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Un Amor Inalcanzable por sebastiana michaelis

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Notas del fanfic:

Es una historia en la que colaboramos lala-sama y yo. Esperamos que les guste!!!:)

Notas del capitulo:

Sebastiana y lala-sama: Hola!!!

Sebastiana: Aquí traemos una historia que se nos ocurrio en conjunto pero que practiacamente hice yo.

lala-sama: EHH!!!! Yo tambien participe, no me quites merito! *dice intentando pegarale*

Sebastiana: Ya, ya. Solo era una broma quería ver tú reaación ja,ja,ja*decía mientras esquivaba los golpes y se reía de ella*

lala-sama: Ahora si que te la has ganado, VEN AQUÍ!!!!*grita mientras la persigue*

Sebastiana: Esperamos que os guste, leed mientras arreglo esto* decía mientras intentaba escapar de ella*

Nuestra historia comienza en el antiguo Londres en los años en los que solo era posible que la realeza y otros miembros de sangre azul tuvieran carruajes, las calles todavía eran de piedra adoquinada, grises y marrones debido a la multitud de basura y excrementos de caballo. Múltiples estilos de casa señoriales de altos techos de gran variedad de colores, con gran cantidad de jardines pasaban por delante de las ventanillas de los carruajes con múltiples olores tanto dulces, como el de las flores y los amargos, como eran los originarios de la basura arrinconada en los callejones.

 

Llegando a la parte más alejada de Londres se encontraba el palacio de Buckingham con una decoración del tipo Belle époque en tonos crema y dorados. Algunos salones de recepción estaban decorados en estilo chino con muebles provenientes del pabellón real de Brighton y de Carlton house. Los jardines del palacio constituían los jardines privados más grandes de Londres con todo tipo de flores y árboles de colores vivos como el verde, típico de las hojas de los árboles y del tallo de las flores, y el amarillo de las amapolas florecidas de comienzos de verano.

 

En la sala principal se encontraba los tronos reales, el principal parecía de oro con tela roja, a su derecha uno más pequeño con un color parecido al cobre y por ultimo, a su izquierda exactamente igual excepto por un pequeño perro dibujado en unos de los brazos del trono, en ellos iban la familia Real. El rey Vincent I, con sus dos hijos, Vincent II a su derecha de unos 20 años y Ciel a su izquierda de unos 13 años.

 

El rey, sentado en el trono del medio, era un señor mayor ya viudo desde hace varios años. El anciano rey tenía un rostro cansado y demacrado, con pelo grisáceo, vestido con  un uniforme rojo, blanco y amarillo con alguna que otra medalla que se había ganado cuando era muy joven.

 

Vincent, el mayor de los hermanos, era un joven de ojos de violeta y cabello blanco, pelo finamente recortado hacia el lado izquierdo de la frente un tanto pronunciada. Vestía de forma elegante un atuendo donde el blanco predominaba, camisa blanca y chaleco morado, debajo de una chaqueta blanca militar, junto con una distintiva boina blanca, pantalones y zapatos del mismo color, guantes grises y una medalla con el símbolo del rey, también solía llevar consigo un fino estoque.

 

Ciel, al contrario que su hermano mayor, tenía los ojos azules, pelo de color azul oscuro y una bonita sonrisa que rara vez se podía ver debido a su carácter orgulloso,  vestido con todo tipos de ropa de color azul y al contrario que su hermano, usando dos anillos. Uno es un vistoso aro de plata que sostenía una gema azul con corte de diamante que usaba en su pulgar, porque el anillo es muy grande para él. El otro es un sello dorado que contenía la firma de su familia, este lo llevaba en su mano derecha.

 

Al lado del príncipe Ciel, como excepción, estaba el mayordomo del príncipe que en solo 2 años de servicio se había ganado el respeto protegiendo a la familia real y por ello protegía al príncipe. Este magnífico mayordomo al que llamaban Sebastian era un bello y galante caballero de estatura alta para dicha época, con pelo negro azabache, ojos oscuros y profundos como si en su mirar hubiera un duro destino. Tez blanca y delicada, engalanado con frac negro de cola de gorrión con pantalones negros, un chaleco, unos guantes blancos de seda y un reloj de bolsillo con una cadena, que en dicho reloj tiene el escudo de armas de la realeza.

