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Luchando contra el instinto por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Gracias a todos los que han dejado comentarios, leerlos me hace muy feliz n_n 

Will se sorprendió pensando en Hannibal varias veces a lo largo de las semanas siguientes. Había tomado el consejo de la Dra. Bloom y hacía tan poco como era posible por resistirse a las reglas que Matt imponía en su hogar. Pero en sus sueños ya no lo acosaba el hombre sin nombre que había matado. Ahora era aquél extraño del elevador. Con una claridad aterradora lo imaginaba, susurrando palabras de cariño en su oído. Pero por suerte Matt se esforzaba por demostrarle su interés, y si bien ya no lo hacían a diario que sus sesiones continuaran le ayudaba a mantener su mente concentrada en su Beta.

Pero Will tenía motivos para preocuparse. Matt había leído los libros, había visto documentales y trabajaba con Hannibal cada semana para comprender el tipo de actitud que debía tomar. Will entraría en Celo pronto, inevitablemente. Y  no podía evitar sentirse preocupado por lo que eso pudiera significar para ellos.

—Will sugirió no tener relaciones durante su Celo.

—Me parece un plan muy sensato. —Le dijo Hannibal ese día. Parecía un poco distraído. Deseaba con toda su alma no haber dejado ir al bellísimo Omega que el destino le había puesto en frente. Su hermana tenía razón. ¿Cuántos encontraban alguien tan biológicamente perfecto para ellos que podían distinguirlo con el roce de sus manos? Debió marcarlo cuando pudo. — Mantener el contacto físico al mínimo es la mejor manera de que ambos se acostumbren a lo que será un periodo de abstinencia para ambos desde ahora.

—Me preocupa dejarlo sólo. La última vez encontré dos Alfa afuera del departamento. ¿Y sí deciden entrar?

—Un Omega sin marcar es algo difícil de resistir. —Admitió Hannibal, tratando de concentrarse en el pobre bastardo que tenía enfrente. Casi podía apostar que las cosas no iban a terminar bien entre esos dos. Pero no era su trabajo asumir cosas. — Sí no quieres arriesgarte, marcarlo es la única alternativa. Ya que te mantienes firme con respecto a eso creo que podrías poner una nueva cerradura.

—No sé si pueda dejarle sólo sabiendo lo mucho que sufre…

—Si te quedas alrededor te aseguro que no te traerá nada más que dolor y confusión.  La frecuente exposición a esas emociones podría afectar tu impresión de Will hasta ahora, creará resentimiento que dirigirás hacia él porqué la alternativa, resentirte a ti mismo, no es tan atractiva.

—No, jamás podría hacerle eso. No es su culpa.

—Bien. No puedo decirte que hacer. Especialmente si estas tan seguro de tu progreso. —Buscó en su saco y le entregó una tarjetita color hueso. — Sí tienes algún problema, duda, o sufres algún tipo de desequilibrio emocional durante estos días, siéntete libre de llamarme. Es raro que no responda mi celular, si está en mis manos te ayudaré.

—Gracias… Por todo. En realidad le interesa ayudar.

—Sería hipócrita de mi parte no comprometerme con la felicidad de la gente que trato. Es mi obligación. Además, si usted mejora la vida será mucho mejor para su Omega también. No perderé la oportunidad de ayudar a más de una persona.

Matt tenía muchas preguntas personales que hacerle a aquél hombre. Su falta de un Omega cuando claramente los consideraba una valiosa posesión era sólo la primera de muchas otras que se acumulaban a lo largo de las semanas. Pero sabía mejor que el hacer preguntas que pudieran considerarse groseras.

Marcar a Will. Seguramente sería muy fácil. Una mordida, una buena mordida. Sangre, una cicatriz. Eso era todo. Eso no era todo. Lo sabía. Una marca es un vínculo poderoso, una unión total. No era imposible crear algo así entre ellos. Pero requería confianza que él no tenía en ese momento. Luchaba por ser cada semana lo que creía que Will necesitaba, era muy cobarde para preguntarle. Un Alfa sólo lo sabría, él no. Tenía que adivinar. ¿Aquello realmente podría funcionar? Se dijo que sí. Pero no estaba tan seguro. Esa noche, por ejemplo, no iba a funcionar. Lo sabía desde ahora. No quería ir a casa.

