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Dos caras de la misma moneda por Hyunnieyeol

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Notas del capitulo:

13.07.04. Me tomó bastante actualizar, ¿verdad? No creí que fuese a ocurrir de este modo, pero han sido unas semanas bastante extrañas. Lo bueno es que estoy de vuelta y pretendo quedarme. 

 

Muchas gracias por sus comentarios. No esperaba una respuesta tan buena a esta ocurrencia. Responderé ahora mismo a ellos. Y, de paso, les advierto que este capítulo es un retroceso en la historia. Sin embargo, nos presenta a Sungyeol y sus amigos. 

Capítulo II. De recuerdos y cosas que es mejor olvidar

 

No hay estrellas en el cielo, pero sí nubes que anuncian lluvia. Es sábado y pasan de las ocho. Suspira al aire, soltando sus manos de las barandillas. La brisa le alborota los cabellos y se estremece. Salir a la terraza, en una noche fría, usando pantalones vaqueros y un ligero cárdigan no es la mejor de sus ideas.

— ¡Hey! Piensa rápido.

            Sungyeol apenas tiene oportunidad de alzar el rostro y atrapar la lata antes que le golpee. Sonríe a sabiendas de que los otros no ven su expresión y desliza los dedos por el aluminio ligeramente empapado. La bebida se encuentra más fría que la noche. Sus ojos trazan cada imagen impresa en ella, siguiendo el patrón de la marca como si fuese lo más interesante en la vida. Y posiblemente lo sea en ese momento. Tira de la anilla y el sonido de tres latas abriéndose al mismo tiempo alcanza sus oídos. La lleva a sus labios y bebe despreocupado. Apenas nota el sabor amargo de la cerveza.

            Es estúpido, pero el simple hecho de hacerlo le sumerge en viejos recuerdos.

 

Fue a principios del invierno, una fría noche de diciembre, cuando se conocieron. Nevó toda la tarde, así que realmente la temperatura se encontraba baja. Veía a los adultos ir y venir desde un banco de madera dentro del enorme edificio. Su única intención era permanecer ahí hasta poder volver a casa, aun sabiendo que nada sería lo mismo de nuevo.

— Yeollie — volvió los ojos hacia Daeyeol, su hermano pequeño, encontrando su rostro entristecido y empapado por las lágrimas.

— ¿Qué pasa? — tomó su mano con la propia y tiró de él hasta sentarlo a su lado. Daeyeol miró su regazo por mucho tiempo, hipando. A sus seis años, Sungyeol no sabía qué hacer para consolarle. — Dae…

            Se acercó más a él y ocultó el rostro en su pecho. Lloró hasta quedarse dormido, sin una palabra de por medio. La gente seguía pasando frente suyo, dedicándole a Sungyeol una mirada de lástima mezclada con admiración. Su madre sonrió al verle cuidar de Daeyeol, después se integró de nuevo a la conversación que mantenía con sus amigas. Sungyeol frunció el ceño al ver sus labios rojos curvarse en una sonrisa. Su rostro exquisitamente maquillado resplandeció. “¿Cómo puede hacer eso?” Su padre se acercó a ellos con una almohada y un cobertor pequeño. Trató de convencerle de sostenerles mientras levantaba a Daeyeol para llevarlo al cuarto del fondo. Sungyeol se negó. Su padre pareció molestarse, mas no emitió queja alguna, quizá porque los presentes podrían darse cuenta. Fue él quien cargó al niño de cuatro años hasta la habitación, manteniéndolo aferrado con fuerza. Su nana se encontraba ahí cuando lo dejó en uno de los sofás. La mujer acarició los cabellos de ambos y después cobijó al más pequeño entre cálidas mantas y suaves palabras. El deseo de quedarse ahí creció. Sin embargo, una mano grande y fría envolvió la de Sungyeol y lo sacó de ahí. No fue capaz de mirar el ataúd a pesar de encontrarse cerca. Se negaba a ello. Su madre les esperaba en la entrada a la capilla, luciendo tan perfecta como la muñeca que parecía ser. Sungyeol tropezó torpemente y ella sonrió de nuevo, menos cálida.

— Ellos han llegado — anunció con su voz cantarina, colgándose del brazo de su marido. — He visto sus coches entrar al estacionamiento hace un momento, así que no deben tardar en venir aquí. ¿Qué debemos hacer?

            Sungyeol entendió unos minutos más tarde, cuando dos parejas caminaron en dirección a ellos. Se sintió pequeño ante esos seis adultos, hasta que dos niños se asomaron tras sus padres: uno castaño y el otro de cabellos negros.

