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AFFAIR por malchan

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Notas del capitulo:

En fin, otro capi que me salió largo.

Y no cualquier tipo de capi...


Después de escribirse con Köhler se había dormido casi de inmediato, pero apenas si había descansado poco menos de tres horas y en verdad estaba agotado.
De por sí su primer día de actividades en la Copa sería pesado y ahora mismo se lo estaba haciendo todavía más.

Hacía viento frío esa madrugada, el sol aún no salía.

Sintió de alguna manera que estaba escapándose del Montek y pese a que era muy temprano y no tenía obligaciones hasta más tarde, cualquier cosa podría pasar que requiriera de su presencia, salir a navegar implicaba estar fuera de contacto y todo aquello podría convertirse en una mala idea muy rápidamente.

Y sin embargo, pese a todos aquellos inconvenientes… no se arrepentía un segundo de aquella escapada si implicaba a ese hombre y a ese yate.

De camino a la embarcación, alcanzó a ver una tripulación yendo a tierra, ¿sería la de Esmerald?

Al llegar, encontró que la puerta estaba abierta. Cruzó el puente y se paró en la entrada.
No había ningún ruido.
Llamó claramente.
Al no recibir respuesta, entró.

Aunque aún era de noche, el ambiente estaba tenuemente iluminado, por lo que su mirada paseó por ese espacio que tiempo atrás había disfrutado tanto.
Era un yate bellísimo y era un completo lujo estar en él. Sonrió sin poder evitarlo.

No eran sólo los detalles retro space age los que hacían sentirse en otra época….
Aquel sitio no le traía más que buenos recuerdos. Su estancia ahí había sido de las épocas más dichosas de su vida, quizá… habían tenido que pasar tantos años para comprenderlo.

Pero no encontró al dueño en su primer recorrido. El siguiente lugar para buscar sería el puente de mando.

Ahí lo halló, vestía por completo de blanco, en un terso color hueso que le daba calidez a su frío tono de piel, llevaba un suéter tejido de algodón que supuso al tacto sería deliciosamente suave.

Köhler parecía muy concentrado revisando el GPS con la información de navegación.
Si, al parecer iban a zarpar.

- Buenos noches aún, perdona que entrara sin avisar- avisó su presencia.

- Modales impecables como siempre- le dirigió una sonrisa breve e irónica- pero
  innecesarios, bien sabes que esta es tu casa también- decía para volver a ver los mapas,
  parecía verlos muy de cerca, con esmerado detenimiento- He de confesar que tenía mis
  dudas de que fueras a venir, he corrido a todos para que estuviéramos a solas.
 
Baladi sonrió de vuelta.
- A veces tienes maneras extrañas de ser amable.

- Quizá no estoy siendo lo suficientemente amable- dejó finalmente la computadora para
  acercarse a él, lo miró directamente, con descaro y dicha en sus ojos azul índigo,
  brillantes y penetrantes.

Baladi los contempló, recordando que la primera vez que ellos se vieron, eso había sido lo que en verdad le atrapó de ese hombre, en aquella fiesta ruidosa hacía lo que parecía tanto tiempo atrás.

En aquella época, Enzo estaba saliendo con un local, pero esa noche se encontró con aquel alemán bronceado e irónico, con su conversación incitante, con su mirada brillante, con un cuerpo poderoso… ¿qué se supone que debía hacer?

Se fue con él, tuvo el sexo más alucinante que recordaba en aquel yate y simplemente no encontró motivo suficiente para parar aquella magia. Y así serían los siguientes meses.

- Me pone feliz saber que estás aquí- le decía Reiner Köhler, con una sonrisa nívea
  dirigida solamente a él- sé que no estás en Catania por diversión.

- Eso no es verdad, precisamente estoy aquí por diversión, por un buen momento que
  compense los siguientes días que serán muy pesados. Necesito esto. Y… me alegra que
  sea contigo, aquí en Esmerald.

Quizá estaba siendo demasiado sincero.
Pero sabía que al inversionista le entusiasmaría esas palabras.

