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Error por Sarabi22

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Notas del capitulo:

Ciao! Sigo viva y os traigo un nuevo capítulo de "Error", del cual estoy, la verdad bastante orgullosa.

Os prometo 'plot twist's y la verdad es que estoy intentando hacer crecer a Ieyasu como personaje y persona (a ver si el experimento sale bien).

Espero que no haya nada de Ooc porque es algo que no soporto y estoy intentando hacer a los persoanjes tan fieles como puedo al canon, claro con las variaciones que da terner unas infancias y experiencias vividas tan completamente distintas.

Nos vemos abajo!

Hayato estaba acorralado, jadeante e intentando no hacer ruido, trataba desesperadamente de evitar a Alice y conseguir lanzar un ataque sorpresa.

La muchacha no era exactamente normal, usaba llamas como Tsuna y Angelo, pero eran de un tipo que no había visto nunca en la familia Arcobaleno Di Notte, de un rojo furioso que parecían devorar como pirañas aquello contra lo que impactaba. No sabía cómo combatir contra su propio tipo de llamas; las llamas de la tormenta, o al menos, no sabía usando dinamita normal. No tenía una forma de canalizar sus llamas y si usaba la dinamita solo destruiría sus propias armas, las llamas de la tormenta destruían y no causaban explosiones necesariamente (ya lo había intentado una vez, el cartucho de dinamita había o bien explotado en el aire o en su cara).

—¿Es que todos usan las llamas? —. Si era así estarían en desventaja, Yamamoto no tenía ni la más remota idea de qué eran las llamas que habían usado Lambo y Sabina en su última pelea (aunque con un poco de entrenamiento lo dominaría, tal vez, pero eso no era algo que fuera a admitir ni para salvar su vida), el estúpido cabeza de césped no tenía esperanza por otro lado, Lambo había aprendido en su famiglia y él con Sieren y Reborn.

Sacó una de las piedras de Angelo, la había cogido deprisa y corriendo mientras se cambiaba de ropa, y se la apretó fuerte contra el pecho; el resplandor podría hacer que lo descubriera pero su prioridad era sanar sus heridas, ¿De qué le valía que Alice no lo descubriera si se estaba desangrando?

Mary had a Little lamb, —. Alice estaba cantando mientras recargaba sus cartuchos, una de las técnicas más sencillas para intimidar era el sonido, la presa sentiría el pavor del depredador acercándose e intentaría huir por instinto. Había usado esta técnica miles de veces, y tenía una probabilidad lo suficientemente alta para ser satisfactoria —. Its fleece was white as snow, yeah…

Alice no tenía recuerdos de su madre cantándole una canción de cuna, y menos “Mary had a Little Lamb”, pero por alguna razón eso la hacía aún más espeluznante; era una canción cuyo propósito era calmar y hacer que el infante al que se la cantase se sintiese seguro. Usando esta melodía en un contexto como el presente solo recordaría a su víctima que lo que sentía estando escondido era una falsa seguridad, frágil y que colapsaría cuando ella se hubiese cansado de jugar; para más efecto, sus pasos resonaban claros y lentos por los pasillos y salas en las que entraba (le había costado años de entrenamiento aprender cómo hacerlo).

—Vamos, corderito —. Si había juzgado bien a ese chico una herida en su enorme ego le conseguiría hacer perder sus papeles durante aunque fuera un momento.

Hayato le dio un codazo a la estantería.

La sonrisa de Alice era el fantasma de la de Revy.

Found you —. Alice iba a disparar a la estantería, una explosión a su derecha hizo que le cayera otra encima. El chico usó la distracción para huir, quizás tuviera un ego del tamaño de un caballo pero apreciaba su vida lo bastante.

Claro que no siempre había sido así, Shamal le había dejado tirado cuando era un niño al aparecer  un día con un brazo roto y sin que le importara porque les había dado una paliza con su dinamita a unos idiotas que se habían burlado de él.

Cuando llegó a casa de los Arcobaleno Di Notte más tarde Angelo le dio una paliza a él sin tener en cuenta el brazo roto. Tsuna tuvo que pararlo, porque iba a romperle el otro también; pensándolo una vez pasado el tiempo había sido una de las peores maneras de llamarle la atención sobre su propensión al auto-sacrificio, pero efectiva.

