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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

Hola a todos! Muchas gracias por la espera!

Muchas cosas se interpusieron en el camino de ésta actualización, es como si el universo no quisiera que subiera este capítulo, será por lo que hice en él? :p

No sé si valga la pena mencionarlo pero uso tres perspectivas, la de Daniel, la de Kyan y la de Sylvane, en ese órden.

Y bueno, estoy nerviosa. Este capítulo probablemente sea el más importante de toda la historia, así que temía no hacerlo bien! -aún lo temo- y admito que diferente a otras ocasiones donde no me toco el corazón para ser mala, esta parte fue realmente muy dura de escribir (así que no me odien del todo, yo también sufrí y ésto no es broma) pero eso sí, amé la obstinación de Kyan quien luchó y luchó hasta el final.




Daniel.
Daniel estaba ahí. Había ido hasta esa casa de muerte.
¡¿Por qué?!

- ¡No le hagas daño!- pidió a Sylvane sintiendo su desesperación escalar a un nuevo
  nivel, completamente aterrado con la posibilidad de que ella fuera a dispararle.

¿Qué mierda estaba haciendo él ahí?
¿Por qué en el peor momento?
¿POR QUÉ?

Hasta ese momento, Kyan había luchado con todas sus fuerzas contra la droga, contra el dolor físico y emocional y claro, contra la misma Sylvane, no importaba lo potente que fueran todos ellos unidos, ¡no iba a permitirles hacer con él lo que quisieran!
Y no quería… morir ahí.

Su instinto le decía que lo único importante era salvarse a sí mismo y nada salvo eso.
No obstante, ante la espantosa posibilidad de que D´Oria vaciara ese revólver en Lascurain… lo supo enseguida. De pronto la lógica, el amor propio o el sentido común ya no existían, ¡y no dudó ni un segundo en preferir ser él mismo quien cayera en vez de Daniel! ¡Ni un segundo!
Porque ese guallen desde el momento en que había entrado en la casa, se volvía lo más importante para él. ¡Y no soportaría que pusiera en peligro su propia vida a causa suya!

Después de los últimos minutos transcurridos que había sufrido, comprendía de lo que Sylvane era capaz y que la presencia de Daniel interfería en sus planes inequívocamente. Ella sin tocarse el corazón podría matarlo. ¡Y eso sí que no iba a permitirlo!

¡No dejaría que esa maldita le hiciera daño! ¡Sobre su cadáver lo haría! Aunque aquello tuviera… que ser literal.

Así que se puso frente al recién llegado, bloqueándole e incitó a Sylvane a que le disparara a él en cambio.

Pero entonces, mientras el terror se disparaba al máximo y se volvía un escudo para la persona que quería, algo completamente inesperado ocurrió; sintió las manos del moreno envolviéndolo por el pecho hasta rodear por completo con sus brazos todo su ser de una manera posesiva y… entregada. La sensación que aquel contacto tan íntimo le provocó a su cuerpo drogado sacar un jadeo. Sintió su calor, enloquecedor como lo era siempre, extenderse por su persona. El aroma maderoso de la piel de ese hombre que amaba lo envolvió, regalándole un efímero segundo de alivio en todo aquel martirio.

Aquel abrazo… contenía algo que había deseado todo ese tiempo, el amor de Daniel. No existían otras palabras para describirlo.

Había creído perdido aquel cariño, ¡perdido para siempre debido a sus errores! Pero teniéndolo ahí comprendió que se trataba de la misma calidez tersa que alguna vez había sentido frente a una chimenea, que le concedía una paz hermosa, suave y poderosa a la vez. Siempre había sido débil ante ese afecto, por más que había querido no serlo.

Amor. Real. ¿Estaba perdiendo el sentido?

Más lo siguiente en ocurrir, fue horrible. Daniel volvió aquel abrazo un agarre, pudo percibir el cambio en aquella intensión y por un segundo no entendió nada. El arquitecto se giraba sobre sus talones con él entre sus brazos, para terminar colocándonos a ambos de frente a la salida.

