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Hado por AkiraHilar

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Notas del capitulo:

Esta vez les traigo dos capítulos. ¡Espero los disfruten!

En épocas, soñaba con un enorme jardín en templos griegos. Se había convertido en un sueño recurrente, en especial en la secundaria cuando definía su carrera y qué hacer con su vida. Pensó en que ese sueño debía decirle algo. Por ello había pensado en ser historiador, pero ese sueño se diluyó conforme el tiempo y pese a haber iniciado la carrera la cambió al final del primer curso. Aunque ocurría en ocasiones, había dejado de ser una constante en su vida.

En varias otras oportunidades, se había soñado entrando a un enorme recinto de mármol. Se sentía adulado, orgulloso de su estatus, caminaba como si el mundo debía estar en sus pies y venerarle. La sensación era sobrecogedora, aplastante. Había un dejo de poder que se vestía en cada uno de sus poros y le transmitía un impulso por hacerse obedecer. Pero al llegar al final de la alfombra roja, había alguien más. Mayor poderío, mayor fuerza, mayor orgullo. Y pese a que jamás abandonaba su posición activa, se sabía o al menos él lo sentía, que con aquel había una sumisión.

Ahora, había otro sueño que se había convertido en recurrente. Se encontraba en una isla, donde había enormes piedras y un acantilado que era golpeado por el mar de forma inclemente. La brisa era fuerte y la visión desoladora. No era una playa desértica como un paraíso terrenal. Era un lugar olvidado por los dioses. Y había un conjunto de emociones dispersas cada vez que se encontraba allí, viendo al pie del acantilado, desde lejos.

—Me dirás que estoy loco. —Comentó DM tras llevar la boquilla de la botella a sus labios y beber un sorbo de la conocida cerveza griega—. Pero me ha pasado.

—¿Soñar con el mar? ¿O con rosas?

—¡No! Con algo peor. Con el infierno. —Pese a lo horrible que sonaba, DM solo encogió sus hombros antes de acomodar la espalda al respaldar del asiento de madera. El bar en donde estaban tenía un aspecto acogedor, privado y de buen gusto, al que podían pasar después de una larga jornada de trabajo—. Soñaba que estaba en la misma boca del averno. Almas y almas siendo arrastradas por un hoyo negro, o algo. Era espeluznante. Cuando les decía a mis padres, comenzaron a decir que todo aquello era solo invención mía o producto del rock.

—¿Del rock? ¿Te decían eso en serio? ¿En pleno siglo 21?

—Y eso que no les dije que era capaz de ver el espíritu de abuela moviendo la bolsa de la cocina o limpiando los platos. —Afrodita estaba aún desacostumbrado a esa información y desde entonces tenía escalofríos de ir al nuevo pasillo del café, por pensar que le saldría el espíritu del jefe anterior de aquella editorial, tal como comentó DM haberlo visto—. En fin, el punto es que una de las razones por la que caí a la droga fue precisamente esos sueños. Necesitaba como escapar, la droga lo hacía sencillo. Un poco de cocaína y podía ir  a un mundo donde me cogía a un unicornio mientras otro me penetraba.

—¡Qué asco! ¡Debías tenerlo del tamaño de una bola de béisbol!

—¡Jajaja era divertido! ¡También lo hacía con Ninfas!

Permitieron que el buen humor y las carcajadas irrumpieran en el significado de esos sueños y lo horrible que debía ser ver en medio del descanso una puerta al infierno. Pero estaba seguro que DM no le mentía, en sus ojos se veía como si pudiera ver mucho más allá. Además lo reconocía como alguien especial, diferente al resto, aún si los otros lo veían con malos ojos.

—Y dime, ¿no has pensado que esos sueños, puedan significar algo? No sé, ¿intentarte decir algo especial?

—¿Algo? No lo creo, y si intenta decirme algo pues no es nada nuevo. Ya sé que todos acabaremos en el mismo hueco al morir.

