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Say goodbye por -oOYUKI-NII-Oo

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Titulo: “Say goodbye”

Autor: YUKI-NII.

Género: Friendship

Ranting NC17

Pareja: SasuNaru

N/A Naruto no me pertenece. Todo es de su gran autor, Kishimoto-Sensei

Resumen: Naruto ve como todo cae poco a poco, Naruto abre sus piernas tratando de sostenerlo todo. A veces el amor no es suficiente.

Advertencia: Introducción a Sai, mucho drama y una pizca de amor.

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Capitulo. 9

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XXIV.Consequences of a life without him

Gaara ha salido más temprano de casa, su rutina cambia de acuerdo al día de la semana que sea, los lunes, miércoles y jueves asiste a un pequeño grupo de redacción, para aprendices de escritura post moderna. Por lo que suele levantarse a las cinco, dejar el desayuno hecho y no volver hasta las 3.

Los martes los ocupa en hacer una limpieza general en todo el departamento, esos días comen fuera, la mayoría del tiempo en un restaurant familiar. Los viernes, sábados y domingos desaparece el día entero solo para regresar y cambiarse con las ropas que auto domina como su uniforme para trabajar en la avenida de la quinta.

El cambio de una vida sin ti, suele resentirte, no puedes culparlo de haber llenado sus horas de actividades y tareas.

Aun así, la curiosidad de su repentino, pero no inesperado, nuevo estilo de vida te ha hecho levantarte ese jueves a la misma hora que él. No pretendes invadir sus intimidad, solo quieres aprovechar el día para terminar de arreglar los tramites de la universidad, has perdido el semestre, tendrás que recursarlo. Y aunque eso te hace sentir un poco mal no es nada comparado con la posibilidad que te plateaste de haber perdido completamente el año escolar.

Tallas tus ojos y te estiras en la cama, el sonido de sartenes en la cocina se cuela hasta la habitación. Sonríes. El olor a tocino te acaricia y te hace levantarte, pies descalzos y cabello enredado.

Puedes ver la ancha espalada del pelirrojo que aun porta una vieja camiseta y un bóxer negro, se protege del calor de la estufa con un pequeño mandil de rayas azules. Nunca Gaara te pareció más joven y distante. Como si esa imagen debiera estar dentro de otra casa, de otro país y de otro momento. Gaara merecía tanto una vida diferente, no por primera vez sentiste la impotencia como un reflujo naciendo desde tu estomago. No hay nada que se pueda hacer para cambiar lo que es.

Ambos han sabido adaptarse. Tu aun no consigues un trabajo, has pensado muy seriamente en probar suerte en el viejo supermercado en el que estabas cuando aun tenias 17, Jiraiya siempre fue amable contigo cuando lo necesitaste y te brindo su apoyo en la medida en la que sus propios recursos se lo permitían. Aun puedes verlo escondido en algún pasillo con una novela de pobre historia y mucho erotismo, con sus fetiches de espiar a jovencitas colegialas y su risa estridente que llenaba todo los rincones de la tienda a veces asustando a los clientes.

Sonríes, aun no notas los ojos verdes que te miran divertidos desde el otro lado de la habitación.

-      ¿Quieres café? –

La voz de Gaara te hace dar un pequeño saltito, sacudes la cabeza, golpeas tus mejillas con dos palmadas y después le sonríes y asientes enérgicamente, sentándote  sobre un banco alto de la barra americana, con las piernas cruzadas y los brazos recargados sobre el cemento pulido.

Ves la humeante taza ser depositada frente a ti, junto al chorrito de leche fresca cayendo en una cascada, odias el sabor fuerte y amargo que tiene el café, Gaara siempre prepara el tuyo con leche, canela y miel. Envuelves tus manos alrededor de la taza, él regresa hasta su lugar junto a la estufa. Vuelves a ver su espalda, notas la piel algo irritada de su cuello, y las marcas de besos en la curvatura de su hombro. No dices nada, tus labios hacen un mohín reprimido, resguardan el reproche y la poca decencia que decir algo sobre ello tiene.

Gaara no ha preguntado donde estuviste durante todos esos meses, tú no has tenido la intención de mencionarlo. Es un secreto de una vida tranquila que no pretendes desvelar, como el escondite de un niño pequeño que ha hecho una travesura que solo él sabe y que jamás saldrá a la luz.

El chillido del tocino sobre la sartén te parece encantador, junto al sabor de un café dulce que llena de calidez tu garganta y se asienta afable sobre tu estomago.