Köhler lo contemplaba ahora, como quien mira un regalo que va a desenvolver. Ciertamente había lujuria en su mirada que poco se detenía en disimular.
Por un segundo el rubio se preguntó si siquiera saldrían del puerto.

- Estaba buscando opciones y pensaba que podríamos ir hacia el norte para llegar hasta la
  Bahía de los Cíclopes en Acitrezza, no es realmente tan lejos, pero al parecer los vientos 
  no harían de esa una travesía especialmente encantadora. Además de que por cercanía,
  medio mundo estará ahí en unas horas.

- ¿Cuál es tu sugerencia?

- Navegar mar adentro. Perdernos en el mar las horas que tengas.


- -

 

El cielo sobre la isla comenzaba a mutar su obscuridad para volverse lentamente violeta.
Enzo sintió como los motores se apagaban.
Köhler no tardaría en aparecer en cualquier momento.

Dio un trago al suculento chocolate caliente que le había estado aguardando en la elegante cubierta vintage, sentado en un muy confortable sofá blanco hexagonal que recordaba perfectamente era su favorito para ver el horizonte.

El viento hacía soplar su cabello con ligereza y cerró los ojos para impregnarse del olor salado del mar abierto y el silencio repentino.

El yate se mecía suavemente, haciéndolo caer en un trance.

Hacía tanto que no estaba en el mar, en Italia, en casa.
Era feliz en ese momento y sonrió en consecuencia.

Reiner apareció entonces, llevaba una bandeja cubierta que puso en la larga mesa de acrílico blanco, y sin darle mayor importancia prosiguió quitándose el suéter, luego siguió su camisa, botón por botón, sin prisas, quitándoselo frente al rubio, perfectamente consciente de que lo miraba, dejando ver su torso fuerte y musculoso. Y cercano.

Baladi disfrutó el espectáculo, ¡que asquerosamente sensual podía llegar a ser ese anfitrión y más si se quitaba la ropa en su cara!
Ese alemán le lanzó una mirada, esa mirada. ¿Quería pasar directo a la acción?

Se detuvo muy cerca de Enzo, bajándose los pantalones. Una extraña emoción recorrió juguetona la piel del italiano.

No llevaba nada abajo.
No llevaba nada ahora más que su fantástico cuerpo.
De pie frente a él, desnudo.

Reiner Köhler estaba provocándolo. Y como siempre, funcionaba como un hechizo.

Pero antes de cualquier otra cosa, se arrojó al agua.

El italiano sintió arrebatada la oportunidad de tenerlo así que no pudo evitar quitarle la vista de encima, mientras sus fuertes brazos no tardaron en alejarlo del yate, parecía querer tener un vigoroso encuentro con el mar.

En una competencia por la atención de Reiner, entre el mar y él, parecía haber perdido.
Se rio entonces, mirándolo nadar.

Podía entenderlo, el Mediterráneo era un rival muy difícil de vencer. Él mismo solía haber sido un hombre del mar después de todo, habiendo crecido en una isla.
Sintió un poco de envidia por su espíritu aventurero perdido.

Así que se levantó y se quitó la ropa, él tampoco llevaba un traje de baño, ¿para qué lo llevaría estando en el Esmerald?
Y se aventó también al agua.

Estaba muy fría. Deliciosamente fría.

Extendió sus brazos para bracear lentamente, envuelto en el placer de aquel paraíso.
Se dejó perder en aquella inmensidad.
Amaba el mar tanto que estar en él hacía difícil creer que ahora vivía en un lugar como Luxemburgo. Por segundo extrañó vivir en la costa. Extrañó el pasado.

Su anfitrión nadaba hacia él, parecía disfrutar el verlo bracear en el agua.
- Deberías ver tu cara, Enzo, no recordaba haberte visto sonreír así desde hace mucho
  tiempo…

Ambos sabían a qué tiempo se refería.

El amanecer despuntando en los ojos de Reiner los volvía color verde, volteó a ver el horizonte. Era bellísimo el tono rosado que, como pincelazos, surcaban el cielo.
A Enzo no le importó sonreír en ese momento. Era feliz.