 

Vincent, por así decirlo, parecía el príncipe afortunado ya que al ser el hermano mayor tenía como trabajo la parte más aristocrática, la parte más brillante, la que se  encargaba de verse en las fiestas lujosas, quien arreglaba los problemas aristocrático pero en cambio Ciel tenía un trabajo un poco más sucio. Él era el encargado de vigilar los problemas del bajo mundo, el que se encargaba de controlar el manejo de opio, las redes de prostitución, los casos de asesinatos pero aun así, a Ciel en cierto modo no le importa, él tenia algo que le gratificaba más, y es que el príncipe Ciel notaba que con cada misión que cumplía algo en su interior, algo que no conocía iba creciendo, algo por ese ser que siempre estaba a al lado suyo, su mayordomo Sebastian.

 

En una de estas misiones en la que tenía que resolver una serie de asesinatos, el resultado esperado se vio afectado por un hecho inesperado.

 

Estaban el príncipe Ciel y Sebastian vigilando la casa de la próxima posible víctima, vestidos con ropas desaliñadas para pasar desapercibidos entre la población pobre de Londres, cuando en un pequeño descuido de Sebastian, el príncipe Ciel fue secuestrado por un contrabandista que llevaban varios meses persiguiendo.

 

Ciel estaba apoyado en la pared esperando a que el sospechoso se adentrara por aquel callejón mugriento para el gusto de Ciel hasta que apareció el asesino. El asesino era un hombre con el pelo rojo, vestido con un traje de chaqueta de color rojo a juego con unas gafas de color de este mismo color.

 

Este al verlos y sabiendo quienes eran, se dispuso a atacar a Ciel pero Sebastian lo impidió poniéndose de por medio, así empezaron a luchar. Ciel estaba muy pendiente de la pelea que estaba muy reñida, el asesino no era tan mediocre como pensaba pero al estar tan metido en la pelea no vio al hombre que se le acercaba por detrás que, viéndolo tan distraído le puso un pañuelo bañado en cloroformo en la boca para dejarlo inconsciente. Cuando se dio cuenta, Ciel intento avisar a Sebastian pero era demasiado tarde, ya había inalado el cloroformo y quedó inconciente viendo por último la cara angustiada de su  mayordomo.

 

Al despertar, Ciel se encontró en una habitación pocamente iluminada pero lo suficiente como para ver al hombre que se encontraba delante suyo. Ante él se hallaba Azzurro Vanel jefe de la familia Ferro, una de las familias más importantes de Londres, no solo aristocráticamente sino también en el trafico de opio y de armas.

 

 Azzurro Vanel tenía el pelo hirsuto, rubio, que llevaba en una cola de caballo. Tenía múltiples piercings - uno en la oreja derecha, tres en la oreja izquierda y dos en la ceja izquierda - y una cicatriz visible en su rostro. Como miembro de la mafia vestía muy bien, con un traje blanco y limpio, con un par de botones desabrochados, sin corbata y con puro en la boca.

 

- Así que hemos pillado al principito. -dijo con una sonrisa de suficiencia- Eh, que raro verte solo, ¿dónde está tu “Romeo” vestido de mayordomo?

 

Ciel se sonrojo un poco al oír nombrar a su mayordomo con ese apelativo.

 

- Sebastian no tardará en venir a por mí- dijo con convicción.

 

- Eso si sigue con vida.-dijo maliciosamente.

 

- ¿A qué te refieres? - dijo asustado pero sin salir de su orgullo.

 

- Me refiero a que, de camino aquí hay casi 100 hombres bien armados, dispuestos a matar hasta al mínimo ratón que vean, ja ja ja - rió macabramente.

 

- ¿Y crees que él no está preparado para eso?-dijo intentando decirlo convincente para no se notará que estaba un poco asustado por su mayordomo- Pasemos a algo más importante, ¿qué es lo que quieres de mi?

 

- La llave de platino que le diste a  tu mayordomo, esa llave que es la que abre la puerta en la que tienes encerrados los casi 500 Kg. de opio que me arrebataste- dijo mirándolo furioso.

 

- Nunca la tendrás, no se la podrás quitar tan fácilmente a Sebastian- dijo con una media sonrisa.

