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El Arreglo por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Adam está confundido.

Mudarse fue una pésima idea. Pésima. En primer lugar porqué Jean era un hombre peligroso. Ahora lo sabía, debió saberlo siempre. Conocía gente en círculos de gran importancia, a menudo iban a su casa a jugar póker y a perder miles de dólares contra el Alfa, que mantenía su estoica expresión. No era la cara de póker perfecta, Adam se dio cuenta de que Jean se frotaba las cienes cuándo su mano no era tan buena como creía, pero nunca o vio perder.

Sus invitados a veces parecían criminales, o mafiosos. Pero Adam no era tan estúpido como para preguntar nada. Con casi 6 meses de embarazo apenas se estaba acostumbrando a vivir en aquel lujoso piso de dónde nunca podía salir solo. Había desarrollado un profundo interés por lecturas clásicas buscando distraerse del hombre con él que vivía que era, sin duda, la mejor historia que hubiera tenido en frente y que nunca podría contar.

En segundo lugar, todo el maldito lugar apestaba a Jean. Era un aroma en el que se sumía más y más con el paso de los días, un aroma fuerte, masculino, terroso. Una mezcla extraña entre feromonas, medicina, sangre y cuero. Era jodidamente adictivo. ¿Cómo mierda iba a vivir sin él?

Maldita naturaleza Omega. Para su cuerpo, que cada día estaba más pesado con el peso de su cachorro, esa era la esencia de su Alfa, no tenía su mordida en el cuello, pero era suyo. Adam tenía que recordarse constantemente que ese no era el caso, eso no era cierto.

En Su segunda semana de vivir con Jean descubrió que su cachorro era niño. No lo expresaría, pero eso lo emocionaba. Pensamientos del tipo: “Mi Alfa será muy feliz de tener un niño” lo asaltaron. Pero eso era irracional y estúpido. No te aferres, no te apegues.

Y no quería apegarse, ni a Jean con sus hábitos extraños y su cálida naturaleza. Ni a la casa que se volvía su hogar cada día. Mucho menos al bebé que sentía moverse en su interior, recordándole que estaba vivo, sano y creciendo como parte suya, como una extensión de sí mismo.  Y ahí volvía al problema del aroma.

Vivir con un Alfa pura sangre como Jean lo tenía aún más perturbado de lo normal, su embarazo era menos molesto de lo usual, pero los omega son criaturas que demandan cuidados y contacto. Tan simple como eso, es su naturaleza. Adam que no tenía Alfa oficial y vivía con uno que lo evitaba en lo posible se sentía tan depravado de afecto que parecía sudar ansiedad. Todo sobre Jean lo incitaba, la forma en que se movía lo tenía follándose con los dedo insulsamente, ni cerca de satisfacerse cada vez que Jean salía de casa. Por ejemplo ahora.

Se había colado en su habitación, abrazándose a la almohada del Alfa, presionándola contra su rostro, inhalando su intoxicarte aroma mientras se tocaba, quejidos de frustración escapando de sus labios.

Al final ese orgasmo que lentamente construía sería muy poco satisfactorio, siempre lo era. Así que no tenía prisa, ignorando el bulto de bebé que lo hacía sentir tan poco atractivo. Nadie lo querría ya, lo sabía, salir a buscar compañía, incluso si lograba que Jean no se enterara, sería peligroso.

Para él y para el bebé.

Cerró los ojos con fuerza, imaginando a Jean tomándose el tiempo de abrirlo bien antes de anudarlo. No lo habían anudado en meses, no desde aquella primera vez y estaba al borde de las lágrimas sólo con pensar en ello.

Sentí que pronto se liberaría, pero queriendo prolongar su placer ignoró todo sonido a su alrededor. Probablemente así fue que no escuchó los golpes en la puerta, sin darse cuenta había olvidado ponerle el seguro, esa ignorancia fue la razón por la que abrió los ojos sorprendido cuando escuchó un suave gruñido.

Adam se congeló, con casi 4 dedos dentro y la almohada frene a su nariz. Jean tenía las pupilas dilatadas, sus fosas nasales absorbiendo su vergüenza.

