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AFFAIR por malchan

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Aquel taxi había arrancado y la más joven de los D´Oria rápidamente le ponía en las manos una serie de papeles.

¿Qué era eso?  No le interesaba nada.

Estaba tan abrumado que le costaba trabajo procesar todo lo que acababa de ocurrir, ver a Daniel transformado en un incontrolable monstruo de indignación, ser objeto de sus gritos furiosos… cada vez más furiosos, ser repudiado por esa mirada gris dura como el cemento, ser golpeado por los embates de sus reclamos y saber del sufrimiento que le había causado… y finalmente… verlo arrancar en su potente deportivo para alejarse de su vida.

Era mil veces peor que cualquier escenario que hubiera imaginado.
Porque era real.

Daniel…

Miró a través de la ventana, la nieve caía con fuerza cubriéndolo todo con su frialdad, su blancura absoluta hacía desaparecer los autos, los edificios, los árboles, la vida misma, como si todo se borrara. Aquella nevada se estaba volviendo una tormenta, en algunas horas todo estaría peor.

No importaba ya.
No quedaba nada ya.
Su corazón… estaba tan roto.
Había sido tan estúpido… tan estúpido…

Sylvane sentada a su lado le tocaba las manos, haciéndole sentir las hojas, llamando su atención.
Kyan se giró lentamente para mirarla, ella parecía en verdad pertenecer a un mundo diferente al suyo… uno dónde las cosas aún importaban.

¿Qué eran esas hojas?
Al observarlas, se dio cuenta que no eran páginas de la libreta que esa chica muda solía darle para comunicarse. Eran cartas.
No sería la primera vez que ella le daba algo así. Ya antes le había dado una, una correspondencia de Ricard que decía que… había querido casarse con él.

Estaba tan destruido emocionalmente, ¿quería en verdad abrir aquella puerta?
¿No sería mucho más doloroso?
¿Cuánto era una persona capaz de aguantar hasta verdaderamente quebrarse?

Tomó aquellas cartas y en seguida pudo ver la letra de Ricard D´Oria. No era un engaño, aquellas eran sus palabras.

Buscaba tan desoladamente una respuesta, la que fuera, qué finalmente se detuvo a verlas. Pero en ella no hallaba nada que pudiera consolarlo, sino todo lo contrario.

“Amo a Kyan” decía su puño y letra, aquella frase detuvo su corazón. La leyó dos veces más.
- Rick- musitó sin darse cuenta. Algo dentro de él despertaba de su largo letargo.

“Soy un cobarde” decía la siguiente.
Aquella dura honestidad jamás la había escuchado de sus labios, no pudo evitar leer otra más.

“¡Odio el papel que debo jugar en la vida! ¡Lo falso que es mi mundo!”.
No podía creer lo que leía…

“Sé que él cree que me avergüenza estar a su lado, pero… ¡no es verdad! ¡Yo lo admiro tanto, al hombre que es!”
¿Admiro?

“Le estoy haciendo daño. Todo el tiempo”.
Su imaginación le hizo escuchar su voz decir aquello, los tonos adoloridos en aquel timbre profundo que no había olvidado pese al tiempo.

Oh, no.

“Odio no poder demostrarle cuánto lo quiero frente a todos, ¡detesto no poder caminar a su lado con la frente en alto!”.
¡Aquellas frases reabrían sus heridas!

“En verdad no puedo continuar de ésta manera. A veces me pregunto si debería terminar con todo”.
¿Qué? ¿Qué mierda era todo eso?

Pasó las hojas, una tras otra. Todas y cada una de ellas le mostraban un universo melifluo y triste ¡y todas y cada una hablaban de él!

Alzó la vista, completamente sorprendido.


“Rick me mandaba correos así, todo el tiempo. Me decía lo enamorado que estaba de ti, cómo tú habías cambiado su mundo”- había escrito esta vez Sylvane con su caligrafía impecable, a lo que parecía ser una explicación que supo que en serio necesitaba.

