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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

Tengo mi boleto para la Doki Doki, conoceré a mi adorada HamletMachine y quiero llorar de alegría!

 

 

Los días trascurrían con una lentitud tortuosa pero uno tras otro sin detenerse, porque sin importar los acontecimientos en ella, la vida sólo avanzaba hacia adelante, aunque en caso de Kyan Novak lo hiciera… tan dolorosamente.

El aire para él se había vuelto irrespirable. Sin importar dónde estuviera, el alivio no existía. Su existencia, que todos tachaban de afortunada no podía sino sentirse contraria a esto.
¿Afortunada? ¡Ja! ¡No!
¡NO en éstas condiciones!

No había podido cumplir la promesa que le había hecho a la doctora Zimmer, después de presenciar a Daniel en ese estado, no había podido regresar tan fácilmente a su habitación para recostarse y descansar.
Porque insistía en estar al lado del hombre que lo había salvado, pese a que esa determinación fuera estúpida.

El hecho de que estuviera postrado junto a Lascurain no lo hacía realmente por él debido a que éste… no se enteraba de nada. Kyan lo hacía por sí mismo y esa era la verdad, porque quería tomar su ahora siempre fría mano entre las suyas, quería verlo respirar suavemente, quería perderse en un mundo en que sólo existían ellos dos, ¡quería sentir que le quedaba por lo menos eso! estar junto al cuerpo inmóvil de esa persona que ya no le veía, quien ya no le hablaba, quien ya no le amaba.

Era absurdo y estaba al tanto, así que cuando lo mandaban de regreso a su cuarto con dos camilleros y una silla de ruedas, a veces les hacía caso. Pero eventualmente volvía, siempre, siempre regresaba al pie de esa cama.

Al principio las largas horas de mutismo se hicieron cada vez más angustiantes.
Su relación con el silencio comenzaba a convertirse en un amor/odio, porque aunque no quería tener a nadie cerca y la falta de sonidos le permitía escuchar claramente sus pesimistas pensamientos. Ante la congoja que esa situación le provocaba optó por empezar a hablar con el guallen, era una forma extraña de calmarse a sí mismo, de sentirse ilusoriamente cerca de él, pero… pronto encontró una nueva motivación. Podía decirle cualquier cosa, incluso aquello que jamás admitiría en voz alta.

Tener monólogos con ese portugués no tardó en volverse algo catártico, una inesperada oportunidad para ser completamente honesto en una relación que nunca llegó a ser.



¿Sabes algo que nunca te dije?
Me gustaron las flores que enviaste a mi oficina. Claro, jamás lo admitiría frente a absolutamente nadie, porqué, ¿quién le manda flores a un hombre adulto? Daniel, sólo tú harías algo tan cursi y sin embargo… en verdad… me gustaron.

Y si voy a ser totalmente honesto, diré que en un inicio las odié completamente. Sabía que eras el tipo de hombre que da flores a quien le gusta, ¡lo sabía porque había visto cómo llenabas la habitación con las que suponía eran las flores favoritas de tu esposa!

¿Por qué no ser tan descarado como para mandarles unas a tu amante también?
¡Cómo me causaste conflicto!

Pensaba que te sentías culpable por la familia a la que engañabas conmigo, creí que tu ostentoso obsequio buscaba acallar tu culpa, ¡de verdad lo creí! Y quería tirarlas, ¡cuánto deseé sacarlas de mi vida! ¡Lo juro! Pero… pero no pude.

Porque no eran gardenias como las que ahora sé que en realidad existían en recuerdo a tu esposa muerta.  Me enviaste tulipanes, ¡hermosos tulipanes de dos colores!

No me veías como un sustituto de ella.
Tan sólo estabas… enamorándote de mí.

Y yo… ¡no fui capaz de deshacerme de ellas! Porque yo… estaba enamorándome de ti también.

Me llevé entonces ese exagerado y estorboso ramo conmigo, puse las flores en una jarra en el centro de mi sala, y cada mañana antes de salir a trabajar las veía y…  pensaba en ti. Como un idiota.

Porque siempre estoy pensando en ti, Daniel.
Siempre.

Todo el maldito tiempo.