Perdió el tiempo en una tienda departamental cerca del consultorio del Dr. Lecter, buscando algún nuevo libro sobre Omegas. Tenían su propia sección dentro de la tienda, entre los bebés y los dulces. Jamás se le había ocurrido pasearse por ahí. Salía con un Omega que hasta entonces parecía un Beta como él. Mientras más luchaba por amarlo como era, más se encontraba deseando que Will fuera diferente. Pero la culpa lo invadía de inmediato. Tenía que amarlo por lo que era. “Qué bueno que no te has casado con él”.

Eso sí despertó en él verdadera culpa. Miró a su alrededor, a las parejas de Alfas y Omegas que cuchicheaban mientras compraban. Notó sus movimientos, siempre simultáneos, como si fueran la misma persona. Ningún Alfa soltaba jamás a su pareja, siempre estaban tocándose, como si pudieran morir si rompían el contacto. Una mano en la cintura, un brazo alrededor de los hombros, en todo momento. El jamás actuaba así. No habían tenido nada parecido a una cita en casi tres meses, así que no había oportunidad, pero algo le decía que aquella no era una conducta exclusiva de las salidas.

Una pareja discutía sobre un producto. Se acercó a ellos discretamente, mientras fingía mirar una extraña mezcla de velas aromáticas, supuestamente los aromas favoritos de Omegas de 25 países.  El Omega era precioso, pero Matt no creía haber visto jamás un Omega que no tuviera algún tipo de atractivo, era algo común en los que nacían así, simplemente eran perfectos, inexplicablemente. Su cabello rubio perfectamente peinado que coordinaba con su ropa, elegante y costosa. Prácticamente hacía pucheros porque quería llevar lo que tenían en la mano.  Su Alfa, un hombre altísimo y que lo miraba con infinita paciencia, simplemente negaba con la cabeza. Matt escuchó algo sobre que ya tenían un par y que no necesitaban más. Tomó varios minutos de besos para alejar a su pareja de ahí.

Aquella mirada, como si nadie más existiera en el mundo, cómo si cada aliento fuera con el único propósito de compartirlo. Cada toqué simplemente el deseo de sentirse en contacto… No podía comprenderlo.  Sin importar cuanto leía o cuanto hablaba con Hannibal al respecto. Si Will quería eso, probablemente no podría dárselo.  Una cosa más para su lista de cosas con las que hacerlo infeliz.

Lo que aquella pareja estaba mirando era una manta. Una maldita manta. De color blanco, con una apariencia tan mullida que Matt se sintió tentado a abrirla sólo para averiguar si lo era. Pero era un producto costoso, casi 400 dólares. ¡Por una manta! ¿Qué diferencia podría hacer una maldita manta en la vida de un Omega? Quién sabe, pero OmegaComfort, la marca que lo vendía, debía ganar millones al año si todos rogaban a su Alfa por tener más de una.

Al final dejó la tienda con las manos vacías y tomó el camino más largo a casa. Will estaba en la cocina cuando entró. Will que nunca había podido siquiera cocer un huevo estaba  hincado frente al horno, monitoreando una lasaña como si pudiera prenderse en llamas en cualquier segundo. Una receta arrancada de una revista reposaba sobre la mesa. Llena de salsa y queso.

—Eso huele delicioso.

—No te burles… Estoy seguro que sabe a culo de hámster. —Dijo mordiéndose el labio, Matt se paró detrás de él y compartieron un besito fugaz antes de que Will se perdiera de nuevo frente al horno.

— ¿Tuviste un buen día?

—Sí, gracias. ¿Qué tal el trabajo?

—Chilton es un perfecto imbécil, ha dicho que la única forma de conseguir un aumento es tomando los cursos de profundización que ofrece el hospital… Supongo que tendré que decidirme por un par.

—Un poco más de dinero nunca cae mal. —Concedió Will, apagando el horno y enfundándose un guante de cocina que Matt no sabía que tenían. La fuente de vidrio que salió tampoco le era familiar.

— ¿Estás comprando cosas para cocinar?

—Pues sí, no teníamos nada. —Dijo ruborizándose, Matt reprimió una risa. —Oh, cállate.

—Creí que no te gustaba cocinar. ¿Ahora de pronto vas a gastar tirar dinero en esto?

—…—Will parecía conflictuado,  su sonrisa desapareció. Matt se reprimió mentalmente. —Creí que te haría feliz. Pero no tienes que comer si no quieres.

—Will, no fue lo que quise decir…

—No importa, espera a que se enfríe antes de servirla. —Dijo quitándose los guantes y arrojándolos a la tarja. Salió de la cocina y el Beta apenas atinó a tomarlo del brazo para detenerlo.