“Mi hermano siempre siguió las reglas, como primogénito de una familia tan importante llevaba en sus hombros la responsabilidad de ser un ejemplo a seguir, de ser un líder incuestionable, de ser la mejor versión de sí mismo.
Y se lo tomaba muy en serio, ¿cómo no hacerlo si es lo que se te ha dicho toda tu vida? El peso de su apellido implicaba un deber del cual jamás podría escapar.

Él decía que aquello no le costaba, que estaba habituado y supongo que en cierta forma así era. Pero yo, que lo conocía en verdad sabía que tales imposiciones en realidad habían cortado sus alas. Su energía que siempre fue tan vibrante y activa, tan llena de esperanzas se fue terminando. Ellos le arrancaron su espíritu, mataron a la persona que tanto ansiaba vivir. Él siempre quiso ser libre. Y nunca pudo serlo.

Cuando te conoció, cuando entendió que en verdad te amaba, fue cuando comenzó a amargarse de verdad, porque nunca antes le había pesado tanto ser el hijo perfecto.

Creo que no tenía a nadie a quien pudiera decirle eso, en el fondo él se sentía terriblemente solo. Ni siquiera a ti te contaba éstas cosas, te lo aseguro, porque eso sería reconocer que le avergonzaba su rol en la vida, el que pudiera ser tan buen líder y respetable por un lado y por el otro no tuviera la verdadera fuerza de escapar de su jaula y ser él mismo.

Rick no quería ser débil ante ti, si no quería tener defectos ante nadie, ¡mucho menos ante Key!
No podía dejar de ser intachable, ¡se lo habían tatuado en el alma!

¡Él sufría tanto! Y lo hacía en silencio, cada día.

Sus cartas comenzaron a ser amargas. Temía perderte, temía defraudar a todos.
Yo no sabía cómo consolarle, porque aunque entendía perfectamente ese dolor, no podía ayudarle.

Pero no lo justifico, sé que cometió muchos errores contigo, que te dijo cosas que no debió decirte, que te culpó a ti injustamente por los males de su vida. Sólo quiero que sepas que cuando hizo todo aquello, estaba realmente desesperado. ¡Me dolía tanto estar lejos de él! ¡Ser incapaz de darle alivio!

Un día me llamó por teléfono llorando. No dijo nada en realidad. Sólo lloró. Un largo rato. Era incapaz de ser honesto contigo respecto a su sufrimiento. Aquella fue la última vez que realmente escuché su voz antes de que ocurriera lo que ocurrió”.


Kyan bajó aquella libreta de cuero.
Suspiró, como si recordara que tenía que respirar para existir.

Iba con Sylvane en aquel taxi rumbo a la casa que él y Ricard habían comprado juntos, aquella que los D´Oria habían recuperado hacía meses a través de amenazas e intimidaciones.
Su hogar perdido.

Y ahora, absurdamente, iba rumbo a encontrarse con él.

Haber visto a Daniel marcharse sin mirar atrás le había hecho sentirse derrotado hasta su esencia misma, Sylvane había aprovechado para llevarlo con ella y honestamente, no había tenido fuerzas para resistirse.

Esa chica aprovechaba aquel trayecto para decir muchas cosas a través de sus letras, cosas que él mismo no quería creer que fueran verdad pero sabía que lo eran. Conocía la secreta desesperación de Rick, de su temor por no decepcionar a su exigente familia y también sabía a la perfección que aquel hombre seguro de sí mismo y fuerte que mostraba ante todos… era una mentira. Había visto su dulzura, su vulnerabilidad, había visto al verdadero Ricard… y lo había amado de verdad, aunque Rick pudiera ser tan injusto y egoísta, sobre todo con él.

No pasaban mucho tiempo juntos, se veían prácticamente sólo los fines de semana durante algunas horas. Kyan no hubiera tenido problemas con eso, siempre había odiado a las personas absorbentes, pero… cada vez le costaba más trabajo despedirse de él cuando tenía que hacerlo.

