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Hado por AkiraHilar

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Tras ese incidente, la vida de Afrodita siguió desarrollándose con aparente tranquilidad y sin mayores sobresaltos. El perro llamado Cefeo no volvió a meterse a su pequeño jardín, sus rosas crecían fuertes y saludables y su trabajo iba mejorando. Incluso las llamadas de Saga habían disminuido dramáticamente y se había descubierto curado de aquella primera ansiedad de no recibir una cada semana.

Lo mejor había sido encontrar a un amigo en su nueva oficina, alguien que era tan homosexual como él y con quien hizo una química casi natural apenas tuvieron la primera conversación. Oriundo de Italia, le sorprendía como había ido desde lo malo a lo peor, tomando en cuenta las condiciones económicas de cada país. Lo que más le había llamado la atención es porque llamarse DM. Murió de un ataque de risa cuando, tras varias negativas de él, logró robarle la identificación de su billetera y ver la crueldad que le había hecho su madre con el nombre.

—Debemos admitirlo, ¡es divertido! —dijo tras un corto ataque más de risa, totalmente encantado de verlo tomar colores rojo a alguien que se mostraba al mundo como el ser más ruin del planeta (o al menos de la editorial)

Pero lejos de eso, DM (por cariño) era una persona muy fuerte, que había pasado por momentos muy intensos, difíciles y estado al borde de la muerte. No iba a sonreír si no era con sarcasmo, y ninguna broma debía ser tomada sin albur, pero si de algo estaba seguro es que DM estaba muy convencido de quien era y de en qué creía. Y esa fuerza de seguir sus ideales aunque fuera incorrecto para el resto le había dado la suficiente confianza para acercarse y convertirlo en alguien cercano.

La primera vez que lo vio, tuvo una empatía tan fluida que no le costó siquiera pensarlo. Al descubrir que le gustaba Lady Gaga y Madonna, en secreto, ¡supo que sería el amigo de su vida! Y que era gay, por supuesto. Al tiempo pudo considerarlo casi como su alma gemela perdida, era una lástima que su conexión no pasaba ni veía miras a algo sentimental profundo. Eran buenos amigos, pero definitivamente no funcionarían como amantes.

Menos teniendo los dos las costumbre de ir a la playa griega a degustarse la vista con cada espécimen que veían.

Afrodita podía agregar un paso dos para su libro de: como recuperar el autoestima después de una decepción amorosa en tres pasos. Uno, siembra una flor, la dos, busca un amigo (o vuelve al que dejaste) y comparte tiempo juntos. Mejor si es ligando.

—Me gusta ese. —Señaló con la copa de su trago hacia el bello espécimen de piel bronceada y cabello oscuro que corría tras la pelota del voleibol de playa.

—¿Todos tiene que ser grandes? ¡Muerde almohada! —Ante la réplica de su amigo, Afrodita se limitó a reír hasta las lágrimas.

—¿Y quién dijo que yo mordería la almohada? Además, te aseguro que así de grande y le gusta que le muerdan la nuca.

Casual conversación entre amigos, aunque Afrodita en mucho tenía razón. Saga por ejemplo tenía una extraña fascinación por recuperar el control cuando lo perdía y excitarse más precisamente cuando lo perdía. 

—¿Y tu ex?

—Volvió a llamar hace unos… cuatro días creo. Lo de siempre. Me pidió que le diera la dirección ahora que piensa venir a Atenas. Te imaginarás que ni loco pienso hacerlo.

Ya se imaginaba cediendo a una noche de pasión desenfrenada que desenterrara lo que le había costado enterrar en esos meses de separación. Y no le apetecía para nada.

DM rio. Lo hizo con una risa inusualmente divertida, de esas que tenían un tinte de maldad. Como si le hubiera leído el pensamiento o hubiera comprendido la negativa razón por la que Afrodita se negaba a un nuevo encuentro. Por fortuna cambiaron de conversación, y pasó un agradable sábado antes de regresar a casa.