¿Q-qué estaba haciendo?

Al siguiente segundo… fue arrojado a través de la puerta.

Cayó a la nieve, su organismo debilitado no pudo hacer nada.
Afuera… estaba helando, el frío dominó su cuerpo, atormentándolo más, adormeciéndolo más… aún más.

No podía evitar que sus párpados comenzaran a caer… bajo el poder de la narcosis.

Escuchó la puerta cerrarse tras él.
Y el siguiente sonido fue un disparo.
Y otro más después de ese.

¡No lo estaba imaginando! ¡Alguien había disparado ese revólver ahí adentro!

Pero todo… se volvía borroso…

No.
¡No podía desmayarse!
¡No ahora!
Pero… no podía más… ¡ya no podía más….!

Algo en él se apagó.

Blanco.
Un blanco impoluto y terso se movía frente a sus ojos incapaces de trabajar correctamente.

Poco a poco comenzó a entender nuevamente lo que tenía frente a él.
La calle formaba una perfectamente horizontal que cortaba su visión, la nieve se movía de derecha a izquierda, cayendo en una perspectiva extraña,
Estaba tirado en el suelo, de lado.

Había tanto silencio de pronto. Un silencio de muerte.

No. No iba a abandonarse en la inconsciencia, si lo hacía… todo se perdería.
No.

No. No. No. No. No.
¡NO!

¡Había escuchado disparos!
¡Tres, TRES DISPAROS!

¿Cómo permitirse a sí mismo rendirse en ese instante?

Jaló todo el aire que pudieran contener sus pulmones, su cerebro mandó todas las señales de alerta que fue capaz, una angustia lo ahogó completamente y para levantarse se agarró con las uñas de la piedra de la fachada, determinado a no quedarse tirado en el suelo haciendo nada. No se lo perdonaría. Nunca se lo perdonaría.

- ¡¡Daniel!

¡No iba a dejarse vencer! ¡Si nunca lo hacía no iba a empezar ahora!
Intentó abrir el picaporte, sólo para encontrar que el otro lo había asegurado por dentro.

Nooo.
¿Por eso lo había sacado? ¿Para quedarse a solas con ella?
¡Maldita sea! ¿Qué tipo de idiota era?

- ¡¡Daniel!!

El mareo esta vez fue tan intenso que le dobló las rodillas
No. No. No.

¿A dónde habían terminado aquellos balazos?

La pistola debía estar vacía ahora... ¿o no?
Él había recibido dos disparos y había escuchado otros tres, eran cinco en total.
¿Y el total de un cartucho era seis?
Aún… quedaba una bala, ¿o no?
Concentrarse en los números se volvió lo único que pudo hacer. Quizá estaba sólo intentando mantener la cordura en una situación que apenas si lograba soportar.

¿Por qué se escuchaba sólo silencio?
¡¿Por qué Lascurain no le respondía?!

Comenzó a golpear la puerta con desesperación. ¡No le importaba que fuera D´Oria quien abriera! ¡No le importaba recibir esa última bala! ¡Solo quería verlo a él! ¡Verlo a salvo!

- ¡Abre la puerta! ¡Daniel!
  ¡Daniel! ¿¿Me oyes??

Tuvo que sujetarse del muro porque perdía el equilibrio. Hasta ahora se había obligado a no perder la conciencia pero era bastante claro que aquella droga estaba ganando finalmente. Su resistencia física y su férrea obstinación le habían ayudado todo ese tiempo, sin embargo aquello iba más allá, ya no podía sostenerse.

Pero... no podía perderse.
No ahora.

Nadie le abriría esa puerta, tenía que entrar de otra forma, ¡a como diera lugar!
La ventana lateral más cercana del frente era su siguiente opción, porque dudaba poder rodear la casa para acceder por la parte trasera sin desvanecerse, no en el estado en que se encontraba.

A duras penas logró pegarse al vidrio y entonces colocó el codo contra el frío cristal, no iba a ser sencillo. E iba a doler. Pero estaba preparado para lo que fuera.