¡Cuando Rick estaba de buenas era fantástico estar a su lado! Era ingenioso, apasionado, divertido y totalmente encantador. ¡Lo hacía reír siempre! ¡Lo hacía tan feliz!

Nunca había sentido por nadie lo que sentía por él, era descubrir que era capaz de tener sentimientos así de profundos, él, que siempre había sido tan emocionalmente distante de todos. Así de importante era Ricard para él, ¡se le había metido hasta lo más profundo de su alma!

Lo cierto es que Rick también… había cambiado su mundo.

Y después… todo se volvía obscuro. Él actuaba sombrío y distante, se transformaba en una tumba llena de angustia. Sabía el porqué, la relación que tenían era algo que no podía admitir ante nadie.
Eso le pesaba a Rick, pero también le pesaba a Kyan.

Jamás salían juntos a ningún lado, su intimidad era sumamente privada, nadie de su lado sabía de ellos más que Enzo, ¡él se había negado incluso a conocer a Anna!
Y claro, ningún D´Oria tenía idea, ningún colega suyo, absolutamente nadie más. Kyan tenía prohibido mencionar su nombre, buscarlo, hacerse notar, Kyan tenía prohibido… existir en el mismo mundo que Ricard.

Aquellas condiciones jamás las hubiera admitido de nadie, no sintiendo lo que sentía, pero había querido no ser el egoísta de siempre, había querido entenderlo y darle tiempo para admitir que era su pareja. Y cuando parecía haber un avance, Rick daba diez pasos atrás.

¡Odiaba ser tratado como un secreto vergonzoso! ¡Él merecía mucho más!
…¿o no?

Sus inseguridades, sus orígenes como un niño abandonado surgían como una pesadilla para hacerle sentir que no era lo suficiente como para que él decidiera luchar por aquella relación y reconocerlo. Y también admitía que todos esos sentimientos se debían a sus conflictos con su propio pasado más que otra cosa, pero aquellos demonios… Ricard los sacaba de su infierno.

La situación fue empeorando a medida que su amor propio reclamaba su valía. Y aunque odiara reclamarle, comenzó a hacerlo, ¿se supone que se quedara callado sumisamente mientras él lo negaba ante todos?
Rick en respuesta era esquivo y agresivo, tendía a irritarse con mucha facilidad cuando era confrontado y podía llegar a ser realmente grosero. La frustración de la que hablaba Sylvane ¡él la había visto actuar!

Sus peleas eran intensas, ¡se gritaban por horas! Y aquello invariablemente terminaba en sexo, extraordinario sexo. Y después… mientras jadeaban sobre algún mueble, Ricard comenzaría a besarlo, pediría perdón, le haría el amor, culpable y desesperadamente.
Era tan apasionado, tan exigente, tan incitante… no podía decirle que no, no podía rechazarlo. Y así vivían en una burbuja feliz hasta la siguiente vez que él desaparecía y todo volvía a empezar.

Fueron meses enteros de una rutina enfermiza. De un pseudo noviazgo que lo envenenaba. No importaba cuánto Ricard dijera que lo quería en su vida… la evidencia decía otra cosa.

No quería seguir viéndose con él en hoteles de los suburbios, en fines de semana fuera de la ciudad, encerrarse en su departamento para entregarse a él y después verlo marcharse mirando a la calle dos veces antes de salir del edificio, estaba harto de escuchar historias sobre su vida normal, sobre personas cercanas a él a las que nunca conocería, lugares que al italiano le gustaban pero en los que nunca estaría con él, asomarse a la otra vida, su verdadera vida… esa en la que… no estaba incluido.

Aquello lo deprimía y ni mil besos llenos de dulzura lo remediaban.
Sufría en silencio tanto como Ricard lo hacía a su vez, ahora lo comprendía.
La dicha de tenerse uno en brazos del otro comenzaba a volverse amargura. Mirarlo partir era darse cuenta que no podría verlo hasta el siguiente encuentro furtivo.

No podía. ¡No podía seguir con él, por más que lo adorara eso era nocivo!
Como toda relación enfermiza, Rick sospechaba que todo iba mal, así que la siguiente vez que se vieron, él le pidió ir a la Casa Azul.

