Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ángel por AndromedaShunL

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Este es el segundo capítulo de esta historia, espero que lo disfruten! :D

    Cuando giró la llave en la cerradura oyó los pasos apresurados de su hermano por el pasillo. La puerta se abrió y ahogó un suspiro preparado para recibir la regañina de Ikki.

—¿Por qué has tardado tanto, hermano? —Le preguntó con tono triste.

—Yo...

—Es igual. Shun, mamá no ha vuelto... y no va a volver. Al menos no hoy —bajó la cabeza y entrecerró los ojos al pronunciar aquellas palabras.

—¡¿Qué?! —Abrió los ojos todo lo que pudo.

—La han ingresado. Pero no has de preocuparte. Seguro que se pone bien pronto —forzó una sonrisa y Shun supo que solo intentaba tranquilizarlo con falsas.

—Ikki... —no pudo contener más las lágrimas y se echó a llorar a los brazos de su hermano.
    

    El mayor lo estrechó con fuerza y tampoco pudo evitar que alguna lágrima asomara a sus ojos. Ambos se quedaron así unos minutos sin saber cuándo moverse. El suceso había llegado hasta ellos como una gran roca cayendo sobre sus cabezas. ¿Qué iban a hacer ellos solos si se prolongaba?

—Shun —se fue separando de él poco a poco—, ¿dónde has estado? —Le preguntó para calmar el ambiente.

—Sólo di un paseo.
    

    En ese momento recordó al muchacho alado al que había rescatado de la nieve. Lo había tenido que dejar en la casa resguardado para no preocupar a su hermano. Hyoga le había pedido que se quedara porque tenía mucho frío, pero muy a su pesar, tuvo que dejarlo allí con la promesa de volver a verlo el día siguiente.

—Si quieres mañana podemos ir a verla —propuso Ikki sacándolo de sus pensamientos.

—¿A mamá?

—Sí, claro, ¿a quién si no?

—Sí, quiero verla... Pero, ¿estás bien, Ikki? —Preguntó preocupado.

—Por mí no te preocupes. No moriré por salir de casa con un poco de fiebre —rio.
    

    Shun lo volvió a abrazar y se fue a la cocina para cenar. Eran casi las nueve y el estómago le rugía como un león. cogió un plato y cortó algo de lo que había sobrado de la tortilla. La metió unos segundos al microondas y la comió. Lavó su plato y cubierto, llenó un vaso con agua y se fue con él a su habitación.
    

    No podía dejar de pensar en todo lo que había pasado ese día. Se sentía muy confuso y desorientado, como si el círculo de su vida hubiera dado una vuelta de 360 grados en apenas una tarde. Pensó en su madre, que ahora estaba ingresada en el hospital y no sabía por qué. Pensó en su hermano, siempre fuerte ante cualquier inconveniente, siempre valiente y afrontador de los hechos. Y por último, antes de caer dormido sobre su cama, pensó en Hyoga, el ángel al que había encontrado en la playa cubierto de nieve y al cual le había salvado la vida.

    

    En su sueño estaba en la playa donde había encontrado a Hyoga. De pie sobre la arena, contemplaba las olas ir y venir, tan semejante a las vidas humanas. El ángel bajó del cielo batiendo sus blancas alas y fue a posarse a su lado. Ambos se miraron y se sonrieron. Hyoga se acercó a él y le hizo alzar el rostro para besar sus cálidos labios. Shun cerró los ojos para gozar de tan agradable sensación, y cuando los volvió a abrir, el ángel lo sujetaba entre los brazos y lo alzaba por los azules cielos batiendo sus alas en el aire.

    

    Despertó con el sonido de su despertador y con una sonrisa en su rostro. Hacía mucho tiempo que no soñaba nada agradable, pero poco a poco la incertidumbre se iba haciendo dueña de él. El día anterior habían pasado cosas que más se asemejaban a un mal sueño. Lo primero fue su madre. Se puso tenso de repente recordando aquello: su madre se encontraba en el hospital desde a tarde de ayer, y no sabía cómo estaba. Luego recordó su paseo y... al ángel. Había rescatado un ángel, y había soñado que lo besaba.
    