— Lamentamos mucho su pérdida, Sra. Lee.

            La voz del hombre sonaba tan falsa como la de sus padres. Las condolencias y agradecimientos siguieron llegando. De pie ahí, con todos ellos a su alrededor, la furia embargó a Sungyeol. Fue presentado a ellos. Las familias Kim y Lee. Ambos hombres socios de su padre en la empresa; ambas mujeres amigas de su madre del club. Sus hijos lucían tan abrumados como él mismo. Kim Sunggyu lo miró sin expresión al escuchar su nombre; con sus ocho años y ojos pequeños y fieros, le intimidó a primera instancia. Lee Howon, de su edad, pero meses mayor, le sonrió a duras penas.

— Sungyeol, ¿por qué no van a buscar un poco de chocolate caliente? — inquirió su madre con la advertencia reflejada en la mirada. — Los adultos tenemos que hablar de algo importante.

            Los tres niños se separaron de inmediato de ellos, caminando en silencio hasta el elevador. Sungyeol presionó el botón con el número dos y las puertas se cerraron. Ambos suspiraron y sus ojos vagaron por sus expresiones menos aterradoras y más infantiles. El alivio se instaló en su pecho.

— Eso ha sido escalofriante — inició Sunggyu, sonriendo. Sus ojos se tornaron más pequeños todavía. — ¿No es así? — Howon y Sungyeol asintieron, apoyándose en las paredes de metal.

— Tenía ganas de reír al ver tu cara — confesó el hijo de los Lee. — Lucías como un cachorro perdido y asustado.

— No es gracioso — se quejó Sungyeol, familiarizándose rápidamente con ellos.

            Las puertas se abrieron y entraron a la cafetería. Hyorin y Bora, a quienes Sungyeol conoció apenas llegar, les sirvieron tres vasos con chocolate caliente con una sonrisa maternal. Salieron a la terraza. Hacía mucho frío afuera, pero se sentía mil veces más cálido que el interior del recinto funerario, donde toda esa gente se sentía afligida.

— Tengo un buen presentimiento de esto — declaró Sunggyu.

            Howon y Sungyeol asintieron, una vez más, en su dirección. Se apoyaron en los muros bajos, sosteniendo el vaso humeante entre sus manos. Las estrellas brillaban en lo alto del cielo, hermosas.

 

— ¡Hey, Lee Sungyeol! — el aludido tose, apartando la lata rápidamente. — ¿Qué tanto pensabas?

            Sonríe un poco, mirando a ambos por primera vez, desde su llegada, como es debido. Termina la bebida en un trago más, riendo un poco. Y no es tan amargo como creía. Ellos finalmente acortan la distancia y Sunggyu deja una lata más frente a sus ojos.

— Supongo que Hoya te lo ha dicho ya — abre la nueva lata, más no la prueba.

— Menudo bastardo — le escucha reír. Sin embargo, su ceño está fruncido. — Lo hizo, por supuesto. — se burla el mayor, bebiendo tranquilamente. — Lo único que pasó por mi cabeza fue: “¿Por qué me entero hasta ahora?” “¿Por qué no me lo dijo él mismo?” “¿Por qué Sungyeol hace esto?”

— Sunggyu…

            El silencio los envuelve. Sungyeol casi escucha a Howon en su cabeza: “va a transferirse de instituto”. Si hubiese sido el nombre de cualquiera de ellos dos, probablemente hubiese reaccionado como lo hizo Sunggyu. Es decir, ¿quién, en su sano juicio, cambia de escuela de un día para otro y a mitad de curso?

            Suspira. Los minutos empiezan a correr. Una gota cae en la punta de su nariz. Sungyeol alza el rostro y sus mejillas se salpican. Un parpadeo y llueve con fuerza. Se miran unos a otros y estallan en carcajadas, dejándose mojar.

            Es sábado, pasan de las nueve, y Sungyeol está al lado de sus amigos.

Se dirigen a la sala a causa de la lluvia poco después. Sunggyu apura su cuarta lata de cerveza, sonriendo como tonto. “Él y su poca resistencia al alcohol”. Howon va por la quinta y Sungyeol cree llevar siete para el momento. Perdió la cuenta al pensar lo diferente que será todo en adelante. Fuera llueve con fuerza. Salta ante algunos truenos repentinos, principalmente porque le regresan al mundo real. A Sungyeol le ha costado mucho explicar la situación a los mayores.