 

- Veamos si se resiste mucho cuando esté muerto - dijo con una cara muy siniestra

 

Sin previo aviso empezaron a sonar disparos y gritos detrás de la puerta que se callaron después de 5 minutos. Un aura maligna abrió la puerta dejando a Azzurro muerto de miedo, tanto que el puro que estaba fumando en ese momento, acabo tirado en el suelo.

 

Mientras, Sebastian se encontraba por fuera de la mansión donde retenían al príncipe, que era ni más ni menos que una de las más famosas en toda Londres, la cual era un edificio totalmente blanco. Apostados en la entrada había dos guardias vestidos de negro con armas protegiendo la puerta como si de leones enjaulados se tratase, al cabo de un segundo después de sonar una pequeña pero insistente alarma  aparecieron casi 50 soldados bien armados, pero al mayordomo  le fue bastante fácil esquivarlos y acabar con ellos. Estaban mal organizados y tampoco representaban una verdadera amenaza ya que no sabían pelear y pronto se quedaron sin balas porque su puntería distaba mucho de ser buena.

 

Al entrar en la mansión, Sebastian se encontró en un gran salón, con una mesa puesta con los platos y cubertería necesaria para 12 personas. La mesa, con un mantel blanco, estaba pulcramente preparada para que los señores de la mansión comieran con sus invitados y tanto los platos como la cubertería de plata brillaban a la luz de la lámpara de araña que colgaba del techo. Las paredes eran de un color azul claro con balcones distribuidos  por toda ella de color blanco, en los cuales  había más soldados apuntando a Sebastian con sus armas.

 

Utilizando las bandejas que había en la mesa, desvió las balas que iban dirigidas a él y usando los tenedores y los cuchillos como arma, los lanzo hacía los guardias acertándoles en la cabeza o en el cuello y acabando con ellos en menos de 5 minutos. Ya todos muertos, se marchó de esa habitación dejando atrás a todos los cadáveres de quienes se enfrentaron al él y continuo caminando hasta detenerse delante de la puerta de la habitación en la que se encontraba el príncipe.

 

Cuando la abrió vio al príncipe golpeado y magullado. Esa imagen lo enfureció tanto que una aura maligna se arremolino a su alrededor. Entró lentamente en la habitación apreciando por el rabillo del ojo como lo que parecía un cuadro en la esquina de la habitación se movía un poco por ello dio un salto hacía atrás esquivando los disparos de los soldados que estaban escondidos en el cuadro. Sacó rápidamente 5 cuchillos de su manga y se los lanzó a los soldados acabando con ellos para después poner atención en su príncipe y Azzurro que lo miraba con miedo.

 

- ¿Pero…qué eres? ¡¿Qué eres tú?! – gritó aterrorizado Azzurro retrocediendo hasta chocar con la pared.

 

- Solo soy un simple mayordomo.-dijo mirándolo furioso.

 

- No puede ser.-dijo cayéndose al suelo.

 

Sebastian se llevó al príncipe en brazos, no sin antes encargarse de que Azzurro pagara por haber hecho daño a su príncipe.

 

En el camino de vuelta hacía el palacio Ciel se quedó dormido en los brazos de Sebastian debido a los golpes que le habían dado. El príncipe se acurruco más en el pecho de Sebastian quien sonrío tiernamente y le dio un beso en la frente haciendo Ciel sonriera.

 

Cuando llegaron al palacio, Sebastian dejó a Ciel en su habitación no sin antes curar sus heridas para después excusarse ante el rey diciendo que el príncipe se había hecho daño al caerse del caballo en su clase de equitación. El mayordomo se fue a su habitación pasando antes por la habitación del príncipe para verlo por última vez en la noche y darle un último beso en la frente.

 

- Buenas noches mi príncipe- susurro amorosamente sin notar que Ciel se había dado cuenta de lo que había hecho.

 

A la mañana siguiente el príncipe le costaba mirar a su mayordomo a la cara, ya que no podía evitar pensar en lo que había hecho su mayordomo la noche anterior y en el sentimiento que cada vez crecía más en su pecho, el cual seguía sin saber que era.

 

El día transcurrió lleno de lecciones las cuales eran enseñadas por su mayordomo que también era su tutor privado. Dio clases de Geografía, Literatura, Economía, Historia, Esgrima y Etiqueta que si de por si ya eran aburridas y pasaban lentamente, estas se le hicieron eternas. El príncipe intentaba que Sebastian no se diera cuenta del sonrojo que aparecía cada vez que lo miraba por lo que se mostraba distante con su mayordomo, extrañándolo.