Rodeó con los brazos a Reiner y lo besó suavemente, ligeramente… como en el Swoop, coronando con ello aquella dicha casi infantil.


- -



El viento soplaba frío en altamar y cuando volvieron a Esmerald, Reiner cubrió a su invitado con una toalla blanca gigante.

- ¿Quieres que entremos?- sugería, tocándole la cara- estás helado.

- No es necesario, me calentaré si me quedo junto a ti- susurró Enzo, regalándole una
  adorable sonrisa en sus pícaros labios.

Se sentaron en cubierta y Reiner lo envolvió en su toalla también, abrazándolo. El alemán era de sangre caliente, podía sentirlo en la calidez de su piel.

- Me preocupa ser un mal anfitrión, déjame calentarte- le murmuró en la nuca para
  después besarla suavemente.

Un escalofrío de placer corrió por su cuerpo.
Era demasiado sensible al toque de ese sujeto, apretó los labios para no jadear  pero su respiración evidenciaba que esa caricia era exactamente lo que necesitaba.

Los dedos de Reiner paseaban por su cuerpo, estimulando el camino de sus nervios, bajando por su carne hasta llegar a sus muslos fríos, que acarició sin prisas.

La toalla mojada que los tapaba pronto hizo una cámara de humedad entre ellos. El frío se disipaba al igual que el mundo exterior.
Sólo existían ese amanecer marítimo y ellos dos.

Reiner se tomó unos segundos para hacer toda la pesada melena del rubio a su costado y tener libres aquellos hombros que comenzó a besar.

- Extraño el tono dorado de tu piel- murmuraba.

- Muchas cosas han cambiado- le decía, aunque en verdad se lo dijera a sí mismo, el
  cosquilleo de aquel contacto era tan agradable- ¿tu cabello… no es ahora plateado?

Le sintió resoplar.
- ¿Te gustaba más mi pelo cuando era rubio?- parecía encontrar gracia en su propia
  pregunta.

Ni siquiera tuvo que pensar su respuesta.
- Pues la verdad es que… me gusta más ahora.

- No me sorprende tu perfecta respuesta, siempre sabes exactamente que decir.

- Ah, ¿qué dices? ¿Por qué el cinismo? Lo digo de verdad, me gusta más tu pelo plateado-
  pareció quejarse- es más… tú.

Aquellos besos continuaban, al igual que las caricias de sus manos en sus piernas.
Sentía que estaba comenzando a ponerse duro y estando desnudo bajo la toalla, era bastante evidente que lo estaba encendiéndolo.

Bien, no había remedio. Giró su cabeza para encontrar sus labios.

Su boca lo recibió húmeda y ardiente, sus labios suaves y ricos, su lengua poderosa e incitante. Se dieron un beso muy largo, que ninguno de los dos parecía poder romper. Era demasiado bueno para separarse.

Esa boca… era suya.

Pero después de éste pensamiento, que le sorprendió a sí mismo, Köhler se detuvo poco a poco, como si desacelerara aquella carrera.

- Caro-  musitó su voz ronca- he traído algo para ambos.

Se incorporó para alcanzar la bandeja cubierta y el movimiento provocó que su toalla cayera hasta su cintura, dejando al descubierto su torso trabajado.  Un buen incentivo sin duda.

Su amante retiró la tapa de la bandeja revelando un plato redondo de cristal contenía por lo menos dos docenas de fresas.

No pudo sino encontrarle cierta gracia. Reiner naturalmente tomó una y la mordió a la mitad, la carne dulce de la fruta humedeció sus labios. Lucía muy apetecible.
Nuevamente el alemán le ofrecía un buen espectáculo…

La otra mitad se la ofreció en la boca.
Él la mordió también para después morder los labios del otro.

El sabor ácido y suculentamente dulce se mezclaba con la delicia de aquel beso.
Vaya que iba a disfrutar aquella idea.

Ahora encontrados en aquel asiento, cerraban la distancia, sus rostros estaban muy cerca, podían verse a una distancia bastante íntima, podía sentir el calor de ese cuerpo grande junto a él, manando como un horno.