—Esperaba llegar antes de que terminaras. —Dijo como un ronroneo, Adam podía oler su deseo y movió su mano temblorosa.

—No…No puedo. —Admitió sacando sus dedos, Jean se acercó más, acariciando gentilmente su vientre, como había deseado tocarlo. Sentir su semilla creciendo en su cuerpo. — Por favor…

Jean sonrió, quitándole la almohada del rostro mientras comenzaba a desabrochar sus pantalones.

—Sólo tenías que venir a mí. —Dijo desabotonando su camisa. — No había necesidad de frotarte contra mi aroma como una perra en celo.

 Adam frunció los labios.

—No quiero nada de ti además de tu polla. — Todo muy amenazante hasta que gimió al primer contacto contra su entrada. Jean presionó un dedo dentro, saboreando la excitación en el aire.

—Y mi dinero.

Adam suspiró, el sonido de su lubricación contra su piel haciéndole sentir desesperado por liberarse.

—Sí… —Gimió. — Quiero todo eso…

Jean retiró su mano y Adam soltó un quejido, mirándolo desprenderse de la ropa. Recordaba la primera vez que se vieron, entre todas las personas presentes, lo mucho que lo había deseado a pesar de no olerlo de cerca hasta mucho después.

Si no se hubiera enterado meses después de que los Alfa de sangre pura podían alterar tus ciclos, bueno tal vez no hubiera sabido que nadie, nunca, olería así de bien.

Cómo ahora, el placer que se acumulaba y que venía del Alfa hacía a Adam sentirse mareado a cada momento, pero se mordió el labio antes de rogarle que se diera prisa. Jean hizo una pausa antes de quitarse la ropa interior, alzando una ceja y sonriendo con suficiencia.

—Estás prácticamente inundando la cama. —Le reprendió quitándose la última prenda. — Ten cuidado o voy a obligarte a reemplazar el colchón.

—Cómo si no quisieras enterrar tu cara en ello. —Dijo Adam, incorporándose, dedos enredándose en las sabanas. —Puedo olerte desde aquí.

Jean se aferró con fuerza a su cuello y Adam gruñó, su toque como fuego luego de tanto tiempo sin contacto alguno.

—Deja de quejarte y muéstrame.

Adam tembló cuándo lo soltó, dándose la vuelta y presentándose sobre sus rodillas, en su estado la postura era terrible para sus articulaciones, pero sollozó cuando recibió el primer toque, retrocediendo hacia los dedos del Alfa cuándo comenzaron a abrirle.

—Estás tan húmedo para mí. —Susurró Jean. — Entraría tan perfectamente.

—Alfa…—Sollozó Adam, bajando la cabeza.

Jean se alineó con su entrada y lo sostuvo firmemente de la cadera justo antes de que el bebé diera una patada especialmente fuerte que arrancó un quejido de su padre. Jean no pareció darse cuenta porque se enterró por completo segundos después, jalando a Adam consigo y haciéndolos gemir a ambos.

—¿Qué sucede? — Adam respiró agitado en busca de aire, la cabeza hacia atrás mientras se reía.

—Creo que tu hijo no quiere que me jodas…— Jean acarició su cuello con los dientes, dándole un ligero sonido como respuesta mientras lo levantaba suavemente y golpeaba su próstata a la perfección.

—Tendrá que tolerar mi invasión.

Adam sintió un escalofrío, masturbándose al ritmo firme al que era penetrado. Cuándo se vino fue con un suspiro, presionándose contra los dientes de Jean que jugueteaban siempre al borde de morderlo.

— ¿Mejor?

Adam se estremeció, montando aquél miembro duro ,mientras era abrazado por la espalda contra el nudo maravillosamente firme que lo obligo a ronronear como un colegial.

—Mierda, sí.

Jean embistió una, dos veces más antes de derramarse dentro de Adam, el bebé una vez más pateando ante su abuso que se detuvo haciendo a Adam sonreír.

—A esta cosita no le gusta que lo aplasten. —Dijo con una risita, permitiéndole a Jean maniobrar para recostarlos de costado uno junto al otro. Jean olfateó suavemente la piel de su cuello.

