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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

Soy muy feliz por leerles! Muchas gracias por todo su cariño, en verdad se los agradezco con el corazón latiendo tibio y feliz.

Éste capi no estaba planeado ser tan largo, pero sentí que necesitaba ahondar más la perspectiva de Key ante todo lo que pasa, para que el final tuviera más sentido. Espero les guste.

Adoro escribir de Kyan aunque algunos lo odien.

 

- El Dr. Rubens lo recibirá ahora- decía el recepcionista de su terapeuta, que siempre le
  había parecido un tanto robótico, mientras abría la puerta del consultorio y le cedía el
  paso con la otra mano.

Kyan agradeció casi tan mecánicamente como era tratado.

Adentro, ese viejo de barba canosa y brillante mirada lo esperaba. Atento como siempre, lo recibía de pie y no se sentaba hasta que él lo hiciera. Aquel detalle innecesario a él siempre le había parecido una contradicción ante la informalidad que Rubens solía mostrar en otros aspectos. No es que no apreciara el gesto, o quizá era exactamente eso.

- ¿Cómo te sientes hoy, Kyan?

Molesto. Inquieto.
Angustiado. Cansado.
Impotente.

- Agobiado- logró definir- sigo sin dormir bien, las pastillas que me ha mandado me
  causan dolor de cabeza y prefiero no tomarlas.

Se acomodaba en la silla, como siempre incómodo en su propia piel pero dispuesto a esa sesión tanto como se podía estar.

- Ya habíamos aclarado que no eran obligatorias, pero sí deberías descansar. Lo sabes.
  ¿Hace cuántos días no vas a casa?

Ahí comenzaba aquel episodio en que se humillaba a sí mismo.
Claro, si su comportamiento fuera más aceptable, no se sentiría avergonzado.

- Algunos días- era esquivo. Admitir que no había dormido en una cama hacía tiempo no
  iba a ser favorecedor.

- Has pasado nuevamente todo el día en el hospital, ¿cierto?

Lo cuestionaba, claro, aquel era su trabajo.
Y Novak, que siempre había sido un suspicaz en exceso, creía intuir a que iba aquella pregunta con que era recibido.

Sus viejas costumbres le harían ponerse a la defensiva pero hacía meses que estaba en terapia y había aprendido que aquello no valía la pena, después de todo, defenderse a sí mismo no era el objetivo y si pretendía avanzar tenía que ser franco.

- Sí- admitió, sentado en aquella silla cuya vista podía posarse tan fácilmente en aquel
  gran tanque de peces de enfrente, en que suponía todos los pacientes de ese sujeto
  encontraban un punto para anclar la mirada y quizá incluso sus divagaciones. El
  pequeño pez negro que solía nadar en la parte más baja del tanque no estaba a la vista.

- Tengo entendido que hace varios días que no ves a Daniel.

¿Se lo había dicho ya? No recordaba.
La falta de sueño a veces hacía que confundiera sus recuerdos y eso estaba ya ocurriéndole a menudo, a él, que antes no solía olvidarse de nada.

- Yo… no me atrevo- dejó salir- se ha vuelto incómodo estar con él. La verdad es que
  creo que la pasa mal conmigo ahí y yo no quiero ser un factor negativo en éstos
  momentos que sé perfectamente son muy duros para él.

Aquello sonaba bondadoso, más de lo que en verdad era.
En realidad aunque no mentía, también era cierto que estaba siendo un cobarde. Aquel rechazo dolía tanto que tenía miedo de sentirlo.

- Y sin embargo, acudes diariamente al hospital y convives con su familia. Me habías
  dicho que ibas para poder verle pero ahora ni siquiera es así.
  ¿Por qué lo haces entonces?

A veces esas sesiones eran desgastantes.
A veces quería abandonarlas.

Esta vez no pudo ser honesto sin sonar como un idiota, así que contrario a lo que normalmente hacía, no contestó.

Ahí estaba, el pequeño pez negro avanzaba lentamente entre aquel ambiente artificial, ignorante de su condición y de sus limitaciones. A veces lo envidiaba, ¿qué tan ridículo era eso?

Parecía más grande, estaba creciendo lentamente. ¿Cuántos meses llevaba ya mirándolo?
Todo su tiempo en psicoterapia.
Ancló su mirada en esa criatura negra para no hundirse más. Pero sólo era una distracción, no le serviría por mucho tiempo.

