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Lluvia de Oro por Kikyo_Takarai

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La vida en Hillsmoth House era agradable. Bueno, agradable no era suficiente. Era increíble, era sólo un invitado pero no le faltaba nada, podía darse un baño caliente por las noches, dormir en una cama suave en una habitación que no debía compartir y la madera bajo sus pies no crujía peligrosamente bajo su peso. No se había dado cuenta de cuántas cosas había que reparar en su propia habitación hasta que tuvo una mejor. Las cortinas estaban nuevas y limpias, las ventanas abrían sin esfuerzo, las sábanas estaban suaves y los almohadones tenían un suave aroma a flores por los pequeños sacos de popurrí que Lizzie dejaba entre ellos cada mañana. No tenía que cuidarse de no leer hasta muy tarde y consumir las velas asignadas para esa semana, no había algo viviendo en el ático, ratas o el gato que habían adoptado para deshacerse de ellas.

 

Dormía mejor y al despertar le servían un desayuno delicioso y abundante en la mesita que daba al jardín. Y el jardín era lo que le gustaba más que nada. La ventana de la salita de lectura dejaba entrar mucha luz y a menudo Elliot se distraía de su lectura por mirar más allá del cristal. Después del desayuno, como hacía en casa, salía a caminar. George estaba acostumbrada a dormir hasta tarde así que no la esperaba. Incluso si hubiera querido le habría sido imposible no aprovechar cada día, su cerebro era incapaz, entrenado como estaba para despertar con el amanecer, listo para las labores del día. Aquí no tenía labores hasta que su prima lo necesitaba para ajustarle el corsé, o atarle firmemente las cintas que mantenían sus bonitos vestidos firmes en su lugar.

 

Parecía que jamás exploraría todo ese jardín. Tenía pequeños senderos sin fin, extendiéndose más allá de las casas de huéspedes, hasta el huerto, hasta el lago, hasta los viñedos y quién sabe hasta dónde más.. A la derecha de la salida más cercana a su habitación había una enorme fuente, el murmullo del agua parecía apagar todos los sonidos que la naturaleza regalaba, los zumbidos de los insectos y el casi escandaloso trinar de las aves que vivían en los muchos árboles. Había bancas de piedra, hermosamente talladas con formas orgánicas que se fundían con el mismo jardín, imitando troncos o hiedra, siempre a la sombra de frondosos olmos o rodeadas de árboles con flores de vivos colores y aromas que no podía describir.

 

George le había contado de las estatuas y eran, sin duda, la parte más interesante del jardín. Cuando era un niño Elliot había leído el mito de medusa en uno de sus libros. Una mujer muy hermosa que había sido maldecida por los dioses. Quién tuviera la mala fortuna de mirarla a los ojos quedaba eternamente convertido en piedra. La colección de estatuas del Barón era tan diversa y peculiar que le hacía pensar en esa historia. No estaba seguro que esperaba, probablemente aquellas delicadas y sinuosas figuras griegas que había visto en ilustraciones y publicaciones semanales que su bisabuelo conservaba en el ático. Mujeres con cuerpos voluptuosos y hombres fornidos, definidos y de perfectas proporciones que se inclinaban sobre troncos y animales, sin pudor, sin miedos. Expresivos en su miedo o su picardía.

 

Las figuras que decoraban Hillsmoth House eran completamente distintas. Distintas de lo que esperaba y distintas entre sí. Había un niño que corría con una pelota en las manos junto a una princesa con el rostro oculto tras un abanico bordado. Había liebres, perros, zorros, incluso un caballo que trotaba entre lo que parecían olas de mármol. Su desesperación por salir del agua parecía tan viva, brotaba de la superficie de la piedra y flotaba hasta Elliot que podía mirarlo por horas. El detalle, el estilo, el material, todo era distinto de una figura a otra. De poder visitar el jardín de Medusa, Elliot estaba seguro de que se vería justo así. Múltiples tiempos, múltiples caminos, gente que no tenía nada en común además de la suerte de haberse cruzado con el infortunio de ser víctimas de un monstruo solitario.