 

Por la noche, cuando acabaron las lecciones Ciel se iba a ir a su habitación pero Sebastian lo llevó a una zona apartada del jardín que a esa hora con la luna brillando en el cielo hacía que las rosas blancas parecieran grises y que las hojas de los árboles brillaran por las gotas de agua que pendían de ellas, haciendo que el jardín se viera misterioso y hermoso.

 

- Mi príncipe, ¿está bien? - dijo Sebastian preocupado, ya que Ciel había estado toda la mañana distraído por algún motivo que el desconocía.

 

- Cla…claro -dijo Ciel sonrojado al estar solo con su mayordomo en ese lugar

 

- Le he notado muy distraído y distante, ¿acaso hice algo que le pudo haber molestado? - dijo con un deje de tristeza.

 

- ¡No! - dijo Ciel alterado -Es decir, no has hecho nada que me moleste y no quiero que pienses algo como eso - dijo mirando hacia otro lado ocultando el sonrojo que se hacía cada vez más notario.

 

- Aun así, ¿está bien? - dijo Sebastian poniéndole una mano en el hombro.

 

- Si - dijo a la vez que se ponía tenso por ese toque.

 

- Lo digo porque está muy rojo- se acerco al príncipe y apoyo su frente en la de Ciel haciendo que se sonrojara aún más - Esta muy caliente, ¿habrá cogido un resfriado? - dijo pasándole una mano por la mejilla.

 

- Déjame, estoy bien - dijo dándole un manotazo a la mano de Sebastian, haciendo que este abriera los ojos como platos ante el trato recibido.

 

- Perdóneme - dijo volviendo a la compostura propia de su cargo - me retiro si no me necesita. Si me disculpa - dijo a la vez que hacia una reverencia con su mano derecha sobre su pecho antes de marcharse de aquel lugar.

 

Ciel se quedó un poco en shock, él no había dicho eso para que se fuera y menos para ofenderle, así que corrió hacía él cuando lo vio irse de su lado.

 

- ¡Sebastian, espera! - gritó Ciel yendo detrás de él  haciendo que Sebastian se girará recibiendo en sus brazos a Ciel que no pudo frenar a tiempo para no chocarse con él.

 

- ¿Se encuentra bien? - oyó que dijo Sebastian ya que había cerrado los ojos instintivamente esperando el golpe.

 

- Si - dijo Ciel abriendo los ojos y levantando la cabeza para mirarle a los ojos.

 

Se quedaron mirando sin querer separarse de ese abrazo hasta que fueron acercándose sus rostros buscando los labios del contrario para fundirse en un beso tierno lleno de amor. Cuando la falta de aire se hizo presente, se separaron lentamente no queriéndose separar.

 

- Príncipe - dijo Sebastian en un susurro todavía cerca de la cara de Ciel.

 

- Perdón, no debería haber hecho eso - y con esa frase se separó de Sebastian y hecho a correr hacia el palacio queriendo encerrarse en su habitación.

 

Sebastian al ver que se iba corrió tras él con la esperanza de aclarar sus sentimientos de una vez por todas. Llegando hacía una parte más visible del jardín, alcanzó a Ciel y le cogió del brazo para que se detuviera.

 

-¡Espere! - dijo Sebastian desesperado - Necesito decirle algo.

 

-¿El qué? - dijo Ciel cabizbajo pensando que se burlaría de él por esos sentimientos, que sin saber que significaban, mostraba hacía él.

 

-Te amo - le susurro en su oído dejando impresionado a Ciel - solo era eso.

 

Con solo esas palabras, Sebastian hizo que ha Ciel le empezará a latir el corazón como loco. Esos sentimientos que desde hace tiempo tenía y que no sabía que significaban, en un momento había averiguado que eran. Esos sentimientos que afloraban al estar cerca de Sebastian o con solo mirarlo, significaban el amor que sentía hacía él. Por una vez en mucho tiempo, le sonrío a Sebastian y se abrazó a él, sorprendiéndolo.

 

-Yo también -dijo Ciel escondiendo su rostro en el pecho de Sebastian.