Algo que Afrodita no le había comentado a su nuevo amigo era lo que ocurría con el vecino llamado Albiore, algo que él mismo ni siquiera llegaba a comprender. Le costaba mantenerse en la misma calle que él, si veía que iba a cruzárselo cambiaba de camino y de alguna forma, tenía una predisposición a alejarse de cualquier contacto posible con una persona que se había comportado de forma amable. Incluso las veces que por alguna casualidad del destino se cruzaron fuera de la residencia, Albiore le saludaba y él apenas podía tímidamente sonreírle.

El asunto le resultaba aterrador e indignante. Había algo en ese chico que creaba una intensa necesidad de alejarse, una natural aversión. Y no podía deducir el qué porque lejos de lo que pareciera, si fuera alguna explosión de odio injustificado, cuando se encontraba lejos o protegido tras a ventana, podía observarlo de lejos paseando a su perro o ejercitando, incluso sacando la basura. Y verlo se sentía sumamente natural.

Incluso, le era atractivo a su vista, de piel bronceada y músculos definidos. Había comprobado precisamente por su calidad de observador que era un chico al que le gustaba alimentarse bien y practicar deporte. Por momentos, se decía que sería interesante permitirse conocerlo un poco más, pero solo necesitaba estar a menos de diez pasos de él para sentir la irrefrenable necesidad de huir.

Y no, no podía ser por solo timidez. Afrodita era todo, menos tímido.

Tomó el metro y en el vagón se sentó con la música en sus auriculares a esperar que hiciera todo el recorrido hasta la última estación, desde la cual tendría que buscar otro transporte para llegar a casa. Con su ropa de verano, tenía el cabello aún húmedo por la playa y con deseos casi asesinos de darse un buen baño y lavarlo como se debe. Afortunadamente su vagón se fue vaciando progresivamente, y logró dispersar sus pensamientos gracias a la agradable voz de Beyonce. 

Tras una nueva estación, alguien delgado y alto con un envidiable cabello rubio entró y se sentó a su lado. Le había saludado, estuvo seguro de eso, pero solo le remitió una mirada de reconocimiento antes de volver a sus asuntos. Sin embargo, durante todo el recorrido pudo sentir un cosquilleo extraño que mantuvo ocupada su mente. Eso y la sensación de que esa persona lo había observado varias veces durante el trayecto. Cuando llegaron a la última estación, pensó que bajaría con él. Mayor sorpresa fue notar que el hombre se quedó en el vagón, cuando él estaba bajando. Y al voltear, tras la montura de esos lentes los ojos azules lo miraron con un brillo especial. Y le sonrió.

Afrodita regresó a casa con una extraña sensación de estar vigilado. Por mucho que intentó mentalizarse que eso debió ser un encuentro extraño, la mirada de ese hombre fue como ver un mundo tapizado por sus ojos, todos observándole, como si fueras un bicho en medio de una asamblea. Tanto fue la intensidad de esa mirada que varias veces volteó en medio del camino, esperando no encontrarlo en su espalda.

Tenía miedo, se descubrió con un terror casi infantil a entender la razón por la que ese escalofrío se extendió por su cuerpo al ver aquella expresión. Afrodita había notado a lo largo de su vida que tenía una facilidad por sentir cosas más allá del mundo real. Casi como si tuviera alguna clase de don premonitorio. O quizás una excesiva sensibilidad cósmica. Y adjudicaba a cada uno de esos encuentros especiales —como el de Saga, o DM— a esa facilidad con la que podía entablar o no relación con las personas y saber que serían determinantes para su vida. 

Y definitivamente ese hombre del metro lo era. El pensamiento era tan potente y asfixiante que no le dejó en paz incluso entrando a la urbanización.

—¡Ey! ¿Estás bien? —Afrodita detuvo el paso justo antes de tropezarse con Albiore, quien le había cortado el camino, o más bien, se había atravesado. Retrocedió un poco y lo miró con los ojos muy grandes, impresionado por lo repentinamente cerca que ahora estaba de él.