—A él. —Besos en su cuello. — El doctor estaba seguro del sexo ¿Recuerdas?

—¿Cómo podría olvidarlo? —Jean usó un pañuelo para limpiar un poco a Adam.

—Descansa. —Susurro acomodándose cerca de él una vez más. — La próxima vez que te sientas privado de afecto no te permitas llegar a este estado.

—Claro. —Bufó Adam. — Sólo te rogaré por abrazos y buenos polvos. —Jean embistió suavemente, el nudo dentro hizo a Adam chocar lo dientes.

—Sí…—Lo abrazó y se acomodó acurrucado contra el Omega. —Haré lo que sea para tenerte cómodo por mi hijo.

Adam se tensó, cerrando los ojos con fuerza como para evadir la realidad.

Claro. No podía olvidarse de eso.

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Estaba aburrido. Muy aburrido. A veces salía, pero siempre con escolta, con alguno de esos guardaespaldas huraños de Jean. A veces su charla los hacía sonreír, pero sólo si estaban a solas.  Tampoco le permitían ir a muchos lugares. Había ido a un par de galerías de arte por el trabajo, siempre con ropa holgada y abrigos, siempre fingiendo que no le dolía que sus amigos lo ignoraran.

No podía visitar al resto de sus amigos y decirles que estaba esperando un bebé del que pensaba deshacerse a cambio de dinero. Pondrían el grito en el cielo. No. Así que iba a comprar ropa, cortesía de Jean, libros, comida. Lo que fuera para escapar por un rato, pero siempre volvía a la habitación agradable en ese departamento que tanto le empezaba a gustar.

Un día por puro impulso compró un montón de fieltro y telas con patrones y empezó a cocer un pequeño grupo de animales de tela. Elefantes, jirafas. Bonitos y rechonchos en tonos pastel. Incluso se tomó la molestia de bordarles los ojos y sus pequeñas bocas.  Fue cuando terminó que se dio cuenta de lo que estaba haciendo y tiró, muñecos y todo, a la basura del cuarto que sería de Jack.

Jack, su pequeño Jack. Bueno, suyo no. Jean no sabía del nombre, era para Adam y nadie más, era privado, era un regalo, era una tortura a la que se sometía sin poder resistirse. Era estúpido encariñarse de ese modo. Lo sabía, lo sabía perfectamente, pero no podía evitarlo. No quería evitarlo, no lo intentaba.

Acariciaba su vientre suavemente siempre que estaba o se creía a solas.  Charlando con Jack, contándole historias que no eran apropiadas para un bebé. Hablándole de la casa donde creció, de su padre, de su madre, de sus años de universidad. De sus amigos, de sus mascotas. De su hámster que solía poner en el bolsillo de su camisa mientras hacía la tarea. 

Su bebé que crecía más cada día, que hacía notar su presencia en su vida como una tormenta, igual que el idiota de su padre.

En la noche, cuando por diversas razones no podía dormir (Su creciente vientre, su resistencia a rogarle a Jean por otra ronda o simplemente nerviosismo) se pasaba el rato hablando con Jack. Con su pequeño Jack. El Jack que sentía pateando dentro, estirando su piel, recordándole que nunca estaba sólo. Y que pronto lo estaría como nunca.

Sabía que era estúpido lastimarse de ese modo. Pensar en el futuro y en que le dirían a Jean sobre su ausencia.  Pero no necesitaba un hijo, las cosas eran perfectas para Adam tal y como eran antes, era la vida que quería, la vida que había construido para él.

Jean, que veía al que considera su omega pesado con su cachorro y susurrándole amorosamente, tenía un conflicto muy similar. No quería a Adam ahí, no quería verse liado con un terco, licencioso, prepotente e independiente omega que está dispuesto a dejar a su hijo por dinero. Pero ese es su hijo tanto como de Jean, y sabe que lo ama, lo escucha en su voz mientras lo llama, Jack, Jack, una y otra vez entre historias secretas y palabras de cariño.

¿Porque no podía hacerle entender que ese era su lugar?


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