 

Enternecido por ese gesto, Sebastian sonrió con ternura y levanto el rostro de Ciel para darle otro beso, demostrado así su amor.

 

Mientras en otra parte de ese mismo jardín, el príncipe Vincent caminaba por los jardines para despejarse tras recibir una amarga noticia. Para reafirmar la paz con el reino vecino su padre le había dicho que se tenía que casar con la princesa Elizabeth Middleford, una chica de 14 años de pelo largo rubio que llevaba recogido en dos coletas, de ojos verdes como esmeraldas, que se vestía con colores alegres y llamativos.

 

Vincent le daba vueltas a esa noticia, con tal de encontrar una excusa para no casarse hasta que vio una escena que le impactó. Su hermano Ciel, besándose con su mayordomo Sebastian.

 

- ¡¿Pero qué es esto?!- gritó provocando que los dos se separaran y lo miraran asustados- ¡Dos hombres besándose! ¡Es impuro!

 

 Vincent se acercó Ciel y le cogió el brazo para llevárselo se allí pero antes le dio un fuerte cachetón a  Sebastian. Ciel se resistía, sabía que si su hermano se lo decía su padre seguramente ejecutaría a Sebastian y eso no lo podía permitir.

 

- ¡Hermano, por favor escúchame! ¡Yo lo amo y él a mi, tan malo es que nos amemos!- dijo alterado Ciel intentando hacer entrar en razón a su hermano.

 

-¡Sí es malo, va contra la iglesia, es impuro lo que sientes por él!- dijo Vincent sin dejarse convencer- ¡Ya veras lo que dirá padre sobre….

 

No pudo continuar, al estar discutiendo con su hermano tropezó y cayo en la fuente del jardín, dándose un fuerte golpe con el fondo que lo dejo inconciente provocando que se ahogara.

 

- ¡Hermano, hermano! – gritó Ciel al ver como el agua de la fuente se teñía de color rojo.

 

- ¿Qué ocurre príncipe? - preguntó Sebastian que vino corriendo al oír lo gritos de desesperados del príncipe.  

 

Este al ver al príncipe Vincent se metió en la fuente para sacarlo con la esperanza de salvarlo pero era demasiado tarde, el príncipe ya no respiraba, estaba muerto.

 

- Príncipes, príncipes - llegó la guardia de palacio que al ver a Sebastian con el príncipe muerto entre sus brazos se creyeron lo peor por lo que un de ellos cogió al príncipe en brazos mientras los demás apresaban a Sebastian.

 

- ¡No! Sebastian no ha hecho nada, ha sido un accidente ¡Soltadlo!- ordenó Ciel con lágrimas en los ojos.

 

- Eso lo tendrá que juzgar el rey, lo siento- dijo uno de los guardias mirándolo con pena.

 

Los guardias se llevaron a Sebastian a las mazmorras metiéndolo en una de las celdas malolientes en la que solo había una ventana pequeña con barrotes y en la que no había ningún tipo de mueble, donde la única forma de dormir era en un rincón lleno de paja.

 

Ciel enojado y preocupado se fue corriendo al salón del trono donde se encontraba su padre hablando con un guardia. Al terminar de hablar lágrimas silenciosas bajaron por las mejillas del rey que se había enterado de la mala noticia, su hijo mayor había muerto y lo había matado Sebastian, según le habían contado.

 

- Ciel, lo siento mucho - dijo el rey derramando más lágrimas por la muerte de su hijo.

 

- Padre, sé que estas triste por la muerte de hermano, y yo también lo estoy  pero no debes culpar a Sebastian por ello.- dijo limpiándose las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos.

 

-¿Y por qué no?- dijo triste el rey todavía pero al  oír hablar así a su hijo se puso serio.

 

- Porque no fue su culpa. Vincent  tropezó y  cayó a la fuente. Yo estuve allí, por ello Sebastian no es culpable… si deseas culpar a alguien cúlpame a mí- dijo triste esperando la reprimenda de su padre.

 

- ¿Tuya? ¿Por qué?- dijo extrañado el rey- Mis soldados vieron a Sebastian con Vincent entre sus brazos muerto. Sé que le tienes cariño al mayordomo pero no has de mentir para protegerlo y menos cuando ha cometido un crimen tan grave.-dijo poniéndose cada vez más serio llegando al enfado.

 

- Pero, padre….