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Espero que no siga siendo el idiota con complejo de mártir —. Angelo pensaba en voz alta de vez en cuando, no siempre pero sí cuando pensaba que sus tribulaciones eran necesarias. No sería una batalla fácil y probablemente Hayato perdería pero solo esperaba que no saliese especialmente herido, o al menos que no fuese su auto-sacrificio lo que hiciera que tuviera que tratarlo de urgencia. Si llegaba a ser así, Angelo estaría muy, pero que muy cabreado… quizás lo suficiente como para dejarlo desangrarse y que se lo llevaran al hospital.

Hayato era de la familia, sí; pero si no entendía que esta pelea no servía para nada si moría por las buenas, quizás lo hiciera por las malas.

—Creo que ya ha pasado esa fase —. Le intentó tranquilizar Tsuna, sin embargo, el murmullo en el que lo dijo. Él mismo no había estado muy seguro de ello, hacía tiempo desde que Hayato había sacado a relucir esa faceta suya, pero también había pasado como mínimo dos años sin necesidad de entrar en una batalla directa y en la que se arriesgara a morir.

Tsuna se mordía los labios, un hábito que había heredado de su madre, y, como a ella; le resultaba claramente quitárselo del todo. El rosa pálido de sus labios pasaba a ser un rosa más rojizo y se le hinchaban un poco; sobre todo cuando estaba nervioso, para cuando Hayato hizo explotar la estantería a la derecha de Alice parecía le habían besado una y otra vez hasta dejarle los labios brillantes e hinchados, si no tenías en cuenta los múltiples pellejos que ahora se estaba entreteniendo en quitarse con los dientes frontales.

Estaba seguro que le saldrían heridas y Angelo y su madre lo regañarían, aunque eso no era argumento suficiente para pararlo en ese momento, cuando su amigo de la infancia y primo honorifico estaba jugándose la vida por él y la sucesión de la familia. Todo porque el idiota de Iemitsu no era capaz de asimilar que había crecido y no era ya, de ninguna forma, el niño que venía cubierto de heridas que no tenían nada que ver con una torpe caída.

Tsuna estaba seguro de que esa imagen de niño indefenso se había quedado grabada en su subconsciente y no podía aceptar que ya no era así; con el añadido de que era un calco de su amadísima y queridísima esposa Nana. Atrás, muy atrás, habían quedado los días en los que no podía defenderse temiendo que al día siguiente fuera peor; odiándose por las miradas llenas de lástima que recibía, incluso si eran bien intencionadas como habían sido las de Yuki y Aoi (no olvidaba lo buenas que habían sido con él en ese corto periodo que pasó en el centro de acogida); no eran bienvenidas de ninguna manera.

Es más era frustrante, le daban ganas de gritarle, de pegarle un puñetazo que le dejase la cara morada y posiblemente la mandíbula rota; era un periodo de su vida que había odiado durante mucho tiempo y que en los últimos años había aprendido a aceptar e incluso a “agradecer” ya que era lo que había llevado a Nana a dejarle en el centro de acogida y renunciar a su patria potestad sobre él (o al menos eso era lo que pensaba, nunca había llegado a entender del todo ese odio profundo que le tenía Nana); y por defecto había creado la oportunidad para que Sieren lo acogiese en su familia.

A veces, cuando acababa de llegar a la familia Arcobaleno Di Notte, se preguntaba qué hubiera pasado si Nana los hubiese querido a los dos o incluso si hubiera sido hijo único; algunas teorías que tenía y que se le hacían realistas eran que Ieyasu no lo odiaría y que Nana lo hubiera mimado.

De cualquier forma, su teoría sobre el odio que Ieyasu sostenía contra él se estaba probando cierta; mientras que cuando habían llegado a Namimori era hostil contra él y sencillamente horrible y, sinceramente, un hijo de puta; ahora lo ignoraba la mayor parte del tiempo, no le importaba las miradas que recibía de sus guardianes y cuando le encargaban llevar los materiales juntos no hacía ningún escándalo. Había sido ayer mismo que el profesor de Geografía les había dicho que trajeran las fotocopias y mapas necesarios para la clase; Ieyasu no había opinado, no le había gritado, ni amenazado, ni parecía nervioso; como si Tsuna fuera simplemente un compañero más, un extraño incluso.