—Lo siento, cariño, no quise hacerte sentir mal. ¿Vale? —La expresión de Will no se suavizó. —Gracias por hacer la cena.

—De nada. Me voy a recostar un momento.

—Will, por favor. No hagas esto, ya dije que lo siento.

— ¿Ah sí? Yo no te oí. Buenas noches.

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—Te oyes terrible. —Dijo Beverly por el auricular. Will esperaba su celo en algún momento de las próximas dos horas. Había cerrado la puerta en la noche, Matt no había hecho el menor esfuerzo por entrar, así que claro no pudo dormir.

—Me siento terrible, pero sé que en un rato me sentiré mucho peor, prefiero revolcarme en esta inmundicia.

—Eres el rey del drama, Graham. Sólo habla con él, la comunicación es la base de una buena relación.

—No sé qué decirle, no quiero pensar, no estoy de humor. No soporto las sabanas, Bev, es como recostarse en papel de lija… Y el calor…

—Suena jodido, Will, ojalá pudiera ayudarte, pero un Alfa es lo último que necesitas ahí a tu lado ahora.

—Tranquila… No quisiera arrastrarte a esto, ya bastante daño le he causado a Matt.

—Matt es fuerte, puede resistir un poco de daño. —Will escuchó voces del lado de Beverly y la mujer suspiró. — Debo irme, antes de que Jimmy pierda la poca cordura que le queda, te amo.

—Yo a ti… Suerte.

Will suspiró por enésima vez ese día. ¿Y si Alana Bloom tenía razón? Y si podía ser más feliz renunciando a Matt? El recuerdo del Alfa del elevador regresó a su mente y algo parecía gritarle que podía tener un hombre así a su lado. No lo había observado mucho tiempo, pero Will tenía los buenos ojos de un buen policía. Traje sastre, zapatos de piel (por las costuras probablemente hechos a mano), mancuernillas de oro. Ese hombre no sólo era guapo, educado y encantador, además era rico. Un buen partido para cualquier Omega. Y Will no tenía ninguna marca reteniéndolo en su lugar.

El Celo comenzó a abrirse paso junto con el recuerdo de aquél Alfa. Primero el calor, luego la garganta seca y finalmente ese ardor que se esparcía por su cuerpo con la velocidad y la furia de un incendio. Sintió la humedad de sus piernas recorrer sus muslos y reconoció la ya familiar sensación de vacío que sentía en esos días. Se había recostado con apenas una camiseta de dormir y un bóxer gris, pero desaparecieron rápidamente cuando sintió que lo apresaban dolorosamente. Se habría quitado la piel de haber podido. Matt había accedido a dejarlo ser, según el libro debería sentirse mejor.

Pero mientras más tiempo pasaba eso simplemente no parecía ser cierto. Los infructuosos intentos de su novio por complacerlo anteriormente le habían dado, al menos durante un rato, la satisfacción de sentir que tenía lo que su cuerpo le demandaba. Pero ahora no tenía nada, el jugo de su cuerpo parecía empapar la cama mientras trataba inútilmente de encontrar una posición cómoda entre las sabanas. Malditas sabanas. No intentó tocarse, no tenía ganas de enfrentar una decepción más.

Podía oír a Mathew, caminando nervioso de un lado a otro del departamento, titubeando cuando sentía ganas de abrir la puerta y ayudarle de alguna manera, pero ambos sabían que poco podía hacer por él. En realidad nunca hacia nada por él, Will era el que siempre se esforzaba por hacerlo feliz. Soltó un quejido al darse cuenta de lo resentido que se oía en su cabeza. Pero no podía evitarlo. Sentía la cama cómo un montón de carbón al rojo vivo. No tenía fuerza para gritar, ni para ponerse de pie, pasó todo ese día lloriqueando, casi aullando como un animal herido. No sentía el hambre, pero sí la sed, y aquello amenazaba con destrozarlo. Cuando Matt se armó de valor para entrar a verle a la mañana siguiente apenas y levantó la vista. Tenía los ojos rojos e hinchados, cansados por el sueño. Se aferró a su cuerpo, buscando cualquier fuente de calor.

Matt creyó que su aroma lo desbordaría y terminaría follándolo de esa forma deprimente que compartían durante el Celo, pero no fue así. En realidad no estaba ni un poco encendido. La idea de que luego de 24 horas su cuerpo se había acostumbrado lo deprimió.  Ese aroma no estaba diseñado para él, así que su cuerpo aprendió a ignorarlo. Que maldita suerte.