Tendría que ser un retrasado para no notar la mirada llena de odio que Victoria Lascurain le dedicaba y que no se molestaba en disimular.
Su esposo, ¡que había resultado ser su jefe!, parecía realmente curioso de todo lo que ocurría más sin embargo no cruzaba la línea que alguna vez había traspasado con ellos. Pero la presencia de Roger Miller lo incomodaba de una manera en que no podía explicar y cuya tensión jamás había sentido en el plano profesional.

Köhler, quien a su vez tampoco se supone que debería malgastar sus energías de recuperación en ese sitio, solía pasar más tiempo del debido ahí pero pocas veces se hablaban. Era como si todo el lado de los Lascurain le hiciera, a propósito o no, la ley del hielo.

¿Estaba imaginándolo?

No. Todos los que amaban a Daniel debían estarlo responsabilizando de su actual estado, ¿podría ser de otra manera? Novak mismo… se condenaba también, sin descanso.

Lo lógico sería darles su espacio con él, pero se negaba a eso también.
¡No quería irse!
¡Sólo quería estar con Daniel!

Y si aquello era autodestructivo como Ritsu se dio el irónico derecho de sugerir, ¡no le importaba!


No eres alguien a quien vaya a superar, ahora lo sé.
No puedo sacarte de mí, no hay nada que lo haga, lo he intentado todo pero claro, ¿cómo has de saber eso? Te oculté por tanto tiempo lo que sentía por ti…

Y si estoy aquí en éste momento es por eso. No puedo olvidarte, no puedo dejarte ir.
No puedo.

Por eso… tienes que volver- le había dicho, apretándole la mano- ¿Me oyes?
¿Puedes acaso escuchar mis palabras siquiera?

¿Estoy siendo absurdo al hablar contigo?

Y es que tú no te enteras de nada, pero aquí hay gente esperándote, realmente esperándote. ¡Muchas personas a las que les importas, que sienten dolor debido a ti!

No se trata de mí, de nosotros. Porque ya no existe un nosotros, ¿cierto?

Pero Victoria, Reiner, Roger, Viriato, Aitana, Hilda, Andrew, tu sobrino Josú… que no deja de preguntar por ti, que se ha conseguido un crucifijo y ahora reza a Dios.
Y… yo ni siquiera sé si creo en uno, pero… yo también te estoy esperando.

Despierta, Daniel.
Por favor.

Despierta, ¡abre tus ojos!
Ábrelos. ¡Aunque éstos no quieran verme más!

¡Te lo ruego!
¡No me dejes de esta forma!





Dieron de alta a Novak casi a regañadientes de su doctora y prácticamente por insistencia misma de éste.
Su cuerpo seguía doliendo muy jodidamente todo el tiempo, tenía que tomar un montón analgésicos, desinflamatorios y antibióticos. Y claro, había cosas sumamente simples y cotidianas que eran totalmente agónicas de hacer. Pero sus heridas que en un inicio habían sido peligrosas, ahora ya no eran un riesgo latente si era cuidadoso.

Aunque sabía que el descanso era indispensable, no podía dormir. No sólo tenía verdaderas dificultades para caer dormido sin importar el cansancio que llevara a cuestas sino que una vez que lo lograba eran recurrentes sus pesadillas en ese horrendo escenario donde eran atacados, era como si su cabeza regresara a ese sitio una y otra vez, incapaz de dejarlo ir. ¡No quería seguir pensando en eso! ¿Por qué seguía pasando?

Lógicamente, la privación de reposo lo ponía irritable y eso se sumaba su constante ansiedad y tristeza, las cuales no había esperado.

Despierto o dormido, se sentía fatal, perdido, cansado, ansioso, ¡desesperado!

En una revisión periódica de las que tenía con la doctora Zimmer, ella le recomendó volver a ver al psicólogo con el que había hablado la primera vez después del accidente, pero aquello había sido sólo algo de rutina por parte del hospital hacia una víctima de un crimen violento, no había considerado siquiera la necesidad de requerir terapia, aquello lo enojó pero más allá de eso… lo avergonzó.  

¿Estaba tan mal que necesitaba algo así?
La respuesta era bastante obvia.

Sí.

Le fue diagnosticado estrés postraumático, lo cual en realidad no era una sorpresa. Y tal como esperaba, fue sumamente incómodo tener que hablar de toda su carga emocional con un desconocido.