    Se levantó de la cama y apagó el despertador que seguía sonando. Se frotó los ojos y miró por la ventana: de nuevo nevando. No es que no le gustase la nieve, pero el ambiente tan frío le oprimía en ocasiones el corazón.
    

    Caminó hacia la cocina para desayunar y se encontró a su hermano allí. Estaba comiendo una taza de cereales y le sonrió cuando cruzó la puerta.

—¿Vas a ir a clase hoy? —Le preguntó echándose también unos cereales en su taza.

—Sí. Si me encuentro mal vuelvo a casa, pero intentaré ir.

—¿Te dejarán marchar si te encuentras mal? —Preguntó preocupado.

—Si no les pego y que me cuiden ellos —rio.

—No seas violento —le reprochó de mentira.
    

    Continuaron charlando hasta que acabaron de desayunar. Ikki iba a un instituto que estaba a unas calles de la escuela de Shun, así que hicieron casi todo el trayecto juntos, hablando de la nieve, del invierno, de la primavera, de los estudios y sobre todo de las vacaciones. A nadie le venían mal unas vacaciones después de pasar por lo que estaban pasando ellos dos.
    

    Entró a clase y de nuevo lo mismo de todos los días: el eufórico saludo de Seiya, la profesora mandando callar para comenzar la clase, las siguientes horas que vinieron y se fueron como huracanes. De nuevo, no podía dejar de pensar en su madre. Tenía miedo, mucho miedo.
    

    Cuando las clases acabaron, encontró a su hermano esperando por él en la entrada, y ambos regresaron a casa en silencio. No sabía por qué, pero ninguno de los dos se había atrevido a decir ni una palabra hasta llegar a casa.

—¿Qué tal en clase? —Le preguntó Ikki mientras colgaba su abrigo en el perchero.

—Como siempre, ¿y tú?

—Bien. Me dolía un poco la cabeza pero me aguanté —se encogió de hombros—. ¿Comemos algo y vamos a ver a mamá?, ¿o comemos en la cafetería del hospital?

—Comamos allí. Quiero verla ya —contestó.
    

    Ikki volvió a ponerse el abrigo y a coger las llaves. Abrió la puerta y ambos salieron de casa. Llegaron a la parada de los autobuses y esperaron con calma a que llegara el que les llevaría al hospital. Subieron e Ikki pagó por los dos. Se sentaron por el centro del transporte, con Shun en la ventana.
    

    Las calles iban pasando ante sus ojos a través del cristal, como si él estuviera en un mundo aparte que pasaba inmensamente más despacio respecto del de fuera. Pero su mundo estaba lleno de soledad y oscuridad, y sólo albergaba espacio para las malas sensaciones.
    

    Fue Ikki quien lo sacó de ese mundo cuando llegaron a la parada que les correspondía.

—Ya hemos llegado, hermanito —le anunció.

—Ah —dijo saliendo de su trance.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien, gracias.

—Eh, vosotros dos, ¿vais a salir u os pensáis quedar ahí eternamente? —Preguntó de mal humor el conductor dirigiéndose hacia ellos.

—Ya nos vamos —dijo Shun interponiéndose entre el señor e Ikki que parecía querer decirle algunas cosas.
    

    Ambos bajaron del autobús y entraron en el hospital. Preguntaron por la habitación en la que estaba su madre y subieron en el ascensor rodeados de gente que también iban a visitar a sus enfermos. Cuando las puertas se abrieron, el corazón de Shun latía muy deprisa, como si le fuera a salir del pecho.
    

    Caminaron por los interminables pasillos de color blanco y llegaron a la habitación. Shun se quedó frente a la puerta sin atrever a abrirla. Ikki lo miró, sonrió y empujó suavemente, dejando ver la cama en la que descansaba una mujer de cabellos rubios.

—Ikki, Shun —los llamó emocionada—, habéis venido —sonrió todo lo que pudo.

—¡Claro! —exclamó Ikki acercándose a ella.

