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Navidad, dulce Navidad por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Hola a todos, este es el cuarto capítulo de esta bonita historia de Navidad, espero que les guste lo que van a leer y comenten si lo desean :D

Mansión Kido
    

    Los tenues rayos del sol entraron por la ventana de la habitación de Hyoga, alumbrando a este y a Shun, quien dormía abrazado a su cuerpo con una sonrisa en los labios. Parecía un verdadero ángel así de tranquilo. Hyoga no podía creerse todo lo que había pasado en una simple noche, y recordarlo hizo que le ardiesen las mejillas. Al parecer, celebrar la Navidad no iba a ser tan terrible como él hubiera imaginado.
    

    Sintió el cuerpo de Shun moverse entre las sábanas, y sin saber muy bien qué hacer, se acercó a él y le dio un suave beso en la frente, haciendo que este abriera los ojos casi al instante después.

—Hola Hyoga —lo saludó.

—Hola Shun.

—¿Has dormido bien?

—Nunca había dormido tan bien en mi vida —contestó rojo.

—Yo tampoco —confesó.
    

    No sabían exactamente qué decir o qué hacer. Shun nunca se había imaginado que algo como lo que estaba viviendo ahora podría ocurrir. Hyoga, por el contrario, se encontraba envuelto en una barrera muy grande de timidez, y no se atrevía a decir nada de lo que se le pasaba por la cabeza.

—Nunca pensé que... tu... —empezó Shun—. Nunca lo hubiera pensado.

—¿El qué? —Preguntó Hyoga tontamente.

—Que me quisieses de esta manera —clavó sus ojos en los suyos.

—Bueno, yo... —sonrió avergonzado y se llevó una mano al cabello desordenado.

—Es igual —dijo Shun en un susurro.

—Parece que la Navidad hace milagros —sonrió.

—Será eso —rio.

—Te... te quiero —dijo apartando la mirada.

—Y yo, Hyoga —le hizo mirarle a los ojos y le dio un beso en los labios.

—¿Bajamos a desayunar? —Propuso.

—Sí, me muero de hambre —sonrió de nuevo.
    

    Se levantaron de la cama y bajaron las escaleras cogidos de la mano. Shiryu los vio entrar en la cocina de esa manera, y no pudo evitar sorprenderse, pero pronto esbozó una sonrisa y ladeó la cabeza de lado a lado, haciendo que Shun y Hyoga se pusieran rojos por milésima vez en la mañana.

—Me alegro —dijo Shiryu acercandose a ellos—. Sinceramente, para mí estábais destinados a estar juntos —bromeó.

—Calla... —dijo Hyoga avergonzado.

—¡Encima que os felicito!

—Gracias, Shiryu —dijo Shun malicioso.

—¿Y Seiya? —Preguntó Hyoga.

—No tengo la menor idea —reconoció.

—Voy a prepararme algo —anunció Shun.

—Sí, yo también —le siguió Hyoga.

—Yo voy a dar un paseo por el jardín. Hasta luego.
    

    Salió de la mansión no sin antes coger una chaqueta para no pasar frío. Agradeció que no nevase de nuevo como los días anteriores, aunque le gustase ver todo el paisaje teñido de color blanco. Dio un rodeo por la edificación y se paró en seco cuando oyó unas voces hablando donde la fuente, distorsionadas por el sonido del agua al caer. Quiso acercarse un poco más y comprobó que se trataba de Seiya y de la princesa Saori. Se asomó por una de las esquinas y allí los vio. Ella estaba sentada en el borde de la fuente y Seiya de pie junto a ella.
    

    Shiryu pensó que no debía estar ahí, que tendría que respetar su intimidad, pero la curiosidad lo invadía por dentro y por mucho que quiso irse su cuerpo no lo obedeció. Es más, hasta agudizó el oído para escuchar de lo que estaban hablando.

—... Y es que han pasado tantas cosas, que no puedo evitar sentir que he desaprovechado los pocos momentos en los que pude estar a tu lado —decía Seiya.

—Ahora que ha acabado todo por fin, tenemos todo el tiempo del mundo para disrutar de nuestras vidas —decía Saori.

—Princesa, lo que quiero decir, es que desde hace mucho tiempo siento el deseo incondicional de estar contigo, de protegerte, de velar por tu vida, y ese deseo se fue agrandando cada vez más hasta invadirme por completo. No quiero volver a perderte nunca más. Quiero estar contigo... para siempre —dicho eso, se sentó a su lado y le acarició una mejilla con dulzura.
    