Logró someter a Will lo suficiente para darle de beber, pero no parecía dispuesto a cooperar. Se lanzó sobre él con besos y caricias, pero las rechazó para ayudarle a beber y secar el sudor de su cuerpo, y algo de líquido entre sus piernas, con una toalla caliente. Will ronroneó ante el tacto, escurriéndose hasta su pequeño fuerte de sabanas y se acurrucó ahí, lloriqueando y frotándose la piel hasta dejar surcos rojos por dónde habían pasado sus dedos.

Aquello era horrible, se sentía como un carcelero o un marido abusivo. ¿Cómo podía alguien hacer sufrir a sus seres amados por placer? Quiso tocar a Will de nuevo, pero sin la sed de por medio este simplemente se soltó de su abrazo y se hizo un tembloroso ovillo en las sabanas. No escuchó la puerta de la habitación cerrarse cuando Matt salió. Tenía que tomar la mejor decisión, por Will. O tal vez por él mismo, no podría vivir en paz sabiendo que Will sufría de ese modo, pero no podía dejarlo sólo. Quería que dejara de llorar, que se sintiera mejor. Antes de darse cuenta sus manos marcaban el número del Dr. Lecter. A los dos tonos de espera escuchó su familiar acento al otro lado del teléfono.

— ¿Dr. Lecter?

—Al habla, ¿Cómo puedo ayudarle?

— Habla Brown, Mathew Brown…

—Sr. Brown, que inesperado. ¿Está todo bien?

—No, no lo está todo es horrible. ¡Tiene que ayudarme!

—Sr. Brown, cálmese, suena muy alterado. ¿Dónde está?

—En casa… Por favor, tiene que ayudarme.

— ¿Con qué?

—Con Will, no puedo soportarlo, puedo escucharlo, está peor que antes. No come o bebe, no ha dormido y se está haciendo daño. Tiene que ponerle un sedante o algo, por favor.

—Señor Brown, no sé si se le ha olvidado que soy un Alfa, no puedo entrar a su casa y mantener la lucidez de ponerle un sedante a su novio. Lo siento.

— ¡Es cierto! —Gimió Matt en desesperación. — Es un Alfa. ¡Usted puede ayudarlo, puede darle lo que necesita!

— ¿De qué está hablando? Me temó que lo que me pide sugiere violar los límites de nuestra relación profesional, sin mencionar lo inmoral y poco ortodoxo del asunto.

—Por favor, se lo suplico, no sé qué voy a hacer si no se detiene… Su llanto, no puedo con él.  He pensado en dejarlo solo, pero anoche había 3 hombres afuera, temó que puedan hacerle daño…

—Dios, está bien. Iré. Pero sólo a hablar y meter un poco de sentido en su cabeza dura. Envíeme su dirección.

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¿Por qué había dicho que sí? El sujeto se había metido en ese lío el sólo. No era por ser supremacista, pero un Beta con carencias de personalidad tan grandes no podía tener una relación con un Omega, debería dejarle a solas a ver si el sufrimiento al que sometía a su pobre pareja lo hacía entrar en razón. Ahora algo, probablemente el dese de verlo sufrir, lo había orillado a ayudarle. Compró algunas cosas en una farmacia cercana, Brown era un perfecto idiota, pero él no. Sabía lo que podía pasar. Con tal de torturarle hasta deseaba que sucediera.

No era un mal vecindario, pero tampoco había grandes departamentos ahí. ¿Quién tendría un Omega en un lugar tan deplorable que no le ofrecía ni una cerca para protegerlo?  Mucho menos seguridad privada. La negligencia le provocó aún más furia. Pero no duró mucho tiempo. Apenas golpeó la puerta con los nudillos para avisar su llegaba se sintió mucho mejor. Sí. Todo estaría muy bien.

Le tomó un par de segundos comprender que era la esencia de Omega que llenaba el lugar lo que había logrado calmarlo. Qué olor tan increíble, tan… embriagante. Todo su cuerpo se relajó, aspirándolo y dejándole recorrer cada centímetro de su cuerpo, relajando cada célula. Su respiración permaneció acompasada pero su corazón se aceleró violentamente, el Beta a su lado balbuceaba algo, hizo falta todo su auto control para ponerle atención.

—Tiene que hacer algo, darle un sedante…

—No puedo… No puedo hacer eso, podría causarle daño irreversible. —Explicó Hannibal, removiéndose incomodo mientras escuchaba los lloriqueos en una habitación cercana. ¿Por qué lloraba sí él estaba aquí? Oh estaba aquí, iba a ponerlo bien, iba a darle lo que necesitaba.