 

La idea era sombría, pero eso no le molestaba. Hacía del jardín un lugar místico, que parecía existir fuera de los límites del espacio y del tiempo, su propio mundo en una casa que era en sí un oasis en medio de la campiña. Una ilusión que desaparecería cuando Elliot volviera a dónde pertenecía, un espejismo tan hermoso que viviría en sus recuerdos para siempre, más tangible que un sueño pero mucho más maravilloso de lo que su imaginación podría crear.

 

Cuando paseaba a veces veía jardineros o mozos que paseaban con los perros de la casa, animales grandes, delgados y lanudos, con hocicos largos, que corrían entre las flores y salían con el pelaje azabache salpicado de polen y el inconfundible verde de la hierba de verano.

 

Ese día no había mozos, ni perros. La fiesta se acercaba y con ella los empleados de la casa parecían estar más ocupados que nunca. Amelia les contaba sus planes con entusiasmo y su prima respondía con la misma emoción. Dos niñas planeando la fiesta de té más grande sus vidas. Elliot no prestaba mucha atención. Pero George era parlanchina y se removía como un pescadito fuera del agua cuando charlaba, su voz una octava más alta de lo normal.

 

—Habrá música, Elliot, estoy segura que no haremos más que bailar. Esta semana deberían comenzar a llegar los invitados. Amelia no ha querido compartir conmigo toda la lista, pero sé que hay un par de personajes importantes. Sé que mi buena amiga, la Señorita Greenwood, vendrá a finales de la semana, ojala puedas leer algo de su trabajo antes de eso, tiene una pluma excepcional.

 

—No lo dudo— Respondió con una sonrisa, inclinado en el suelo, atando con firmeza los listones que sostenían en su lugar las medias de su prima. Normalmente sería una mucama quién lo haría, pero Elliot y su prima eran tan cercanos y estaba tan acostumbrado a ayudar a sus hermanas que atar cintas y peinar cabello le era segunda naturaleza.

 

—Habrá un círculo de bordado, en un par de días. Estás, por supuesto, invitado a acompañarme.

 

—Oh, eso es inesperado, no he traído material— Dijo sorprendido, es decir, llevaba ese horrible bordado que había empezado cuándo se anunció su compromiso, pero no era algo que pudiera mostrarle a nadie, mucho menos a posibles amistades como la afamada escritora Alice Greenwood.

 

—Es perfecto entonces, yo tampoco he traído nada. Sabes que bordar no se me da nada bien, no tengo paciencia. Pero es la excusa perfecta para comprar algo nuevo— George se incorporó, firme en sus bonitos zapatos, y metió la mano en el bolsillo que hace no mucho Elliot había atado a su cintura.— Te daré algo de dinero para que le pidas a Lizzie que vaya al pueblo.

 

—No es necesario, yo puedo ir— Aseguró, tomando el dinero. Georgiana lo miró con escepticismo. — Ir de compras al pueblo es algo que hago con frecuencia, George, te lo aseguro.

 

—Son unos treinta minutos a pie, diez si te vas en caballo. ¿Estás seguro que no preferirías pedirle a alguien más?

 

—Es un mandado, es para lo que me enviaron aquí.

 

—Eso no es verdad, te traje aquí con la esperanza de que encontrarías un mejor pretendiente que un hombre que podría ser tu padre. Sólo piensa en las posibilidades.

 

—No lo haré, no puedo darme el lujo de soñar cosas como esas, sería irresponsable. El señor Hamilton puede ser mayor y un poco… simple en sus modos, pero es un buen hombre. Será un buen marido.

 

—Puede que tu te hayas rendido, pero yo no lo haré—Dijo con un puchero. Elliot sonrió, su prima era tan dulce, deseando un futuro distinto para él. Pero ella podía darse el lujo de soñar, Elliot lo había perdido hace mucho. — Anda entonces al pueblo, con lo que te he dado bastará para comprar hilo, tela y un marco. Bordaré un bolsillo, quizás deberías pensar en hacerte un pañuelo nuevo.