—¿Cómo estáis, mis amores?

—Estamos bien, ¡pero queremos que vuelvas ya!
    

    Shun se acercó poco a poco y se sentó al lado de su madre. Llevaba puesta una bata blanca y le habían pinchado el brazo para el suero. Tenía ojeras en los ojos y su aspecto no era lo saludable que Shun hubiera querido.

—¿Cuándo volverás a casa, mamá? —Le preguntó el menor con un hilo de voz.

—Seguro que pronto —le sonrió y le acarició el pelo—. Por el momento estaré unos días aquí. ¿Queréis que llame a vuestro tío para que vaya a casa con vosotros durante ese tiempo?

—No hace falta. Nos las apañaremos —contestó Ikki muy decidido.
    

    Lo cierto era que su tío no les inspiraba nada de confianza. Cuando eran más pequeños siempre les hacía bromas de mal gusto y ahora se reía a veces de ellos si hacían cualquier cosa mal, por estúpida que fuera.

—Está bien. ¿Estás mejor, Ikki?

—Sí. Hoy he ido a clase. Me dolía un poco la cabeza pero no pasó nada.

—Qué bien —sonrió—. ¿Y tú, Shun? ¿Cómo te ha ido en clase?

—Bien. Como siempre —se encogió de hombros con una sonrisa.
    

    Estuvieron allí casi toda la tarde. Era viernes y no tenían mucha prisa de volver a casa para estudiar y hacer deberes. Su madre los quería mucho, y los echaba de menos tanto como ellos. La despedida fue dura por dentro, pues ninguno se atrevió a sacar a la luz su verdadera tristeza.
    

    El viaje de vuelta a casa también fue silencioso, cada uno pensando en sus cosas y preocupaciones. Su hogar, vacío, parecía estar congelado de alegría. Shun no se puso el pijama como su hermano, pues recordó casi nada más pisar la alfombra que le había prometido al ángel volver a verlo hoy.

—Ikki, voy a dar otro paseo. Necesito despejarme un poco —le dijo.

—Vale, hermanito —contestó este sin oponer resistencia, de todas formas, Shun ya era lo suficientemente grande como para salir él solo de casa. No tenía que protegerlo eternamente.
    

    Salió del edificio apuradamente para llegar cuanto antes a la casa derruida en la que había dejado a Hyoga. Cuando llegó, trepó por la valla de piedra tan rápido y ágil como pudo, y entró por la brecha de la pared. Fue hasta el sofá del salón y se sorprendió de nover al joven por ninguna parte.

—Se ha ido —susurró—. O quizás sólo fue un sueño...
    

    Dio media vuelta para marcharse cuando una pluma blanca como la nieve cayó sobre su cabello. Miró hacia arriba y vio a Hyoga a través del techo roto, batiendo sus alas en el aire, tan espléndido y perfecto como el mismo universo. Se quedó mirándolo sin poder apartar sus ojos de aquel ser tan hermoso, cuando este fue bajando poco a poco hasta situarse a su lado, encogiendo las alas.

—Uau —fue lo único que pudo decir Shun.

—Shun —lo llamó.

—¿Si? —preguntó con el corazón latiéndole con fuerza.

—Tienes un nombre muy bonito —sonrió, haciendo que el peliverde se sonrojase por completo.
    

    Bajó la cabeza por vergüenza, y Hyoga se la alzó con una mano, para que lo mirase a los ojos, a esos ojos azules como el cielo. Quedó cautivo de su hechizo.

—Gracias por salvarme —le dijo Hyoga.

—No podía dejarte ahí.

—Podías haberlo hecho, pero no lo hiciste —se encogió de hombros.

—Nadie con corazón te hubiera dejado allí.

—Quién sabe.
    

    Se separó de él y se cubrió el cuerpo con una manta. Al parecer seguía teniendo frío. Se sentó en el sofá y Shun se sentó a su lado no sin antes titubear.

—¿Cómo es que te caíste? —Preguntó.

—La nieve acumulada en mis alas me hizo perder el equilibrio y precipitarme.

—Pero... eres...