 

- No Ciel, basta no quiero más mentiras.- sentenció el rey- Vete a tu habitación ahora.

 

- Pero escúchame padre, no fue eso lo que pasó- intentando convencer a su padre sin conseguirlo.

 

- He dicho que no, Ciel. A tu habitación ¡Ahora!- subió el tono de voz advirtiendo a su hijo que no insistiera.

 

Ciel no pudo rechistar y se fue  a su habitación, enfadado y triste, con lágrimas en los ojos. Temía por su amado, no podía evitar pensar en lo que le sucedería por lo que cuando llegó a su habitación se tumbó en la cama sin poder parar de llorar.

 

El rey Vincent I se quedó solo en el salón del trono, pensando en lo que había ocurrido. Se sentía desdichado, primero había sido su bella esposa que la había abandonado en un accidente cuando iba a casa de un pariente lejano. Ahora era su hijo mayor el que le había abandonado y todo era culpa de ese mayordomo.

 

Después de esa reflexión, el rey bajo a las mazmorras, a la celda de Sebastian y hablo con los guardias que la custodiaban.

 

- Torturadlo. Quiero saber para quien trabaja, porque mato a mi hijo. ¡Quiero saberlo todo!- ordenó el rey queriendo vengar la muerte de su hijo.

 

- Pero… su majestad, ha sido su más fiel sirviente y el protector del príncipe Ciel. ¿Por qué querría matar a su hijo mayor?- le intentó convencer un guardia al ver que el rey estaba yendo demasiado lejos.

 

- Cállate, no estas aquí para darme tú opinión y ahora, haced lo que he ordenado- replicó el rey sin hacer caso al comentario del guardia.

 

- Si, su majestad.- dijeron los soldados haciendo una reverencia.

 

Las mazmorras del palacio eran las habitaciones más siniestras de todo Londres, pues en ella solo iban a parar las personas que osaban enfrentar a la familia real. Estas estaban provistas con todo tipo de máquinas de tortura para hacer confesar a los criminales y muchas de ellas dejaban al torturado a las puertas de la muerte. Pero estas solo se usaban para castigar a criminales con antecedentes graves por lo que el destino de Sebastian no estaba ligado a estas.

 

El rey tenía pensado otro castigo para él, aunque había matado a su hijo y estaba furioso por ello le debía mucho al mayordomo, no solo por salvarle la vida a él en una ocasión sino también por cuidar siempre de su hijo Ciel por lo que lo sacaron de la celda lúgubre y maloliente en la que se encontraba y lo llevaron a una sala en la que colgaban una cadenas de la pared, en la que le ataron por las muñecas y tobillos para después quitarle la camisa dejando al descubierto su torso.

 

- Si quieres acabar con esto rápido será mejor que confieses, ¿quién te contrato para matar a mi hijo?- preguntó el rey mirándolo con desprecio.

 

 Sebastian no articulo palabra y se quedo callado mirando al suelo. El rey, al ver esta actitud hizo un gesto al guardia que sostenía el látigo, indicándole que comenzara a darle latigazos que dejaban heridas profundas en la piel de Sebastian.

 

- ¿Quién te contrato?, ¿quién te dijo que mataras a mi hijo?- repetí el rey cada vez más enfadado.

 

Pero Sebastian no emitía ningún sonido, lo único que pensaba era en su amado niño, en lo que debería estar sufriendo, en las ganas que tenía de consolarlo y decirle que no se preocupara por él pero sabía que sería inútil si le pedía una audiencia al rey con él. No podía dejar que el rey se enterara de su relación por lo que intentaba no emitir sonido alguno para proteger a Ciel.

 

Cada vez la heridas sangraban más, cada la latigazo era como si le cortaran con el cuchillo más afilado que se pudiera encontrar causándole cada vez más daño. Pero el seguía sin hablar haciendo que el rey se pusiera más furioso a cada instante que pasaba pero Sebastian intentaba pensar en los momentos que había pasado con su príncipe hace pocos horas.

 

Pero en otra parte del palacio, ajeno a lo que sucedía en las mazmorras, se encontraba Ciel pensando en una manera para salvar a Sebastian del injusto destino que había decidido su padre.