Kyan tuvo sus reservas, no llevaba ahí a nadie, pero el entusiasmo e insistencia de supuesta pareja terminaron por convencerlo, poco podía rechazar a su amado, ¿no quedaba ya claro?
Y quería ver en aquel deseo, un visto de esperanza. Estaba siendo idiotamente ingenuo.

Ir a Troisvierges con él fue una experiencia bizarra. Ricard se presentó como su novio ante Neru, ¡no podía creer que lo hiciera! Y obró todo su carisma con ella.
Fue extraño que su abuela no fuera con él lo amable que solía ser con la gente, pero tampoco es como si hubiera existido hostilidad entre ellos, la mujer que lo había criado no parecía ella misma por completo esa tarde de cualquier forma, los avances de su enfermedad ya eran muy evidentes en ese entonces.
Con Aurore y los demás no fue tan descarado, pero era absurdo negar que no actuaba como si fuera simplemente un amigo suyo.
¿No lo tomó de la mano al llegar a la Casa Azul?
¿No le dedicó mucho de su tiempo a Mila?

Esa noche se quedaron en una posada cercana e hicieron el amor como nunca lo habían hecho, Ricard lo besó por horas, le dijo que lo amaba más que a nada en su universo. Le dijo que ansiaba tener un hogar con él.
Era tan dulce que lo envenenaba de amor. Ricard D´Oria alimentaba cruelmente sus deseos más profundos.
¡Era tan fácil sentir que caía de nuevo!

No quería creerle, nunca había sentido que todo en su vida fuera tan dichoso y se negaba a pensar que todo cambiaría de pronto en Rick por el simple hecho de conocer su mundo secreto, pero entonces D´Oria le dijo algo aún más inesperado: que veía un futuro a su lado, rodeado de niños, con Mila entre ellos. Y ahí no terminaba. Había visto casas sin decírselo, quería comprarle una y vivir ahí con él.

¿Estaba oyendo bien?
¡Ricard describía un mundo de fantasías! ¡A veces era tan infantil!
Novak le dijo lo único que podía decirle como el adulto racional de aquella relación, que todo eso era apresurado, que se estaba dejando llevar por el momento…

“¿Por qué le dices eso? ¿Por qué le das pie a que se zafe y se arrepienta?” se reprendía a sí mismo.

Pero su amante esta vez pareció ir en serio, la semana siguiente lo llevó a una preciosa casa blanca en la frontera con Francia, extrañamente lujosa y acogedora, de dos niveles y cuatro recámaras, con un jardín enorme. Justo para “una familia”.
Rick sonreía todo el tiempo, con esa estúpida y boba sonrisa que podía con él.

No. No iba a dejar que la comprara. ¡Eso no tenía sentido! Si Ricard no estaba listo para decir a nadie que ellos dos estaban juntos, ¡¿por qué habrían de comprar una casa?!

El asunto terminó en una pelea que le hizo sentir culpable por semanas.
Y Rick lo llamaba todos los días, insistiendo incansablemente.
Pero Novak sólo estaba siendo realista. No creía que el otro fuera a realmente hacer nada de eso, sólo estaba queriendo acallar su falta de honestidad comprando una mentira.

Sin embargo, en sus momentos de soledad, masticaba una y otra vez aquella situación.
No es que no quisiera una familia con él, no es que Ricard no estuviera haciendo exactamente lo que tanto le había pedido; avanzar en su relación. Entonces, ¿por qué intentaba detenerlo? ¿No estaba siendo un idiota al negarse a sí mismo todo lo que había podido querer?

Ante su falta de respuesta absoluta, Rick se apareció afuera de Muggen.
Sería la primera vez que él iba a su trabajo y mostraba ante la gente su interés por él, aquello podría ser algo completamente normal para cualquier pareja, pero para ellos, era una verdadera excepción. Accedió a hablar con él en un restaurante para alejarlo de su oficina y los mirones que los observaban.