Contempló la posibilidad de no volver a poner un pie en ese consultorio muchas veces pero no dejaba de pensar en la razón por la que había admitido buscar ayuda en primer lugar: era lo más cuerdo.
Kyan llevaba un pesado equipaje a cuestas y los acontecimientos recientes francamente comenzaban a poner a prueba su salud mental. Tenía que cuidar de sí mismo para seguir yendo a ver a Daniel, no podía ser negligente consigo en momentos como éste.

Sus sesiones las extendería algunos meses, tanto como lo sintiera necesario. Admitía no poder abrirse del todo con ese psicólogo, en el fondo temía que aquello invocara a los demonios que llevaba más dentro. Él… era una persona rota. Y a últimas fechas le parecía algo irreparable.




Su culpabilidad era como una cáncer profundo creciendo sin tregua dentro de él.
¿Cómo podría ser de otra forma?
Y estar a salvo no era más que un motivo más para dejarse destrozar por ese sentimiento.

El objetivo de Sylvan había sido él y a cambio quien yacía aún en ese lecho sombrío era ese moreno. ¡Se había puesto delante suyo comprendiendo que si tenía que dar su vida por Daniel… lo haría!
Jamás hubiera pensando que el otro pensaría de la misma manera. ¡Y que pondría en riesgo de tal forma su vida!

¿Cómo pudiste hacer eso?
¿Acaso no viste cuánto deseaba ponerte a salvo?




El sehnor Lascurain tenía una legión de médicos atendiéndole al principio, todos coincidían que estaba fuera de peligro y teorizaban sobre la causa de que no volviera en sí y aunque habían dicho muchas cosas, al final del día no había una razón con suficiente peso, ¿eso no era aún peor?
Porque no había nada que hacer más que esperar algo desconocido que nadie sabía si ocurriría pronto o si… ocurriría alguna vez.

¿Qué esperanza había ahí?
Le aterraba el no poder encontrarla en sus días más obscuros.



A veces cuando te veo ahí recostado, no puedo evitar sino detestarte.
¿Suena infantil? No me importa, es la verdad.

Te detesto, por haberme sacado de esa casa de esa forma… por haberme salvado de
morir a cambio de tu propia vida. ¿Qué tipo de idiota salvo tú haría algo así?
¡Fue tan estúpido lo que hiciste!
.
.
.

Daniel…
¡Es tan doloroso verte así!
¡No lo soporto!
¡Ya no lo soporto más!

¡Siento que me estoy volviendo loco!
Y no hay nada que pueda hacer, ¡ni siquiera la terapia ayuda!

¡No quiero nada más que volverte a ver!
¡¡Verte a ti, no a eso que te has convertido y me rompe en pedazos!!



A veces simplemente lo tomaba de la mano y dejaba salir su dolor, no ganaba nada haciéndolo. En realidad ahora era claro que nada de lo que hiciera, pensara o sintiera cambiaría algo, así que… le tomaba la mano y lloraba, eso era todo.

Sí, el tiempo trascurría con una tortuosa lentitud pero uno tras otro sin detenerse. Y ya no era capaz de ver qué era lo que tenía adelante.

Estaba haciendo un esfuerzo por no hundirse.
Aunque cualquiera que lo viera pudiera pensar lo contrario.

El sentido común le decía que si se dejaba caer sería como admitir que Lascurain no despertaría, que se rendía con él. Así que seguía luchando, con todas sus fuerzas, para no naufragar.



Nadie esperaba que pusiera un pie en su oficina transcurrido tan poco tiempo, pero lo hizo. Había esperado una montaña de pendientes que no podía permitirse perder, después de todo… no le quedaba mucho y trabajar siempre le hacía bien, pero al parecer habían órdenes de arriba (sería ingenuo no saber de quién) de que un gran porcentaje de sus proyectos actuales fueran reasignados a otros asesores y su primer impulso fue aborrecer a Miller ¡y dejarle claro que no podía interferir de esa manera con su trabajo! Pero una vez masticada su rabia entendió que aquello podría ser una especie de tregua, o por lo menos eso quería pensar.

Miller le estaba dando, de un modo u otro, la oportunidad de pasar más tiempo en el hospital, parecía aceptar que estuviera junto a su cuñado, aún pese a que aquello no parecía encantar a la preciosa morena que tenía por esposa.

