A Kai le gustaban las mañanas despejadas, el chocolate aún más que el café y por sobre todas las cosas, los ojos de Aoi. Aquellos ojos pequeños y negros que miraban escrutando hasta lo más profundo de su alma, que contenían las miradas más dulces y a la vez imposibles de sostener en momentos de debilidad, eran los que le ataban todas las mañanas a la gravedad del mundo.
Adoraba la risa fácil y escandalosa que dejaba salir durante los ensayos sentado en el sillón con su Iphone en las manos, las bromas tontas que planeaba junto al bajista contra cualquiera que se mostrara una presa inocente, el romanticismo innato de todas las noches escondido en sonrisas tímidas a la hora de la cena, el humor explosivo a la más mínima provocación que le había llevado a desplantes con sus fans. Era todo cuanto le habían enamorado de él.
¿Y qué era lo que le disgustaba?
No podría decirlo de manera precisa. Tal vez eran aquellas rabietas que tenía cada que tocaban el tema de su sexualidad. Tal vez era aquella manía que tenía de negar su evidente relación. Tal vez era la afición, un poco desmedida que mostraba a los atributos femeninos según él para ‘disimular’. Tal vez era la costumbre desordenada con la que lo sacaba de quicio los fines de semana. Tal vez era aquel ruido que tenía en el suave respirar a la hora de dormir. Tal vez era su constante fobia a los lugares concurridos. Tal vez era que lo amara tanto.
Y pensándolo bien, en serio tal vez era aquello. El mayor se había colado indiscriminadamente en su pecho, como aquella llovizna que, sin darte cuenta, te empapa hasta la piel con una fina capa de rocío.
Porque después de algunas salidas en común, escuchando sus bromas flojas y riendo por protocolo, los ojos de Aoi empezaron a hacerse cada vez más brillantes, cada vez más profundos. Las sonrisas más llamativas y su voz mucho más dulce.
Hasta aquel momento en que era indispensable en sus mañanas y en sus noches.
Sonrió entre bostezos y estiramientos de su cuerpo para luego acariciar las mejillas pálidas de quien se fundía con la inconsciencia y ocultaba el negro brillante de sus ojos detrás de la piel de sus párpados. Posó su dedo índice en la frente amplia que se fruncía por lo que parecía una pesadilla (sabía que estaba dormido por el constante sonido de su respirar lento) y lo bajó acariciando la nariz recta y delgada que arrugaba levemente cuando su risa salía natural. Delineó el labio superior, dando rienda suelta a la imaginación prodigiosa que aquellos labios abrían en su mente y terminó por palpar el mentón fuerte en el que terminaba su rostro. La expresión de Aoi se relajó y volvió a ser la de un bebé dormido. Dejó que sus mejillas se estiraran a los lados, formando la sonrisa tierna que solo su Aoi podría formar en sí.
La luz de una luna sonriente se colaba furtiva por los pliegues de las cortinas, iluminando sus ojos para poder abrazar de nuevo el cuerpo de quien descansaba a su lado. El reloj marcó las 3 am y el sueño de nuevo le hizo cerrar los párpados, soltando un último bostezo antes de que su pareja sonriera entre sueños y dejara salir un suave y casi inentendible ‘Te amo’
Yo también, Aoi.