En ello tenía razón, y tras brindar por el hueco en donde iban a acabar todos, siguieron conversando sobre otros tópicos para disfrutar de la noche. Al final, Afrodita le tocó ir al metro antes de que cerraran la estación para tratar de llegar a casa. Si le preguntaban cómo llegó, no lo sabría, había terminado lo suficientemente ebrio como para reír cada vez que veía su reflejo en el vidrio del vagón.

Era de esperarse que para la mañana siguiente sintiera que todo el mundo estaba sostenido en su cabeza. La resaca del día siguiente fue espeluznante y tardó horas en solo ponerse de pie para pensar en bañarse o al menos hacerse algo. De ser por él hubiera pasado el resto del día en estado de coma viendo el reflejó de la luz artificial de su lámpara encendida sobre el azul pálido de la pared.

Pero no pudo, no cuando la puerta era tocada con insistencia y el ruido era como si le estuvieran taladrando el cerebro. Afrodita primero rodó para quedar boca arriba y tapar su rosto con la almohada. Luego masculló una maldición. Por último, se resignó a que si no salía, esa persona (quién fuera que sea) no dejaría de tocar.

No se detuvo a observar su reflejo en el espejo, ni mucho menos a buscar mejor ropa para salir. Así como estaba, con su camisa blanca a medio abrir, los cabellos como si fueran un nido de pájaro y su bóxer cubierto por la camisa. Tapó un bostezo con el dorso de su mano antes de abrir, y al hacerlo usó la misma mano para tapar el irritante rayo de sol que golpeaba a la puerta. Pero quien golpearía con su dorada presencia sería Albiore.

Tardó en procesar la información y en el estado en que se encontraba apenas pudo apoyarse al marco y renegar con aire de cansancio. Algo olía muy bien, y su estómago vacío reclamaba por saber qué cosa tenía tan buen aroma. Pero para Afrodita era importante primero saber que quería Albiore con él justo en ese momento.

¬¬—¿Cómo te sientes? ¬¬¬—Le escuchó preguntar. Afrodita levantó la mirada con clara expresión de ser muy evidente el cómo se sentía. Parecía tan obvio que era una burla a su inteligencia buscarle una palabra para explicarlo¬—. Ya veo. Traje un caldo que hice, te caerá bien.

—A ver, a ver… ¿por qué me trajiste comida? ¬—preguntó con gesto desdeñoso que parecía inefectivo ante su vecino.

—Supuse que lo necesitabas. Ayer te vi llegar, vi en qué estado y…

¬—¿Ahora debo suponer que estás al pendiente de cómo llego a casa?

—Bueno… no, realmente no. —Afrodita se escuchaba, lo escuchaba a él y no comprendía como era que Albiore seguía siendo tan amable. Mucho menos como podía expresar ese gesto de diversión cuando estaba siendo francamente arisco—. Lo que pasó es que Cefeo estaba ladrando y empezaste a discutir con él. A decir que se callara y que recordara a tus rosas. 

—Empecé a discutir con Cefeo… —Su rostro pasó a un blanco mucho mayor que el anterior.

—Sí.

—De mis rosas… —Albiore parecía muy entretenido con la eventualidad. Se le veía la dificultad que le representaba guardarse la sonrisa y aparentar estar serio.

—En sí, le reclamabas. Le decías que tus rosas eran sagradas y que las ibas a envenenar para que le dieran piquiña y…

—¡Válgame Dios!

Afrodita se despegó del marco y dio media vuelta dejando la puerta abierta y la entrada accesible. Sus manos se ocuparon en apretarle el rostro que ahora tomaba un rojo furia mientras mascullaba en sueco y pensaba en que más idioteces estuvo haciendo en la noche camino a casa. 

Albiore aprovecho que tenía el paso libre para entrar, pidiendo permiso, y acercarse hasta la pequeña mesa de comedor. La casa estaba pulcra, se veía que Afrodita dedicaba gran parte de su tiempo en su mantenimiento y a su vez tenía buen gusto para la decoración. Sin embargo, todavía tenía la sonrisa que ya era incapaz de ocultar, mientras miraba la espalda de Afrodita renegando y murmurando cosas seguramente a sí mismo.

