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Ink me por AvengerWalker

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Notas del capitulo:

¡Al fin el capítulo 2! La verdad es que soy perezosa para actualizar, pero luego de leer los reviews, me sentí bastante apoyada y me dieron ganas de escribir la continuación ;u;

Aún no sé qué parejas colocar en el fanfic además de Saga x Mu, por lo que se aceptan sugerencias o pedidos(?). De lo contrario, la siguiente en aparecer puede que sea Milo x Camus (?).

Disfruten la lectura<3.

— ¿Ya estás arrepentido? No puede ser... — La voz del peliceleste se hizo oír por encima del chillido que la cafetera lanzaba, protestando el exceso de temperatura del líquido que guardaba en su interior.


Varias horas habían pasado desde que se inclinó por aceptar el ofrecimiento del jefe Scorpius, y ahora que estaba acomodado en su departamento con su compañero Afrodita, comenzaba a caer en la cuenta de lo tonto que había sido. Era una actitud muy ariana, o eso decía el muchacho que vivía con él. Se habían conocido durante la universidad, y aunque Afrodita pronto había decidido cambiar de carrera, la amistad perduró y les llevó a conseguirse un piso juntos, para dividir los gastos. Lo agradecía, pues Afrodita sabía cocinar y, además, como era un joven pulcro y extremadamente ordenado, lo mantenía todo limpio y en su lugar. En cambio, a Mu el trabajo le impedía poder encargarse de embellecer o mantener el departamento atractivo.


— Dita... soy un principiante. Hace no mucho tiempo que estoy allí, ¿qué quieres que haga? Además, Saga es un escritor profesional, con una carrera hecha y derecha — Protestó, utilizando cualquier argumento habido y por haber en su mente que pudiese convencer al peliceleste de que estaba en lo correcto. Aún así, el contrario era más terco que cualquiera.


— ¿Una carrera hecha y derecha? Por favor — Y le dejó allí, sentado en la mesa con una sobria pero exquisita cena, mientras él iba y venía preparando uno de sus tantos tés de hierbas. Era un experto. Pese a que se encontraba en la cocina y Mu en la sala, perfectamente pudo escuchar lo que le decía, y cómo su argumento se veía fragmentado de un simple golpe —  Ese hombre ha tenido más escándalos sexuales que cualquier personaje de una obra de Marqués de Sade, y lo sabes perfectamente. Además, trabajar con él te dará muchas posibilidades, Mu... Si le soportas y el trabajo final termina siendo una maravilla, ¿sabes cuántas opciones de trabajo te sugerirán? ¡Cientas! ¡Miles! —  Exageró. No era extraño en Afrodita comenzar a imaginarse cosas mientras estaba despierto.


Pese a que Dita sonaba bastante convencido, no compartía la misma idea. Era demasiado sencillo cohibirle, era alguien sencillo, esforzado, responsable, algo serio y extremadamente introvertido. Por ello, buscaba siempre trabajar con personalidades similares, que no comenzaran una trifulca o algo por el estilo. Siempre evitaba las confrontaciones, y aunque era muy bueno argumentando y sus ideas eran algo revolucionarias, prefería guardárselas para sí mismo y simplemente escuchar. Por otro lado, Afrodita se encontraba en un polo distinto: si algo no le gustaba, lo decía sin sensibilidad alguna, sin ningún filtro de por medio. Si dolía, no le importaba demasiado: las cosas debían decirse. Claro que era más fácil decirlo que hacerlo... ¿cómo tratar con un hombre como Saga? Su fama lo decía todo, y era mucho más que un rumor: egoísta, algo arrogante, serio y mandón, de carácter fuerte e indomable. ¿Cómo podía alguien tan sencillo y callado como Mu hacer frente a una persona de esas características? 


— Mañana me iré antes, ¿sí, Dita? — Se llevó un poco de ensalada a la boca, apurando la cena para poder irse a dormir cuanto antes.


Afrodita, a quien nada se le pasaba por alto, le dedicó una mirada de interés y sonrió, deteniéndose frente a él mientras daba pequeños sorbos a su té. Mu le dedicó una mirada. Sabía perfectamente que Afrodita estaba haciéndose una idea del por qué, pero quería oírle decirlo. Le gustaba tanto avergonzarlo.


— ¿Qué sucede?


— ¿Por qué será que tienes que ir más temprano mañana, eh? ¿Conocerás a alguien interesante?


