salvó. Todo acabó hecho pedazos sobre el suelo.

-¡Desgraciado! ¡Maldito, malnacido, infame!- En medio de la vorágine se dejó caer el ojo fucsia del huracán, llorando con pesar lágrimas amargas. –Te mataré… Apenas salga de esta y todo se acabe… ¡Te juro que te mataré!-



[1] El tinnitus o acúfenos es un fenómeno perceptivo que consiste en notar golpes o pitidos en el oído, que no proceden de ninguna fuente externa. Puede ser provocado por gran número de causas, generalmente traumáticas.

[2] Yokosuka Saver Tiger fue la banda donde estuvo Hide antes de tocar en X.  


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