Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ezio por Kikyo_Takarai

[Reviews - 69]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Nota: Disculpen si la relación abierta de Leonardo incomoda un poco, pero he encontrado que hará la historia más fluida en el futuro.

Nota 2: Quiero hacer algunas aclaraciones en relación a la línea del tiempo que estoy manejando, en caso de que alguna persona tenga duda o simple curiosidad sobre mi abordaje en cuanto a este par. Es algo extenso, así que siéntanse libres de seguir de largo al Fan Fic.
Según las fechas del juego y las que conocemos, Leonardo (1452-1519) debía ser unos 7 años mayor que Ezio. Ahora, si consideramos que Ezio (1459-1524) comenzó su venganza a los 19 (1478) y han pasado unos seis años desde ese momento Ezio tendría unos 25 años, teniendo Leonardo unos 32 años aprox. en este momento de mi historia. Leonardo tendría unos 26 años cuando conoce a Ezio gracias a que su madre apoya su trabajo como artista emergente, cosa imposible pues a los 15 años, 1469, Leonardo ya había impresionado a su maestro hasta el punto de hacerlo renunciar a la pintura, y para 1482 ya había dejado Florencia rumbo a Milán, por lo que no podría vivir en Florencia y facilitarle a Ezio visitarlo con páginas de códex unas cuantas veces al año.

El arco argumental que involucra el último encuentro de Ezio y Cristina ocurre en sus propias palabras 8 años después de que Ezio parte de Florencia, es decir en 1486, por lo que Ezio debería tener 25 y Leonardo 34 años cuando se transfiere a Venecia dentro del Canon de AC. (Esto asumiendo que Cristina contara esos 8 años a partir de que Ezio abandona la ciudad en 1478 después de la traición a su familia, y no a partir de su visita 2 años después.)

Sin embargo, en la vida real, Leonardo deja Florencia, mudándose a Milán bajo la protección de Ludovico Sforza y no llega a Venecia hasta 1499, a los 47 años y se mudaría a Roma apenas 2 años después, a diferencia del Juego que señala que debió permanecer ahí varios años mientras Ezio asistía las rebeliones de los gremios de ladrones, antes de la caída de Lorenzo de Medicci y claro, antes del que el mismo Ezio se mude a Roma.

Ya que ambas fuentes parecen concordar tan poco en cuanto a la vida de Leonardo dentro del juego me tomaré libertades creativas en relación al tiempo que permanece en Venecia, omitiendo los 18 años que vivió en Milán y que se asumen como los más felices y productivos de su vida.

Al final de sus días, Ezio (ya casado y con dos hijos de su esposa, Sofía, 24 años menor que él) se entera de la salud precaria de Leonardo y lo acompaña hasta el día de su muerte, apenas 5 años antes de que el mismo Ezio muera en paz a las afueras de Florencia con lo que sus historias parecen concordar con la línea del tiempo histórica en duración únicamente.
Dicho esto, manipularé la estancia de Leonardo en Venecia y el arco de Cristina a mi conveniencia por el bien de la historia. Si han leído todo esto: Gracias!

 

Sólo  Ezio podía arreglárselas para destruir su mundo con un par de palabras. Y sólo alguien como Leonardo podía poner frente a sí una máscara de ensayada indiferencia que le hiciera pensar que aquella secreta confesión no le había destrozado hasta los cimientos. Leonardo conocía bien el dolor y el sufrimiento, a pesar de aun poder considerarse joven su  estilo de vida le había obligado a crecer rápidamente y su creciente fama ponía frente a él a toda clase de gente dispuesto a destruirlo.  Detractores que le odiaban por su genio, o simplemente por su maravillosa facilidad para responder con una sonrisa y ganarse el cariño de todos los que conocía con su innata generosidad y su carencia total de egoísmo.

Ezio iba a Venecia con una misión, y desapareció entre sus calles y canales apenas llegaron. Leonardo sin embargo estaba demasiado dolido como para que le importara. Sí había creído que Ezio podía enamorarse de él sólo había quedado como un tonto, se había engañado creyendo que Ezio disfrutaba de su compañía como algo más que su más viejo amigo, confidente y ahora amante ocasional. ¿Qué sentido tenía todo eso si Ezio en el fondo siempre amaría a Cristina Vespucci?

Y no podía culparlo, Leonardo comprendía perfectamente por que los hombres caían como moscas a los pies de Cristina. No sólo era una de las mujeres más hermosas de Italia, también era un mujer noble, inteligente, de buena familia, con un gusto exquisito y una veracidad que Leonardo rara vez veía en las mujeres.  No sabía cómo se habían conocido, pero no era difícil de imaginar, siendo Ezio el hijo de una rica familia Florentina al igual que ella.