—Un ángel —lo completó.

—¿Cómo...?

—¿Cómo? ¿Nunca has visto un ángel? —le preguntó incrédulo.

—¡Claro que no! —Exclamó como si fuera evidente.

—¿En serio? —Parecía no poder creérselo.

—¿Acaso debería? —Preguntó un poco irritado.
    

    Hyoga no respondió, sólo se lo quedó mirando con ojos impasibles desde el sofá.

—Yo pensaba que los humanos sabíais de los ángeles —dijo al cabo de un rato.

—Más bien sabemos que no existen —dijo Shun apartando la mirada.

—Oh.

—Debería irme ya a casa. Ya te encuentras mejor, ¿no? —Preguntó a la vez que se levantaba.

—¿Te vas? —Volvió a clavar sus ojos azules en él.

—Sí, o mi hermano se preocupará por mí.

—¿Y yo?

—¿No tienes un lugar al que ir?

—No he estado nunca aquí —contestó.

—¿Y no puedes volver al lugar del que procedes? —Por un extraño motivo, cada vez que el ángel movía los labios le hacía estremecerse de forma agradable, y no quería que la respuesta de Hyoga fuera un sí. Le reconfortaba su presencia.

—No puedo —contestó en un susurro.

—¿Qué? ¿Por qué? —Preguntó preocupado y acercándose de nuevo al sofá.

—No me apetece hablar de ello ahora, Shun.

—Eres un ángel. Es increíble —dijo volviendo a sentarse a su lado y sin dejar de mirarle a los ojos, cautivo.

—No es tan maravilloso —dijo con una sonrisa molesta.

—Pero... es extraño.

—Yo pensaba que no.

—Quiero saber más —le pidió.

—No quiero hablar sobre ello. No al menos en este momentos. Lo siento, Shun —se disculpó.

—Como quieras —dijo inflando los mofletes.

—Cuéntame algo de ti si quieres —le sugirió.

—¿Qué? ¿De mí? —Hyoga asintió—. Pues no sé... tengo catorce años, mi hermano dieciséis... Él se llama Ikki —definitivamente no sabía de qué hablarle.

—¿Y tus padres? —Preguntó curioso.

—Mis padres... —al recordarlos se puso extremadamente triste.

—Lo siento, no quería molestarte... —se apresuró a disculparse.

—No tiene importancia. Es que... bueno, mi padre nos abandonó hace dos años y... mi madre está en el hospital desde ayer... y no va a salir en unos días —dijo bajando la mirada.

—Lo siento.

—Da igual, se recuperará —lo miró sonriente, y el ángel sonrió a su vez.

—Tú hermano se preocupará si tardas mucho en volver —le dijo.

—Sí, es verdad —no deseaba marcharse de allí—. Me iré yendo... mañana no tengo clase, así que podré estar más tiempo aquí

—le anunció encogiéndose de hombros —. Por cierto, ¿tú cuántos años tienes? —Le preguntó curioso.

—Pues... dieciséis como tu hermano —no parecía muy seguro de ello pero Shun no lo juzgó. Podría seguir aturdido después de su accidente.

—Oh, bien. Bueno, entonces me voy...

—Como gustes —Hyoga se quitó la manta de encima y se levantó para despedirse.
    

    Ambos quedaron frente a frente, y Shun se dio cuenta de que le sacaba unos diez centímetros de alto. Por alguna extraña razón eso lo reconfortaba. Quiso ladear bruscamente la cabeza hacia los lados para alejar esos pensamientos de su mente, pero logró contener las ganas. Hyoga se acercó más a él y clavó su mirada en la esmeralda de Shun. Al menor se le aceleró tanto la respiración como las pulsaciones de su corazón, y recordó el sueño que había tenido en el cual lo besaba. Pero un sueño era un sueño, y se le rompió una parte del alma cuando el ángel le estrechó la mano y luego volvió al sofá para descansar.

—Hasta mañana —le dijo.

—Hasta mañana, Hyoga —se despidió también con los labios insatisfechos.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer!! espero que les haya gustado tanto como a mí, jeje


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).