 

—Es buena idea. Volveré antes de que te des cuenta.

 

—Ten cuidado, por favor.

 

—Tranquila, no llevo encima nada que tenga algún valor.

 

Se puso los zapatos de viaje y la chaqueta antes de salir de su habitación. Lizzie le dió un saco para sus compras y uno de los mozos de la cocina instrucciones muy claras sobre cómo llegar al pueblo. No sería muy difícil, aquí los senderos no estaban descuidados, salpicados y perdidos entre hierba crecida. Seguir derecho, cruzar el río y entonces podría ver el pueblo. Media hora como mucho.

 

Era un día brillante, estaba nublado, sin duda producto de la lluvia de la noche anterior, pero el día estaba iluminado y el ambiente ligero, no volverìa a llover hasta esa noche, probablemente. No pudo evitar mirar hacia atràs mientras se alejaba de la casa, su silueta imponente perfilándose contra el cielo pálido de la mañana. Alzándose más alta que todo lo que la rodeaba, llena de secretos, de cuartos que no conocía, de historias que no le habían contado, Hillsmoth House era su lugar favorito en todo el mundo, decidió en aquel momento. Un lugar que recordaría cuando fuera mayor, cuando su vida fuera aburrida o triste, un lugar que no compartiría con nadie más, un paraíso en su mente, destinado a ser visitado en aquellas ocasiones en que uno quiere estar solo. Dónde guardaría sus recuerdos, sus sueños. Cada cosa hermosa que sucediera, cada cosa nueva. En su mente viviría más y más de ellas y Hillsmoth House siempre abriría sus puertas para recibirlo.

 

Llegó al pueblo mucho más rápido de lo que le habría gustado, era bullicioso y pintoresco, con ovejas que caminaban entre docenas de pares de piernas que trataban de no tropezar con ellas, un mercado lleno de aromas, flores y gente feliz que cuchicheaban a su alrededor disfrutando de un día ordinario pero para Elliot maravilloso.

 

Encontró sin mucho problema un carro, viejo pero aún en buenas condiciones, del que colgaban un sinfín de hilos, listones, tela y botones de todos tamaños y colores. Le encantaría tener un bonito listón como esos, para atar sus rebeldes rizos castaños cuando los días eran calurosos. Pero no era eso a lo que iba. Compro tela y marcos, hilo y agujas para él y su prima. No estaba seguro que bordaría, pero siempre se le había dado bien bordar flores, así que los colores no serían en especial caros. Se alejó de los tonos azules, siempre más difíciles de conseguir y de pagar, y compró distintos tonos de rojo, rosa y verde.

 

—¿Elliot?

 

Escuchó su nombre y alzó la vista distraído del bolso en que metía todas sus compras. A su lado una muchacha apenas mayor que él sonrió al reconocerle.

 

—¡Sabía que eras tú! Hace años que no te veía, has crecido tanto.

 

—¿Caroline?

 

—¡Esa misma! Sabía que no te olvidarías de mí.

 

Caroline era una amiga suya cuando eran niños, su padre era zapatero, el único del pueblo. Cuando Caroline se casó se mudó del pueblo, pero Elliot no tenía idea de que era este pequeño lugar al que había terminado por mudarse. Lucía muy bien, un poco más alta, regordeta, sonrojada y muy feliz. Llevaba un chal alrededor de los hombros que sostenía un bulto, lo que no podía ser otra cosa más que un bebé de meses.

 

—¿Es tuyo?

 

—Oh, sí. Mi pequeña, Annie. El mayor, Dougal, está por ahí corriendo con sus primos. ¿Tu te has casado ya?

 

—No, sabes como son las cosas en casa, pero parece que eso terminará pronto. Quizás en unos meses tenga mi propio bebé que cargar,

 

—Son un dolor de cabeza, pero una maravilla. ¿Que te trae a un pueblo como Ogensville?