Alzó el brazo en ángulo y dio el primer golpe, una nueva agonía recorrió intensamente todo su miembro hasta paralizarlo pero no bastaba, el segundo golpe tampoco resultó, gruñó desesperado y con furia lanzó el tercer intento que logró agrietar el vidrio, el cuarto logró quebrarlo más, tras casi hacerlo irse de bruces, entonces, estiró el brazo para meter la mano por el agujero recién hecho y abrir la ventana por dentro, pero hacerlo puso en evidencia el daño que acababa de hacerse con los vidrios, había sangre suya por todas partes pero en aquel instante ya no le importaba nada, nada que no fuera ese guallen.

Con sólo eso en su mente, abrió la ventana y tuvo que arrastrarse a través de ella para cruzarla, estaba tan mareado que todo daba vueltas y se volvía negro a momentos.

Cada vez era más difícil… moverse.
Estaba luchando tanto por no perder el impulso, por no apagar sus sentidos, por no caer desmayado.  Su corazón, sin embargo, latía rápidamente, excitado, aterrado.

¡Estaba batallando para no enloquecer!
¡Todo era tan horrible! ¡La situación más horrenda que había vivido en toda su vida!

Sintió que se quebraba. No. No podía hacer eso. ¡No se daría ese lujo!

Cayó dentro, el impacto fue duro y entonces comprendió que las piernas ya no le respondían, iba a tener que arrastrase en el suelo con la fuerza que le quedara en los brazos.

- ¡Daniel! ¡Daniel!


- -


Tras presenciar el momento en que Novak lo cubría con su cuerpo herido, lo supo con certeza, Daniel también haría lo que fuera para protegerlo. ¿No esa era la razón por la que había ido ahí?

Nada salvo eso tenía sentido. Absolutamente nada.

No dejaría que ese castaño se volviera un víctima. Porque pese a lo que pudiera parecer, jamás había querido verlo sufrir, de ninguna manera.

Así que lo sacó de aquella casa, el cuerpo de ese financiero estaba tan debilitado que no ofreció resistencia alguna. Lo arrojó lo más lejos que fue capaz y cerró el seguro de aquel acceso para asegurarse de que no pudiera volver a entrar, que lo alejaba de aquella arma lo mejor que podía, más cuando se dispuso a enfrentar a su atacante, lo recibió: Un impacto de aquella arma.

Claro que algo así debía doler, ¡pero no había anticipado cuanto!
El impulso lo hizo chocar contra la puerta y antes de poder girarse, recibió un nuevo disparo.

Esa chica iba completamente en serio.
Pero… por lo menos cada bala que recibía sería una menos que recibiría Novak.

Jadeó, impávido. Y la miró entonces de frente.
Ella titubeó.
Quizá era sencillo atacar a alguien por la espalda, pero teniéndola cara a cara la hizo dudar. Sus ojos brillaban de furia.

- ¡No voy a permitirte hacerle más daño a Key!
  ¡¿Quién demonios te crees que eres?!

No desaprovechó ese efímero segundo, ¡se lanzó contra ella!

Pero esa chica volvió a apuntarle y antes de conseguir derribarla, otro disparo sonó entre ellos, hiriéndolo una vez más. Su peso los tiró a ambos al suelo y su siguiente acción fue sujetarle la mano que estaba armada, estrangulándole la muñeca y cuando consiguió que soltara la pistola comenzó a golpearla con toda la potencia de su odio.

Había quedado encima de ella ¡y no la dejaría moverse de ahí!

Un puñetazo. Dos. Tres.
¡Esa hija de perra había herido a la persona que más quería! ¡Por culpa de esa maldita Kyan estaba cubierto de sangre y en peligro!
Cuatro. ¡Cinco!
Escuchó como gemía bajo sus puños.
¡Seis! ¡Siete!
La adrenalina se había disparado en su cuerpo y no pararía. ¡No pararía!