- Tal como supuse, Enzo. Sabía que me gustaría el sabor de tu piel, las fresas y el mar-
  tomaba una más y le daba un mordisco- Si me lo permites, me gustaría seguir
  probándolos a ambos.

Se inclinó sobre él, tomando con la otra mano la cortina mojada de su larga cabellera dorada, dejando su oreja al descubierto, puso sus labios suavemente contra la piel casi de su nuca. Después rozó con la parte que recién había mordido de la fruta aquella dermis aterciopelada, dejando un dulce rastro de humedad que bajó por su cuello, mientras con la otra mano iba descubriéndolo de la toalla.
Desnudándolo poco a poco.

La fresa bajó por la piel suave de Baladi, hasta llegar a la clavícula, donde el inversionista recorrió aquella curvatura con la punta de su lengua, saboreándolo.

Su otra mano se ponía en sus muslos, subiendo la toalla a su cintura, donde se concentró descubriendo el resto de su cuerpo.

Baladi sacó de la garganta algo parecido a un ronroneo.
Todo aquello era tan incitante…

Se detenía en uno de sus pezones, que impregnó con aquel jugo dulce, un par de gotas resbalaron inquietas por su torso, haciendo su camino por su abdomen bajo.
La boca de Reiner le mordisqueó ese pezón con suculencia, sacándole un jadeo.

- Mmm… eres delicioso, Enzo.
- Siento… siento que me vas a devorar.
- No tengas duda alguna de que te voy a devorar.

Prosiguió con el sendero de aquel par de gotas hasta su vientre, haciendo sentir un acalorado sofoco, aquellas caricias estaban provocando que su corazón mandara sangre a una parte específica de su cuerpo.
Estaba excitado y la mano que lo desnudaba le quitó la toalla de una vez, exponiéndolo.

- Como siempre, otorgas una vista magnífica- le oyó decir roncamente.

Siempre lograba hacerlo reír con su descaro.
Y más porqué él había pensado lo mismo segundos antes.

- Ah… dame una- pidió entonces mirando el plato.

Le vio tomar dos, una que comió entera y la otra que le brindó.
Le dio una mordida.
Ambos sonreían divertidos y excitados.

- Nadie puede ver lo que hacemos, a kilómetros de distancia. No importa que tan gráfico sea.

- No lo olvido- murmuraba el otro- creo que en altamar eres más perverso.
 
Ambos se miraron, con sonrisas en los ojos.
- Podría hacerte gemir como un loco y sólo nosotros podríamos escucharlo, Enzo.

El rubio reía también. Lo atrajo a su cuerpo un poco más.
- Suena como un buen reto. Pero entonces vas a tener que cumplirlo.

Ese desafío le curveó los labios al alemán que le ofreció lo que quedaba de la fresa. Pero cuando el otro se acercó para morderla, no lo dejó.

- Quiero que sepas a lo que sabes.

Antes de que pudiera preguntar sintió como lo sujetaba con la mano del miembro.
Mientras con la otra lo recorría acariciándole aquella parte con la fresa muy muy suavemente.

Enzo le robó un beso, no pudo evitarlo.
Reiner hizo lo mismo, pero el siguiente lugar en el que se posaron sus labios, fue mucho más abajo…

Le dio una larga lamida a la erección del rubio, al tiempo que la frutilla resbalaba por el otro costado.

- Ahhhh….

Baladi no podía dejar de verlo, ¡dios, era tan sensual y guapo!
Lo miró pasándole la lengua por toda su extensión, empapándolo.
Le lanzaba una mirada muy a propósito. Esos ojos azules que tanto le gustaban parecían poseídos por la esencia de la lujuria.

Regresó a su altura, con la fresa ahora húmeda de ambos.

- Abre la boca- le decía, Enzo estaba tan excitado que ni siquiera rechistó.

Si, estaba exquisita. Como todo aquello que implicaba ese momento.
Se besaron largamente, ambos parecían querer prolongar el minuto, lo cierto es que estaban ya demasiado calientes.