Mu suspiró. En esa mínima oración quedaron bien en claras las ideas de Afrodita. Y por más que detestase admitirlo... ¡tenía razón! Brevemente, lo más tranquilo que pudo, compartió su conversación con Scorpius, quien había creído necesario el presentarle a Saga lo más rápido posible. Acordó una cita, incluso, alegando que debían de conocerse antes de proceder a trabajar sobre la obra.


— ¿Una cita?


— No de la que estás pensando, Dita. Es una cita de trabajo. Tenemos que tomar confianza... y esas cosas del trabajo.


— ¿Es parte de tu trabajo tener que tirártelo? Vaya, Mu, confieso que siento mucha envidia de ti. Pero sé que lo disfrutarás. No tengas miedo, tan solo piensa en lo guapo que es y sopórtalo. Valdrá la pena. Cuando todo se acabe, tendrás tantas oportunidades laborales que no tendrás que trabajar con él nunca más.


Ignorando por completo su pregunta, asintió. Tenía que pensarlo de esa manera. Además, si lo pensaba un poquito más, realmente no quería decepcionar a Scorpius. Si le había escogido para ello no era sólo porque necesitaba a alguien, sino porque creía que podría con ello, que sería capaz de lograr que alguien como Saga publique una obra limpia, original e interesante, como siempre resultaban ser, además de redituables. 

Antes de que Afrodita quisiera añadir algo más, se puso de pie y condujo los utensillios hasta la cocina, decidiéndose a lavarlos en un intento de distraerse. Mas no lo consiguió. Se apresuró, tomó una rápida y relajante ducha y, luego de secar su cabello y colocarse una ropa ligera, se acostó a dormir. Sería un largo, largo día, lo que exigía unas cuántas horas de descanso.

Pero no. Su mente no le permitiría dormir de momento. Sus pensamientos seguían rondando en torno a la figura de Saga. Afrodita le conocía, ¿quién no lo hacía? Era uno de los escritores que más ventas reunía en los últimos tiempos, y sus escándalos, como su compañero decía, sexuales eran inolvidables. Le habian encontrado tanto con hombres como mujeres, pero ese interés hacia ambos sexos pareció nunca ser bastante criticado: era tan querido, respetado y admirado que cualquier incidente era opacado. Además, frente a los medios mantenía una personalidad distinta de la propia: era amable, simpático, atractivo e incluso educado, todo lo contrario a los rumores que recorrían el edificio de la editorial. Y por supuesto que sabía que debía de confiar en sus compañeros. Los medios sólo decían lo que les convenía, y ¿quién quería un escritor malhumorado, arrogante y egocéntrico? Necesitaban una imagen diferente, y de no tenerla, la cambiarían y disfrazarían a su antojo. Siempre había sido así.

Finalmente, y luego de ser devorado por estas y otras cavilaciones, se fue quedando dormido poco a poco.


~ x ~



Mientras el bello pelilila conseguía unas tantas horas de sueño en su silencioso y humilde departamento, en otro punto de Tokio se ubica un piso departamental mucho más lujoso y amplio en cuanto a ambientación, además de moderno. Aunque sabía que requería de ciertas horas de sueño para relajarse y enfrentar al día siguiente a quien sería su nuevo editor, poco dispuesto estaba a seguir el consejo que Scorpius le había dado por teléfono. No quería, y no lo haría. Esas eran sus reglas: si quería algo, lo tomaba y se lo llevada. Si no, simplemente lo ignoraba. Su manera de relajarse era distinta; iba a distenderse, sí... pero a su forma.

Su cuerpo se movía con firmeza y energía sobre otra anatomía, igual de desnuda que la de él pero que constaba de una tez más pálida y tersa, haciendo contraste con su morena piel. Sus caderas se movían contra la zona trasera del joven que gemía entre sus brazos, y su miembro se hacía lugar continuamente en el interior de su cuerpo, golpeando el punto exacto del francés que pedía por más. Sus experiencias le hacían alguien con conocimiento dentro del ámbito sexual, y sabía perfectamente lo que tanto a hombres como a mujeres les gustaba. Sus manos se asían fuertemente de aquella cintura y sus dedos se hundían contra su piel, mientras que las embestidas iban aumentando su ritmo. Era una melodía bastante profana: la mezcla de los sutiles pero ansiosos gemidos del joven de cabello aguamarino, sus constantes gruñidos y el golpeteo de su piel al chocar contra los glúteos de su compañero. Además, las quejas de la cama y el característico susurro de las sábanas al ser apretujadas y desacomodadas le llevaban a otro nivel. En cuanto todo hubo acabado, se apartó de aquel cuerpo y se dedicó a hacerse un previo y minúsculo aseo antes de dirigirse hacia la ducha.

