POV: Sebastian
-¿Dónde estoy?- estaba oscuro, no se distinguía más que el negro de la habitación. No sabía dónde estaba, no recordaba nada… aunque poco a poco fui recordando todo. Recordé entonces mi muerte, la sangre tiñendo de rojo la fría y blanca nieve y… las lágrimas de Ciel…-¿Dónde estoy?
-Sebastian Michaelis- hablo una voz fría, sin sentimientos, capaz de helar la sangre a cualquiera que la escuchara- Veo que has regresado al infierno al que perteneces- en ese momento apareció frente a mí la figura de un hombre muy parecido a mí, pero de más edad.
-Padre… por favor… déjeme volver con él- me sorprendí de mí mismo. Yo que juré nunca rebajarme ante aquel hombre al que odiaba estaba rogando que me dejara ir con ese pequeño que me había vuelto loco, aquel de quien me había enamorado perdidamente.
-Volverás, hijo mío… un demonio enamorado no me sirve de nada… pero deberás cumplir un reto…
-¿Cuál es?- por un momento sentí esperanza, eso era lo único que necesitaba y haría lo que fuera con tal de volver a ver a Ciel.
-No te dejaré donde esta ese mocoso, tendrás que buscarlo. Podría estar en otra casa, otra calle, otra ciudad, otro país o incluso otro conti…
-¡Lo haré!
-Sí que te has enamorado demonio… Sólo te aviso que, si lo quieres vivo, tendrás que encontrarlo antes de que pase una semana ya que él se suicidará en exactamente siete días… -dijo con cierto tono de burla y yo me quede helado ¿acaso Ciel pensaba suicidarse por mi muerte?- te permitiré seguir siendo un demonio, así que deberías estar agradecido Sebastian- al decir esto el paisaje cambió, ahora me encontraba en un campo de flores. Debo admitir que era un lindo lugar, pero algo en especial atrajo mi atención. Una rosa silvestre, la favorita de Ciel.
-Ciel… - corté la rosa, la observe por unos cortos segundos y la atraje a mi pecho como si de ese orgulloso conde se tratara mientras susurraba- No hagas algo estúpido amor… pronto estaré junto a ti.
*Mansión Phantomhive*
POV: escritora
La blanca nieve adornaba la mansión, el sol brillaba y se podía respirar un ambiente de paz. Excepto por una persona que se encontraba hincada en la nieve, ahora teñida de rojo, sin dar señales de querer moverse de ahí. El joven conde llevaba cuatro horas ahí, ya no lloraba, sólo miraba la roja nieve sin decir palabra. El cuerpo del mayordomo había sido retirado hace algunas horas pero Ciel no podía apartarse de ahí, como si creyera que por estar ahí Sebastian regresaría.
-Vamos Shieru, si te quedas más tiempo aquí te enfermaras- hablo Elizabeth con un tono más que alegre, como si nada hubiera pasado, como si Sebastian nunca hubiera existido. El oji-azul sintió como la cálida mano de la rubia lo tomaba por el hombro y se levantó sin mostrarle expresión alguna- ¡Al fin me escuchas! Vamos adentro para…- no pudo acabar la frase ya que la mano de Ciel se estampo fuertemente contra su cara.
-Te odio Elizabeth Middleford, te odio tanto como a las personas que mataron a mis padres…- Elizabeth comenzó a llorar y a gritar, pero el joven conde ya no la escuchaba. Comenzó a caminar y se alejó de ella. Llegó inconscientemente a un punto alejado del jardín y se dejó caer al suelo llorando- Sebastian…- en ese momento vio una única flor en ese lugar, una rosa silvestre. Sin saber porque la cortó y la atrajo a su pecho, como si así se sintiera más cerca de su demonio- te necesito Sebastian… quiero estar contigo...
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Pasaron los días y Ciel se sumía cada vez más en la depresión, no salía de su habitación y no comía. También había prohibido la entrada de Elizabeth a la mansión. Un día no aguantó más, siete días habían pasado y él ya sentía que hubieran sido años. Tomo una hoja blanca y comenzó a escribir.
“Ha pasado una semana desde la muerte de la persona que más he amado, y esa semana ha sido mi infierno. Cada mañana despierto con la esperanza de que todo haya sido un sueño, de verte ahí dándome los buenos días con tu hermosa sonrisa que me encanta… pero ya no estas más conmigo…
En cuanto a mí… cumpliré mi palabra. Sebastian, te amo… y de ser necesario… te seguiré hasta el mismo infierno…
Ciel Phantomhive.”
Entonces el joven conde tomo la afilada daga con la que días atrás habían atravesado el pecho de su amado y la dirigió a su muñeca con un poco de miedo, haciendo una ligera presión logró que un poco de ese líquido carmesí. El pequeño conde estaba a punto de terminar la acción cuando escucho algo que lo dejó helado.
-¿En verdad piensa arruinar mi esfuerzo en encontrarlo a tiempo?... bocchan…-El oji-azul no podía creerlo, Sebastian estaba parado frente a él, recargado en el marco de la puerta- ¿acaso no piensa saludar a su mayordomo, bocchan?
-Sebastian… n-no es posible…
-¿No es posible?-dijo el mayor mientras se acercaba a Ciel, abrazándolo- siempre estaré contigo…
Con un beso sellaron ese eterno pacto.