El desayuno que tiene mucho huevo revuelto y tiras de tocino, se llena de tu voz contando cómo es que Shikamaru, tu antiguo compañero de universidad, se ha visto obligado a confesarse a una Temari imponente y firme. “porque quiere darle nombre a esa seudo relación que tienen de una vez joder” ríes de nuevo al recordar la mueca de fastidio del que seguro será el nombre de la generación y la sonrisa de triunfo de una rubia alta y fuerte.

Gaara te escucha en silencio, últimamente es todo lo que hace, solo oyes sonidos de monosílabos en una conversación que se ha vuelto unilateral en algún punto de las tres semanas que llevas ahí. Te has sentido la mayoría del tiempo como si aun fueras el desconocido que le daba comida en un callejón.

No le preguntas que es lo que le sucede. Los derechos y privilegios que antes eran tan naturales para ti ahora yacen revocados en un rincón, él no los ha quitado, tú los has restringido más concentrado en la culpa de aplazar ese algo que él continua esperando, ahora de forma paciente y hasta fría.

Tienes miedo de contestar a una declaración silenciosa, de sentimientos de amor. No hay nada parecido a eso en ningún lugar de tu corazón. Y parece que ahora ambos lo saben, sin embargo lo has retrasado como si fuese un cheque pos fechado sin fondos en él.

No has rechazado oficialmente a Gaara, no quieres que se vaya ni se aleje de ti, tienes tanto miedo a perderlo, y eres egoísta, lo sabes. Eso es por lo único por lo que no hay ni una gota de arrepentimiento en tu conciencia.

Te levantas, con los platos sucios en la mano, y viendo la hora que marca el reloj con forma de rana en el pequeño recibidor. Van a ser las seis. Aun no amanecido.

Abres el grifo del agua para lavar la losa sucia. Hace unos días viste a Sugeitsu sentado frente a al apartamento, tu corazón suele revolotear ante el simple recuerdo.

Traía unas llamativas gafas de sol, que se escondían tras sus mechones de lacio cabello claro, levanto una mano en forma de saludo, sonriéndote, todo dientes afilados y regocijo reflejado. Y solo pensaste en Sasuke y sus costosos trajes, en su bañera con olor a jazmín y sus oscuros ojos.

Sugeitsu se acerco hasta ti, dejando resbalar las gafas por el puente de la nariz mientras te daba una mirada evaluativa, “todo en orden” lo escuchaste murmurar, te tomo del hombro y sacudió la cabeza, después de eso se alejo, con las manos en los bolsillos mientras silbaba una canción.

Y algo dentro de ti rugió, te sentiste de pronto menospreciado, como si tuvieses un defecto de fábrica que lo había hecho decidirse en no llevarte. No corriste tras de él, ni abriste la boca para llamarlo ninguna vez. Giraste tu cuerpo de forma violenta y subiste las esclareas para llegar al departamento.

Encontraste a Gaara leyendo una novela de Stephen King y te calmaste, esa imagen vieja y familiar te obligo a desechar un encuentro fortuito. Te dejaste caer a su lado, tu cabeza sobre su hombro, el dio la vuelta a la página antes de llevar su mano libre hasta tus cabellos y enredar sus dedos en tus hebras.

No evitaste preguntarte, que defecto tenias para que ni siquiera Gaara ahora te diera su mirada silenciosa de bienvenida.

Sientes unos brazos alrededor de tu cintura, que te hacen salir de tu ensoñación inconsciente, giras un tanto tu rostro a la izquierda, los enormes ojos verdes de Gaara te reciben, algo no está bien. Se inclina sobre ti, retira uno de sus brazos para cerrar el grifo. Tu espalda es la pared de su percusión cardiaca acelerada.

Alzas el rostro, sobrepasado por la calidez de su cuerpo y la historia de sus dedos. Sus labios se depositan sobre tu frente en un beso tan tierno y simple que algo se te quiebra. No, definitivamente algo no va bien.

-      Es hora de irme, comprare comida de regreso –

Gaara te suelta, y tu permaneces ahí, en la misma posición como si todavía estuvieras en un refugio particular, ese que  te ha pertenecido, que jamás te planteaste que se moviera en dirección contraria a la tuya. El sonido de la puerta al cerrarse es como la señal que esperabas de forma inconsciente, dejas caer todo tu peso sobre el fregadero, y cubre tu rostro con ambas manos.