Presenció cómo cada golpe le descomponía la cara, como sus nudillos le abrían la piel de su bonito rostro y la llenaban rápidamente de sangre. La escuchó ahogarse en ella. Y no fue suficiente.

Perdió la cuenta de los golpes que le dio después de eso.
Pronto, ella no fue nada salvo una masa sanguinolenta en el suelo.
Estaba inmóvil, respirando apenas.
¡Pero él no se detuvo!
¡Quería matarla! ¡Nunca había querido destruir a nadie tanto como a ella!

Fue su propio cuerpo desangrándose el que finalmente le dio fin a aquel ataque.
El sopor le hizo caer sobre ella.

No fue hasta ese momento… que comprendió su propio estado.
Estaba cubierto de sangre, de ambos. Logró girarse y quedar boca arriba, apenas si podía jalar aire a sus pulmones, comprenderlo fue completamente terrorífico.

¿Iba a…?

Jadeó. Y como si su cerebro hubiera logrado conectar todos sus cables, sintió finalmente el dolor de sus heridas.

Las fuerzas… se le iban.

Comprendió lo que estaba ocurriendo.
¿Eso… era el final?

La muerte. Su vieja enemiga.
Ella se había llevado a Cathy y a su hija y a partir de ese momento, nada había sido igual.
Antes de ellas, jamás había sentido una pérdida tan honda, tan arrebatadora, tan destructivamente.
Había odiado cada día con vida que tuvo después de eso. Deseando un final también.

Por eso… era extraño sentir la muerte tan cerca de nuevo.
Saber que la inevitabilidad que le horrorizaba de ésta ahora trepaba por su propio cuerpo.

“Cath” la evocó, desangrándose en el suelo.
Si muero…
…¿podré verte de nuevo?

Todo se nublaba.
Estaba perdiendo la consciencia.
Su organismo estaba entrando en shock. No había vuelta atrás.

Entonces lo sintió llegar a su lado, con sonidos que no era capaz de entender.
Él hablaba, Key hablaba. Decía que una ambulancia estaba en camino. Bien, eso significaba… que ese malvado y apuesto castaño tenía una oportunidad. Eso era bueno.

Sonrió tras aquel pensamiento, mirando al hombre que quería gritando su nombre aterrado, pero para Daniel, eso significaba que estaba vivo, que había podido hacer algo esta vez, que no había dejado que la muerte volviera a llevarse a alguien que amaba.
Y… de alguna manera absurda… eso le daba paz. La paz que tanto había necesitado todo ese tiempo.

Iba a morir.
Sentía… que estaba muriendo.

Dedicó los últimos segundos que le quedaban para mirar a la persona que adoraba fervientemente, sus preciosos ojos color miel estaban empapados en lágrimas.
¿Eran… por él?

No llores.
No llores, Key. No, mi amor.
Tus lágrimas me rompen el corazón.

Todo… se apagó.


- - -



¡Se arrastró hacia aquellos dos cuerpos en el suelo que yacían sobre un espejo rojo que el piso de madera devoraba!

Su urgencia descartaba a D´Oria de toda su atención y aun así la descubrió tumbada en el suelo, con la cara ensangrentada, Daniel la había molido a golpes y si pudiera haberse alegrado, lo cierto es que poco tiempo le quedaba de conciencia y lo sabía así que fue directamente hacia su arquitecto, cuyo pecho subía y bajaba aceleradamente en jadeos rotos.

Su desesperación por llegar a él lo dotó de un impulso que ya no fue capaz de controlar, su brazos perdieron fuerza y cayó de cara contra el piso. El impacto lo aturdió tanto que estuvo a punto de no conseguir permanecer en ese mundo pero una vez más logró mantenerse despierto un poco más y llegar hasta él.

- Dan- murmuró, aterrorizado.

El portugués estaba boca arriba, estaba entrando en shock.
Buscó la herida, tal como podría ser el peor escenario no se trataba de una. Todo su pecho estaba empapado de rojo en aquel suéter blanco que vestía ese día y que tan bien le sentaba a su piel achocolatada, rompiendo aquella blancura con su brillantez mórbida.