—Bueno, entonces supresores…

—Señor…. Brown los supresores, además de ser regulados y muy peligrosos, sólo funcionan para inhibir el celo, no  pueden detenerlo… Tiene… que dejarlo ser.

Ambos se congelaron, escucharon un golpe seco y Mathew se puso de pie, su cuerpo tenso y a punto de salir corriendo. Will podía olerlo, un Alfa. Sí, sí. Eso quería. No tenía que ser Matt, no tenía que ser el Alfa con el que fantaseaba, sólo un Alfa, cualquiera que pudiera llenarlo con una enorme polla de Alfa, cerrarlo con su nudo inflamado y llenarlo de su semilla, necesitaba aparearse, ser fecundado, sentirse lleno de la camada que su Alfa iba a regalarle. Bajó de la cama como pudo, golpeando la puerta con ronroneos suplicantes.

—Ya no sé qué hacer… —Gimió Matt desesperado y fue cuando volteó a ver al Dr. Lecter.  Su cuerpo estaba tenso y perladas gotas de sudor corrían por su rostro. Sus manos se aferraban dolorosamente a una bolsa de plástico y sus ojos. Mierda. Sus ojos castaños casi habían desaparecido, completamente superados por el negro de sus pupilas dilatadas. Aquello no había sido una buena idea, a no ser que Hannibal pudiera calmar a Will. — Dr. Lecter…

—Abre la puerta. —Susurró con la voz rasposa. Matt parecía congelado. — Puedo… puedo ocuparme de él.

—No lo sé… —Titubeo Matt, Hannibal lo miró como si considerará saltar sobre él y abrirle el cuello por interponerse entre ese Omega y él. — No podré contenerlo si decide… morder.

—No lo haré… Pero tampoco puedo salir por la puerta… Creo que debería irse.

—No, no puedo dejarlos a solas. —Dijo de inmediato. No podía arriesgarse a que en el calor del momento Hannibal decidiera marcar a Will, mucho menos inseminarlo. —No puedo, Dr.

—Prefieres quedarte a mirar ¿eh? —Matt se estremeció, no quería mirar. Hannibal abrió la bolsa que traía y puso manos a la obra. Envolvió un cubre bocas con suficientes gazas y vendas para crear lo que, cuando estuvo sobre su cuello, parecía una mordaza. Matt apenas hecho un vistazo al contenido de la bolsa, había un paquete de lo que parecían toallas húmedas y una caja de condones. “Extra Grande” decía la caja. Desvió la vista, humillado. —Dame la llave y vete… cuando… cuando esto termine puedes volver y ser el héroe, el novio generoso que haría todo, incluso llamar a alguien más, por hacerlo feliz.

Matt sabía que tenía razón. Will también lo había sugerido. Si no podía ser lo suficientemente maduro para ser lo que Will necesitaba tal vez podría serlo para dejarle estar con alguien que si pudiera. Era algo profesional, quiso pensar, sin marcas, sin cachorros. Sólo para darle paz. Asintió suavemente, le dio copia de las llaves y luego tomó su billetera antes de salir del departamento. Tenía que irse lejos, no quería oír nada…

Hannibal meditó un momento antes de caminar hasta la habitación y abrir la puerta, escucho ruido detrás, y cuando la abrió deseo no haber ido en primer lugar. Claro tenían el mismo nombre de pila, pero no tenía forma de saber que el Will  que había conocido ese día afuera del consultorio de Alana era el mismo Will sobre el que su paciente le hablaba. Que maldita mala suerte. Se miraron un momento congelados en el tiempo.

—Tú. —Susurró Will, apenas podía articular palabra. No podía pensar en cómo o cuando, en nada. Sólo en que Hannibal estaba ahí, y ahora iba a ser su Omega, sí, sería lo que él quisiera. Ronroneo suavemente, gateando hacia él y el mayor soltó un gemido de desesperado deseo. Lo levantó con facilidad y lo arrojó a la cama. Will se dio la vuelta rápidamente, todo su cuerpo ardiendo por apenas ese breve toque. Hannibal se quitó la ropa tan rápido que le arrancó un par de botones a su camisa, pero no le dio importancia. Will soltó un extraño y anhelante sonido cuando vio su miembro grande e hinchado.