Gaara no te ha besado en la boca desde que regresaste.

Sasuke no ha ido a buscarte, con su voz autoritaria y su presencia de hombre de negocios.

Tú los dejaste, los abandonaste a ambos sin pensar en nada más que la forma en la que huir y encontrar una base nueva para sostenerte mientras la tormenta pasaba.

Respiras profundo, tambaleándote un poco en tu camino hacia el cuarto. Huir no era la forma correcta de hacer las cosas. Huir conllevaba dejar otras tantas. Nunca pensaste que las perderías todas.

 

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XXV.Encounters loves undated

Cierras la puerta del apartamento recargándote sobre ella, te toma un momento recomponer la compostura que un simple gesto de tus labios sobre su bronceada piel te dejó. Ha sido difícil, casi una tarea titánica ir abandonándolo, no al rubio como tal, sino a la dinámica concebida con los años, tan natural y propia que hasta ahora te has hecho una idea de cuánto es en realidad que tocabas a Naruto y el tiempo que podías gastar por el placer de solo verlo.

De pronto los monólogos de un Uchiha en particular, resuenan en tu cabeza. Sai suele burlarse en voz alta, de cómo es que las vidas se funden contra la lógica que nace del cerebro, el mismo que despide endorfina y se satura de feromonas. Una ironía hecha para una sátira de ópera, el de cabellos negros lo resalta  de una forma tan elegante, que te parece irritante, el uso del vocabulario extenso y apropiado, sin insultos, sin tonos hirientes ni sarcasmo. Diciendo tan llanamente su primer pensamiento honesto que se te clava muy adentro.

Bajas las escaleras, tratando de bloquear sus ojos oscuros, si cierras los tuyos, todo lo que veras será entonces los azules de Naruto, te sientes tan invadido, tan lleno de ambos que te asquea. Quieres vomitarlos.

Al abrir la puerta no te sorprende ver el auto blanco, con las luces tintineantes y el vidrio a medio bajar. La sonrisa siempre laxa de Sai llega hasta ti, con el sonido del seguro siendo retirando y la puerta abriéndose. El ha ido a recogerte todas las mañanas desde hace dos meses. Excepto los martes. “ese es tu día de descanso Gaara-chan” no contestaste nada, tan solo asentiste rígidamente, el bufo y se inclino depositando un beso sobre tu hombro.

Sai siempre te ha parecido de cierta forma tétrico. No es su sonrisa hipócrita ni su voz plana y de volumen poco tolerable. No es el conocimiento de su trabajo que conlleva una colt 45 tras su espalda, ni su obsesión por los libros sin importar el género. Es más bien la forma ausente que tiene de mirar las cosas. Como si el perteneciese a un mundo diferente, sin emociones ni virtudes. Un infierno personalizado que se le enredaba por las piernas hasta subirle por el pecho y terminar sobre su cabello.

Una vestidura demoniaca, de color pálido y tintes tristes. Y no, no sientes lastima ni compasión, es algo mas, más fuerte, más grande. Lo reprimes metiéndolo en tu cajita de cosas para sellar. No es algo que puedas dejar siga vagando con total libertad por tus neuronas y se deslice por las arterias. Tu corazón ya se ha quejado, suficiente es con Naruto no necesita nada mas, muchas gracias.

 

-      Hoy has tardado – lo oyes decir, con la música de fondo. Es una melodía a piano. Sai tiene predilección por Chopin, y sus composiciones de más de cinco minutos –

 

-      Naruto ha despertado temprano – murmuras, aun sientes su respiración. -

 

Sai te mira por el rabillo de su ojo derecho, no dice nada más. Tomas su silencio acogedoramente. Doblan a la izquierda en la tercer calle y siguen por el camino de área industrial. Se detienen en el primer semáforo. La brisa de la mañana comienza a derretirse, el sol brilla en lo alto, junto a tu determinación de una independencia por el rubio que no sientes.