Pero si eso pudiera darle algún tipo de alivio, la verdad es que aquello tampoco le hacía sentir mejor. Cada día que pasaba, regresaba a ese lugar con la tonta esperanza de que algo hubiera cambiado. Pero nunca era así.




El corazón de Daniel latía.
Ese fue el último pensamiento de su inconsciente antes de despertar. Estaba dormido sobre el brazo del portugués, la noche anterior el sueño le había ganado en la madrugada y sin querer se había quedado con el rostro sobre su extremidad, el pulso lento golpeaba su mejilla y aquel ritmo lo acompañó a sus sueños como una canción de cuna.

Ahora despertaba confundido, estaba demasiado dormido para poder acomodarse en la realidad. ¿Enzo?

Sí, él estaba en la habitación.
Hablaba con elocuencia y rapidez de algo que no alcanzó a comprender.

Se desperezó lo más que pudo, mientras a su lado, en la pequeña mesa que había en ese cuarto, su mejor amigo se sentaba. El italiano lo miraba con una expresión amable que le hacía ver maravilloso. Él siempre le traía un atisbo de tranquilidad que tanto le costaba sentir a últimas fechas, bastaba su simple presencia para eso.

- ¿Dijiste Ritsu?- creyó captar el recién despertado ante lo que había escuchado decir al otro.

- Sí, ella me ha contado que ha estado llamándote y no le contestas- esta vez fue directo,
  lo necesario para llamar su aletargada atención. Pese a que probablemente aquel fuera
  una especie de reclamo, era hecho con voz tersa.

- No tengo muchas ganas de hablar con nadie- fue su respuesta cortante pero sincera.




Kyan tenía su cabello color trigo todo revuelto, haciéndolo ver un poco un desastre. Además, tenía esa expresión sombría en su rostro que ya se le había hecho costumbre. Baladi, como buen amigo, estaba preocupado por él pues no parecía estar comiendo bien, su armónico rostro se había vuelto un tanto anguloso y probablemente hubiera perdido peso. Claro, no iba a decirle nada al respecto no sólo por tacto sino también para no desanimarlo, después de todo, ¿no era a eso a lo que había ido?

- ¿Tampoco quieres hablar conmigo, Key?- lo confrontó. Lo cierto es que si ese
  financiero le decía que no, se sentiría herido, no podría evitarlo.

Su pregunta pareció conflictuarlo.
Pudo ver como Kyan apretaba las manos una contra la otra de tal modo que se marcaba la presión en su piel blanca. No era nuevo, era algo que le ocurría últimamente, su amico había admitido que si no lo hacía, en ocasiones éstas comenzaban a temblar. Sus manos de una u otra manera siempre eran las depositarias de su tensión.

- Eres la única excepción en éste mundo, Enzo- fue la respuesta de su arisco
  luxemburgués, casi vuelta un murmuro que no quería ser oído.

El italiano no pudo evitar sonreír.
Kyan estaba siendo honesto y sin darse cuenta, era dulce también.

- En ese caso…

Iba a distraerlo, estaba dispuesto.
Puso sobre la mesita una bolsa con lo que había comprado recientemente.
El otro miró aquello con extrañeza.

- ¿Qué es eso? ¿Un regalo?
 
- No, Key, no tiene moño ni está apropiadamente envuelto, jamás daría un regalo en esas
  condiciones tan carentes de encanto- aclaró- Es sólo algo que sé que podrá servirte.

Supo que lo había intrigado, por la forma en la que brillaron sus ojos color miel, que a ciertas fechas sólo estaban opacos.

Por primera vez en semanas, el publirrelacionista de Muggen Corp habló de trabajo, después de todo, era uno de los temas favoritos del asesor que le escuchaba.
Unas pocas frases bastaron para que el financiero entendiera cuán enterado estaba el otro acerca de los proyectos que llevaba, de los clientes que tenía, de las información que iba y venía. Su secretaria e incluso Bianca Gilson, lo habían puesto muy al tanto. De todos modos la carga de trabajo del ejecutivo del año a últimas fechas era realmente mínima y eso era algo que un adicto al trabajo encontraría más bien angustioso.