Ricard le pidió la oportunidad de volverse la persona que Kyan quería que fuera y que decía querer ser también, esa persona libre que le amaba.

Esa comida fue un tanto vergonzosa, sintiendo su mano alcanzando la suya sobre la mesa, no por debajo de ella, siendo besado por él en un lugar público. Ricard estaba yendo demasiado lejos.

Luego fueron a su departamento. Hablaron por horas y cuando el verbo se terminó, D´Oria siguió besándolo, sus labios eran tan cariñosos, tan llenos de amor… y eso llamaba a todo el afecto que a su vez Kyan le tenía.
Fueron incapaces de quitarse las manos de encima el uno al otro, no durmieron en toda la noche.

“Me has cambiado, Key, ya no soy el mismo de antes. Tú quieres que sea una mejor persona, pero no de la manera en que lo demás lo desean.
Tú me amas a mí, a quien soy en verdad. No quiero perderte” murmuraba besando su cabello, “por favor, por favor… nunca me dejes”.

Moría de amor por él…

Firmaron el contrato de compra al día siguiente.
Se mudó a esa casa la semana siguiente.
Y una vez que el último mueble fue comprado y la última caja fue desempacada… el sueño terminó.
Ricard desapareció.

Una semana.
Dos semanas.
Tres semanas.

Nunca debió creer esa mentira.

Aquello rompía su corazón. ¡Lo llenaba de odio y dolor!

¡Verlo de nuevo fue arrojarle a la cara todo lo que encontraba a su paso!
Él pedía perdón, admitía que no estaba listo.
¡Fue tan frustrante! ¡¡Tan doloroso!!

Le había abierto su corazón como un tonto, ¿y para qué?
Había creído en aquel sueño estúpido, ¡¿y para qué?!

¡No iba a quedarse en aquella casa que no era un hogar! ¡Y que nunca lo sería!
Empacó las cosas más básicas en una maleta mientras abajo Ricard estallaba furioso rompiéndolo todo en aquella casa que abandonaba y cuando cruzó la puerta, lo vio llorando.

Pero no se dejaría manipular más por él.
Amarlo era desgastante.

“Si te vas me moriré” le dijo el rubio, con la cara descompuesta, obstruyendo la puerta. Tenía que admitir que nunca lo había visto así.

“Entonces MUÉRETE” rugió, colérico.

Él lo alcanzó en el estacionamiento, lo sujetó del brazo y lo besó furioso.
¡No! ¡No le permitiría más! ¡Aquello era demasiado horrible para soportarlo!
Kyan lo empujó lejos y después le lanzó un puñetazo contundente, aún recordaba el sonido de aquel golpe potente y seco.

Ricard lo miró sorprendido con sus ojos azules.  Quizá su relación era tortuosa, pero ellos nunca se habían puesto una mano encima.

“¡De acuerdo! Merezco eso, merezco algo mil veces peor, ¡pero no puedo estar sin ti! ¡No puedo! Mañana hablaré con mis padres. ¡Lo haré de verdad!”

“¿Crees que soy estúpido? ¡Ya no te creo nada, Rick!”.

“¡¡Entonces lo haré ahora mismo!!” exclamó, sacando su teléfono.

Eso lo dejó impávido. ¡Estaba marcando un número!
¿De verdad… iba a hacerlo?

“Madre, soy yo. ¿Estás con mi padre? ¿Hay alguien más junto a ti? ¡Bien!
Ponme en altavoz, tengo que hablar con ambos, es algo importante.
Estoy parado enfrente de un hombre llamado Kyan Novak, él es la persona de la que me he enamorado”.

No. ¡¡No podía creer lo que escuchaba!!

“He estado con él durante casi dos años en una relación, pero él ahora me ha dicho que va a dejarme porque me resisto a que la gente se entere que estamos juntos y tiene razón, así que he llamado para que lo sepan. No voy a ocultar más quien soy”.

“Basta, ¡no tienes que decirlo de ésa manera!” lo detuvo entonces, arrebatándole el teléfono.