Camus, por su parte, sabía cuál era su lugar. Aunque estaba enamorado de Saga, era consciente de que este sólo le veía como un objeto sexual. Y no se quejaba de ello: él mismo se lo había sugerido, casi rogado. Si de esa manera podía estar cerca de él, entonces no presentaría queja alguna. Le gustaba ese tipo de vida, aunque le provocaba cierto vacío en el pecho: ¿por qué Saga no podía fijarse en él? Pese a que el griego se encargaba de volcar en vacías y secas hojas de papel un sinfín de historias en donde el romance formaba parte, un romance casi utópico, inalcanzable y que a veces rozaba el amor sensible de lo pastoril, parecía nunca haberlo experimentado. ¿De dónde salían ideas tan delicadas cuando él como persona era tan incompatible con ellas? Siempre deseaba poder conocer esa faceta, incluso si sabía que estaba vedada para él.


Aproximadamente unos quince minutos después de haber visto a Saga ingresar en el baño, le vio salir, tan desnudo como cuando había entrado, pero limpio, tranquilo y húmedo. El griego, al ver la mirada atenta que el acuariano le dirigía, sonrió.


— Te marcaría nuevamente, justo como te gusta, pero tengo trabajo mañana y esto algo cansado — Era mentira. Lo que en realidad estaba queriendo decir es que no tenía ganas de seguir jugando con él, asi que tenía que largarse. Pero Camus estaba acostumbrado a ese errático lenguaje, así que se levantó, se limpió como pudo, se vistió y abandonó el lugar, sintiendo, como otras tantas veces había ocurrido, que lo mejor sería buscar su propio lugar, en vez de dejarse llevar una y otra vez por las intensas y bajas pasiones del moreno.


Así, luego de una noche en parte divertida y en parte tranquila, consiguió el peliazul dormitar entre sus cómodas sábanas, que mantenían aún un aroma bastante conocido, que acusaba a cualquiera que se recostase allí las aventuras que mantenía cada noche con cualquiera que le diese la oportunidad.


~ x ~



— Vaya, sabía que debías ir antes al trabajo, pero ¿no crees que te has despertado un tanto temprano? — Inquirió Afrodita cuando, la mañana siguiente, Mu apareció en la cocina con unas marcadas ojeras negras bajo los ojos. Su cabello, largo, sedoso y liláceo, estaba más enmarañado que nunca, producto del sueño. Siempre se movía al dormir y el mismo Afrodita lo había comprobado, por lo que su estado actual era algo de todos los días.


— No pude dormir más... — Musitó el ariano, cruzando la estancia para robar una rebanada de pan, antes de regresar a su habitación para poder cambiarse, cruzando de vez en cuando al baño para limpiar sus dientes, ordenar su cabello y observar su catastrófico estado.


Mientras el ariano intentaba parecer una persona tranquila y seria, Afrodita se dedicó a hacerle un cappuccino, como era costumbre. Mientras que él detestaba las cosas dulces y prefería lo amargo, como el café sin azúcar, el carnero siempre había gozado tanto de lo azucarado como de lo salado. Aún así, se las ingeniaba para mantenerse delgado y saludable. Finalmente, salió de su escondite, según él, listo para trabajar, y tomó asiento para beber su cálida y dulce bebida de la mañana.


— Estás mal, Mu — Comentó Afrodita en cierto punto del desayuno, lo cual provocó que el ariano levantase automáticamente la mirada para observar al peliceleste con cierto ápice de culpa, sin saber con exactitud qué es lo que estaba mal. Riendo por la inocencia de sus ojos, el piscis atisbó a decir:— Estás muy adorable, Saga querrá arrojarse sobre ti y devorarte de pies a cabeza.


Pese a que Mu, en su vergüenza, tendía a sonrojarse con ese tipo de comentarios, lo cierto es que de Afrodita era bastante esperable y ya le había perdido temor. Sonrió y chasqueó los labios antes de arrojar unas cuántas migas al rostro del joven de cabellos rizados quien, al notar el jugueteo del contrario, decidió unírsele y devolverle la jugada. Así pasó el tiempo hasta que llegó la hora en que Mu tuvo que irse. Se despidió de Afrodita y luego de pedirle suerte por duodécima vez, se marchó bajo la divertida mirada de su compañero. 