    Saori sonrió tiernamente y Seiya cerró los ojos para besarla. En ese momento Shiryu se dio la vuelta para marcharse pensando en todo lo que había pasado desde que se habían acabado las batallas. El único que no había cambiado ni un poco había sido Ikki, que seguía prefiriendo estar consigo mismo, o al menos eso creían todos.

 

Reino de Asgard
    

    Cuando Mime despertó no recordaba prácticamente nada de lo que había pasado el día anterior, pero pronto los recuerdos asomaron a su mente. Alberich lo había besado no una, ni dos, sino muchas veces desde que le confesó que se había enamorado de él. Habían pasado el resto del día juntos, abrazados, bromeando, besándose suavemente, con locura y con pasión. Cuando llegó el momento de separarse, habían tardado casi quince minutos en despedirse. Ni el uno ni el otro quería prescindir ni una sola noche de las caricias proporcionadas.
    

    Se levantó de la cama y se vistió. Recorrió los pasillos del palacio hasta llegar al gran salón donde se reunían para desayunar, comer y cenar. En la mesa estaban sentados Hilda de Polaris, y los demás guerreros divinos, excepto, claramente, Alberich de Megrez. Se sentó en una de las sillas al lado de Hagen y de Siegfried y comenzó a desayunar de lo que había sobre la mesa.

—Buenos días, Mime —le saludó Hilda.

—Buenos días a todos —les devolvió el saludo.

—Hacía mucho que no desayunabas con nosotros —comentó Siegfried.

—No tenía mucho apetito.

—¿Mañana vendrás, verdad? —Le preguntó Hagen.

—¿Mañana?

—Sí. Ya sabes, todo eso de la Navidad, caprichos de la señorita Flare —rio Siegfried.

—Vamos a hacer una cena todos juntos, como dicen las costumbres —continuó Hagen.

—Pues... sí, claro, vendré —dijo por fin—. ¿Se lo habéis dicho a Alberich? —Preguntó algo nervioso.
    

    Ambos lo miraron con expresión seria sin contestar a su pregunta. La sola idea de que Alberich apareciera mañana les molestaba bastante, pero igualmente era su compañero de armas, y si él quería venir no podían decirle que no.

—No hemos hablado con él desde entonces —dijo por fin Siegfried.

—Y yo no seré quien le avise —dijo Hagen.

—Le avisaré yo —anunció Mime—. Ya no es el mismo que antes, ha cambiado.

—¿Ha cambiado? —Preguntó incrédulo Hagen.

—Sí, de verdad —les prometió.

—No creo que haya cambiado de verdad —dijo Tholl que se sentaba en frente de ellos.

—No seáis tan cerrados —intervino Syd—. Démosle la oportunidad que nunca le permitimos.

—Gracias, Syd —le agradeció Mime.

—Todos merecen una oportunidad, ¿no? —Le sonrió.
    

    Cuando acabó de desayunar, se despidió de todos y fue directo al bosque en el que Alberich hubo combatido aquella vez contra los caballeros de bronce. Pensando en eso, se preguntó cómo les estaría yendo la vida a cada uno. Pensó en ese joven peliverde contra el que había peleado primero, y luego en el que había resultado ser su hermano. Ellos dos le habían abierto los ojos hacia el camino de la verdad, y les reservaba un sitio privilegiado en el interior de su corazón.
    

    Llegó hasta el bosque y paseó entre los árboles intentando encontrar a Alberich allí. La noche anterior le había dicho que no pasaría por las columnas de Mime, pero tampoco le había dicho dónde estaría.Siguió caminando hasta que el joven de cabellos rosados cayó como un proyectil al suelo desde uno de los árboles, sobresaltando al rubio.

—No te la esperabas, ¿eh? —Preguntó Alberich en carcajada.

—La verdad es que no —confesó.
    

    Alberich se acercó a él y lo rodeó por la cintura. Mime se dejó hacer y quedaron los dos sumidos en un abrazo y en un beso muy añorado desde hacía horas. Mime se separó de él dispuesto a contarle lo de la cena que organizarían mañana.

—Alberich —lo llamó.

—¿Sí?

—Mañana vamos a celebrar todos la Navidad en una cena. ¿Quieres venir?
    

    Alberich lo miró pensando en que debía de estar tomándole el pelo. ¿Cómo iba a ir a una cena él, para estar rodeado de gente que lo desprecia?

—Va a ser que no —contestó.

—A Syd no le importa que vayas, y estoy seguro de que a la señora Hilda tampoco —insistió.

—Pues a mí tampoco me importa esa cena —quiso sentenciar.

—Por favor —le pidió.

—No me mires así.

—Por favor, Alberich, haz las paces con todos ellos. Olvidad el pasado, olvidad todo.