—Dios, ¡casi te atropello! —Fue su reacción natural. Afrodita se pasó una mano por la sien mientras renegaba esa necedad de ponerse a la defensiva cuando se sentía en peligro—. ¡No puedes aparecerte así de la nada!

Debido a la intranquilidad que ya llevaba desde la estación le fue difícil recuperar el aire. Y debía ser bastante evidente su conmoción a juzgar por la reacción del muchacho, quien miraba encima de su hombro como si buscara algo que pudiera estarlo asustando.

—Lo lamento, es que te vi mirando hacia atrás, así… pensé que alguien te estaba siguiendo o algo.

—No… o sea, no. —Trató de aclarar mientras fruncía el ceño y recuperaba la calma—. Es decir, solo alguien extraño en el metro que me dejó perturbado. Pero nada más. 

—¿Seguro?

Por un momento, uno demasiado largo, Afrodita lo miró de hito en hito para tratar de comprender que la preocupación de su vecino era absolutamente sincera. Tragó grueso, olvidándose por un momento de lo ocurrido en el metro y enfocando su atención en el hombre que había ido a su auxilio. Y si bien sintió una sobrecogedora sensación de calidez al saber que alguien estaba preocupado por él, esa se vio ahogada por una terrible culpabilidad que le hacia inmerecedor de ella. ¿Por qué? ¿Por qué no respondía sus saludos y huía como alma del diablo cada vez que estaba a menos de diez pasos de él? ¿Por sentir ese impulso de correr justo en ese momento? 

—Estoy seguro. —Levantó su ceja, sobreponiéndose a ese sabor amargo que le dejaba sus pensamientos—. Además, no tenías que venir. ¿Sabes que sé defenderme? Tengo conocimientos en Taekwondo, quien viniera se encontrará con una desagradable sorpresa.

—¡Oh! ¿Prácticas? Yo doy clase en el gimnasio a jóvenes adolescentes. No sabía que practicabas.

Afrodita abrió los labios, como buscando alguna contestación inteligente para el repentino entusiasmo de su vecino, pero tuvo que cerrarla al darse cuenta que no tenía ninguna que pudiera defenderlo de ello. Y realmente tenía mucho tiempo sin practicarlo. 

—¡Es una sorpresa que lo practiques…!

—Espero no me estés ofreciendo practicar ahora. —Logró replicar, buscando la manera de retomar el camino y alejarse de él.

—Mmm… no lo sé. Eso sería si gustas. Sino también podrías ir este fin de semana al gimnasio, tendremos una competición amistosa.

—¿Y tú qué? ¿Eres campeón o algo así? ¿Cinta negra? ¿Dan…?

—Dan 2, asisto al maestro mientras espero alcanzar el siguiente. 

¿En serio estaba conversando con el hombre con el que sí había estado huyendo desde el problema con el perro Cefeo? Sorpresivamente, sí, y pese a que la sensación persistía orillándolo a pensar que era buen momento de cortar la conversación, terminó intercambiando más ideas del taekwondo y las practicas que aquel tenía con sus alumnos.

—Ya estás más tranquilo. —Aludió al final, cuando ya Afrodita había encontrado el momento adecuado para decir adiós y huir con la frente en alto. Albiore le había sonreído con cierta pizca de orgullo, como si se felicitara por una hazaña. 

—Lo estoy. Pero ahora mi cabello necesita urgente un tratamiento capilar.

No hubo problema al despedirse, Albiore parecía entender perfectamente en que momento dejarlo ir, sin insistir y sin enojarse por su forma tan abrupta de cortar la naciente conversación. Sin embargo, Afrodita se llevó a su casa esas dos sensaciones dicotómicas peleando dentro de sí, como dos fuerzas de gravedad. 

Al cerrar la puerta, no detuvo el impulso de correr al teléfono y contarle la extraña experiencia a DM, pero no le habló sobre Albiore. Por alguna razón, no quiso mencionarlo.

Notas finales:

Gracias por sus lecturas y comentarios. Este fic está en proceso, pero ya tengo dos capítulos más sin publicar. Espero acabarlo pronto.


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