—Por… Por favor, te necesito… por favor. —Suplicó, levantando su pelvis y ofreciendo descaradamente su agujero húmedo y suelto. Hannibal disfruto de verlo sonrosado cómo sus mejillas y su pecho. No era posible imaginar un Omega más hermoso en el mundo.

— ¿Me necesitas?... —Preguntó Hannibal, apenas capaz de entender sus propias palabras. Abrió torpemente la caja de condones y se puso uno, teniendo cuidado de dejarlo sujeto debajo del nudo en la base de su miembro que comenzaba a crecer. —Abre las piernas, Will… más.

Will obedeció, jadeando ante la expectativa. Nunca había tenido un compañero tan grande, nunca un Alfa. No tenía ni lugar para el miedo, sólo una desgarradora necesidad. Hannibal tampoco le hizo esperar, presionó su cabeza endurecida contra su entrada, saboreando el sonido instintivo que Will dejó salir. Estaba húmedo, resbaladizo y tan caliente. Tan perfecto. Salió por completo, pero antes de que Will pudiera reclamar se enterró de nuevo, mucho más profundo. A su tercera estocada había logrado entrar por completo. Sus jadeos fundiéndose con los de Will que se retorcía debajo de él, agitando sus caderas en busca de más. El calor de su cuerpo había comenzado a ceder, pero estaba lejos de sentirse saciado.

Bueno, Hannibal iba a darle justo lo que ambos necesitaban. Will perdió toda la compostura cuando el Alfa comenzó a bombear con fuerza contra él, podía sentirlo llenándole, sentía su cuerpo estirarse como nunca lo había hecho, pero no sentía dolor, sólo placer, primitivo y delicioso placer con cada movimiento. Sintió las manos de Hannibal sobre su cintura, aferrándose a esta para aumentar su ritmo. Su aroma, dominante y liberador, finalmente lo llevaba al orgasmo. Cómo le hacía falta eso.

—Ah… Hannibal…por… por favor… más…

No sabía porque rogaba, no sabía que quería. ¿Más dentro? ¿Más fuerte? Finalmente se sentía tibio, su cuerpo sabía que estaba siendo reclamado y había dejado de atacarse en busca de apareamiento. Hannibal dejó salir un quejido de doloroso éxtasis cuando sintió su nudo inflamarse. Will no estaba acostumbrado a la presión que ponía en el anillo de su culo cuando lo forzaba a entrar y salir una y otra vez, pero ese roce terminó el trabajo y Will se dejó venir en un orgasmo salvaje. Lo estrecho de su cuerpo obligo a Hannibal a enterrarse una última vez, con un gimoteo ronco sintió su cuerpo vaciarse, gracias a Dios se le había ocurrido comprar condones y mejor aún la torpe mordaza a la que ahora se aferraba para evitar dejar su marca sobre ese cuerpo que, perfecto como era, no le pertenecía. No aún.

 Will quería reclamar la ausencia de la semilla que tanto necesitaba o de la mordida que se había enseñado a esperar, pero cuando intentó moverse su cuerpo estaba atorado contra el nudo y la sensación lo tranquilizo, sintiéndose dominado y deliciosamente libre de responsabilidades.

Por primera vez en horas se sintió tranquilo, el calor había desaparecido, por ahora, y se dejó acurrucar por Hannibal en la cama, recibiendo sus besos en la espalda y el cuello mientras se mantenían unidos. Las sabanas aún parecían muy ásperas para su piel, pero los largos dedos de Hannibal que acariciaban sus brazos, sus muslos, su pecho, haciéndole sentir mejor, como si algo en ellos pudiera borrar la irritación. Sin Will arrojando feromonas sin control Hannibal pudo recuperar un poco de su compostura. Pero era inevitable ser cariñoso luego de un acto cómo ese.

¡Qué horror! Pensó mientras Will se acurrucaba contra su pecho para tomar una siesta que realmente necesitaba. Debió negarse a venir. Incluso si Will era ese mismo Omega, ese que sabía estaba diseñado sólo para él, con el que soñaba cada noche y fantaseaba cada mañana… la circunstancia no era ideal.

Podría morderlo, marcarlo como suyo y arrancarlo de las manos de ese estúpido Beta. Pero no. No quería ser uno de esos hombres. Si Will quería estar a su lado, sería su propia elección. No lo forzaría a nada, especialmente si sabía que tenía todas las de ganar cuando su competencia estaba muy ocupada teniéndose lástima.  Si todo fallaba, se dijo, al menos habría sentido la satisfacción de joderlo hasta que el Celo cediera y hacerlo suyo por los más maravillosos días de su vida.


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