—¿Sabes? Para mí no es tan fácil olvidar el pasado como a ti.

—¿Qué? —Exclamó atónito.

—Que yo no puedo olvidar de un día para otro todo el desprecio que me tiene el mundo —se dio la vuelta para marcharse, y Mime no intentó detenerlo.
    

    Lo vio alejarse entre los árboles con los ojos amenazando lluvia. No podía creerse lo que acababa de pasar. ¿Acaso a Mime le había resultado fácil apartar de sus pensamientos todo su pasado, que había matado a su padrastro y había mentido sobre los motivos después? ¿Que había vivido engañado por él mismo toda su vida? Alberich se había ganado el desprecio de los demás por su cuenta, y si ahora no quería hacer las paces con ellos, no era su culpa, y no tenía por qué hablar de él cuando ni siquiera miraba en su propio pasado.
    

    Mime cerró el puño con rabia y se largó de allí a trompicones, no queriendo saber nada de aquel guerrero divino al que tanto había amado la noche anterior.

 

Santuario de Atenas
    

    Ya por la mañana Milo se había levantado temprano para acudir a la tienda de artesanales en la que había encargado su pedido, y después de guardarlo cuidadosamente había ido a visitar la casa de Acuario. Extrañamente, y para variar su rutina, no sentía esa sensación de soledad en su corazón, sino que se sentía más vivo y alegre.     
    

    Se sorprendió a sí mismo entrando en la morada de Camus y paseando entre las columnas y rememorando de nuevo todos los momentos que había pasado a su lado. Había estado hablando con él en voz alta, manteniendo una bonita conversación e imaginando que él le respondía. Se sentía algo tonto haciendo aquello, pero se había relajado enormemente y había conseguido no llorar ni una sola vez.
    

    Cuando entró en su habitación, pasó la mirada por la cama en la que una vez hubieron dormido juntos, por la mesa en la que hubieron comido y reído juntos. La fotografía de ellos dos aún descansaba polvorienta sobre la estantería, y Milo sonrió al recordar la historia de esa foto.
    

    Había sido ya hacía dos años. Habían bajado al pueblo los dos juntos para pasear, y un fotógrafo hacía fotos a las parejas a las que veía, mientras estas se besaban o se abrazaban. Ellos dudaron un poco pero al final Milo tiró del brazo de Camus y fueron a hablar con el hombre. Este se extrañó al principio pues nunca había fotografiado a dos personas del mismo género, pero en apenas unos segundos sonrió y accedió sin ningún problema. Ambos posaron abrazados para no llamar tanto la atención y el hombre les hizo dos fotografías, una para Camus y otra para Milo. El fotógrafo les dijo que debían esperar algunos días antes de poder dárselas, y ellos asintieron sin quejarse.
    

    Una semana después de lo sucedido, Camus acudió a la morada de Milo y lo despertó con energía saltando sobre su cama. El de Escorpio jamás lo había visto actuar de esa manera tan emocionada. Camus guardaba en sus espaldas las fotografías ya enmarcadas y se las enseñó cuando Milo terminó de desperezarse. Este se quedó boquiabierto y le preguntó cómo las había conseguido. Camus le respondió que no podía esperar más para tenerlas y había buscado al hombre por toda Atenas para conseguir esas fotos, encontrándolo fotografiando más parejas en un parque una mañana preciosa.
    

    Milo lo abrazó y lo hizo caer sobre su cama, besándolo apasionadamente. Cuando se separaron para respirar, cogieron cada uno su foto y la colocaron en la estantería de sus respectivas moradas sagradas.
    

    A partir de ese momento, siempre que iban a visitarse, se acordaban de aquel día en el que el fotógrafo había convertido aquel recuerdo en una fotografía que perduraría para el resto de sus días.

—¿Te acuerdas, Camus? —Preguntó al aire sosteniendo la foto entre sus manos—. ¿Te acuerdas de ese día? Yo nunca podré olvidarlo —la estrechó fuertemente contra su pecho y dibujó una sonrisa en sus labios.
    

    Dejó el marco donde estaba y no pudo evitar dejar escapar una lágrima por su mejilla. Odiaba sentirse tan débil, pero odiaba mucho más no tener a su amor de vuelta entre sus brazos. Se sentó en el borde de la cama de Camus y comenzó a recordar el día en el que le había confesado que estaba enamorado de él.
    

    Había sido un día de primavera muy bonito, en el que las rosas no venenosas de Afrodita bañaban todos los peldaños de cada escalera. Muchos le dijeron que las quitara, pero él, maliciosamente, las dejó allí hasta que hubo acabado la primavera. Uno de los que se habían quejado había sido el propio Milo, pero acabó resignándose.
    