-      ¿A qué horas sales hoy? – Sai gira la mitad de su cuerpo para verte, se nota divertido. No sabes en qué momento has aprendido a leer las pequeñas expresiones en un rostro tan austero –

 

-      No lo sé – tú horario, siempre tan cambiante te ha obligado a agregar el número del pelinegro al teléfono, mandas mensajes que son cortos pero que parecen suficientes para que él aparezca a las puertas de la universidad. Aun así, no importa si solo le dedicas la mitad de tu día o solo media hora dentro del auto. Tú vuelves siempre fiel a las tres, Naruto suele esperarte para comer contigo. Lo miras asentir vagamente, el auto se pone en marcha de nuevo –

 

Sai, apareció un día, como la primera vez que le conociste, estacionándose frente a ti, en la esquina de la quinta, se veía enfermo, con el traje desarreglado y el cabello revuelto, el sudor le corría por el mentón hasta el cuello, saco su mano por la ventanilla junto al doble de la cuota que pedias por una follada, caminaste hacia él, tomando el dinero y luego subiendo.

No hicieron nada más que ir a un hotel, de esos que no rentan habitaciones de una noche, y que tienen personas que manejan el elevador. Llegaron a una suite en la que podría caber más de tres veces tu apartamento, se aflojo la corbata y abandono el saco, se dejo caer al suelo y palmeo el lugar libre entre él y la mesita de cristal.

Lo miraste por un largo tiempo antes de cerrar los ojos y recostarte a su lado, el estiro su brazo, pusiste la cabeza sobre este. Y se durmió, lo observaste por más de dos horas antes de cansarte y sacudirlo, estabas incomodo, no de la manera programada que abrir las piernas te dejaba, sino de que él, con su sola presencia pegada a tu lateral robaba algo tan intimo como el dormir a tu lado.

Sai no tenía miedo de que fueras del tipo que se aprovecharía de él, casi quisiste demostrarle lo contrario, solo para quitarte esa sensación de irrupción que te provocaba sin siquiera ser sensato de ello. Lo miraste abrir los ojos y enfocarte con dificultad, la molestia creció, te sentaste automático, alejándote. Le recordaste que trabajabas por horas, él solo estiró la mano y te dio su billetera antes de cerrar los ojos y dormir tan fácilmente que ahora la envidia se te salió en un sonido ahogado de indignación que no alcanzaste a reprimir.

Nunca habías conocido a alguien tan sinvergüenza como él.

Te dejaste caer, ahora un poco más alejado. Cerraste los ojos, no por cansancio sino para no tener que verlo más. Cuando los abriste de nuevo  los rayos de sol se colaba a través de las persianas, su brazo se había enroscado por sobre tu estomago y su cabeza descansaba bajo tu cuello. Quisiste empujarlo. Respiraste profundo. Sai era un Uchiha al igual que Sasuke. Quisiste odiarlo solo por eso.

También por notar algo tan trivial como su respiración suave y su piel caliente. Respiraste profundo por segunda vez.

Sai no era quien había tenido el desliz de presentarle a Sasuke a un necesitado Naruto, él no era quien tenía una batalla silenciosa dentro de un terreno que ya había sido agrietado demasiado. Sai no gustaba del rubio como Sasuke dentro de su lenguaje entre líneas que decía más que las palabras mismas.

Sai solo había sido el medio a utilizar cuando se te fundió el cerebro  he hiciste tratos como si fueses un experto de casa comercial. Es increíble, la manera en la que te dabas cuenta cuanta era la responsabilidad que pesaba sobre ti solo por darle a Naruto tanto como fueses necesario para que no se apagase la débil luz que tenia.

No fue un sacrificio, fue un acto de amor.

No te arrepientes de ello.

Sientes  como la cabeza de Sai se vuelve más ligera, se alza un poco, para terminar de acomodarse ahora sobre tu pecho.

-      Sé que estas despierto – murmuras, escuchas una risilla sofocada contra tu pectoral derecho, muy cerca de tu tetilla, te tensas –

 

-      Sé que lo sabes – y levanta el rostro para mirarte –siempre tienes el seño fruncido – y mientras dice esto, su dedos se desliza en un movimiento continuo entre tus cejas, ladeas el rostro eso lo hace reír nuevamente – eres un amargado Gaara – se queja, te suena como un niño tan pequeño. Bufas como toda respuesta – ¿aun no tienes noticias de Naruto? –

 

Y Sai nota el desconcierto en ti, se retira y se sienta, ahora te mira desde arriba, eso te enoja, te incorporas enseguida con la intención de ponerte de pie, el enreda sus dedos sobre tu brazo.