La mano del más joven se puso en la cintura del otro, acariciando su piel, ardiente y pulsante y húmeda.
Deseaba tocar su cuerpo perfecto más y más…

Sin dejar de besarse recorrieron sus cuerpos mutuamente, cuellos, hombros, pechos, vientres, espaldas, muslos…

Baladi llegó a aquella parte que más deseaba a su vez tener entre sus manos aquella masculinidad despertada y salvaje.

- Es mi turno, Rein- anunció, tomando otra fresa, mordiéndola y después llenándolo con
  aquella esencia.

Lo miraba mientras hacía esto, él devolvía aquel contacto visual, el rostro de Köhler era tan sexual que era imposible no sentirse fascinado, los labios rosados de Enzo se arquearon incitantes devolviendo la sonrisa.

- Somos un par de narcisistas, admítelo, Rein- bromeaba- me ha gustado mi sabor y estoy
  seguro que a ti te gustará el tuyo.

- No sé si tanto como el tuyo.

Köhler iba a seguir el juego cuando el publirrelacionista comenzó a lamerlo, grande como era, haciendo resbalar por su superficie hirviente aquella fruta, recogiendo su saliva y la lubricación de aquella sección de su anatomía.

Su cabello mojado lo cubría como una fina cortina.

Lo lamió como un gato, ronroneante.

Y después, se la dio a probar. Pero él lo tomó de sus manos para quitársela mientras lo sujetaba con firmeza, el deseo en su rostro se acrecentaba. Chupaba la fresa, dejándola limpia de nuevo para después darle un lengüetazo que la empapaba de saliva.
- Rein, ¿qué haces?

La fresa bajaba al siguiente segundo por el cuerpo del rubio rápidamente, en el trayecto de su espalda, para después entrar entre sus nalgas, justo en su entrada.

Baladi sintió una bofetada de vergüenza que no había esperado. No es que normalmente junto a él sintiera pudor, pero aquello por un segundo lo superó.

Reiner trasladaba aquel jugo rosado a su entrada, mojándola con ésta para después darle un preciso empujón.

- Ahh… ¿acabas de metérmela?

Köhler lanzó una risa.
- ¡Enzo! No pongas esa cara, te juro que no la dejaré ahí.
  La fresa no es en realidad lo que quiero comerme.

Le acarició la cara, contemplando como lo había sonrojado al máximo. Parecía muy satisfecho de haberle provocado esa reacción.

Por un segundo, tuvo problemas para articular, pero cuando supo que podía hacerlo, contestó con premura:
- Cómeme. Cómeme entonces, Rein. ¿No es a eso a lo que he venido?

Fue recostado en el sillón, desnudo ahora como estaba y después le dio un beso negro sabor a fresa. Sujetándole los muslos con las manos, se abrió espacio entre sus piernas.
Köhler había llenado aquel anillo con su pulpa, para después comenzar a chupar aquella dulzura con vehemencia.

- Ahhhh- le hizo gemir largamente- ¡Dios!

El otro abría aquella puerta con inquietante naturalidad.
Lo cierto es que habían hecho eso tantas veces. Y que no parecía cansado de darle placer.

- ¡Ah!… ¡Rein!
Sentía que las mejillas le ardían, debía estar muy ruborizado.

- Podría hacer esto todo el día- le escuchó murmurar- pero quiero más de ti, como
  siempre.

Introdujo su dedo más grueso en él, hundiéndose en la superficie más sensible de su carne, y a éste le siguió otro que estimuló miles de puntos interiores que le hicieron gemir de nuevo.

Era difícil concentrarse en cualquier cosa cuando le hacía eso.
Era demasiado para resistirlo, no podía esperar más.

- No más fresas, ahhh… te quiero dentro de mí.

- Si, puedo sentirlo- decía provocativamente entre sus piernas.

- Ah… ¡¡Rein!!

- Lo sé, lo sé. Pero es tan irresistible tenerte así, caro mio. Mis dedos resbalan tan
  lúbricamente en tu interior, tu piel sabe toda dulce en mis labios y nunca sabrás lo
  devastadoramente hermoso que te ves con esta luz y tan lleno de placer.

Lo decía con la voz ronca. Él también estaba completamente excitado.