    Milo subía las escaleras una mañana hasta la casa de Piscis para decirle lo de las rosas. Tenía el corazón latiéndole con fuerza ya que tenía que pasar por la casa de Acuario, y hacía ya un tiempo que venía reuniendo sentimientos más que amistosos por aquel caballero de oro. Había invitado a Camus a muchas cenas, comidas y desayunos juntos, le había regalado muchas cosas y le había hecho muchos favores, además de haberse hecho muy amigo de él. Tenía la sensación de que Camus sabía perfectamente lo que sentía, pero no le había dicho nada al respecto, además, Milo notaba que estaba muy cómodo con su presencia.
    

    Pasó por las las casas que estaban sobre la suya, saludando a Shura de Capricornio, quien estaba sentado en uno de los escalones con el ceño fruncido por ver tantos miles y miles de rosas. Cuando llegó a la morada de Acuario, se olvidó por completo de su verdadero propósito de hablar con Afrodita y llamó al caballero Camus a reunirse con él.

—Buenos días, Milo —lo saludó.

—Buenos días, Camus.

—¿Qué deseas?
    

    A partir de ese momento iniciaron una conversación bastante tonta, llegando a sobrepasar la línea que dividía la amistad del amor. Milo le había echado muchos cumplidos ocultos entre sus palabras, y había hecho sonrojar a Camus. Nunca lo había visto en esa situación, y le resultaba muy satisfactorio haber llegado tan lejos. Entonces, y casi sin previo aviso, se le declaró escondiendo el rostro entre el cabello. Pensaba que Camus le iba a decir algo al respecto, como un no o un rechazo más elaborado, pero se sorprendió por completo cuando este respondió:

—Por fin, pensé que no me lo ibas a decir nunca —sonrió.
    

    Recordar ese momento le hizo soltar más lágrimas todavía, pero no eran lágrimas tristes, aunque tampoco de felicidad. Simplemente eran lágrimas que expresaban aquella vez hacía un año, con nostalgia, con melancolía, pero también con cariño y ternura.
    

    Se levantó de la cama y salió de la estancia de Acuario con una sonrisa en sus labios. Mañana sería un día de reunión y lo pasarían todos juntos. Había que estar feliz y hacer notar esa felicidad en el ambiente. Además, Kanon le había prometido que la cena de Navidad la harían en honor a todos los caballeros caídos que no pudieron ser resucitados. Estaba seguro de que iba a ser otro de esos momentos que no se olvidan nunca. Aunque el triste recuerdo de Camus le acompañaba a todas partes, Kanon tenía razón, y debía recordar a su amado con una sonrisa en la cara, y no con lágrimas en los ojos.

 

Mansión Kido
    

    Era ya casi de noche cuando Shun subió las escaleras y se encerró en su habitación. El día había sido increíble para él, pero cuando las estrellas y la luna aparecieron y adornaron el cielo, no pudo evitar pensar en su hermano. Faltaba apenas un día para la cena de Navidad, e Ikki no daba señales de querer aparecer en ningún momento. Lo echaba tanto de menos...
    

    Se tumbó en su cama y hundió el rostro entre las manos con los ojos húmedos. El dibujo que le había hecho descansaba sobre su mesita de noche, y cuando lo miró se sintió más solo de lo que ya se sentía antes.

—Hermano, dime que vendrás, por favor —susurró—. No puedes faltar, Ikki.

 

Reino de Asgard
    

    La aurora boreal, siempre moviéndose como una serpiente que repta por las ramas de los árboles y la tierra en busca de su presa. Eso era lo único que pensaba Mime en ese momento. Tenía el corazón tocado y hundido, además de guardar rabia en su interior po el guerrero divino que el día anterior le había hecho sentir tan bien. Pensó que igual no sería para tanto, pero cada vez que recordaba lo que este le había dicho, el enfado lo sacudía de nuevo.
    

    Había llevado la lira consigo, pero no había acudido a las columnas como siempre hacía. Ese lugar le recordaba a Alberich y ahora no quería tenerlo presente en su mente por nada en el mundo. Había creído que había cambiado, pero lo único que había cambiado había sido su forma de mentir. Desde luego que esta había mejorado considerablemente.
    

    Arrancó sonidos melancólicos de las cuerdas y pensó en su padrastro. Jamás podría olvidar todo el daño que le había causado a Folker, y jamás conseguiría perdonarse a sí mismo. Que Alberich le dijese que le había resultado muy fácil olvidar su pasado, le había hecho volver a esos días de soledad en los que no quería tener más compañía que su lira y sus tormentos.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer!!! Espero que les haya gustado y mañana último capítulo!!! :P


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