Si dijera que esto le dolía estaría mintiendo, tampoco le molestaba necesariamente, pero era intrigante. Además, había realmente llevado a Sabina al hospital andando con Basil a su lado porque no podía sostener el paraguas. Tsuna suponía que en algún momento, mientras pasaban por las clases hacia la salida, había dejado de llevar a Sabina en brazos para subirla a su espalda y llevarla a caballo. Basil les había saludado con la mano antes de correr detrás de Ieyasu que no se había parado a pesar de la lluvia, solo había ajustado un poco la posición de la chica que llevaba a la espalda y había dejado que la tormenta lo empapase por completo en segundos. Al final, Basil lo llamó desde el hospital para hablar con Colonello y que le pasasen un mensaje a Lal, esa noche habían dormido ambos en el hospital.

Una serie de preguntas se alzaron en las cabezas de todos los miembros de su familia; la primer era si el apocalipsis estaba a punto de empezar y al día siguiente lloverían ranas. Tsuna en particular consideraba seriamente el peso de la influencia de Nana en todo esto. Ella lo odiaba, con todo su corazón; y él recordaba que felicitaba a Ieyasu cuando se peleaban y a él lo castigaba. Quizás estaba intentando (y consiguió) que su hermano pequeño también lo odiase. Pero sin ese estímulo, ya que ahora Nana e Iemitsu vivían separados, Ieyasu no tenía motivos para odiarlo… virtualmente hablando; pero no había tenido ningún problema en apuntar a Lussuria como una pistola para que dejase de pelear, ni le había cortado en insultar a Tsuna y su familia en el restaurante de los Yamamoto.

Claro que el hecho de que hubiese ayudado a Sabina no era razón para perdonarle todo lo que había hecho hasta entonces, pero daba una esperanza de que quizás, y solo quizás, Ieyasu no estuviese tan podrido como Nana o Kyoko, a falta de la madre.

No obstante, ese no era momento de preocuparse por su gemelo, su amigo y familia estaba siendo perseguido por una cabreada y sedienta de sangre mercenaria adolescente (pero ¿acaso no lo eran todos? Le recordó su mente).

.

La máquina de tornados empezó a funcionar. Justo en el momento en el Hayato le lanzó su última arma (que había desarrollado para volar en pedazos los aviones de papel que hacía Shamal).

Sus cohetes ahora podían cambiar de dirección en el aire e ir el doble de rápido debido a la pequeña propulsión que les había añadido. Siendo sincero, el entrenar con Shamal había sido más frustrante que productivo, puesto que la rabia e ira hacía su maestro le impedían pensar con la claridad que hubiera requerido inventar algo más aparte de los ya mencionados cartuchos de dinamita. Además también estaba el hecho de que pasaba más tiempo coqueteando con su hermana mayor que ayudándole y solo le daba respuestas crípticas y pervertidas “Es como pedirle salir a una chica” ¡Sus narices! Incluso después de desarrollar las bombas cohetes no tenía nada que ver con pedir a una mujer que saliera con él a cenar (y en el caso de Shamal rozaba el acoso).

Las dinamitas salieron despedidas hacia la pared y la volaron en pedazos. Los diversos cascotes y trozos de ladrillo, cemento, y, quizás, hormigón (posiblemente) no solo destrozaron la máquina sino que también activó una reacción que no debía haber tenido lugar por lo menos en dos horas más.

La carga explosiva de la máquina detonó y los lanzó a los dos por los aires.

El golpe los dejó sin respiración a ambos, a pesar de que habían salido volando en direcciones opuestas.

Alice perdió la conciencia por un segundo, al haberse golpeado un lado de la cabeza al chocar con la estantería. Sabía que debería estar agradecida porque los libros habían amortiguado la caída y que la estantería no estuviera atornillada al suelo era un plus ya que la había derribado en vez de romperse un hueso o dos contra el mueble de madera maciza. Tardó unos minutos en levantarse, en esos pocos momentos todo lo que sentía era una angustia que la llevó a rodar a un lado y vomitar sobre el borde de la estantería.