-      Sasuke es orgulloso, es un Uchiha – y lo último ha sonado con resignación, casi con dolor, como si aceptar tal cosa no fuese todo dinero, poder y control – y es idiota – ahora sube ambos hombros, como si el insulto hubiese perdido valor desde hace mucho y ahora solo fuese una manera de referirse a él –

 

-      ¿Tienes una razón para esto? – y le miras, no comprendes la urgencia que de pronto sus rígidos hombros denotan con lo que dice, el esfuerzo por tener una conversación mas allá de lo que el trabajo conlleva te desagrada  -

 

-      No – dice rápido – solo quiero estar contigo – Y suena tan sincero, te haces hacia atrás. –

 

-      No hablo de lo de dormir en el suelo, ni de tu complejo no superado de ser odioso – y desvías algo que ha sido una declaración de intenciones a toda regla, él solo sonríe –

 

-      Lo sé  Gaara-chan – cierra los ojos. Tu das un respingo ante el agregado después de tu nombre – Naruto también es importante para ti, aunque no entiendo porque, la tiene tan pequeña – y susurra lo último mientras alza el rostro hacia el techo, tu solo respiras para no golpearlo - 

 

-      Que Naruto sea o no importante no es algo que te incuba – te deshaces de su mano y te levantas, él no te detiene –

 

-      Sasuke lo quiere para él, pero aun no se ha dado cuenta, lo sé porque he leído sobre ello – tu le miras ahora con incredulidad, él lo sabe, él sabe de la visita de Sasuke a tu apartamento. – todo está en los libros, los síntomas del amor – y lo oyes decirlo con tal seguridad, casi como si fuese una verdad absoluta que todos deberían de conocer, tu ciertamente perteneces a un reducido grupo que no tiene ni idea de esa clase de deficiencias –

 

Caminas con grandes pasos, atravesando la salita y el bar, él sigue en el suelo, sus palabras sobre Sasuke se te incrustan en la espalda. Te vas, con la cuota que no cubrirá tu noche. No has sacado ni un billete más de su cartera, esa que quedo abandonada bajo la mesa.

No vuelves a ver  a Sai hasta el sábado siguiente, mismo auto, misma sonrisa, misma determinación, misma habitación de hotel. Pudiste haberte negado, haberlo ignorado y simplemente dejarlo, tú inmoral morbosidad de seguir escuchando cuan mal se veía Sasuke sobrepaso cualquier tipo de ética antes inscrita dentro de ti. Era como una purificación necesaria, Sai  te proveía de una droga nueva y adictiva.

Siguieron durmiendo en las noches en las que él te recogía ahora frente al café, con el dinero de las horas en la guantera del auto, ahora lo hacían sobre el sofá. Sai no te beso, no toco mas allá de la línea que separa tu cadera de la cintura, solo se enrosco como un gato mimoso. Y tú lo permitías, saciado de la suerte de un Sasuke que sufría en silencio y que nadie más que Sai, se tomaba la resolución de observar de lejos.

Uno de los tantos viernes en el que iban por la carretera oeste, el dejo caer un volante con un curso de redacción, Sai había visto las servilletas en las que a veces escribías cosas sin sentidos, ideas inconclusas que te pasaban por la mente y eran plasmadas con tinta de diferente colores y siempre con una letra espigada casi cursiva. Tú arrugaste el papel y lo tiraste por la ventana, él no dijo nada.

El lunes ya te esperaba frente al apartamento, él quería conocer el lugar donde estudiarías, te mordiste la lengua incapaz de aceptar en como Sai había previsto tus intenciones a través de una carretera a oscuras.

Y empezó una adaptación de un itinerario resuelto por las veces en las que Sai solía frecuentarte, siempre pagando por adelantado, y tus horarios en una institución privada que podías costearte con las cuotas que un cliente como él dejaba.

Se tomo la libertad de acapararte de forma completa tres días a la semana, y se conformo con verte en las tarde no ocupadas. Y lo dejaste ser, con sus ojos de luces a medio morir y su voz que sonaba robótica cada vez que hablaba sobre temas de libros que nadie más que él había conseguido.

La noche en la que Naruto volvió fue un viernes, Sai se había retrasado, te aviso mediante un mensaje rápido. Tú lo olvidaste, al mundo y a él, cuando los rubios cabellos tomaron parte de campo visual. Y te marchaste de la mano, con un amor casi reverencial para un cansado motivo de ojos azules, que se aferraba a ti con toda la fuerza que no tenía.

Nunca notaste el auto blanco estacionado en la esquina, Sai apretaba el volante, sus nudillos pálidos fueron la declive de una posibilidad arrancada mucho antes de nacer.