Lascurain… lucía totalmente terrorífico, ¡estaba agonizando!

Iba a perderlo. Iba a perderlo.
Aquel pánico que experimentó fue doblemente inmenso, pues en una parte muy elemental de sí mismo yacía el recuerdo bloqueado de un pavor similar. Sólo el niño en él comprendía que tan honda era aquella congoja, aunque el adulto que era no pudiera recordarlo.

- DAN- lo llamó exigiendo su atención, conteniendo todo aquel miedo- ¡Mírame!
  No dejes de mirarme, ¡NO CIERRES LOS OJOS!

Buscaba ser obedecido, pero el guallen parecía él mismo estar rozando la inconsciencia.

- ¡Mírame! ¡Aquí estoy! ¡Soy Key!
  ¡No cierres los ojos! ¡¡Por favor!!- le pedía.

Logró que aquellas gemas grises se posaran en él, que comprendiera que le estaba hablando, que debía permanecer despierto o se apagaría.
Lo vio tomar aire en un jadeo, buscar decir algo, pero la fuerza nunca llegó.

¡Necesitaba ayuda médica inmediata!

- No dejes de mirarme- le repetía a aquel que tanto sangraba.

¿Lo escuchaba? ¿Estaba luchando?
¡¡Tenía que conseguir ayuda!!

Buscó en el bolsillo del pantalón de éste y le sacó el teléfono, volvió a mirar a su dueño para asegurarse de que seguía con él.

- Voy... a llamar a una ambulancia... -le dejaba saber- tienes que resistir.
  No voy a dejar... que te mueras aquí, ¿entiendes?
  ¡No lo voy a permitir!- exclamó, asegurándose de que él lo veía, de que entendiera el
  mensaje, ¡que no dejara de verlo!

El dolor de sus propias heridas lo hizo bramar, su propio cuerpo estaba pidiendo a gritos ayuda. No se trataba sólo de Daniel, tuvo que recordarlo de nuevo.

Su vista estaba tan borrosa que lograr ver los botones fue totalmente frustrante, pero consiguió marcar a emergencias. En cuanto comenzó la llamada, volvió a ver al arquitecto. Estaba tan débil, descompuesto, yéndose.
No… por favor… no…

¡Despierta! ¡Quedate conmigo!

- Lucha. ¡Sólo aguanta hasta que llegue la ambulancia!
  ¡Te sacaré de aquí, te lo prometo!

Un nuevo mareo lo obligó a cerrar los ojos. Gruñó, gritó, se sostuvo.
Pero era incapaz de pensar en sí mismo, en sus heridas, en el hecho de estar sangrando, de estar drogado. Sólo quería… ponerlo a salvo a él.

Una voz contestaba, le pidió ayuda, estaba desmayándose. Sintió que derrumbaba sobre Lascurain y trató de no caerle encima girándose al caer, consiguió quedar a su costado y después, sólo pudo concentrarse en hablar. Dio la dirección, la persona del otro lado le indicó que ya había una llamada reportada, que el auxilio estaba por llegar en cualquier momento. Le pidió que no dejara la línea.

Pero... ya no podía mantenerse ahí. Estaba perdiendo la batalla...

Sintió terror.

No. No. Daniel.
No.

Era imposible seguir luchando contra esa droga.
¡Pese a que estaba poniendo todo su terco empeño en no perder la conciencia!
¿Cuántos minutos llevaba resistiéndose?

Buscó su mano. Si no podía hablar… se lo diría de otra forma.
“Estoy aquí. Por favor… por favor resiste… no puedes… ¡no puedes morir!”.

Apretó su mano, sintiendo todo se perdía. Entrelazó sus dedos a los de Daniel, buscando una respuesta. Pero él ya no reaccionaba.

“Daniel.
Aprieta mi mano, ¡respóndeme!
¡Respóndeme!”