- Kyan, a veces las personas quedan atrapadas en relaciones que no les benefician, es
  como un pez cautivo en una red dañina- ese terapeuta debía estar mirándolo
  profundamente si usaba esa alegoría- Cuando una persona nos hace sentir mal, cuando
  nos hace cambiar de una forma negativa, cuando nos hace infelices… aquello podemos
  definirlo como una relación tóxica.

Esa definición… lo pasmó.
No es como si no hubiera alguna vez pensado en ello, ¡no es como si no hubiera intentado escapar de esa red él mismo en el pasado!
Pero… pero ahora deseaba tanto no ser soltado.

La voz de ese viejo era tan suave y sin embargo tan dolorosas sus palabras.

Tóxica.

Siempre había creído que su relación con Ricard había sido así. Ahora un psicólogo le decía que lo que ocurría entre él y la siguiente persona que había llegado amar era justamente igual.

¡No!
¡No quería aceptarlo!
Pero, ¿qué tan infantil sería eso?
Dudar del Dr. Rubens sería sólo un mecanismo de defensa, ¿o no?

Daniel…
¿Lo que sentía por él en verdad estaba tan mal?

- El por qué aquellos que lo padecen continúan en aquella red obedece a varias razones-
  seguía el otro, acribillándolo- Pero en la mayoría de los casos siempre es similar; les
  hace sentir bien en cierta manera porque suple sus carencias afectivas.

No había que ser un genio para rellenar los espacios.
Aquello hacía referencia a su orfandad, a su necesidad de afecto e intimidad que ahora comprendía existía en su persona pese a haberlo reprimido durante mucho.

¿En verdad estaba haciéndose lo mismo?
Qué… qué patético.

- Pero el precio por ese tipo de relaciones es alto y negativo. Les obliga a comprometer su
  felicidad y valía, genera violencia, produce malestar físico y emocional…

Dejó de ver al pez y cerró sus ojos, deseando no escucharlo más tampoco.
Porque todo aquello parecía encajar perfectamente, palabra por palabra.

- Tengo patrones de relaciones tóxicas- murmuró Key- y Daniel no es la excepción.
  Y si no trabajo en mí mismo, aquel es un ciclo del que nunca escaparé, ¿cierto?

¿Aquel era el resumen de sus sentimientos románticos?
Quiso que no fuera verdad, con toda el alma.

- Cierto- lo confirmaba el otro, tal como debía serlo- Pero ahora me gustaría que no
  intelectualizaras lo que acabo de decir y lo entendieras de fondo.

Como siempre, ese hombre lo forzaba a no ocultarse tras su cinismo.

- El desgaste emocional por el que estás pasando no te beneficia.
  Por más que creas que ver a ese hombre te hace bien, es todo lo contrario y lo será a
  menos que algo cambie.

Por absurdo que fuera, le molestaba profundamente que Rubens dijera cosas así de Lascurain, debía ser una especie de inmadurez que no sabía manejar adecuadamente.

- No me estoy auto engañando- quiso defenderse.
  Sé que no está bien.
  Sé que me estoy haciendo daño.

¿En verdad argumentaba a su favor? Se cuestionó.

Hubo una pausa extraña, más extraña de lo que solían ser los silencios con él.
Abrió los ojos, pero esta vez, dejó de mirar el tanque para mirar a su terapeuta.

Él no parecía satisfecho pese a lo que acababa de aceptar, pero ¿por qué debería? Tenía que dejar de ver a ese hombre como la figura paterna que su niño abandonado buscaba satisfacer. Todo era tan retorcido en su cabeza definitivamente.

- Si lo sabes, ¿no te parece entonces que…?

- ¿Es posible cambiar una relación enfermiza?- le cuestionó- Si yo cambiara… si él…

Su voz sonaba tan necesitada. ¡Odió escucharse así!

 

 

Tenía un sabor amargo en la boca cuando salió de aquel consultorio.
Rubens no solía ser tan directo, quizá estaba exasperándolo de alguna forma, ¿había un límite para la paciencia de ese hombre al que estaba llegando?

Lo imaginó desquiciado sólo para darse el gusto de pensar en un intercambio de roles donde el dañado era el otro y no él. Una dulce proyección.

Tóxico. Repetía su mente.
Esa idea era realmente funesta.