— Así que la bruja decidió aparecer — sentencia Howon con crueldad, obligando a los otros dos a mirarle ante la mención. — Es un alivio que siga viva.

— ¡Hoya! — le llama la atención Sunggyu. — Podrá no ser el mejor ejemplo, pero no por ello deja de ser la madre de Sungyeol — ambos se encogen de hombros.

— Decidió que su primogénito debe asistir a la Academia Woollim. Me llamó esta mañana por teléfono y dijo que comienzo el lunes. Ni siquiera fue capaz de venir personalmente y dar la cara. ¿Saben cómo me sentí? ¿Soy otro de sus trofeos? ¿Piensa exhibirme a partir de ahora?

— ¿Crees que quiera separarnos? — mira a Hoya, curioso. Él entiende y continúa: — Nuestros padres hacen negocios juntos y eventualmente nos volvimos amigos, pero tus padres son especiales. Quizá están hartos de la banda y…

— Mi madre odia eso de la banda, Howon — confirma Sungyeol, sonriendo. — ¿Cómo podría agradarle a una mujer como ella que su hijo mayor haga algo de los bajos mundos? Supongo que espera que nos sentemos en la terraza a beber vino mientras discutimos acerca del último torneo de golf, o yo que sé.

            Ambos ríen ruidosamente. Al menos hasta notar que Sunggyu les ignora.

— ¡Sunggyu! — pega un salto, casi derramando su bebida. — ¿Estás en la Tierra de nuevo?

— Cállate, Hoya — su ceño se frunce. — Sólo estaba pensando.

— Ya decía yo que algo raro pasaba acá.

— ¡Eish! — interrumpe Sungyeol, sabiendo lo que viene. — ¿Van a empezar a pelear de nuevo?

— Nos conocimos en el funeral del abuelo de Sungyeol… — en la sala reina el silencio por largos minutos. Es incómodo recordar eso; y para el menor resulta doloroso todavía. — Ustedes tenían seis años y yo ocho. Éramos unos niños tontos; bastante ingenuos, ¿no? — son buenos recuerdos, a pesar de todo. — Hemos sido amigos desde entonces, inseparables.

— Hasta ahora — Sungyeol suspira. — ¿Cuándo nos veremos si estoy en esa Academia?

— Buscaremos tiempo, Yeol — lo anima Hoya. Sungyeol supone que es así. Además, aún tienen los ensayos, ¿no? No van a sacarlo de la banda por algo como eso. ¿O sí?

— Podemos transferirnos contigo.

— ¡¿Qué?!

— Eso mismo — afirma Sunggyu, sonriendo más amplio. — Los tres iremos a la Academia Woollim, y es mi última palabra.

 

 

 

 

Lunes. El silencio reinante en la habitación es roto por el sonar de la alarma. ‘Over the Rainbow’ flota en el aire, trayendo a Sungyeol del mundo de los sueños. Han ensayado la melodía bastante tiempo y es grato para él escucharla por la mañana. Abre los ojos con pereza. Son las 5:00 AM. Bosteza ruidosamente, pasándose una mano por los cabellos revueltos. Su cabello parece un nido de pájaros. Ha crecido mucho en los últimos meses. Le gusta. Aunque muchos consideran que lo hace ver femenino. “Puras idioteces”.

            Sale de la cama con decisión, como si no estuviese por cometer la mayor estupidez de su vida. Ha dejado la ropa y el bolso listos desde la noche anterior, así que no demora en ducharse y vestirse. Ahí la ventaja de tenerlo todo en un solo cuarto. Dedica mucho tiempo a contemplar su reflejo en el espejo. Sungyeol tiene confianza en su físico, o eso cree. Sólo que esa mañana no se siente lo bastante afortunado en apariencia. Se maquilla. (Sí, lo hace). Se ha vuelto costumbre desde que toca con los chicos, así que no es algo del otro mundo -al menos para él-. Pone especial atención a sus ojos. Aún no aprende a usar del todo el lápiz delineador. “Quizá algún día sea un maldito experto como el idiota de Sunggyu”, piensa. “Al menos puedo presumir de ojos normales, no como los suyos, casi inexistentes”. Una sonrisa le adorna los labios al recordar las burlas de las que es víctima el líder de su improvisada banda callejera, especialmente por parte suya y de Hoya.

— Joven Lee, el desayuno está servido.