Tras él, Sylvane comenzaba a moverse, su manos buscaban en el suelo tentando.
No podía mirar sobre toda la sangre de su cara. Pero sus dedos encontraron aquello que buscaba. El arma, con una última bala.

Pero Kyan no le prestaba atención, no podía.
Su cuerpo tras aquella enloquecida lucha finalmente… se desconectaba.

Soltó el teléfono.
Soltó el agarre de esa mano.

No pudo más.

Su último pensamiento fue fúnebre: No sabía si volvería a abrir los ojos de nuevo.


- - -


“Sylvane” dijo su hermano.
Ella apenas si podía ver, toda la cara le ardía, ese hombre se la había roto. Mientras le lanzaba puñetazos había podido sentir como le fracturaba los huesos.
Estaba tan sumida en la agonía que apenas si pudo comprender que su gemelo le hablaba.

“Sylvane… has cumplido tu objetivo, ¿no es cierto?” le era dicho, “Aunque quisiera odiarte por lo que provocaste, no puedo, porque al final, no has hecho otra cosa que lo que fuiste creada para hacer.
Nunca pude resistirme a dejarme arrastrar por la obscuridad, ¿por qué tú habrías de hacer algo diferente?
Sin ti… hace tiempo me habría matado, tal como lo hizo tu querido Rick”.

No.
¡No soportaba que hablara así de Ricard!
Pero tirada ahí, no podía hacer nada salvo escucharlo.

“Siempre quise complacerme a mí mismo cumpliendo todos los deseos más perversos de mi corazón” seguía Sylvan, tan dentro de sí mismo como siempre.
¿Acaso no podía ver la situación? ¿Lo poco que importaba él en ese instante?

Pero el contrario siguió.
“Mis pensamientos perversos necesitaban ser purificados, por eso ansiaba dolor, si me volvía un objeto, una letra, podría dejar de pensar. Tú más que nadie en el mundo deberías entender eso.
Mi homosexualidad, mi travestismo, mis sentimientos inapropiados, mis impulsos reprimidos, todas mis obscuras fantasías que no podía hacer yo… pero que sí podías hacer tú”.

Insistía en eso. En que ella no era nada salvo sus verdaderos deseos.
Normalmente lucharía contra esa idea con todas sus fuerzas, pero… ya no tenía ninguna.

A lo lejos se oyó como un vidrio se rompía y caos y gemidos dolorosos. Era Kyan que pese a haber sido expulsado de la casa, volvía neciamente. Lo escuchó acercarse pero no iba hacia ella, sollozaba pidiéndole al hombre que había ido por él que resistiera.
Fue tan extraño oír esa súplica de un sujeto que siempre había sido sobrio y duro. Comprendió que era… porque se trataba de él, de ese recién llegado.

“Pero tú tomaste una fuerza que no esperaba, actuaste contra mis propios deseos.
Yo no quería asesinar a Olaf. No quería asesinar a Mika.
No quería asesinar a Beka. No quería asesinar a este moreno.
Y tú has hecho todo eso, Sylvane. Me has obligado a que lo hiciera.
Y yo… no quiero matar a Kyan. No me hagas hacerlo”.

Sylvane abrió sus ojos inflamados y pudo ver la silueta borrosa de Key, lloraba por ese hombre, drogado y sangrando junto a su cuerpo.
Fue… algo doloroso de contemplar.

“Tomaré control ahora. Terminaré con esto de una buena vez.
Haré lo que debí hacer hace mucho tiempo”.

Sylvane sintió como su mano se extendía, tentando el piso ensangrentado hasta poder llegar al arma.

Mi mano, es mi mano, no es la tuya.
Es mi mano.
Es mi mano.

Apretó el revólver, sintiendo su dura superficie.
Mi mano, repetía Sylvane, ordenándoselo a ella, a ambos.