- Enzo… quiero grabar esta imagen en mi retina para jamás poder olvidarla- le oyó decir,
  casi en un susurro.

Esas palabras eran por demás apasionadas, ya antes algún amante suyo le habría dicho algo parecido y sin embargo… el italiano le pareció que algo desentonaba.

Detrás de la pasión del momento… creyó percibir algo más, algo obscuro.

- Ah… creo… que puedes contemplar mi belleza mientras me follas- le dijo.

Con esto, una alegre expresión suavizó los rasgos del alemán.
- Ah, ¿cómo negarme cuando lo planteas así? Me gusta cuando tu fina elocuencia se
  vuelve erótica.

Ambos se dieron un momento de lentitud, haciendo aquella invasión más sencilla, pero al llegar a su límite el rubio no pudo evitar jadear al sentirse completamente llenado por ese hombre.

Lo miraba a los ojos, porque sabía que él quería mirarlo, algo se lo decía claramente.

Y estando tan cerca cómo era posible estarlo de una persona, sentía su pecho duro moviéndose con una respiración rota.

La sensación de absoluto placer que no tardó en inyectarle a su cuerpo borró al mundo.
No pensaría en nada más que aquel cielo al que aquellos rítmicos movimientos los acercaban.

Ambos comenzaron a explorar un universo que sólo podía ser de dos seres, fundiéndose el uno en el otro una y otra vez.
Deliciosamente… excitantemente… excelsamente.
¡Enloquecedoramente!

Las estocadas aumentaban su ritmo y Enzo tuvo que sostenerse de la orilla del sillón, su cuerpo era invadido por aquella grandeza, ahora no podía contener más sus gemidos.
Intentó no vocalizar demasiado y seguramente su intento resultó obvio pues escuchó a su amante decirle:

- ¡No te contengas! ¿Olvidas dónde estamos? Nadie puede oírnos a kilómetros. Somos
  libres de hacer todo lo que nos dé la gana.

Eso era el Esmerald.
Ese pensamiento era tan morboso funcionó perfectamente para llevarlo más allá de sus límites usuales.
Todo era tan perfecto… ¡tan desquisiante!

Permitió que su voz se descompusiera libremente, que se uniera a su cuerpo en aquella sobredosis de gozo que estaba explotándole.

Más…. ¡más!
¡Estaba volviéndolo loco!

Con el sol asomándose por el horizonte ahora podía ver el magnífico cuerpo de Reiner tomándolo. Más exquisito que las mismas fresas…

No… nadie lo encendía como él.
¡Con nadie era capaz de sentir algo así!

Una corriente eléctrica de absoluto placer le azotaba el cuerpo. No iba… ¡no iba poder aguantar mucho más!

Echó la cabeza hacia atrás sujetando de la nuca a Köhler, acercándolo más a él, todo lo posible. Él, como siempre, entendió el mensaje, apoyando su barba en el hueco de sus hombros.

No podían estar más unidos ahora, más compenetrados.

- Aghhh Rein… no… no puedo más… me voy a correr…

- Grítalo- exigió el otro, perversamente- ¡quiero escucharte ser incorrecto!

No es como si el placer le permitiera hacer algo más.
- Es en serio, voy… ¡ahhh!

No planeaba complacerlo.
No pretendía gritar.
Pero…
No… podía contenerlo.

- ¡¡Voy a venirme!!

Sus cuerpos se tensaban, escuchó su voz gimiendo con fuerza.
Si, no es que quisiera darle gusto a su exhibicionismo, era que el orgasmo tomaba prestada su voz.

Mio Dio.

Su cuerpo descargó, envuelto en una explosión que no dejaba lugar a dudas del porqué ellos dos funcionaban tan bien en el sexo. Su voz normalmente tersa se convirtió en un profundo gemido.

Aquella explosión lo drogó por completo. Y un segundo después, sintió a su amante resbalar fuera para empaparle espalda.

Su corazón latía enloquecidamente. Ni los minutos previos calmarían eso.
¡Que intenso resultó aquel clímax!

