El juez al despertar de inmediato se dirigió a la habitación del joven, pero para su sorpresa no había nadie, la cama estaba hecha y la habitación sola. Pensando en que alguien pudo entrar y llevárselo, corrió hacia afuera, deteniéndose en seco al verlo sentado en la entrada del templo de Ptolomea. Aquel joven sostenía una rosa roja en sus manos, a lo cual el juez recordó el momento en que lo vio por primera vez, su belleza le cautivo enseguida pero lo que termino por doblegarlo fue aquel indomable espíritu que poseía piscis. Sonrió un poco para sus adentros tras contemplar aquella escena y sin hacer ruido se dispuso a regresar a su habitación, encontrando aquel pergamino, el cual tomo en sus manos y refunfuñando mientras lo leía se fue a la primera prisión. Estaba consciente de que estaba exponiéndose a críticas por parte de sus hermanos pero aun así su prioridad para esos momentos era tener a salvo a su querido dorado.
Estando en la sala del juicio recibió la visita de Hades, quien personalmente fue a ver en que estado se encontraba aquel lugar, pues tanto Aiacos como Radamanthys habían comenzado a hablar sobre el abandono de su trabajo por parte de Minos. El espectro al ver a su señor se inclinó ante el como señal de respeto. – Mi señor Hades, es una sorpresa verlo lejos de su morada. A que debo este honor?-
El señor del inframundo reviso con la mirada todo mientras hablaba: - Minos, llegaron a mis oídos rumores de que habías abandonado tú puesto. Cuál ha sido el motivo?-
El juez levanto la mirada hacia la contraria mientras hablaba: - en parte tiene razón mi señor, había acudido poco ha juzgar almas ya que mi marioneta no se encontraba en el mejor estado. Es un premio que usted me ha dado y no quiero verme malagradecido si llego a descuidarlo..-
La deidad bien podía leer la mirada en los ojos de su espectro más fuerte, reconociendo aquel sentimiento, uno similar al que la deidad llego a tener por el caballero de pegaso. – Minos, te has enamorado acaso de ese dorado?- cuestiono Hades enseguida, dejando mudo al juez. – No me interesa si ese humano te importa o no, pero si descuidas tu puesto y tus obligaciones seras severamente castigado.- El dios se retiro tras aquello, regresando a su morada en el corazón del inframundo mientras Minos continuo juzgando las almas infortunadas que estaban allí.
Al caer la noche Minos estaba de regreso tras una ardua jornada juzgando almas, Albafika le esperaba con la cena lista en el comedor. Ante aquello el juez sonrío cubriendo aquel gesto con sus manos. Pronto comenzaron a comer sin mas, de repente el joven Albafika musitó viendo su plato: - No quiero que te quedes a cuidarme- suspiro pesadamente el de piscis pues aquello salió de su boca sin pensarlo - Minos eso tendrá repercusiones para ti, eres el único que me trata bien aquí, si algo te pasara yo… yo me sentiría muy triste y angustiado-. Esas palabras hicieron sonrojar un poco a Albafika, que ocultaba su rostro en el celeste cabello largo, el peliblanco vio ese gesto muy tierno pues era la primera vez que el menor confesaba algo así, mejor aun, era la primera vez que le llamaba por su nombre, significando mucho para su persona se levantó de su lugar caminando hasta donde estaba el otro y sin poderse contener tomo de la barbilla al peliceleste con dos dedos, elevándole su rostro hasta poderlo observar completamente, bastaron unos segundos para que el juez reaccionara, plantándole un beso tierno y delicado en los labios, saboreando aquel dulce néctar que desde hacía mucho deseaba. El joven se sintió confundido aunque no trato de separarse del mayor, cuando Minos por fin cedió noto aquella expresión en sus ojos, `pasando una mano en una suave caricia por la mejilla nívea de su marioneta.