Sai, se presento el día siguiente, y tu lo observaste, la sonrisa tensa y los ojos muertos, no dijiste nada, estabas tan lleno de un amor que te derretía, que no había nada más importante que saber que Naruto estaría ahí al regresar a casa. Esa noche fue especial, el éxtasis de haber sido la primer persona a la que el rubio volvía, sumado al letárgico toque de un Sai que parecía desinteresado, te hicieron respirar de forma aliviada, habías retenido el aire por más de tres meses. Nunca te habías dado cuenta de ello.

-      ¿Lo amas? – la voz de Sai opacada por tu espalda te hizo que giraras la cabeza hacia atrás, y retirarte un poco de él y su aliento tibio. No contestaste – lo amas – repitió, ahora como un hecho y no una cuestión. No lo negaste - ¿te ama? –

Y esta vez te separaste completamente, lo miraste y te fuiste, lo dejaste ahí, en esa habitación demasiado grande para solo una persona, con los hombros caídos y el rostro oculto sobre un cojín. Fue la primera vez que algo pesado se te instalo en el pecho. Casi te arrepentiste de haber cerrado la puerta y seguir caminando por el corredor.

Cuando el siguiente fin de semana llego, te viste viendo por el final de la quinta avenida, buscando un auto blanco. Habías pasado tu día entero en un parque con un libro viejo. Solo regresaste al apartamento para cambiarte, esa mañana nadie había esperado por ti.

Miras las luces blancas y el motor apagarse, el consuelo, de ver la puerta abierta con un Sai con la mirada fija en ti, lo disimulas  con un caminar resuelto y movimientos agiles. Te abrochas el cinturón, el pone una sinfonía, “para Elisa” se lee sobre el reproductor.

-      Si y no – dices a solo dos cuadras de llegar el hotel. Él no te mira, pero puedes ver una curvatura en sus labios, casi una sonrisa y con eso te basta. Él ha entendido las respuestas a preguntas que tu jamás has querido formularte –

Bajan del coche y es entonces que notas, la única diferencia que todos esos días no había estado nunca. Sai se tambalea al caminar, cada paso que da es una actuación pésima de que todo está bien, arrastra levemente el pie derecho y ahora, con la luz de las enormes mamparas del elevador es que el color de un feo rojo e hinchado sobre su piel extremadamente pálida, brilla en todo su esplendor. Levantas una ceja cuando sus ojos se encuentran a través del espejo de las puertas metálicas.

Y el sonríe, con tanta pena que das un respingo. Esa expresión es nueva, única, no te gusta. Te adelantas a la habitación, la puerta se abre automática con la tarjeta que traes contigo de respuesta. Vas hasta la cama y te cruzas de brazo, te impones ante su figura que nunca será más alta que la tuya y a su cuerpo más delgado, espigado.

Sai se ve frágil, casi al punto de que si pusieras una mano sobre él, lo romperías. La ansiedad te cosquilleas los dedos, no bajas el rostro, en espera que él se acerca hasta ti y se deja caer en las sabanas de satín.

Pero no lo hace, camina de largo hasta el baño, no te ve ni una sola vez. Tomas ese acto como la rebeldía que se escondía en una pasividad arraigada. Alcanzas a detener la puerta antes de que se cierre, metes el pie en la abertura.

Sai te mira, con los cabellos cayéndole sobre la cara y sostenido del marco para no resbalar, y lo ves. El hilillo de sangre que sale por el final de su pantalón.  Lo empujas, lo haces retroceder solo con tu cuerpo, tu mano se posa sobre su cintura para que no caiga, sus rodillas se doblan automáticas cuando topa con la taza del baño, sentándose involuntario como un acto reflejo.

-      El pantalón – le dices, él te mira, con las manos apretadas en la cinturilla del mismo – quítate el pantalón –

 

-      No quiero – Sai deja que la negación se transforme en un berrinche sin siquiera pretenderlo, tu respiras –

 

-      Quítatelo – repites más alto, él se encoge. De pronto el Sai de sonrisa perpetua y aura dócil y extraña se evapora, ahí frente a ti hay un niño tratando de mantener su voluntad. Te agachas, pones una mano sobre su rostro. No quieres involucrarte. No mas – quítatelo – murmuras suave, con ese tono que los años de convivir con Naruto han dejado en ti, en un entrenamiento no deseado –

 

Y funciona, él retira sus manos, y te ve. Desabrochas lo que es la mitad de un botón, el cierre ya estaba bajo, te retiras un poco para jalar la tela de las piernas, él apoya los talones en el piso y alza las caderas dejando que la tela se deslice. El bóxer esta hecho trizas, el elástico es lo único que lo mantiene alrededor de la cintura, la V que se le marca de las caderas esta amoratada. Y reconoces cada marca, cada gesto, cada movimiento lento que trata de ahogar el dolor físico que una penetración sin contemplaciones ocasiona.