Cuando terminó de vaciar lo poco que tenía en el estómago tuvo que morderse la lengua para no chillar de dolor, tenía el brazo roto y probablemente necesitaría puntos de sutura, una de las placas de metal había salido despedida y se había clavado en la estantería donde lugares antes había estado una parte de su brazo izquierdo; el shock le había impedido darse cuenta de que la sensación húmeda que sentía era probablemente su sangre empapándola. Solo esperaba que no le hubiera seccionado la aorta o cualquier vena importante; su mente razonó que si fuera el caso tendría que estar congelándose ya por la falta de sangre y, aunque ciertamente veía borroso y estaba mareada, su equilibrio todavía aguantaba.

Hayato estaba en un peor estado que ella, no había tenido tanta suerte y había dado a parar contra los escombros. No se movía y estaba completamente laxo sobre los cascotes; tenía el cuello totalmente expuesto y una de sus piernas estaba atrapada bajo uno de los escombros, probablemente completamente aplastada. Debido a su posición, un solo movimiento inconsciente hacia el lado equivocado y se precipitaría por el agujero de la pared hacia su muerte.

Un lado de la cabeza le sangraba profusamente y la morena no necesitaba ningún título médico para saber que las heridas en la cabeza, incluso si sangraban mucho más que las normales a pesar de que ser pequeña, no eran para tomárselas a broma. Se levantó y entre los libros, que se habían prendido fuego por las múltiples explosiones, llegó a donde estaba Hayato.

El humo cubría lo que antes podías haber llamado biblioteca y se escapaba por el agujero que había en la pared así como por las distintas ventanas que había explotado o estaban rotas como daños colaterales. Olía a dinamita, a papel quemado y a hierro; no era una mezcla que le gustaría oler más de la cuenta. Taponándose el brazo con la mano derecha se acercó al muchacho de pelo plateado, le rasgó lo que le quedaba de camisa y se hizo un torniquete a lo más chapucero y que aguantaría más bien poco, pero era mejor que nada.

Alice miró durante dos segundos a su rival, le arrancó el anillo del cuello y se lo guardó en el bolsillo.

Sacó su pistola.

Apuntó tan bien como pudo y disparó.

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—¡Hayato! —. Tsuna estaba histérico, no podía cruzar la frontera de rayos láser que lo separaba de su amigo. Claro que los brazos de Angelo también jugaban un papel importante en la tarea de mantenerlo en su sitio —. ¡Suéltame Angelo!

Miró a su hermano con la desesperación escrita en la cara y vio que le sangraba el labio inferior por lo fuerte que se lo había mordido, sus ojos verdes eran un mar de emociones que a cualquiera le parecerían de hielo excepto por su hermano. Ira, rabia, dolor, desesperación, y sed de sangre; el vivo reflejo de los suyos propios.

—Espera a que papà destroce el campo de fuerza —. Fue lo único que le dijo y Tsuna lo miró sin comprender por un segundo. ¿Esperar? ¡¿Esperar?! ¡Hayato estaba desangrándose con la única posible ayuda inmediata del enemigo!

Una explosión mucho más cercana y el repentino cambio de posiciones, Angelo se había dado la vuelta en el último segundo para escudar a su hermano de cualquier daño que hubiera podido ocurrirle si algo salía mal. La cabeza de Tsuna proceso de nuevo las palabras del moreno y tuvieron sentido; miró sobre el hombro de su hermano y vio que Reborn había volado las dos paredes que tenían las máquinas que creaban los rayos.

—Por favor, esperen si dan un solo paso fuera de esa zona Gokudera-sama estará descalificado —. Cerbello I se encontró con una mirada que podría congelar el mismo infierno y una pistola que apuntaba justo entre sus cejas.

Cocytus —. Segundos después una ola de frío polar se expendió por el piso en el que estaban.

Sieren no solía llamar a Cocytus, la verdad es que Angelo y Tsuna no la habían visto desde aquel incidente durante su infancia. Pero la cara feroz de Sieren era suficiente para decirles lo peligroso que sería ponerse en su camino. Los ojos rojos de la serpiente miraron a las juezas impasibles, ni siquiera se atrevía a sisear o quizás simplemente estaba esperando la orden que haría desaparecer a las mujeres de pelo rosa y ojos de marioneta.