 

—Me han invitado a la fiesta en Hillsmoth House.

 

—¿En verdad? ¡Debes contármelo todo! La gente que trabaja allá habla de ello maravillas. ¿Es la casa tan hermosa como dicen?

 

—Oh, lo es. Está tan llena de vida, es una maravilla, me hace desear quedarme a vivir para siempre ahí. —Ambos sonrieron con entusiasmo, pero Elliot se compuso rápidamente. — Desafortunadamente es algo temporal. Pero saber que estás bien y feliz me llena de gozo.

 

—Gracias—.Dijo bajando la vista, apenada.— Harold es un buen hombre, un marido gentil y un padre muy atento. No podría haber elegido mejor incluso si hubiera tenido más tiempo.

 

—Eso sucede cuando te encuentras con tu futuro esposo en el bosque antes de la boda—.Bromeó Elliot, ella se cubrió la boca con exageración y ambos rieron.

 

—Bueno, lo habríamos tenido tarde o temprano. ¿Verdad? No hubo daño alguno.

 

—Me da verdadero gusto saber de tí.

 

—Lo mismo digo, viejo amigo. Tengo que irme ahora, Harold necesitará ayuda pronto pero… ¿Podrías venir a visitarnos? Harold hace un pan de higo increíble, sé de buena fuente lo mucho que te gusta, pero nunca has probado uno como este.

 

—Eso me encantaría… Quizás podría volver la próxima semana, antes de las primeras fiestas.

 

—Decidido, estaremos felices de recibirte. No vuelvas tarde, el camino es peligroso cuando llueve.

 

—No lo haré…— ¿Es que nadie creía que Elliot pudiera cuidarse sólo? Estaba acostumbrado a caminar así, por senderos viejos en clima de próxima lluvia. No había mozos, criadas ni chaperones para él. No había dinero para tales lujos.

 

La muchacha sonrió mientras se alejaba de él, despidiéndose con la mano antes de perderse entre la gente. Elliot la miró alejarse con una extraña sensación que le recordaba mucho a la envidia. Caroline estaba casada con un hombre modesto como ella, un hombre que claramente la amaba, la cuidaba y la hacía feliz. Elliot deseaba eso por sobre todas las cosas. No sabía como sería el Señor Hamilton como padre, mucho menos como esposo y ni pensar en algo más... indecente.

 

Volvió al sendero en cuanto pudo, sus compras en la bolsa a su lado. El cielo estaba ahora mucho más nublado, sin duda llovería próximamente. Miró al cielo, pensando en el futuro y decidido a hacer de lo que fuera algo bueno. No había casualidades, el destino había separado a Horace Hamilton para él. Mejor le valdría dejar de imaginar formas de ser feliz, cuando en realidad lo que debía asumir es que viviría estando satisfecho, nada mal para alguien de su edad.

 

No hubo dado dos pasos más cuando sintió la tierra temblar bajo sus pies. Se volteó apenas a tiempo de saltar fuera del paso de un jinete apresurado. Cayó sentado a orillas del camino, su pierna en una postura que sin duda no era la adecuada. Se apresuró a corregirla pero el dolor significaba que el daño estaba hecho.

 

—¿Pero qué se creen? ¿Que es suyo el camino? ¡Que falta de consideración! —Gritó en dirección al jinete,. Intentó ponerse de pie pero justo entonces pasó un jinete más. Elliot chilló, sorprendido y se encontró de nuevo en el suelo. ¡Que humillante!

 

Este jinete sin embargo se dió cuenta de su error y se detuvo a unos metros de él, bajando de su montura y corriendo en su dirección con expresión preocupada.

 

—Dios mío. ¿Se encuentra bien?