 

Se encontraba revisando algunos libros buscando alguna información que pudiera ayudar a su amado hasta que oyó un fuerte grito que le hizo pensar lo peor, corrió lo más rápido que pudo hacía las mazmorras del palacio llegando exhausto a la sala de tortura. Lo que vio lo dejo en shock, su amado mayordomo estaba con numerosas heridas en su torso de las cuales salían hilos de sangre que iban a parar al suelo.

 

- ¡Padre! - grito Ciel haciendo que pararan los latigazos del guardia y que Sebastian le mirara con pena por tener que verlo en ese estado- ¿Qué estas haciendo?

 

-¡Hijo! ¿Qué haces aquí? No deberías ver esto- dijo a la vez que le cogía el brazo para llevárselo de ahí.

 

- ¿Cómo que no lo debería ver? ¿Por qué no debería ver lo que le esta haciendo a un inocente?-dijo Ciel mirando con desprecio a su padre.

 

- Ya hemos hablado de ese tema y Sebastian es un asesino, fin de la discusión.-dijo el rey soltándolo al llegar a su habitación.

 

-¡No hasta que sueltes a Sebastian!- repetí el príncipe.

 

- He dicho que no, y será mejor que te prepares- dijo el rey saliendo de la habitación.

 

- ¿Prepararme? ¿Prepararme para qué?- dijo extrañado Ciel.

 

- Deberás ocupar el lugar de tu hermano casándote con la princesa Elizabeth- dijo el rey sentenciando el destino de Ciel.

 

- ¡No! No lo haré y no me obligarás- replico el príncipe más que furioso al no ser escuchado por su padre.

 

- Te casaras o verás lo que puedo hacerle al mayordomo que defiendes con tanto ahínco- amenazó el rey para después salir de la habitación.

 

- No voy a dejar que le hagas más daño a Sebastian- murmuro Ciel para abrir la puerta de su habitación y hacer llamar una sirvienta de confianza.

 

A los 5 minutos de ser llamada una sirvienta llamada Maylene hizo su aparición en la habitación del príncipe.

 

Maylene era una joven de aproximadamente 20 años de piel pálida, de buena figura, vestida con un vestido largo azul  que le llegaba por debajo de las rodillas junto con un delantal blanco característico de la servidumbre, acompañado de unas gafas redondas que casi nunca dejaban ver sus marrones ojos, que muy rara vez eran vistos, por último su pelo era corto color granate, normalmente atado.

 

- ¿Me llamaba, su alteza?- preguntó la sirvienta sonriendo.

 

- Sí, necesito que me ayudes, eres la sirvienta en la que más confío. Quiero que prepares un carruaje, lo más discreto posible para el martes. No puede verte nadie y no se lo puedes decir a mi padre- dijo Ciel rayando la suplica- ¿Me has entendido?

 

- Si, su alteza. Yo nunca lo traicionaría- contestó Maylene

 

Y con esa frase, salió de la habitación no sin antes hacer una reverencia. Arreglado ese punto lo único que tenía que hacer Ciel era esperar al martes.

 

El martes llegó más rápido de lo pensado o eso le pareció a Ciel. Su padre se había ido de caza con el rey del reino vecino y con toda la corte de ambos reinos. El príncipe aprovechó esta situación para salvar a su amado por lo que bajo a las mazmorras a reencontrarse con él.

 

Bajó con cautela aún sabiendo que los guardias no estaban ya que el rey después de estar torturando a Sebastian por casi dos días enteros, lo había dejado tranquilo para que se recuperara de sus heridas. Ciel entró en la celda viendo con tristeza a su amado ya que se culpaba por su situación.

 

Sebastian, al notar que alguien encapuchado se acercaba se preparo para seguir con las tortura pero se llevó una sorpresa al ver quien había entrado en la celda.

 

- ¿Que hace aquí? No debería venir a verme o se meterá en un lío- dijo sin salir de su asombro.

 

- No me importa meterme en un lío- dijo a la vez que desataba a Sebastian, el cual había sido atado por precaución.

 

- Pero…

 

- Sin peros, no me importa meterme en un lío si con ello puedo estar contigo. Te amo y no me voy a quedar de brazos cruzados sin hacer mientras tú estas aquí injustamente- dijo mirándolo a los ojos a la vez que lo atraía hacía él para darle un beso.

 

Sebastian correspondió al beso bastante sorprendido pero no iba a negar que palabras como esas hacían que el mayordomo se enamorara más del príncipe.