—Traerás a Hayato Gokudera y a Alice Okajima Lee —. Era una voz suave, pero tenía el mismo tono final de una emperatriz dictando sentencia; no era una demanda, no era una sugerencia ni tampoco una petición; era una orden que sería llevada a cabo con efecto inmediato. Su palabra era ley.

—Escucho y obedezco —. La serpiente inclinó su cabeza con humildad y cerró sus ojos carmesí, rindiéndole así pleitesía a la emperatriz de las ilusiones; su ama y señora.

La serpiente pasó entre las Cervello y congeló sus piernas con un solo roce de sus escamas; pronto empezó a “desaparecer” y una niebla fría que parecía dispersarse y estar unida tomó su lugar. Ascendió y el techo se congeló como si fuera la gruesa capa de hielo que se forma en los lagos de los países del norte. Y como tal se rompió bajo el peso de dos cuerpos.

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Alice bajó la pistola, se había deshecho de los escombros que le impedían coger al chico. Se pasó el brazo izquierdo de su contrincante por los hombros y se levantó con él. Su brazo izquierdo gritaba agónico y no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas, a pesar de que se evaporaron antes de llegar más allá de sus pómulos, y un quejido estrangulado pasara por sus labios.

El humo ganaba densidad por momentos y el fuego le lamía la punta de las botas. ¿Quién le mandaría a ella ayudar a los demás?

Giró la cabeza en busca de una salida, se dio cuenta de que la coleta que llevaba al principio se le había deshecho y ahora el pelo suelto le caía sobre los hombros como una cascada de seda negra. La madre de Lásmita era de alguna forma ‘amiga’ de su madre, si se le podía llamar amiga a la mujer a la con la que te intentabas matar a diario, cuando su padre conseguía hacerlas parar y tomarse un descanso le aconsejaba sobre el cuidado de su piel y cabello. Aunque Revy consideraba que era estúpido e inútil a Alice le gustaba la sensación que le daba pasarse la mano por el pelo y encontrarlo sedoso y ligero como una pluma, por lo que daba especial énfasis a su cuidado.

Estaba casi segura de que la goma que llevaba se había reventado en algún momento entre la estantería que se cayó encima al principio y la explosión que había prendido fuego a la biblioteca.

Notó que tenía los pies fríos, lo cual no era ni remotamente lógico teniendo en cuenta que el fuego crecía por momento y estaba a menos de un metro del mismo. De pronto una niebla blanca congeló las mismas llamas y se presentó ante ella como una serpiente cuya cabeza era más ancha que su torso. Tragó saliva y se planteó saltar por la ventana y usar sus pistolas como propulsoras para amortiguar el impacto, por supuesto dejaría al chico allí, no era ninguna mártir ni mucho menos iba a proteger a alguien que hasta hacía unos minutos le había estado atacando con dinamita.

Era casi gracioso ver como todo se había convertido en un infierno en el simple espacio de diez, quizás quince, minutos.

No se dio cuenta de que el suelo a sus pies estaba completamente congelado, pero sí notó como la “serpiente” intentaba traspasar el suelo, a pesar de que no debería tener ningún problema siendo prácticamente niebla. Lo siguiente que supo era que estaba cayéndose por un agujero que antes no estaba.

No le hacía ninguna gracia el hecho de que se sintiera como Alicia en el País de las Maravillas, primero porque no era un conejo sino una serpiente lo que la estaba haciendo caer y segundo que la gravedad estaba muy viva y obviamente lo más seguro era que acabara con más de un hueso roto… si no la mataba el impacto.

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Cocytus creó un colchón de aire helado que hizo que a Tsuna le castañearan los dientes, pero lo que le importaba era que Hayato estaba “bien” o, al menos, vivo.

Corrió hacia su tormenta, estaba vez seguido de Angelo.

Las rodillas se doblaron bajo el peso de su cuerpo sin ser capaz de soportarlo por más tiempo, las manos le temblaban y el pánico y la histeria se negaban a abandonar su sistema nervioso. Angelo le cogió la cabeza entre las manos y enseguida empezó a aplicar tratamiento con las llamas del sol.

Alice por otro lado se levantó despacio, inestable como estaba le enseñó a las Cervello la otra mitad del anillo, quienes habían estado ocupadas quitándose el hielo que cubría sus piernas.