Fue extraño recuperarse de aquello abrazado tan íntimamente por él. La forma en que Köhler lo estrechaba no era congruente con la idea de coger… creaba una cercanía más profunda.

Los brazos de ese hombre eran un lugar confortable en el mundo, ¿cómo había podido querer olvidarlo?

Se giró lentamente, su corazón seguía clamando por él pese a tenerlo tan cerca.

- Te has venido fuera de mí- señalaba, sin embargo su voz fue casi un reclamo.

- Dijiste que ibas a trabajar después de esto, no creo que llenarte de mí te facilite el día.

Eso era tan extrañamente erótico.
Pero a decir verdad… siempre le había gustado la sensación tan física de cuando aquella esencia resbalaba fuera de su cuerpo. Era casi un placer culposo.

Tenía la espalda salpicada y el vientre bajo también.
Y sin embargo, nada de ello le resultara mal, estaba cubierto de la persona que más le gustaba en ese mundo; de su saliva, su sudor, su semen… y jugo de fresas.

Se sentía tan eróticamente sucio…

- Echaba de menos esto. Te echaba de menos a ti, Rein.

No pensaba mucho en sus palabras, perdido en aquel torbellino de emociones.
El recuerdo de aquella época era muy poderoso.

Había descubierto estar enamorado de ese hombre en el pasado. Y ahora acababa de tener un sexo locamente bueno con él. En el mismo lugar que había sido su glorioso nirvana.

Era como si nada hubiera cambiado, como si ambos fueran los mismos del pasado.
Tan libres y tan atrapados.

- También te eché de menos, biondi, más de lo que quisiera admitir- fue la respuesta del
  otro a la que le siguió un beso muy suave.

Ahora su boca no buscaba darle el placer intenso de antes, aquel ósculo estaba lleno de sentimientos.

Estuvo seguro que aquel era un beso… de amor.
¿Qué tan anormal podía ser que considerara eso algo extraño?

Quizá en Luxemburgo lo hubiera parado, pero no en Esmerald.
Lo besó de vuelta con el mismo romanticismo que recibía dulcemente de aquellos labios.

Era agradable sentir eso, que las caricias de su amante estuvieran dirigidas a quererlo aún después de haber tenido su cuerpo. Más allá de su cuerpo…
¿Acaso eso había significado el beso casto que le había dado afuera del Swoop?

Cuando se separó de él, sintió que no podía dejar de mirarlo, como le había ocurrido toda aquella mañana.

Era un hombre con un magnetismo natural, tan devastadoramente sensual y divertido, tan bueno en todo, tan poderoso y directo. Pero…
…pero tenía que recordar que esos eran los momentos vulnerables en que creía que lo amaba, dijo su sentido común, recuperando su voz.
Tenía que cerrar la boca y esperar que pasara.
Pero su corazón… ¡se resistía a bajar la marcha!

- ¿Enzo?- lo llamó- ¿Qué pasa?

No iba a decirle lo que estaba pensando en su cabeza.
Rompió el contacto visual para mirar al que ahora era un cielo azul, recordando de pronto que su tiempo ahí iba a caducar.

- Por mucho que deteste decirlo, ya es de día- le hizo saber en cambio- creo que
  deberíamos comenzar a regresar.

- Ah, me parece que esto es un deja vú y el amanecer nos separa de nuevo- dijo el alemán
  con amargura, rompiendo aquel abrazo- Aunque debo decir que esta vez no pareces tan
  convencido de querer irte, en otro momento estarías vistiéndote.

Dejaba ir aquella frase con una especie de rencor.
La última vez que habían estado juntos, Enzo se había apresurado para irse… con otro.
Aquel pensamiento le hizo sentirse inesperadamente avergonzado.

Sylvane lo había planteado de manera clara, estaba siendo injusto con Reiner, por más que quisiera decirse a sí mismo que no.

Y la verdad… es que esta vez no quería marcharse con nadie, ni a ningún lado siquiera.

- Si, en eso tienes razón. Preferiría pasar el día aquí, bronceándome, comiendo fresas y
  teniendo sexo contigo- confesó sin poder evitarlo.