 

—Podría encontrarme mejor...—Admitió con una expresión adolorida. — Quièn haya pasado antes que usted se ha ocupado de eso…

 

—Le ruego me disculpe, fui yo quién incitó a una carrera, no tenía idea que con este clima habría alguien más en el camino—. Elliot bufó mientras intentaba ponerse de pie. No podía sostener su peso y se tambaleó hacia adelante, el jinete apenas pudo atraparle a tiempo. — Está herido, qué impertinencia la nuestra…

 

—Está bien, al menos parece arrepentido—. Susurró sosteniéndose de su brazo. Fue entonces que levantó la vista. Fue la primera vez que vió y respiró todo lo que era ese Alfa. Cabello castaño, largo, ondulado y brillante. Enmarcando un rostro apuesto, de facciones rectas, varonil, bien alimentado. Tenía los hombros anchos, perfectamente enfundados en un abrigo negro, formal pero elegante. Las manos que lo sostenían eran fuertes e irradiaba un calor que parecía quemarle. Y su aroma… Era tan inapropiado oler a alguien así, especialmente a un Alfa, un Alfa desconocido, un Alfa con quién no estaba comprometido. Pero es que Elliot jamás había percibido tal aroma, fuerte, masculino, a cuero y madera. Era el aroma que imaginaba en sus sueños privados, el que le recordaba a su padre pero no de forma apropiada. Salvaje, desbocado pero contenido en los modales de la gente civilizada.

 

—En verdad lo estoy. Por favor, déjeme llevarle a casa, me ocuparé de buscar también un médico para usted. ¿Debería llevarle al pueblo?

 

—No, estoy hospedado en Hillsmoth House.

 

—Qué coincidencia, es allá a dónde tan apresurada e irresponsablemente me dirijo—. El Alfa sonrió y Elliot sintió su rostro teñirse del color de una cereza madura. El alfa no pudo evitar ensanchar su sonrisa. Ese era un sonrojo honesto y muy bonito, en un rostro honesto y bonito también.— Permítame llevarle. Soy Louis.

 

—Elliot…

 

—Un placer. Me temo que para llegar antes que la lluvia tendremos que montar juntos.

 

—Está bien, suelo montar con mis hermanos—. Dijo Elliot sin pensarlo mucho. No encontraba nada indecoroso en montar con alguien. O eso pensaba. Cuando los brazos de Louis le subieron al caballo y luego le rodearon para guiarlo, su pecho presionado contra su espalda… Aquella intimidad no tenía nada que ver con montar con su hermano. ¿Qué le sucedía? Con un corazón latiendo como loco, al ritmo de un tambor salvaje, retumbando en su pecho tan fuerte que estaba temeroso que el otro pudiera oírlo.

 

—¿Tiene muchos hermanos?

 

—Un hermano, dos hermanas—. Explicó. Concentrándose en cada movimiento del animal debajo de ellos. Louis era un jinete muy hábil, Apenas parecía tener que hacer algo para controlar su montura, como si pudiera leerle la mente. Apenas un apretón de sus fuertes muslos bastaban para dirigir a aquel hermoso semental que podía llevarlos a ambos. Capricornio no podría.— ¿Usted tiene hermanos, señor?

 

—No, soy hijo único, por desgracia—. Respondió. — ¿Qué le ha traído a Hillsmoth House? Las próximas festividades, imagino.

 

—Por lo que entiendo eso atrae a mucha gente en estos días.

 

—Es una buena oportunidad de hacer nuevos amigos, como usted y yo. Espero no lo considere grosero, pero debo saber. ¿Qué hace un invitado de Amelia Hale caminando a solas en medio del camino? ¿A perdido a su chaperón?

 

Después de todo era un omega joven, soltero, sin marcar, precioso… Con el rostro delgado de un muchacho pero los ojos de un hombre. Era serio para la edad que Louis creía que tenía, pero cálido, se notaba en su tono de voz, en sus ademanes.

 

—Oh no, en lo absoluto—. Dijo divertido. Aunque… siendo un omega virgen y soltero, montar con un Alfa desconocido era el tipo de cosa que debía evitar un chaperón… —Me gusta caminar, y el pueblo no está realmente lejos, prefiero hacer mis propios mandados.