Los ojos de Sai están tan muertos. Muerdes tu labio. Nunca nadie te ha parecido de pronto más valiente y con la vida de más mierda que él, con sus piernas lastimadas y la sangre seca haciendo un tapón en su entrada.

Te levantas, tomando una toalla y la humedeces en el lavabo. Tratas de no mirar el reflejo del cabello oscuro. Tratas de ignorar las preguntas que te gorgotean en la garganta, recuerdas el trabajo del hombre tras tu espalda, jamás quisiste reparar lo lleno de cicatrices que estaba.

Vuelves hacia él, te dejas caer de rodillas y metes la mano con cuidado entre sus piernas, él se inclina, ha dolido. Deja caer la frente sobre tu hombro, su voz se ahoga sobre la chaqueta que aun traes puesta, se esconde y se aferra, continuas moviendo tus dedos sobre su abertura, escuchas el sonido del liquido salir, tus ojos bajan, el semen se entre mezcla con la sangre, se está formando una pequeña laguna a los pies de ambos.

-      Solo un poco mas – le dices, el asiente, sus dientes se clavan en tu hombro. No hay lagrimas, eso es mucho peor –

Lo separas de ti, para inclinar el rostro completamente entre las piernas que has abierto, manteniéndolas en alto por las rodillas, revisando el daño y si faltan más toallas húmedas para limpiar. Notas la inflamación. Los dedos pintados de color violetas en los muslos internos. Y como Sai no se ha quejado ni una sola vez de algo que tendría que haberlo hecho rogar para que parara.

Le sueltas con lentitud, antes de obligarlo a que te rodeo el cuello con los brazos y levantarlo, caminas con Sai entre los brazos, salen de la habitación con olor a hierro y heridas reprimidas.

Lo depositas sobre la cama, te parece tan pequeño, oyes el sonido del arma sobre la mesita de cristal y como se estira, la camisa se le sube revelando más golpes, hace una mueca que pretende esconder tras su brazo. No dices nada, te quitas la chaqueta y el pantalón. Subes una de las rodillas al colchón, empujándolo por la espalda para que se acomode mejor, gateas hasta posicionarte tras de él. Estiras un brazo y él lo entiende, pone su cabeza sobre esta.

Sai huele a sudor, tabaco y café. Apagas las luces.

-      Ganamos contra la financiera – Sai, encoge las piernas, pega su desnudo trasero contra el hueso de tu cadera – es un secreto Gaara-chan –

Tu lo miras, sus ojos con un brillo de victoria que no entiendes. No crees realmente que Sai haya ganado algo. Aprietas los labios, no contestas. Bajas el rostro, la respiración del de cabellos negros se ha acompasado. Ahora duerme, está en otro mundo, lejos de lo que sea que le haya pasado, del sufrimiento, de fingir, lejos de ti.

-      Idiota – mascullas. Para cerrar los ojos tú también. Sai ha enredado sus dedos a los tuyos. -  

Y tú solo piensas que lo más cerca que has estado de Naruto son sus costados chocando en el único sofá del apartamento, has dejado de dormir con el rubio, él aun no lo ha notado.

El sonido de charlas lejanas, bocinas de auto y campanilla de bicicleta hacen que enfoques tu mirada, han llegado a la entrada más próxima de la facultad de literatura.

-      Gaara – y Sai se inclina, poniendo su rostro muy cerca del tuyo, tú giras y posas los labios sobre su frente, él sonríe tan discreto como siempre, sales del auto antes de que un comentario sínico te alcance. Es demasiado temprano para tener paciencia a la honestidad arrebasante del pelinegro –

 

Alza su mano para despedirse y tú caminas rápido, más de lo normal. Tratando de calmarte el pulso, y suprimir, que la frente fría de Sai se ha comido a la cálida de Naruto.

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XXVI.Well by now I’m getting all bothered and hot. When he kissed my mouth he really hit the spot.