El RP sabía que el señor Miller estaba interviniendo en eso, y extrañamente se preguntaba, sin ninguna base salvo una corazonada, si acaso lo hacía por los motivos correctos.
Una sensación persistía, la misma que había tenido al escuchar a su jefe autorizando que Kyan pasara tiempo en el cuarto de hospital de Daniel, la idea de que aquello no fuera sólo empatía o amabilidad. Quizá ironía… quizá malicia. Había pensado en ello pese a que seguramente sólo se trataba de él mismo siendo sobreprotector con su persona favorita.

- Voy a explicarte mi “no regalo”- comentaba el rubio, ocupando su mente con algo más
  útil- Pero para esto, debo decirte primero algo; estás fracasando como millenial, ¡tu
  nivel tecnológico es el de un anciano! No, peor aún que eso, me temo.
  Tienes 27 años y no tienes un teléfono inteligente, mi jefe Aloy anda en sus sesenta años
  y tiene uno, el jefe de operaciones James Linker quien ha anunciado su jubilación a los
  casi setenta también. Incluso la encantadora señorita Gilson tiene uno, o dos me parece-
  seguía el italiano, sin disminuir la acidez que empleaba y que tenía secretamente
  interesado a su interlocutor.

- Ok. Es un teléfono inteligente.
  Suficientes pistas y comentarios al respecto.

- Sí- se alegraba ante lo sardónico del otro, era bueno escucharlo ser corrosivo, porque
  significaba que se esforzaba en parecer una persona viva y no ese preocupante fantasma
  que era últimamente- Y tu nuevo teléfono se conecta a la tablet que viene también en la caja.

- ¿Un smartphone y una tablet? ¿Y dices que no es un regalo?- era escéptico como   
  siempre.

El mayor de los dos iba a tener que ir más lejos si quería convencerlo de usar todo eso y hacerlo salir de su caverna.

- Es algo que necesitas. Estos son dispositivos que están conectados a la red de Muggen,
  la que venían anunciando, ¿recuerdas?
  Lo que está en esa bolsa es una oficina móvil que puede bajar documentos,  mandar
  impresiones remotas, transferir archivos, acceder a cualquier archivo dentro de la red
  corporativa y básicamente todo lo que te haga no tener que tener que ir a Muggen más
  de lo indispensable para que puedas estar dónde sé que quieres en verdad estar.
  ¿Me vas a decir que no es algo que necesitas, Key?

El otro volteó a mirarlo, por su expresión, parecía haberlo comprendido, pero antes de poder recibir cualquier tipo de contestación, siguió:

- Y si eso no bastara, yo personalmente te traeré todo lo que necesites de tu oficina, tus
  nobles y hermosas asistentes de las que nunca me hablas parecen muy cooperativas y
  amables cuando me ven así que no creo que les molesten mis visitas. En especial,
  Maryn, cuyas compañeras me comentaron por pura casualidad que es divorciada.

El otro se lo imaginó perfectamente, a todas las secretarias confabulando con su hermosa presencia.

- Apenas has regresado al trabajo, Enzo. Y sé que también pasas tiempo aquí.
  No está bien pedirte tanto.

- No me lo estás pidiendo si lo piensas, yo me estoy ofreciendo- replicaba puntualmente a
  tal argumento sin perder la sonrisa de sus delineados labios.

- Entonces puedo decir que no a tu ofrecimiento- insistía el más joven, siendo
  odiosamente considerado.

Baladi suspiró profundamente.
- Kyan Novak- lo nombró con todo y su apellido, su voz pretendía ser severa, pero no lo
  lograba del todo- Aunque me encanta la idea de que mi querido fratellino no esté afuera
  en el mundo y alguien pueda robármelo, en realidad lo que busco es que tengas la
  posibilidad de estar junto a él. Quiero ayudarte con eso. Sólo… quiero volver a verte feliz.

Para Novak, la forma en la que su mejor amigo lo miró en ese instante le hizo sentir avergonzado.
Bajó la mirada, sintiéndose miserable.

Ver así de preocupado a Enzo le hacía arder el estómago.
Él mismo… era tan patético.

- Eres difícil de rechazar- escuchó murmurar al luxemburgués. Reiner solía decirle eso también.

- ¿Estás diciendo que los usarás?- sí Novak podía ser obstinado, él tendría que serlo más.

No lo vio rebatir.
Kyan volteó a mirarlo con sus ojos tristes.