Y aún si Ezio olvidaba algún día a Cristina, o a Caterina o a quien fuera que su corazón le perteneciera, algo era seguro. Nunca sería a él. Ezio gozaba con él, pero amaba a las mujeres. Por sus curvas suaves y sus voces cantarinas, por su dulzura y su amabilidad, porque con ellas podía buscar consuelo, buscar alivio, casarse y tener una familia. Leonardo no podía darle nada de eso. No podía ni arriesgarse a expresarle su amor en público, mucho menos casarse. La muerte era el menos peligroso de los castigos que se imponían a los hombres homosexuales, y para Leonardo que vivía feliz sumido en una auto infligida pasividad, requeriría llevar a la corte todas las influencias políticas y sociales que había cosechado y de las que se mantenía alejado.

Ya había pasado por ahí, por las acusaciones y la vergüenza. Y aunque su buen amigo y benefactor Ludovico Sforza, esposo de la Caterina que Ezio deseaba tirarse a la brevedad, había movido cada piedra en la ciudad para limpiar su nombre, no tendría tanta suerte una segunda vez. No. Fuera tan real como pudiera ser, Leonardo no podía aspirar a nada más que una relación secreta…y eso era justo lo que tenía.

— ¡Leonardo!

El gritó lo saco de sus pensamientos con brusquedad, volteando aún algo atontado.

—Francesco…
—“Per Dio” Leonardo, se suponía que estabas aquí para ayudarme no para quedarte dormido, amico.
Mi perdoni, Francesco. Me temo que dejado que mis problemas personales interfieran con mis compromisos — Expresó como una disculpa, mientras unía sus manos frente a su pecho y se acercaba nuevamente a su amigo. — ¿Decías?

Francesco Rustici lo miro con una media sonrisa y los ojos llenos del cariño que sentía por él. Francesco era un escultor talentoso y una persona inteligente y sumamente generosa a  quien Leonardo apreciaba profundamente, era uno de sus más viejos amigos y a estas alturas se había convertido en su más leal confidente.

—Leonardo, no puedo creer que finalmente exista alguien que pueda hacerte perder el juicio. Pensé que tú  mismo te encargarías de eso.
—Para mi desgracia mi mente es tan racional y tan altamente funcional que temo que antes de volverme loco tendría que morir. No me queda ni el consuelo de la locura inducida.
—Si tanto te hace sufrir, creo que deberías dejarlo ir.

Leonardo lo miró. Francesco era casi de su misma edad, consolidado como artista, con un ingreso respetable y una maestría escultórica que facilitaba que ambos fueran tan buenos amigos. Se conocían desde niños, cuando ambos estudiaban con el maestro Verrochio, y no había nadie en toda Italia en quien Leonardo confiara más que en él, incluyendo al mismísimo Ezio. Mientras trabajaba modelando lo que más adelante sería un vaciado en cobre, había invitado a Leonardo a hacerle compañía, a menudo le era de gran ayuda y mientras, aprovechaban para ponerse al día desde su separación unos años antes. Rustici era un maravilloso pintor, pero el rubio admiraba mucho más su trabajo escultórico por sus detalles y esa extraña y etérea picardía que los desbordaba y les daba vida.

No era especialmente atractivo, pero tenía un rostro amigable, una cabellera tupida y perfectamente peinada y aunque insistía en dejarse una barba rizada  esta no demeritaba su porte serio. Decir que eran amigos “íntimos” era poco. Jóvenes y privados de diversiones durante su formación artística, se habían instruido mutuamente en aspectos más carnales y a pesar de su amistad sus encuentros nunca se habían detenido, sin importar que se tratase de una relación meramente platónica, similar a una relación de hermanos, claro bastante incestuosos. Pero no había nadie frente a quien Leonardo pudiera mostrarse más desnuda y abiertamente que a Francesco.

—Lo dices como si pudiera transcribir esta racionalidad a lo que siento por Ezio… Si te soy sincero me repugna saberme capaz de emociones tan femeninas y repulsivas como los celos y la nostalgia.
—Leonardo, per favore,  tú y yo sabemos que eres apasionado como una doncella. No le busques 3 pies al gato, tu mente quedará destrozada antes de que puedas darle sentido al amor, hay gente allá afuera, gente muy loca, que muere por eso cada día.
—Si lo que intentas es consolarme —Respondió Leonardo bastante irritado— me temo que estas fracasando.

Francesco detuvo su trabajo y se limpió las manos antes de sentarse en el banco donde Leonardo yacía desparramado y rendido.