Eso le arrancó una sorpresiva sonrisa al otro, que borraba la tensión de aquel reclamo. Köhler sacó la bandera blanca, tomándole del cabello dorado y quitándoselo del rostro.

- Bueno, me halaga pensar que prefieras estar conmigo aquí que en ninguna otra parte.
  Supongo que eso me hace un orgulloso anfitrión.

Eso hizo era gracioso.

- Ese comentario es un poco egocéntrico, Rein, ¿no lo crees?

- ¿Sería menos egocéntrico si admito sentir lo mismo?

Después de todo, para el inversionista, Enzo Baladi era el hombre que había decidido quería en su vida y en su cama, ningún otro. Aunque no compartieran esa idea.

- ¿Quieres que mande todo al diablo para quedarme aquí contigo, Rein?
  Si pudiera lo haría, pero para mí no es tan fácil.
  Tú lo tienes todo y puedes darte el lujo de pensar de esa manera, yo no.
  No puedo dejar el mundo de lado por rendirme a mis deseos y a ti.

Había querido sonar menos amargado que lo que se escuchó.

Entonces algo sucedió, los rasgos de Köhler comenzaron a endurecerse, como si algo lo lastimara. Fue tan claro verlo a tan poca distancia.

Reiner le quitó la vista de encima, alzándose.
¿Lo había molestado?

Ahora era él quien comenzaba a vestirse.

Enzo, confundido, creyó ver en sus acciones algún tipo de venganza, que quizás tenía más que ver con su culpabilidad.

- Lo siento- le dijo.


- -


Enzo le pedía perdón.
Y lo hacía en serio.

De pronto no le fue claro el motivo por el que lo hacía.
¿Por no quedarse?
¿Por haberse marchado antes?
¿Por el pasado?

Le sorprendía aquella empatía, porque era verdad, Reiner estaba infantilmente molesto por no ser correspondido.

Quizá tenía que ver, quizá era un terrible sentido de la oportunidad, pero un dolor de cabeza había aparecido con una horrible intensidad y no, el rechazo de Enzo no ayudaba en nada.

La dulzura con la que ese rubio había correspondido a su beso hacía poco le había confundido, pero toda la extraña expectativa que se había hecho de eso, ahora carecía de fundamento. Si lo besaba de nuevo encontraría en su boca perfecta un terso consuelo, pero nada más profundo que eso.

Se había dicho a sí mismo que no ahondaría en sus sentimientos, que disfrutaría el momento como siempre lo hacía.
Incluso se lo había prometido a Victoria, ¿o no?

Pero un mensaje en la madrugada, tan impropio del publirrelacionista le había bastado para hacer lo posible por aquel encuentro.
Aquel momento sin futuro alguno.

Su dolor de cabeza parecía ir aumentando.

- No tienes que pedirme disculpas- mintió con la mejor de sus sonrisas y luego,
  tras colocarse la última de sus prendas, volvió al puente de mando.

Era hora de regresar a la realidad y dejar ir a aquel hombre libre como el pájaro que quería ser.
Si no lo hacía, de cualquier forma él se le iría de las manos, así que no tenía sentido resistirse. Enzo no le pertenecía. Ésa hermosa persona sólo buscaba un momento de placer a su lado, se lo había dejado muy claro.

“Estoy aquí por diversión. Que me haga compensar los siguientes días que serán muy pesados”. Vaya idílicas palabras de amor.

Por lo menos tras el sexo que acababa de hacerle, le estaría haciendo  difícil el encontrar alguien que lo hiciera gemir así, en un barco o no. De eso estaba seguro.

Y al final del día, ¿no él mismo buscaba endulzar su propia vida?

Köhler llegaba a los controles y activó los motores, sintiéndose insatisfecho.
No había esperado sentir aquella extraña desesperanza tras haber tomado a Enzo de aquella forma.

Y su cabeza punzaba sin dejarlo en paz.
Cada vez más.



Continuará...

 

Notas finales:

Supongo que el final no será del agrado de muchos, pero dado que le eché muchas ganas -y fresas- al lemon, por favor no se olviden de escribirme y decirme qué les ha parecido ^^


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