 

Fue el día que la primavera terminaba, fría y silenciosa y daba paso al verano de un nuevo año. Tenías puesto los audífonos con el volumen al máximo, cargabas un poco de comida tailandesa y los pies te pesaban de haber estado firmes tras una máquina registradora, en un supermercado que te olía a nostalgia y viejos tiempos. Sabes que él te vio primero porque su voz sonaba algo ronca de gritar lo mismo por cuarta ocasión, la frecuencia con tintes de infantilismo no dejado atravesó al solo de batería que te llenaba los oídos. Paraste un momento quitándote el auricular derecho y giraste la cabeza ambos lados.

La bolsa de comida se te resbalo de las manos, la cabellera oscura ondeándose con movimientos erráticos, te paralizo. Había una sonrisa enorme y radiante, llamándote a través de una calle demasiado concurrida, él sobresalía a pesar de todo lo demás. Corría sin ritmo, se veía agitado, el aire le faltaba, boqueo por el mismo, nunca dejo de sonreír. Dejaste que los audífonos cayeran sobre tu cuello y abandonaste la bolsa en el suelo, comenzaste a caminar a su encuentro.

-      Naruto –

Y fue un choque brusco, sus brazos se enroscaron sobre tus hombros con fuerza y resolución, te asfixio de pronto con una añoranza que se te desbordaba por los ojos, escondiste el rostro en su cuello.

-      Eres más estúpido que Kakashi – susurro en tu oído, un poco constipado, tu asentiste de acuerdo – idiota, idiota – repitió con la voz a punto de quebrase, te pegaste mas a él en un acto reflejo –

Enroscaste los dedos sobre su camiseta y absorbiste su olor a jabón y sándalo. El te separo, tomándote de los brazos y viéndote fijamente.

-      Lo siento – y bajo la cabeza, tu no entendiste su disculpa, eras tú él que debía decirlo –

 

-      Obito, yo...-

 

-      Lo siento, era la única forma – dijo esta vez, tomando tu mano y halándote para caminar, como acostumbraba a hacerlo, dos pasos adelante y a un ritmo sincronizado con él tuyo, tu seguías sin entender -

 

 Estaban  solo a media cuadra del apartamento. Y tus sentidos se habían dedicado casi exclusivamente a Obito, fue por eso que tardaste en darte cuenta, del mercedes, de la mirada llena de goce de Sugeitsu recargado en la pared y de Sasuke, con un pantalón oscuro y una camisa suelta, esperando de brazos cruzados junto a la puerta del edificio de apartamentos que compartías con el pelirrojo, te tensaste, el estomago se encogió. Trataste de parar, te jalaste al lado contrario, querías tanto correr, los dedos de Obito se afianzaron con más voluntad, hubo más fuerza bruta y mucha convicción. Solo se detuvo cuando estuvieron frente a los otros dos hombres, quisiste esconderte tras él.

-      ¿Tenias que hacer un escándalo cierto? –la mirada de Sasuke, irritada hacia Obito, te provoco un espasmo. –

 

-      Sasuke – y esta vez fue un alto hombre de cabellos largos el que hablo. Itachi salía del edifico, se miraba complacido. – Hola pequeño zorro, eres bastante escurridizo ¿lo sabías? –

 

-      Naruto – y Obito se giro con las cejas arqueadas y  los labios apretados – era la única forma –

 

Y lo comprendiste, que no habías estado equivocado, con esos ojos oscuros y piel pálida, con sus cabellos azabaches y lacios. Compartían el mismo apellido, eran la misma sangre. Eran una familia. Miraste a Itachi, a Obito y a Sugeitsu. No podías contra la mirada de Sasuke, no cuando habías sido tu quien lo habías dejado. Él no estaba ahí por ti, él solo había llevado a Obito a encontrarte a darle lo que deseaba. La decepción nunca te supo tan amarga.

Alzas el rostro cuando una mano se extiende hasta ti. Sasuke busca tus ojos, da un paso  y reduce la distancia entre ambos, tú no te mueves, lo miras, buscando algo, lo que sea, que te diga que no es una broma, que no eres una puta, algo que te diga, esto es diferente. Que no lo perdiste o peor aun que nunca lo tuviste. Y se miran por tanto tiempo y en silencio que tu cuerpo baja las defensas, lo dejas entrar dentro de tu espacio personal, la mano de Sasuke sigue ahí, cerca, si él estirara sus dedos te rozaría el pecho.

-      Naruto – murmura –

Y no hay más que buscar. Tomas su mano. Tú no eras el único que estuvo esperando por su encuentro.

 

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