            Suspira. Odia tanto formalismo. Echa un vistazo al espejo de cuerpo completo antes de abandonar la alcoba. Sunggyu ha insistido en que vistan como “matones”. Sungyeol se siente como el mujeriego de ‘Eye Candy’. Tan estúpido. Cierra la puerta tras su espalda, colgándose el bolso al hombro, y desciende por la escalera. La casa es demasiado grande para él solo. Le cansa.

— Buenos días, joven amo.

            “¿Ah? ¿Por qué de repente las empleadas son tan educadas?”

— Joven Lee, buen día.

            Encuentra la respuesta apenas ingresar al comedor. Su buen humor desaparece por completo y en su lugar sólo queda la desilusión al ver un buen desayuno convertirse en un melodrama. Los ojos de su madre le analizan de arriba-abajo. Su ceño se frunce, su boca forma una mueca. Sungyeol se traga el orgullo y ocupa el lugar a su lado, saludándole con un movimiento de cabeza.

— ¿Crees que esa ropa es apropiada?

            “Bonito saludo el tuyo, madre”.

            Se observa disimuladamente. Ropa negra. Botas militares. ¿Qué hay de malo?

— Deberías superar esta etapa de rebeldía de una buena vez. ¿Por cuánto tiempo más piensas jugar al tipo rudo? No te queda.

— ¿Has probado el jugo de naranja? — enarca una ceja. — Tiene un sabor un tanto peculiar el día de hoy, mucho más fresco que de costumbre. ¿Será debido a la temporada? He escuchado que las naranjas…

— Basta, Sungyeol — se acerca la taza con café a los labios. Da un trago. Lo mira. Otro trago. Muerde su lengua. Suspira. — Desayuna. No quiero que llegues tarde en tu primer día.

— ¿Es mi ingreso a la Academia Woollim la razón por la que te encuentras aquí? — su silencio es la única respuesta. — ¡Vaya! Pero que iluso me he vuelto. Pensar que venías a visitar a tu hijo mayor porque le echabas de menos. ¡Cuán estúpido soy!

— Sungyeol…

— Si eso es todo, puedes regresar a Estados Unidos ahora mismo. Dale mis saludos a Daeyeol. Dile que su hermano lo extraña.

— Sungyeol…

— Si papá se digna a regresar, dile que pase por aquí alguna vez. Sería bueno saber cómo es su rostro. No figura en mis recuerdos, así que…

— Sungyeol…

— Me marcho ahora — deja la servilleta sobre el plato intacto, dedicándole su mirada más fría. — Verte me quita el apetito.

— ¡Lee Sungyeol!

            Está demasiado lejos ya. La servidumbre le mira con confusión, salvo la señora Kang, quien ha sido su nana desde tempranos años de la infancia. Ella es quien dio a Sungyeol -y también a Daeyeol- el amor que su madre les negó toda la vida. “Bonita forma de aparecer cuando menos se le necesita. No le bastó con haberme transferido de instituto sin consultarme antes, sino que se toma el atrevimiento de venir a casa, -su casa, le recuerda una vocecita en su cabeza, pero él la ignora- y fingir que le importo. ¡Malditas apariencias! ¡Maldita sociedad corrompida por estupideces!”

            Su celular suena cuando lleva dos cuadras a pie. Sungyeol no tiene intención alguna de llegar al famoso colegio en un coche de lujo o en la limosina familiar. “Estúpida fortuna”. Responde de mala gana y Sunggyu le da un sermón de diez minutos sobre el respeto a los mayores. “Respeto mi trasero”, piensa. Se lo hace saber, rayando en la furia y el otro ríe, ríe y ríe, como el pedazo de idiota que es cuando está de buenas.

— Imbécil — susurra al colgar, devolviendo el móvil de última generación al bolsillo de sus pantalones.

            El camino hasta la oficina principal pasa sin mayor inconveniente. Se reúne con Sunggyu y Hoya frente al director, quien les da la bienvenida afectuosamente. Él sabe quiénes son y también quiénes son sus padres. Obviamente. Luego de una charla aburrida, finalmente dejan el lugar y se incorporan a sus respectivas clases. Ni una sola en común durante el primer periodo. Se reúnen hasta el almuerzo.

— ¿Algo interesante hasta ahora? — Sungyeol abre la lata de refresco al tiempo que Sunggyu les llama.

— Sí — anuncian Hoya y él a la vez.

— ¿Qué es?

— Lee Sungjong.

            Sunggyu asiente y los tres se esfuerzan por no reír. Será divertido. Todos están de acuerdo.

 

Notas finales:

Espero que el próximo llegue mucho más rápido. Nos estamos leyendo, ¿bien? ¡Saludos! 


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