El financiero se derrumbaba finalmente a un par de metros.
Quizá era la droga, quizá era la sangre perdida. Lo cierto es que Kyan Novak estaba siendo rondado por la fatalidad. Sylvane sólo le estaba regalando paz, quiso pensar en ello, lo cierto es que verlo defender a ese sujeto a costa de su propia vida le había hecho dudar de algo que de lo que siempre había estado totalmente convencida, un algo que era la premisa básica de toda su motivación.

Kyan era de Rick, ¡de nadie más!
¡Ellos debían estar juntos, incluso más allá de éste mundo!

Pero… de pronto aquel siniestro escenario que ella misma había creado parecía contradecirla.
Podía ver la desesperación en Key. Él, que tanto había luchado contra ella en aquella situación de pronto se ofrecía gustosamente para sacrificio.
La razón… se hacía obvia.

Sylvane siempre había creído en el amor.
Y de pronto, lo veía frente a ella tan nítidamente que era perturbador.

Y ese sujeto que había visto marcharse del edificio de Kyan como si huyera de él de manera definitiva, no sólo no renunciaba al verlo en peligro, ¡volvía a su lado! ¡luchaba por protegerlo! ¡A costa de su propia vida también!

Sylvane no podía pensar en entregarse de esa forma a nadie que no fuera Ricard, por él perdería la voz, perdería la vida, porque… a él lo amaba de una manera total.
Entonces eso que tenía frente a ella tenía que ser eso, amor.

Ninguno de aquellos dos enamorados dudaba o se arrepentía de dar todo por el otro. Las situaciones que los hubieran separado y que pudieran ser relevantes e imperdonables, a la hora de la verdad, perdían toda su fuerza. Pues minutos antes los había visto separarse y ahora… eran ellos los que morían juntos.

Lo siento, Rick.
No pude cumplir mi promesa.
Él… hace mucho que no es para ti.
Quizá… nunca lo fue.

Ricard había fallecido en vano.
Y ella había estado equivocada.
¡Fue tan difícil y frustrante reconocerlo!

“¿Esto es lo que querías, Sylvane?” inquiría su consciencia tomando voz.
No. Fue su respuesta.

Unas sirenas se escuchaban a la distancia.
Todo parecía tan lejano pero estaba segura que no sólo se trataba de una ambulancia, la policía iría por ella.

Su mano volvió a cargar la pistola sólo con su tacto y dirigió el cañón para el último disparo.

Por primera vez en su vida, supo que aquello que su otra mitad quería, era igual a lo que ella quería. Eso significaba otra horrenda verdad, Sylvan… no había mentido. Ellos no eran dos. Eran uno. También en eso… se había engañado a sí misma.

Pero, ¿qué no poseía ella la voz de Sylvan? ¿No estaba su mente tan retorcida como la suya? Había elegido no creer en su inexistencia, en que ella era únicamente una parte del horrible Sylvan, pero ahora que lo entendía, todo se derrumbaba.

Gimió, inmersa en un infierno que existía sólo dentro de sí. Uno del que nadie la había podido salvar.

El final feliz que había querido darle a Rick y Kyan no era nada salvo una cruda masacre.
La culpa fue tan inmensa que lo cubrió todo, liberándola de aquella insistencia en frenar a su otra mitad. Dejó entonces que todo ocurriera, como debía pasar.

“Será mejor que no sueltes esa pistola, Syl, será necesaria cuando todo acabe”.
Su gemelo había tenido razón también en eso.

Miró a aquellos trágicos enamorados envueltos en sangre y fin.
Lucían… ciertamente hermosos, como un dramático cuadro romántico shakespeareano.

Sí, toda la vida había creído en un amor verdadero, fuerte, real, a prueba de todo.
Y ellos… lo representaban en su totalidad.

Por lo menos, al final había podido reunir a Kyan Novak con la persona éste amaba en verdad. Aunque fuera en la muerte. Aunque no fuera Rick.
No habría más abandonos, no habría más dolor.
Aquel era el fin de esta historia.

No tuvo dudas entonces, se colocó el cañón en la sien.
Y se voló los sesos.



Continuará...

 

Notas finales:

Gracias a todos por leer!

*bebe cloro*


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