- Tardaré en entender todo lo que acabas de decir… pero supongo que es tiempo de
  nuevas cosas, ¿cierto?
  Y forzarme a aprender todo esto… mantendrá mi mente ocupada- admitió.
  Sé que es algo que realmente necesito, será otro tipo de terapia, ¿no? así que lo haré.
  Porque… no quiero verte angustiado por mí, Enzo.

Los labios del castaño se curveaban en una sonrisa falsa. Él era en serio tan malo fingiendo. Una vez más, era claro que la dicha no existía entre esas paredes. Más Baladi tenía que reconocer que su amigo estaba luchando por no hundirse, tenía que reconocerle eso. ¡Aún le sorprendía que estuviera yendo a terapia!

Aquel era un paso positivo, pero la situación sólo admitía pequeñas victorias, Enzo sabía que el siguiente silencio le recordaría como siempre lo hacía, a la otra persona que estaba en aquella habitación, esa que aunque estaba viva permanecía ausente, así que no lo permitió y continuó hablando. De cualquier forma, quería decirle algo.

- Ahora lo entiendo, ¿sabes?
  El motivo por el cual dedicas todo tu tiempo a estar aquí- declaró, solemne- Antes, no
  hubiera podido.
  La necesidad de estar con la otra persona hasta hace poco me era completamente
  desconocida, pero ahora… lo comprendo, Key.

  Tú dijiste algo cuando más intentaba protegerte de saber el destino de Daniel; que  
  necesitabas verlo, que no tendrías paz mental hasta saber lo que pasaba con el hombre
  que amabas. Lo dijiste fuerte y claro incluso frente a Zimmer, ¿recuerdas?


Kyan en su silla, se avergonzaba por cómo lo exponía, pero no abrió la boca, dejándolo seguir.

- Tú bien sabes que tenía mis dudas respecto a Daniel, pero lo que no te he dicho es que
  ya no las tengo. Lo que él hizo por ti siempre voy a agradecérselo. No puedo mirar al
  otro lado y seguir odiándolo. Me ha dado un regalo que jamás podré pagarle; el que
  estés aquí conmigo, incluso con esa cara tan triste.

Novak pensó que aquella idea tan hermosamente expuesta era algo en realidad profundo y desolador, pero así era todo lo que rodeaba su vida a últimas fechas.
Así que se permitió decir algo que quizá en ninguna otra circunstancia diría.

- Comprendes ahora la necesidad de estar con otra persona… eso es un tanto romántico.

Era como si de pronto, cierto portugués hablara a través de él.
Una sonrisa amarga se dibujó encima de la falsa.

- ¿Ahora entiendes lo que es el amor?
  ¿Es eso lo que estás diciendo, Enzo?

Quería bromear con su mejor amigo, quería tener una charla como una persona normal.
¿Por qué costaba tanto trabajo funcionar?

Pero Baladi no se había esperado su respuesta, que le creó una confortante expresión de alegría. Puso los brazos a los costados de la mesa, mofándose de sí mismo, cuando ese publirrelacionista dejaba de tener modales impecables mostraba sin darse cuenta que se sentía cómodo, Kyan había notado eso de él hacía mucho.

- ¿Entender el amor, amico?- reía Enzo ante lo sentimental que resultaba ese punto.

De pronto la charla, que había comenzado a volverse pesada, tomaba un matiz mucho más rosado. Era ciertamente encantador, sobre todo viniendo de alguien que podía ser tan banal como ese rubio pero la pauta que acababa de darle supuso que no sería desaprovechada. Estuvo en lo correcto.

- ¿Estás pretendiendo tomarme el pelo, Key?

No obstante, la voz del lindo Baladi se volvía una melodía alegre.
Novak jamás había escuchado esa alegría antes. Pero estaba hablando de amor con un italiano y uno que además, estaba completamente enamorado y no se esforzaba en disimularlo.

Seguramente Enzo había vuelto a sus vigorosas actividades de alcoba con su alemán.
¿No su dorada cabellera brillaba absurdamente como la de un príncipe encantador?

- Tú has sido el que has dicho que ahora puedes comprender mi necesidad de estar junto a
  Daniel- le recordaba.

Enfrentado a sus propias frases, Enzo suspiró.