—Destruye esas malditas máquinas —. La serpiente desapareció por el agujero que había creado como la niebla que era en esos momentos su cuerpo, para cumplir la nueva orden que le había dado su señora.

Vongola, tanto el bando de Tsunayoshi como el de Ieyasu tenía las mismas ganas de asesinar a las juezas. Alice se conformó con dejar a una K.O. con el mejor puñetazo que podía lanzar en ese momento.

—Si alguna vez os vuelvo a ver, no os dejaré ir con tan solo una mandíbula rota —. Iván se acercó a la muchacha y le puso su abrigo encima, estaba temblando de frío como un efecto secundario del rescate que había hecho Cocytus.

Se desmayó en el sitio, pero el rubio platino la cogió en brazos, no le importaba que su abrigo estuviera casi empapado de sangre por un lado; Alice era más importante en ese momento.

—Basil, usa tus llamas para ralentizar el sangrado tanto como puedas; nos la llevamos al hospital —. Ieyasu no perdió tiempo, y Lal estaba gratamente sorprendida por ello. No esperaba que sus lecciones penetraran la dura cabeza del rubio, que hasta hacía un par de noches parecía estar hueca —. Lal, necesitamos un coche.

La exmilitar asintió cortamente y se fueron sin más escándalo. Era suficiente que Sabina se debatiera constantemente entre los delirios provocados por la fiebre y la consciencia vaga, durante la cual conseguían hacerle un chequeo, tal vez de ojos, de reflejos, incluso a veces lograban que comiera algo sólido; quizás era eso lo que había empezado a cambiar a Ieyasu, quizás fuera la preocupación que nacía cuando eras ese alguien que estaba siempre al pie de la cama, despertándose de golpe cuando un chillido agudo cortaba el silencio como un cuchillo y tenías que tranquilizar a alguien que te veía y no lo hacía al mismo tiempo.

Quizás, Ieyasu tenía corazón después de todo.

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—No me importa Nono —. Reborn dejó muy claro que no volvería a pasar por lo de hoy. No solo habían destruido una sección importante de una escuela y tendrían que pagar las reparaciones (si fuera solo eso no estaría buscando la localización exacta de Cervello como organización para hacerla desaparecer de la faz de la tierra); sino que casi mataban a uno de sus “alumnos”. Y eso, era la gota que había colmado el vaso —. No volveré a pasar por esto y mucho menos dejaré que mis hijos pasen por ello una segunda vez.

Angelo estaba exhausto tras tratar a Hayato, lo que había sido una grave herida se había reducido a una brecha. También habían descubierto que, interesantemente, Hayato tenía llamas del sol que habían protegido su cerebro de un daño mortal o grave. Básicamente había creado una capa protectora alrededor de su cerebro y solo se habían roto los huesos, que habían rebotado hacia afuera, por lo que Angelo había centrado su energía en regenerar dichos huesos, hasta que solo la piel era la que estaba dañada.

Después de eso lo habían llevado al hospital, esta vez no habían podido tapar del todo el incidente y al día siguiente estaría en todos los periódicos de la zona que debido a una explosión de gas que se había llevado por delante un piso de la escuela, contando las dos mitades de los dos pisos que habían sido destruidas por la explosión. La historia era que se le había olvidado un libro en la escuela y se habían colado Tsuna, Angelo y Hayato, mientras que Tsuna se había quedado en el patio con Angelo, Hayato había entrado y se había visto atrapado en la explosión junto con una alumna de intercambio (que había llegado al hospital medio desangrada unos diez minutos antes).

 

Nono no tuvo más remedio que estar de acuerdo con Reborn, iban a destruir a Cervello poco a poco, empezando por su reputación. Pero debían resistir durante el conflicto de los anillos como mínimo para que el submundo aceptara que sería una pérdida beneficiosa para su sociedad la eliminación de Cervello. Se jugaban la vida a diario como para que esas locas maniáticas aumentarán su tasa de mortalidad aún más.

Notas finales:

Frase del capítulo: "If they stand behind you, protect them. If they stand beside you, respect them. If they stand against you, defeat them."

Traducción: "Si están detrás de ti, protégelos. Si están a tu lado, respétalos. Si están contra ti, derrótalos."

No tengo ni idea de quien dijo eso, pero me pareció adecuado para este capítulo.

Espero que os haya gustado!

Ciao!


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