¡Ese idiota!
Ricard lo miraba con completa seriedad.

“Quiero estar contigo, Key. ¡En verdad quiero estar a tu lado!
¡No vuelvas a decirme que te vas de mi lado!
¡Yo te amo! ¡TE AMO TANTO!”

No debía creerle… no debía… pero… ¡también lo amaba!
Se dejó abrazar por él, arrastrar por él, creyendo que por fin… todo aquel dolor terminaría.

Esa sería la última vez que lo vería.

Un semana.
Dos semanas.
Tres semanas.

Todas sus pertenencias seguían en esa casa a la que volvía todas las noches esperando verlo.
Ricard había huido de nuevo, pero esta vez… era diferente, por más que quisiera negarlo, así se sentía.

Kyan regresaba cada día de la ciudad a esa casa vacía, cocinaba una cena insípida y se sentaba en aquella mesa larga de comedor a comer solo.
Era tan silencioso.
Era tan depresivo.

Guardaba la crédula esperanza de verlo entrar por esa puerta, con su usual arrepentimiento y sus mentiras. Lo extrañaba tant que incluso lo deseaba.

Con el paso del tiempo, comenzaba a quebrarse. Las noches eran lo peor.
Esa cama vacía era fría.
Todo estaba mal.
Su corazón al principio rabioso… ya no sentía nada salvo dolor.

Enzo estaba seriamente preocupado por él y lo sermoneaba.

Dejó preparar cenas que comería solo y se iba a acostar apenas llegaba, sin siquiera cambiarse la ropa.
Apenas si dormía unas horas, el resto era insomnio puro.

Al día siguiente se arrastraba a Muggen y trabajaba en automático. Al salir del corporativo, se quedaba un rato ahí, mirando a la distancia, esperando tontamente que él quizá se apareciera como aquella vez, pero como eso no ocurría, volvía eventualmente a aquella casa, a aquella tumba.

Nada cambiaba, Ricard no regresaba, no se molestaba en contactarlo en absoluto, como si la tierra lo hubiera devorado. Pero también sabía que no era así, de sus relatos sabía que los D´Oria tenían varias casas en Italia, cualquiera serviría para iniciar en ella la vida que no había querido tener con él…

Los fines de semana los pasaba perdido en aquel limbo, mirando el infierno que alguna vez había sido su paraíso. Cada objeto en cada habitación era sólo un recordatorio de aquella ausencia… de aquel abandono. Para un huérfano como él, no existía nada peor que ese desamparo.

Al final… no había podido ser suficiente para Ricard. ¡No podía dejar de pensar en eso!

Una vez que comenzó a llorar, la catarsis no le permitió parar.
Horas. Días. Más días. No podía hacer nada salvo llorar.

Enzo fue por él, lo llevó a su antiguo departamento y comenzó a cuidarlo.
Poco a poco… muy poco a poco… su vida volvió a avanzar.

Pero Ricard nunca volvió.
El hombre al que amaba… se había llevado consigo una parte de sí mismo que jamás recuperaría, aquella que le permitía confiar, que le permitía darse a los demás.
Ricard lo había arruinado.


- -

El taxi se detuvo frente a la pequeña y hermosa casa que recordaba tan claramente en sus memorias. Lucía ciertamente.. descolorida.

Adentro, estaba una promesa. ¿Finalmente lo vería?

Tras sus peleas, Novak recordaba lo ilusoria que era la esperanza que idiotamente siempre se renovaba en su corazón cuando se trataba de Rick.
Se preguntó a sí mismo si simplemente la historia no volvería a repetirse.
Se preguntó a sí mismo si simplemente no sólo iba rumbo a su destrucción final.

Su guía, lo tomó de la mano, conduciéndolo a aquel lugar fantasmal.

Jamás, jamás se habría podido imaginar lo que estaba a punto de pasar…

¿Cuánto era una persona capaz de aguantar...
...hasta verdaderamente quebrarse?



Continuará...

Notas finales:

Mis musas piden alimento, por favor dejen reviews.


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