- Ok, sí. Ahora creo que puedo entender el amor- admitía entonces con asombrosa
  simpleza- O por lo menos… puedo decir que estoy más cerca de entenderlo de lo que he
  estado toda mi vida.

Fue extraña esa sensación de felicidad que esas palabras le hicieron sentir al financiero, porque la verdad es que aquella emoción raramente la había sentido en un largo tiempo.
Se alegraba por su mejor amigo, honestamente lo hacía.

- Lo amas. Amas a tu novio.

- Sí- repitió el otro, con exactamente el mismo tono. Sus ojos esmeraldas parecían
  burlones sólo en respuesta de cómo el asesor bien podía estar haciendo broma sobre su
  nuevo status sentimental- Amo a mi novio. Amo a ese hombre.

Decir esto era completamente inusual para él.
Ambos lo sabían.
Reiner era el primer y último novio que Enzo tendría. Ahora era evidente.

- Y supongo que eso lo resume bastante bien, gracias- completó con sarcasmo.

El luxemburgués levantó su “brazo bueno” y posó su mano forzadamente en la cabeza del rubio, revolviendo un poco su cabello sedoso en una caricia un tanto incómoda y por tanto… extrañamente encantadora.

¿Estaba Kyan intentando ser cariñoso?
Era terrible en eso.
Pero su mano ya no temblaba, el RP escondió su siguiente sonrisa.

- ¿Dónde está Enzo Baladi?

Un hombre como aquel, tan apuesto y seguro de sí mismo, no solía abochornarse, pero esta vez el rubor le coloreaba las mejillas haciéndolo lucir precioso a los ojos de quien tenía enfrente y de cualquiera que tuviera ojos.

- Enzo Baladi está aquí mismo. Y se siente bastante real.
  Decidí ser totalmente yo. Pensé que mi libertad es todo cuanto querría y por eso me
  negaba a comprometerla, pero desde que admití que quería estar con Reiner… me siento
  realmente libre.

Aquello resultaba inesperado para el otro ahí.
Se preguntó qué podría sentirse aquello, porque él… no tenía idea.

- Y Key, una parte de mi vida es lo más afortunada de lo que ha sido jamás, es sólo tu
  desdicha la que me impide ser completamente feliz. No hay día que yo mismo no deseé
  que ese portugués despierte y te amé como sé que en verdad quieres que haga.

Sus palabras eran dulces y sinceras, pero dolían tanto que Novak se reacomodó en su asiento, alejándose. Apretó los puños tanto que sintió como si una herida vieja se abriera, estaba… forzando las manos que se había fracturado hacía no mucho.

- Supongo que éste es tan buen momento como cualquier para empezar a entender estas
  cosas- fue la esquiva respuesta, Kyan comenzó a abrir la primera caja en un intento por
  distraerse y usar sus manos para algo más que apretujarlas una contra otra.

Sentía que estaba en arenas movedizas y si no se movía… se hundiría.

Hablar con Baladi alejaba las sombras de su mente, pero éstas siempre encontraban fuerzas para volver a atraparlo en su prisión. Porque sin importar en que ocupara su mente o sus manos, había una verdad que no podía callar: no podía hacer nada por quien realmente le importaba.

Kyan miró a Daniel. Su lobreguez lo traía de vuelta al infierno en un segundo.

¡No existía pensamiento o acción que remediara lo que pasaba en aquella cama de hospital!

No podía hacer nada, nada por la persona que amaba.

En el fondo de su corazón, estaba comenzando a perder las esperanzas, ¡y aquello lo hacía sentir terrible!
No quería pensar que estaba resignándose, ¡así que arañaba sus anhelos para que no se le escaparan!

Y es que ya había renunciado a un futuro junto con ese portugués, en verdad lo había hecho. Su obsesión por verlo de regreso al mundo de los vivos era porque deseaba que Lascurain estuviera bien. Porque aquello era lo justo, ¡Daniel no merecía estar así! Y el que no estuviera ocurriendo hacía que el mundo estuviera mal, totalmente mal. ¡Que fuera tan insoportable!

Ese guallen tenía que despertar, se lo decía todo el tiempo.
Tenía que despertar, eso era un hecho.