Kyan creía sentir amor, ¡estaba convencido!
¿Acaso él transformaba ese cariño en algo tan obscuro? ¿Estaba tan enfermo?

Suspiró, roto, mientras esperaba el elevador y apretaba las manos para que no le temblaran.

Las consultas que tenía se llevaban a cabo en el mismo hospital en el que estaba internado Daniel, así que aquel sitio era prácticamente su nueva casa.
Normalmente sus siguiente paso sería ir al penúltimo piso y sentarse en la sala de espera, pero no había nada que aguardar realmente, sólo perdía su tiempo tal como acababan de sugerirle.

Era martes por lo que los Miller estaban de visita, eso incluía a un Josú haciéndole preguntas incómodas enfrente de sus padres. Quizá hoy debería darse un descanso, de todos modos… no se sentía bien.

Marcó la planta baja, sin saber realmente a dónde ir.

No quería marcharse a casa, aquel lugar estaba tan silencioso y solitario que lo volvía más loco de lo que ya estaba.

Quería verlo, quería ver a Daniel. Quería tomar su mano, quería leerle, quería ver sus ojos cristalinos y brillantes contra su piel morena. Quería… lo quería.

Sintió que se ahogaba en la ansiedad, ¿debía regresar con Rubens y soltarse a llorar?
¡No sabía que hacer consigo mismo!

Cuando el elevador se abrió, sintió el rubor previo al llanto, que tenía que controlarse.

Era un desastre. Un completo desastre.
¡Y ya no quería serlo más!
¿Cuánto tiempo llevaba luchando por no quebrarse?

A veces en serio pensaba que ya no podía más, que lo siguiente que haría sería terminar con todo y escapar.

 

Fue a su casa.
Y no comió nada.
Y no durmió nada.

 

Eran las siete de la mañana cuando finalmente se paró de la cama, el despertador no había sonado porque no lo había puesto. Antes, había pasado las noches sentado junto a la cama de Lascurain, dormitando ahí y sintiendo algo de paz por extraño que pareciera, pero desde hacía un par de días había dejado de hacerlo y ahora quedaba casi en vela dónde quiera que estuviera porque reusaba a medicarse y su ansiedad no cedía.

Mientras se lavaba la cara cometió el error de mirarse al espejo.
Fue desconcertante lo que el reflejo le devolvió.

Su apariencia…

Verdaderamente no parecía él mismo.
Fue tan chocante verse.

Algo andaba mal con él, muy mal. Estaba en los huesos.

Entonces decidió pesarse.
Había bajado… doce kilos.
¡Doce!

Cuatro tras los disparos que nunca había recuperado y al parecer ocho más por la forma en la que se estaba descuidando.
No es que no tuviera idea, pero saber los números exactos le impresionaron de una mala manera.

Era por eso que aunque se pusiera la ropa que se pusiera, ésta le sentara mal.
Y probablemente una razón más por la que estuviera sintiéndose tan débil.

No tenía nada en el refrigerador, así que su deseo de otorgarse un desayuno que lo repusiera tampoco lo pudo llevar a cabo. Sólo tomó café con los antinflamatorios sin los cuales su hombro dolía, con la esperanza de no causarse una úlcera pero sin ánimos para impedirlo.

Después, pasó las siguientes horas trabajando un poco con la tablet.
Y otro par de horas más distrayéndose a sí mismo con lecciones de portugués que ahora no tenían mucho sentido de cualquier modo.

Quizá debía comer algo. Su lado racional lo decía, pero su cuerpo no.

Quería ir al hospital. Dado que le quedaba a 15 minutos de su casa, la tentación era enorme.

Nadie de los Lascurain lo detendría de ver a Daniel, hacía tiempo se había ganado ese derecho a pulso, pero ahora era el mismo guallen el que lo frenaba.
Él le había gruñido. Aunque no pudiera decirlo, estaba intentándolo: quería dejarle saber que no quería verlo.

¿Y si se disculpaba una vez más?

Lo había visto llorar con impotencia, ¡pedirle con furia en su mirada que se fuera!
¿O no?
¡¿O no?!

El desgaste emocional por el que estás pasando no te beneficia. Por más que creas que ver a ese hombre te hace bien, es todo lo contrario.

Pero… no podía frenarse.