 

—No me diga...— Que omega tan inusual. Caminando y haciendo sus propias compras en un día nublado. ¡Le encantaba! Y su aroma… sin perfumes, sin polvos, sin el destello de canela que tenían ahora los omega de la corte, por moda sin duda. No… él parecía destilar un aroma mucho más natural, a flores, dulce y orgánico…

 

Llegaron a la casa muy pronto, le habría gustado disfrutar de ese aroma bajo su nariz un rato más. Guardaron silencio mientras cruzaban en dirección a la entrada principal, un silencio cómodo. Eso quería pensar, pues en realidad adoraría escucharle hablar por unas horas más. Una chica rubia estaba en la puerta incluso antes de que llegaran, preocupada. Amelia Hale estaba detrás de ella y parecía aliviada de verle.

 

—Elliot, por Dios. Estaba preocupada de muerte...

 

—Lo lamento, me torcí el tobillo de regreso. Este amable caballero me hizo favor de traerme—. Explicó con una sonrisa. Louis lo bajó del caballo y sus miradas se encontraron apenas un segundo. fue suficiente para enviarle un escalofrío que iba de su cuello hasta su alma. Inesperado y que le sacudió hasta la médula.

 

—Ha sido mi culpa, le pedí una carrera a Lord Braudy y aquí estamos, mi imprudencia le ha causado molestias a su buen amigo,

 

—Muchas gracias por traerlo de vuelta, excelencia—. Dijo Amelia con una reverencia. Elliot la miró confundida desde su nuevo lugar, apoyado en el hombro de su prima. “Excelencia”. ¿Con quién demonios había estado montando?— Lamento decir que no le esperábamos hasta dentro de unos días más…

 

—Lo sé, lo lamento mucho, me desocupé antes de lo esperado. Sabe que soy un hombre impaciente y he llegado sin anunciarme. No puedo expresarle cuánto lo siento.

 

—No hace falta, pediré que preparen sus habitaciones a la brevedad. Pero antes, debo presentarle a mis invitados—. Elliot quería desaparecer, aquella no era la primera impresión que deseaba causarle a ninguna amistad de la señorita Hale. Mucho menos si podían serle útiles a su futuro esposo. Trató de llamar la atención lo menos posible, oculto detrás de su prima, esperando de todo corazón ser ignorado. Con la espalda llena de tierra y su ropa barata, Elliot probablemente no estaba en fila para ser la persona que aquél hombre esperaba compartiera la casa. Había sido amable, pero si su título era cualquier indicativo, Elliot había sido igualado y descortés. La verguenza que sentía tenía su expresión teñida de arrepentimiento y sus mejillas de rosa.

 

— Lady Georgiana Rainer, hija del Marqués de de Hordebare y su primo, Elliot Dalton, hijo del Conde de Whitebury. George, Elliot, este es mi buen amigo Lord Louis Ainsworth, Duque de Ransom.

 

¿Duque de Ransom? Elliot estaba mortificado de recibir la reverencia con que el duque respondió las suyas, torpes pues su prima apenas podía sostenerle, sus ojos cruzándose apenas un segundo con los del hombre. Fue como si le cayera un rayo, todo a su alrededor pareció detenerse apenas unos segundos, sólo estaban él y aquellos hermosos ojos cobrizos. Ambos habían oído del joven duque de Ransom, era uno de los favoritos de la corte pero tenía una reputación que lo precedía. Teniendo al duque frente a él, esa reputación no era difícil de creer. Sin miedo a la lluvia o a quedar varado a medio camino, sin estar juntos sobre una bestia de carga... podía mirarlo bien.