—Leo, no tiene caso sufrir por amor. La ame como la ame, has conquistado una parte más básica de su cerebro si regresa a ti como un cachorrito perdido.
—Regresa buscando el mismo placer que podría darle ella, pero sin ofrecerme nada a cambio.
—Leonardo… Deja de decir tonterías. ¿Qué quieres? ¿Una boda? No seas ridículo. Para gente como nosotros no existen ni el futuro ni las promesas. Mientras más  pronto lo asimiles más pronto serás feliz disfrutando de lo que sí te da.

Leonardo meditó un momento sus palabras. Volvió a enrojecer de frustración cuando estas le hicieron completo sentido y aun así se negaba a asumirlas, deseoso de ser algo más en la vida de Ezio.

—Leo, eres un amigo, eres un confidente, un amante. Eres cosas para él que no eres para nadie más. Pero —Remarco la palabra mientras sostenía entre sus manos húmedas el rostro ardiente del pintor. — eres Leonardo da Vinci! Eres inteligente, considerado, talentoso. Eres ingeniero, matemático, lingüista, pintor, escultor, arquitecto;  no permitas que nadie te haga sentir que no eres la criatura más maravillosa que ha pisado este mundo. No sé tu amigo Auditore, pero sí sé que tú tienes el poder en esa cabeza dura tuya para dejar una marca que cambie el rumbo del mundo.

Sus palabras eran tan sinceras y desinteresadas que lograron llenar un poco el vacío que Ezio dejaba en su pecho. Leonardo le devolvió una sonrisa cálida y ambos se fundieron en un cálido abrazo.

—Giovanni… Creo que podríamos cerrar las ventanas por un rato — Dijo Leonardo, quitándose la capa y el sombrero, sonriéndole con complicidad.

—Si vas a hablarme por mi primer nombre, creo que sí, sería adecuado. — Respondió Francesco sin sorprenderse, cerró la ventana del estudio y se volvió para encontrarse a un Leonardo bastante ansioso.

Aquellos encuentros, más que nada por diversión o, como ese día, consuelo, no eran inusuales, y jamás habían cosechado malicia en su relación.  Leonardo entendía que así debía ser su relación con Ezio, en realidad así lo era para el asesino, y le irrito saberse incapaz de gozar con él como lo hacía con Francesco desde hace más de 17 años. De manera esporádica y sin dañar una profunda amistad basad en el respeto y la compatibilidad.

—Gio…— Susurró Leonardo, dejando su pecho desnudo rozar la camisa de lino a la que se había reducido su ropa.
— ¿Mmm? — Inquirió el escultor mientras paseaba sus delgadas manos de dedos largos y suaves desde su cuello, bajando por su pecho y su espalda, atrayéndolo hacia él para besarlo un par de beses antes de perder el aliento.
— No deberíamos hacerlo en el estudio Giovanni.
— Shh… no hay nadie aquí, déjate de tonterías.

Ah, Francesco era un soplo de brisa fresca. No era en absoluto como Ezio, siempre apurado y sobre todo tan apasionado y salvaje como un incendio fuera de control. No, Francesco (O  Giovanni , como Leonardo lo llamaba durante el sexo) era mucho más dulce, más preciso, más cariñoso. Conocía su cuerpo tan perfectamente y recordaba cada detalle de este como si fuera aquella primera vez, acallando mutuamente sus gemidos mientras trataban de ser discretos, entregándose el uno al otro dentro de la pequeña habitación que compartían sobre el estudio de su Maestro.

Sabía cuándo Leonardo quería estar en control, y también cuando estaba listo para perderlo. Recorrió su cuerpo con su boca y atendió su miembro palpitante, para luego sentarse en el taburete unido al alféizar de la ventana y ser atendido también. Cuando el calor de la habitación subió lo suficiente para ambos.

Leonardo subió las rodillas al taburete, abrazándose a su cuello antes de comenzar una suave cabalgata sobre su miembro, acostumbrado a su forma, a su calor, a los dedos pálidos que guiaban su movimiento y que forzaban sus rostros juntos para compartir un beso tan poco romántico pero a su vez cargado de emociones verdaderas.

—Gio…Giovanni…— Murmuraba Leonardo entre besos, sonriéndole como un niño que hace una travesura.
Per Dio Leonardo… Si no supiera lo contrario creería que te has estado descuidando…
—Me han descuidado por algunos meses.
—No mientras vivas en Venecia, amico. Mientras vengas a verme te mantendremos bien pulido.

— ¡Giovanni! —Soltó Leonardo con una carcajada que su compañero repitió, aumentando la profundidad de sus embestidas y paseando sus dedos hasta su boca, el pintor se aseguró de lubricarlos bien antes de que estos se unieran a aquel mimbro caliente en un baile decadente dentro de su cuerpo, arrancándole un nuevo crescendo de gemidos. Como venganza mordió suavemente el cuello de Francesco, justo donde sabía que la ropa cubriría cualquier evidencia pero lo bastante fuerte para obligarle a separarse de él, cambiando de posición.