Sobre la mesa, abrió la bolsa y sacó el envase con el caldo caliente, cuidando de no derramar nada en la pulida madera. El olor era muy agradable, el estómago de Afrodita volvió a gruñir sin darle tregua.

—Si quieres me dices donde tienes tu vajilla para servirte en una de tus tazas.

—Cajón derecho  de la esquina izquierda, arriba. —Suspiró resignándose—. No estoy en mi mejor momento, ¿sabes? —Escuchó a Albiore salir a la cocina seguramente a seguir sus instrucciones y soltó el aire, cansado, un poco mareado y sobradamente avergonzado.

—Lo sé. —Le escuchó afirmar, con honestidad, tras regresar con la taza y destinarle una sonrisa—. Tampoco ayer, pero fue divertido.

—Oh Dios, ¡no sé si quiero saber que más hice! 

—No fue mucho. Quejarte cuando intenté traerte aquí, decirme que no necesitabas ayuda, te enojaste y me tiraste la puerta a la cara. Ven, ya está servido.

Afrodita lo miró por un largo momento. La estampa era encantadora, Albiore estaba visiblemente recién bañado, vestido con ropa deportiva (había notado que le gustaba vestir así) y cómoda, que no eran capaces de ocultar su bien formada complexión. Además, le estaba sonriendo, y su gesto amable perduraba aún si se divertía con la situación y al contemplarlo se preguntó si lo había besado. ¿Por qué no aprovechó ese momento de desbarajuste etílico para comerle la boca? ¿Por qué no aprovechar y hacerlo ahora?

Como si lo estuviera convidando, Albiore tomó la cuchara y comenzó a mover el caldo para promover que se templara un poco. Al final, Afrodita decidió tomar asiento y dejarse vencer por la enorme cuota de amabilidad que ese chico tenía. Y aceptó la sopa con agradecimiento.

—Lamento el espectáculo de ayer que hice frente a tu casa.

—No hay problema. No fue nada en realidad, te dije que me divertí. 

—Debería ofenderme porque te estuvieras riendo cuando que yo estaba enojado y ebrio.

—Creo que fue precisamente por eso que te enojaste. No podía dejar de reír.

—¡Oh! ¡Crazo error! ¡Crazo error! Me enoja que se rían cuando estoy enojado. 

La sopa estaba deliciosa y era justo lo que necesitaba su organismo. La conversación se llevaba de forma amena y casual. La sonrisa bailando en los labios de Albiore era una peligrosa invitación a besarlos. Hacerlo lento y hacerlo rudo. Soberlos y morderlos. Debía tener aún alcohol en su sistema.

Trató de concentrarse en el caldo mientras escuchaba a Albiore hablar de otra cosa. Comentaba algunas ocasiones en que él había estado ebrio, momento que parecía rescatar con buen humor. Afrodita también podía recordar otras ocasiones, aunque no había pensado que bebería tanto la noche anterior. Eso de hablar de sueños había sido contraproducente para ambos. 

Tras terminar la sopa y seguir con un cortó intercambio, Albiore se despidió. Tenía una salida con sus alumnos y esperaba que en otra oportunidad lo acompañara. Le había dicho que sería divertido y por primera vez desde que lo conocía la sensación del miedo y el impulso de huir fue mucho menor que la curiosidad y su deseo de llevar las cosas de manera más civilizada y agradable. Además, quería saber que más podría pasar, Albiore le había demostrado tonelada de atención, pero empezaba a desear saber que más le podría dar. Se despidió con una sonrisa y la sensación de que no había sido tan malo su discusión con Cefeo. Que quizás debería buscar más.

Esa noche, soñó con el mar, las rocas y las olas rompiendo el silencio. Pero esta vez había una persona sobre el acantilado. Y el sueño dejó de ser circunstancial.

Notas finales:

Muchas gracias por la espera y los comentarios. Ya coloco el nuevo capítulo :)


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