 

Era un Alfa muy apuesto, mucho más de lo que le había parecido en ese sucio camino de tierra, frente a una propiedad hermosa como en las que debía codearse su belleza era casi perturbadora. Perfectamente peinado, cabello atado detrás de su cabeza con una cinta de cuero. Su rostro, cuadrado y varonil, parecía cómodo con una sonrisa, rasurado y suave. Su ropa era fina, nada inesperado ahí, botas lustradas, una chaqueta negra pero ajustada, moderna, con los puños cerrados por mancuernillas de oro. ¿Estaba tan acostumbrado a la miseria que incluso la opulencia más extrema se le escapaba? No había otra explicación. Todo sobre el Duque de Ransom gritaba dinero, clase. Todo lo que Elliot y su condado jamás tendrían. No era un misterio como, con sus modales encantadores y su atractivo físico, aquél hombre era por mucho el soltero más codiciado de la corte. Lo que no terminaba por gustarle era que el hombre estaba al tanto de esto y se había convertido en un rompecorazones que le recordaba demasiado a su bisabuelo y a la tragedia que sus acciones habían hecho llover hasta hundir a su familia en el fango del que ahora luchaban por salir.

 

—Es un placer, Excelencia. —Ofreció Georgiana.

 

—Lo mismo digo, Señorita Reiner, tengo el placer de conocer a su padre, un excelente cazador, es bastante difícil seguirle el paso.

 

—Muchas gracias, si gusta le enviaré saludos de su parte con la próxima correspondencia.

 

—Eso me agradaría, esperaba que pudiera acompañarme la próxima vez que su Majestad el Rey nos invoque para la cacería de primavera.

 

—Estoy segura que le alegrará mucho recibir tan generosa invitación.

 

—Maravilloso, le escribiré tan pronto como tenga oportunidad. Tendré que ver que mi acompañante, Lord Braudy, me recuerde cuando logre dar con su paradero...

 

—Por supuesto. —Elliot casi había olvidado al otro hombre, pero conocía su nombre, su familia le era mucho más familiar que otras de la nobleza baja. Lord Charles Braudy. él que casi lo mata.

 

—Me temo, Señor Dalton, que no tengo el placer de conocer a su padre. No estaba enterado de que hubiera miembros de la nobleza en Whitebury. —¡Qué humillante! Eliot dudó un segundo antes de responder, pero no pudo fingir una sonrisa. No era nadie. No podía olvidarlo.No eran nadie para la corte, ya no se hablaba de ellos. Quizás era lo mejor, su hermano podría empezar de cero una vez que Elliot le diera los recursos.

 

—Mi padre no frecuenta mucho la corte—. Su tono fue seco y tajante. El duque se sorprendió con la súbita frialdad en aquel bonito rostro. A su lado Georgiana tosió suavemente. “No lo arruines, este es el tipo de amistad que querías hacer ¿No?”

 

—Entiendo, debe ser un hombre muy ocupado—.Sugirió el duque, Elliot dudó antes de asentir suavemente. —. Es natural, muchas veces el trabajo deja poco lugar para la diversión.

 

—¿Y lo dices tú? No se deje engañar, Señor Dalton, Louis es un hombre que disfruta mucho de alejarse de sus responsabilidades en busca de una buena fiesta.

 

—Oh Amelia. Pero si has sido tú quién me ha invitado.

 

—Mi Lord, lo siento pero es mejor que mi primo reciba atención médica.

 

—Por supuesto, una vez más, lo lamento.

 

—No se disculpe, fue un accidente...—Un mozo finalmente llegó y le ayudó a George a sostenerlo. A tiempo para llevarlo a su habitación.

 

—Ha sido un placer, Señor Dalton—. La voz del Duque volvió a sus oídos, suave como caramelo. Elliot tragó saliva cuando sintió sus labios besar su mano. Se quedó sin palabras una vez más, distraído con el volumen de los latidos de su corazón, temeroso de que el Alfa podría oírlo si abría la boca.

 

No pudo respirar tranquilo hasta verle alejarse. Incluso si no estuviera comprometido no tenía oportunidad con un hombre como el duque de Randsom. Por los segundos que había durado se permitió sentir aquella emoción, aquella chispa de algo desconocido, antes de recordar quién era y que tenía que hacer. Pero sobre todo que no tenía nada que ofrecer. Nada excepto el recuerdo de ser el pobre omega que se había caído y osado montar con un duque de vuelta a una casa en la que no pertenecía más que un trapo viejo


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