Francesco presionó su cuerpo contra la ventana cerrada, y continuó haciéndole suyo mientras una de sus manos lo masturbaba rápidamente. El calor de su piel contra el frío cristal de la ventana, sin contar las atenciones a las que era sujeto, pronto le arrancaron un orgasmo que le dejo temblando las rodillas cuando Francesco se separó para vestirse, poco después de acompañarlo y llenarlo de su esencia caliente.

— ¡Por todos los cielos! Sí que me hacía falta eso…—Dijo sonriéndole, a lo que el pintor no pudo más que asentir mientras buscaba sus propias prendas para irse.

—     Será mejor que me vaya, Francesco, tengo mi propio trabajo que atender, me han encargado ocuparme de los diseños para el festival, y debo admitir que has logrado aclarar mi mente.

—Siempre estaré encantado de servirte, Leonardo. No seas un extraño y pasa a verme siempre que tengas el tiempo.
—Ambos sabemos que lo haré. Cuídate amigo.

Una vez en la calle, respirando el aire húmedo que dejaban atrás los canales Venecianos, se sintió aliviado y listo para enfrentarse a lo que sea viniera.

Recorrió algunas calles hasta el mercado, y pasó el resto de la tarde tomando muestras de tela y comprando conchas marinas y estatuas de oriente para usar como inspiración en los diseños para el festival. Era un trabajo banal, pero entretenido y muy bien pagado. Aún en ausencia de la persona con quien más deseaba compartir el festival, Leonardo estaba dispuesto a convertirlo en una fiesta enorme y lujosa como sólo él sabía hacerlo. Con opulencia digna de la elite Veneciana que le daba dinero, algo que digno de reyes.

Al final del día las calles se tiñeron de un color dorado y delicioso, y mientras caminaba de vuelta al estudio con una canasta llena de la más grande variedad de objetos, desde figuritas de madera hasta flores secas, pudo al fin disfrutar de aquello por lo que había deseado mudarse a Venecia. No era para huir de Ezio, ni para huir de sí mismo. Era por la calidez de su atmosfera, por  lo vivo de sus calles, lo cambiante de su arte y las nuevas opciones que alimentaban una mente como la suya. Despejado y feliz como se sentía volteo sonriente cuando una dulce voz le llamo por su nombre.

—Maestro Da Vinci! —Saludo Cristina Vespucci, andando unos pasos para acercarse a él mientras su dama de compañía corría rápidamente para alcanzarla. La cálida sonrisa de Leonardo se transformó rápidamente en una línea tensa que cruzaba su rostro súbitamente pálido.

—Madonna Vespucci, ¿A que le debo el honor?
— Escuché rumores de que se había mudado a Venecia, maestro, es triste que Florencia ya no cuente con su favor.
—Florencia ha sido mi hogar, signora, nunca podré olvidarla, pero hay que seguir viviendo.
— También escuché que le han encargado la fiesta del festival para dentro de unos meses, no puedo esperar a ver que está planeando para nosotros.
— ¿Tiene pensado venir a Venecia para el festival?
—Mi marido y yo venimos cada año, realmente ayuda a distraer la mente de cuestiones mucho más serias.

Leonardo estaba llegando al límite de su paciencia, detestaba aquella mujer por razones completamente egoístas y sin justificación. Pero entonces se dio cuenta. La mujer se recargaba suavemente en su pie derecho mientras sus dedos se movían distraídamente a un colgante en su cuello, fue apenas un instante, pero Leonardo pudo ver brillando entre sus dedos la A de los Auditore.

A pesar de su matrimonio Cristina había conservado aquel pequeño recuerdo de Ezio oculto cerca de su corazón, no podía ser de nadie más. Su corazón se detuvo un instante ante la idea de que ella lo amara tan bien. Cuando Cristina se despidió, no sin antes asegurarle que estaba ansiosa por ver su trabajo, Leonardo había tomado una decisión. Darle a Ezio lo que más amaba, y reunirlo con Cristina una vez más.

Notas finales:

 

Nota 3: Francesco Rustici era en realidad 16 años menos que Leonardo, sin embargo fueron íntimos amigos debido a que ambos fueron aprendices de Verrochio antes de su súbito retiro. Para que Leonardo no corra por ahí pidiéndole consejos románticos (o tirándose)  a un niño de 11 años he decidido mover su edad a mi gusto. Desconozco si era gay, pero ya que esto es un fan fic Yaoi, pues lo será. Lo siento Francesco.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).