 

- Mi príncipe, yo…- no le salían las palabras.

 

- Llámame Ciel- dijo el príncipe con una sonrisa.

 

Con esa frase termino de desatar a Sebastian y le ayudó a levantarse. Este seguía débil pero aún así se levantó y siguió a Ciel escaleras arriba para salir de las mazmorras.

 

- Sé que estas débil pero hay que darse prisa. Venga, vamos- dijo Ciel ayudando a Sebastian a ir más rápido.

 

Subían lo más rápido que podían pero lo que no se esperaban es que un par de guardias bajara a vigilar a Sebastian. Estos al ver a Sebastian fuera de su celda se lanzaron a por lo dos.

 

- Ponte detrás de mí.- dijo Sebastian a la vez que ponía detrás de si a Ciel.

 

Sebastian dirigió hacía los guardias que le atacaron pensando solo en que era un prisionero fugado. El primer guardia atacó con un rápido movimiento de espada que Sebastian logró esquivar haciendo que el guardia cayera por las escaleras soltando su espada que cayó cerca de Sebastian, el cual la cogió y se puso en guardia para hacer frente al segundo guardia.

 

Este fue mucho más precavido pero no fue lo suficiente bueno para vencer a Sebastian con la espada que le ganó con una simple estocada en un momento en el que el guardia había bajado la guardia.

 

- Hay que darse prisa- dijo Sebastian a la vez que cogía la mano de Ciel y lo sacaba de allí.

 

Corrieron hasta salir fuera de las mazmorras encontrándose con otro guardia que fue a dar la voz de alarma. Corrieron más rápido hasta llegar al carruaje que había preparado Maylene obedientemente.

 

-Sube Ciel -le dijo Sebastian abriendo la puerta del carruaje.

 

- Pero…- dijo mirándolo preocupado.

 

- Por favor no me hagas repetirlo sube, no te preocupes estaré bien.- tranquilizó Sebastian al príncipe.

 

Ciel subió al carruaje sin rechistar y Sebastian condujo el carruaje. Multitud de guardias salieron de todas partes que disparaban para detener al carruaje. Por poco no consiguieron salir del palacio, así que cuando creyeron que estaban a salvo, Sebastian fue frenando en el paso peligroso de un acantilado. Lo que no se esperaban era que apareciera un jinete que les disparó provocando que los caballos se descontrolaran haciendo que el carruaje cayera por el acantilado.

 

Los guardias creyendo que Sebastian había muerto volvieron a palacio a darle la mala noticia al príncipe Ciel pero al llegar no encontraron a nadie de la familia real en el, salvo por una carta dirigida al rey de su hijo.

 

Cuando el rey llegó a palacio, los guardias le contaron lo que había ocurrido y le entregaron la carta de su hijo que ninguno de ellos se había atrevido a leer. El rey leyó la carta en la que Ciel le explicaba a su padre sus sentimientos por Sebastian, la muerte de su hermano y el plan para sacar a Sebastian de la celda. Este al leer esto, se sumió en la más profunda de las tristezas volviéndolo loco y llevando a su reino a una pobreza extrema. Al ver esto, su prima creó un consejo en el que todos estuvieron de acuerdo de destronar al rey de su cargo coronándola a ella como reina, mientras que a su primo acabó en un manicomio loco por la pérdida de su familia.

 

Actualmente, no sé sabe si a ciencia cierta lo que de verdad les paso a los amantes, ya que nunca se encontraron los cuerpos. Algunos dicen que tanto el príncipe como el mayordomo murieron en la caída pero otros afirman haber visto a los amantes juntos, paseando por las calles de Londres. Aunque esto no sé sabe si es cierto.

 

Vosotros que pensáis, ¿murieron o se salvaron? Os dejo con la intriga.

Notas finales:

Sebastiana: Te has cansado ya?*pregunto mientras veía como lala venía caminando axfisiada*

lala-sama: N.no.. te pillaré, lo juro*dijo arrastrandose por el suelo hasta quedarse quieta*

Sebastiana: Será mejor que te lleve a casa, esperamos que os haya gustado y que si quereis más historias escritas por las dos, avisadnos con uno reviews.Sebastiana se despide. Chao, chao.*cogio a lala y se la llevo de allí.* 


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