 


Mientras el autobús avanzaba al barrio vecino de Rollingergrund, los pensamientos de Kyan se deshilvanaban en rumbos de obscuridad. Sus ojos color miel vagaban sin rumbo por el paisaje ya sin nieve que la Route d´Arion le ofrecía, pequeñas tiendas, casas residenciales, la avenida gris, la gente anónima.
¿Siempre había sido así de depresivo?

Bajó en la parada de siempre sin problema alguno pese a su poca concentración, ahora podía hacer dicha ruta con los ojos cerrados de todos modos y a decir verdad no habían sido pocas las ocasiones en que hacía ese trayecto en el límite entre el sueño y la conciencia.

Cuando estuvo a pocos pasos del hospital su mirada se fijó en algo que normalmente no le llamaría la atención. La tienda de regalos del hospital.

Supo el por qué la miraba.
No sólo era debido a la conversación que hacía poco había tenido con Vanita, iba más allá.

Eran aquellas flores.
Tulipanes de dos colores.
¡La misma combinación exactamente!

El recuerdo pudo con él. Los tiempos en que Daniel lo había amado, en que era terso y amoroso… en que lo ansiaba cerca de él.

Las compró sin remedio. Pese al precio absurdo, pese al ridículo tamaño, pese a todas sus implicaciones.

Al tiempo que subía con aquel ramo pesado entre los brazos pensó que las palabras de la sehnora Lascurain finalmente habían obrado su magia en él, por más que tuviera ganas de decirse que no.

Ella le había pedido que no abandonara a su hijo, ¿cierto? Aquello le había parecido algo egoísta. Esa mujer no sabía realmente lo mucho que dolía ser repudiado y sólo procuraba lo que creía era mejor para Daniel sin detenerse a pensar cuáles eran las consecuencias para Kyan. Pero claro, por muy dulce y atenta que esa mujer fuera con él, era lógico por quién abogaba al final del día. Podía entenderlo perfectamente.

Vanita le había sugerido le obsequiara flores a su hijo, aludiendo a su espíritu romántico y probablemente al de Daniel también.

Absurdo. ¡Claro que no haría eso! La idea era arriesgada y vergonzosa por lo que no había querido hacerle demasiado caso, pero ¿no era demasiada casualidad encontrar un ramo precisamente como el que Lascurain alguna vez había comprado para él?

Quizá si el arquitecto las viera en su cuarto, éstas conseguirían alegrarlo todo lo que él mismo era incapaz de alegrarle, ¿o estaba siendo un estúpido?

¡Sólo quería que ese tonto comprendiera lo mucho que significaba para él!
¿Cómo… cómo más podía decírselo?
Estaba desesperado.

Roger Miller estaba en la sala de espera, pareció sorprendido de verlo llegar con ese arreglo exagerado. Él mismo estaba sorprendido de haber sucumbido a algo tan sentimental.

Más cuando estuvo a punto de girar el pomo, escuchó del otro lado un golpe sonoro y se apresuró a entrar.

¡¿Él estaba bien, verdad?!
¡¡Tenía que estarlo!!

No estaba listo para lo que iba a pasar ahí dentro.

Daniel lograría hablar.
Y con ello, le rompería el corazón.

Lo vería armar con todas sus fuerzas una frase dirigida sólo a él, desde el suelo donde estaba. Con las mejillas rojas por la furia.

Vv... ve.. te... de...
Vete de aqquí…

Ky… an, ¡vete de aquí!

¡Vete de aquí!
¡¡Vete de aquí!!

Una y otra vez.

Luego… Xanti Lascurain se plantaría frente a él, todos en ese cuarto lo mirarían, aguardando su respuesta.

Pudo verse a sí mismo, el reflejo que daba a todos.
Con ese gran ramo de tulipanes, haciendo un chiste de sí mismo.

Aquel verbo formado con tanto esfuerzo no podía ser otra cosa que una petición auténtica, ¡más habiendo sido acompañada de esa mirada llena de odio!
Pero no pudo aceptarlo tan fácilmente. Buscó esos ojos grises desesperadamente pero cuando sus miradas se cruzaron, pudo verlo, claramente, terriblemente.

Él… en verdad parecía no quererlo ahí.
Ya no.
Nunca más.

Y el dolor lo invadió en cada célula, haciéndole imposible soportar un instante más.

¡Salió de ahí sin saber qué más hacer!

 


Tras azotar la puerta, había quedado apoyado en ella, sintiendo a su corazón bombear horrorizado dentro de su cuerpo.