Y todo se volvía extrañamente bizarro porque él mismo sentía que también estaba sumergido en un sueño, en un sueño macabro del cual era incapaz de despertar, ¡no podía realmente volver a vivir su vida mientras Daniel no lo hiciera con la suya! Así que solamente existía porque tenía que hacerlo. Su mundo actual no era nada salvo un limbo obscuro.

Así que terminó de abrir el primer paquete y se obligó a funcionar en el mundo real.
Ahogó una vez más los gritos de su interior que lo llenaban de miedo. Ese llanto incesante en sus entrañas que lo hacía agonizar por dentro ante la peor posibilidad.

En aquella pesadilla, fingía estar cuerdo, fingía soportar la agonía.
Y estaba haciendo un gran esfuerzo por que no se notara el desastre que era, pero en vista de las evidencias… estaba fracasando. Cada vez más.

Sus manos rompieron el empaque con furia ante la mirada acongojada del italiano.
Temblaba al hacerlo, ¡era incapaz de controlar ese maldito temblor!

¿Cuánto tiempo podría mantenerse a flote de verdad?



¿Qué hay de mí, Daniel? ¿Por qué hiciste esto?

¿Acaso no pensaste que verte así me destruiría? ¿Qué no me haría haber deseado ser yo  quien estuviera en tu lugar? ¡Haría lo que fuera por haber sido quien recibiera toda las balas de esa pistola, ¡nadie más que yo!!

Preferiría estar muerto a verte así. ¡Es en serio!
¡No soporto verte agonizando ahí, conectado con cables y envuelto en vendas llenas de sangre!

¿Crees que no me afecta verte así de herido?
¡¡Está destruyéndome por completo!!

¿Qué se supone que haga si tú mueres? Agradecer y seguir mi existencia es algo que nunca voy a poder hacer si tú te vas, ¡sé que eso arruinará el resto de mi vida! ¿Para qué quiero tenerla entonces? ¡No la quiero!

Que tú te hayas sacrificado así será algo con lo que simplemente… no voy a poder lidiar. No podré con  esa culpa, no podré ver a los ojos a tu familia sabiendo que su adorado Daniel dio su vida por mí.

¡Tú no puedes morir!
¡No hagas esto!
¡No me hagas esto!

¡¡No quiero una vida en la que tú no existes!!



Un día, el presidente de LD, fue transferido a otro piso y aunque nadie lo dijera eso sólo significaba una cosa: aunque sus heridas internas estaban estables, nadie estaba esperando que abriera los ojos.

No podía dormir las noches en que insistía en permanecer en esa nueva silla, sentía que algo dentro de él mismo… estaba muriendo también a la medida que el cuerpo de aquel arquitecto bajaba poco a poco de peso, en que los contornos suaves de su rostro se hundían, en que lo veía perderse en la nada.


Tengo tanto miedo de perderte.
¡Tengo tanto miedo que no sé qué hacer!


Una noche no había podido resistirlo, después de mirar su rostro durante tantas horas, la angustia estrujó su corazón completamente. ¡Necesitaba tenerlo cerca! ¡Sentir que no estaba perdiéndolo!

Así que se acercó a él y, aterrado, no paró hasta besarlo.
¡Lo ansiaba tanto que aquello estaba volviéndolo completamente loco!

¡Besó a Daniel con locura!
De la forma en la que siempre había querido besarlo y se había negado tantas y tantas veces.

Le obsequió todo el amor que su ser roto era capaz de tener aún en sí.

Pero…

Sus labios suaves y carnosos que tanto había ansiado sentir contra los suyos no eran como los recordaba, no le daban la bienvenida, no estaban llenos de esa envolvente pasión que era la esencia misma de ese moreno. No había nada ahí más que su cuerpo.

Una horrible sensación le sumergió en un pozo obscuro de pura agonía, una nueva que se apresuró a hundirlo en lo más profundo. La desolación se volvió abjecta y susurró malignamente que ahí no había un futuro.

Gimió, apretó dientes, manos y tripas se resistió a dejarse arrastrar por esa impresión que quería destruirlo todo. ¡No!  
Jadeó, ¡intentando mantener la cordura! ¡Pero era tan difícil… tan difícil no sentir que perdía todo!

Nada había cambiado. ¡Él seguía lejos, cada vez más lejos!


Haber besado a Daniel fue…
…como besar a un muerto.

Y aquello era completamente insoportable.

 

Continuará...

 

 


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