No había forma de decirse que no acababa de pasar lo que acababa de pasar.
¡Esas eran las palabras que tenía reservadas para él! Lo que había querido decirle semanas atrás.

No llores.
No llores, estúpido.
No aquí. ¡No aquí!

Se repitió aquellas frases, en búsqueda de autocontrol.

Lo cierto es que sólo había ganado tiempo, lo había sabido todo ese tiempo. Lo suyo con ese portugués… no pasaría, evidencias sobraban. Era un autoengaño con fecha de caducidad en el que había querido creer como un estúpido.

Y sin embargo escucharlo hablar y decir aquellas palabras frente a todos, era un golpe difícil, ¡muy difícil de soportar!

Aún… costaba creerlo, era tan duro aceptarlo.

No podía volver a esa habitación.
¡Quizá ya nunca pudiera volver a hacerlo!

Estaba tan herido.
Tan avergonzado.
¡Se detestaba tanto en ese instante!

¡No llores!

Tuvo que rogarse autocontrol porque sentía que las lágrimas estaban a punto de salírsele.

Se topó entonces con el interrogante Roger Miller, quien ya había olvidado que estaba trabajando en su portátil en el fondo de aquella sala.

Éste lo había visto dar aquel portazo y lo estaba viendo luchando por no quebrarse ahí mismo.

¡Era tan bochornoso en serio!

- Señor Miller- lo nombró, aunque era imposible no tener su atención en ese instante.

Los analíticos ojos azules de ese CEO lo escudriñaban.

Jefe y subalterno solían tener conversaciones casuales y de negocios en el pasado pero últimamente éstas eran sólo personales. Resultaba tan incómoda y extraña aquella nueva cercanía que ahora tenían implícita. Siempre había creído que era por su asociación con Victoria pero ya entendía… que era también por Daniel.

- Novak, ¿está todo bien?

¿Qué se supone que era lo que debía responder a eso?
Nada lo estaba. ¡Desde hace mucho que ya no lo estaba!

- No, no estoy bien.
  Y estoy pensando… que usted debe ser el último aliado que me queda.

Acababa de salir de la habitación de Daniel.
Había sido echado a gritos.
Si había algún momento para actuar y dejar de ser llevado por aquella red, tenía que ser ahora.

No obstante, sería algo sin vuelta atrás ¿cierto?

Se preguntó a sí mismo si debería continuar.
Y de pronto, la respuesta fue dolorosamente clara.

- Necesito… necesito pedirle algo.

Su jefe debía ya estar haciéndose una opinión al respecto aún antes de que abriera más la boca.
- Haré todo lo posible por ayudarte, Novak, lo sabes.
  ¿Qué necesitas de mí?

De pronto, Key tuvo la certeza que cualquier cosa que fuera a solicitar en un plano diferente al que siempre habían tratado, probablemente iba a tener que pagarlo y caro.
No obstante, eso ya no podía detenerlo, no en ése punto.

- Ya… ya no puedo más.
  Esto… ¡esto me está haciendo muy mal!
  Y yo… necesito… necesito…

Tomó aire, un instante para que todo el dolor que sentía pudiera digerirlo, tragárselo hasta lo más hondo de su ser y permitirse seguir adelante con ese infierno.

Tenía que liberarse de aquella red.
Tenía que dejarle ir o continuaría ahogándose hasta morir.

- Necesito irme.

Apretó los dientes. No podía balbucear incoherencias si quería sonar serio al respecto.
Tendría que llegar hasta el final de aquello.
Ya no existía otra opción.

- Enzo me ha hablado de las negociaciones que se están llevando a cabo en Paris con
  Stamm, quiero tomar el próximo vuelo allá y encontrarle un mejor trato del que ofrecen.
  Puedo hacerlo, se lo aseguro. Haré lo que sea.

Miller lo había visto salir apresuradamente de la habitación de su cuñado, y aunque de momento desconocía el motivo, era cuestión de tiempo para que todos lo supieran. Había sido corrido de ahí por Lascurain mismo. Todos terminarían enterándose, pronto. Aquella era una lucha insostenible en la que no ganaba nada.

Pero la cara de su jefe le dejó saber que aquella petición era lo último que se hubiera esperado. E inesperadamente le veía negar con anticipación.

- Y si usted no acepta- ¡No iba a permitirse una negativa!
  Renunciaré a Muggen.

 

 

Continuará...

 


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