Para ir a trabajar, y puesto que no sabía realmente manejar ni nada similar, tomaba el metro, que en quince minutos le dejaba frente a las oficinas de la editorial. Aunque la empresa no había trazado por escrito ninguna norma respecto del vestuario que debía de portarse en el lugar, sí era de conocimiento general que uno debía de estar medianamente formal. Siempre que Mu iba, llevaba un pantalón negro de vestir, una blanca camisa y un sweater con el que abrigarse en caso de un clima frío, además de zapatos que hacían juego con sus pantalones. Todos vestían más o menos de la misma manera, aunque aquellos pertenecientes a la sección de manga resultaban ser un tanto más informales que el resto. Dependía de lo que el jefe de cada área decidía. Aparentemente al jefe de la empresa, Scorpius, no parecía importarle mucho cómo uno iba, a menos, claro, que se presentase desnudo en el trabajo.

Ni bien ingresó en el edificio, su cuerpo se dirigió hacia el ascensor para subir hasta el piso en el que trabajaba. Le pareció ver una figura algo conocida desde lejos, pero pronto las puertas se cerraron delante de sí para llevarle a destino. Ni bien llegó, notó Mu que había una sensación extraña y diferente en el ambiente. Siempre había un ciclo de trabajo entre los editores del lugar: el mayor estrés llegaba cuando debían de presentar el manuscrito en limpio, corregido y a horario para imprimirlo y liberarlo; las discusiones sobre el diseño entre el jefe de diseño, el autor y el editor... Todo era un caos. No obstante, no había un clima de estrés, sino de tensión, como si estuviese a punto de ocurrir algo. Como si el más mínimo suspiro fuese capaz de quebrar esa incomodidad. No tardó en darse cuenta de a causa de qué se debía, claro, y todo gracias a unas cuántas miradas que notó recibir: era a causa de Saga. Todos sabían que Saga se presentaría ese día en la empresa para hablar con su nuevo editor, para un encuentro tranquilo en el que probablemente compartirían sus nombres, hablarían un poco acerca de sí mismos para entrar en confianza y discutirían sobre las ideas del autor. Pero sabía que no sería así con el griego. Tanto él como sus compañeros lo sabían, y se reflejaba en las miradas de temor y compasión que le dirigían; la conversación que sostendría con Saga sería esquiva y corta. Se limitarían a decir sus nombres y a ir directo al trabajo. Probablemente recibiría, mínimo, unas cinco advertencias en aquel lapso. Pero debía enfrentarlo como el hombre que era.


No dio ni cinco pasos hacia su cubículo que, desde la oficina del jefe de la empresa, la puerta se abrió y el señor Scorpius salió, mitad preocupado y mitad ansioso. En cuanto le vio, su rostro pareció iluminarse y se acercó a él lo más rápido que pudo, saludándole de forma educada y simpática. Mientras le dirigía hacia su oficina, soltó unas cuántas palabras:


— Mu, buenos días. Qué bueno verte aquí. Saga ya ha llegado, y está esperando para conocerte.



~ x ~



Y lo cierto era que Saga, como pocas veces ocurría, ya había llegado a la empresa unos cuántos minutos antes que Mu, y se había instalado en la oficina del señor Scorpius. Era amigo del hijo de este, Milo Scorpius, que debía de ser un tanto más joven que él mismo. Ambos eran parecidos físicamente: de cabello largo, rebelde y azulado, aunque el de Milo tendía a rizarse y el suyo no pasaba de meras ondulaciones; eran altos, aunque Saga poseía más musculatura que él, de piel bronceada, algo morena. La única diferencia era el color de sus ojos: los de Saga eran verde esmeralda, manteniéndose siempre de esa tonalidad, y los de Milo mutaban continuamente: pasaban de un color aguamarino a un verde oscuro, o a un azul verdoso. Tranquilamente podrían pasar como hermanos, si no fuese porque eran bastante conocidos en el ámbito: Milo era el hijo del presidente de la empresa y Saga uno de los escritores más populares del momento. 

Su cercanía era tal que, pese a Saga no ir casi nunca a la empresa, conocía cada mínimo chusmerío gracias a Milo, que no sólo pasaba mucho tiempo allí, sino que oía uno que otro comentario de parte de su padre. Así es como había oído que un bonito joven llamado Mu sería su próximo editor. 


— “Lo he visto” —  Le había dicho Milo en su momento, acompañado de una amplia y coqueta sonrisa —  “Es bonito, presiento que te gustará, aunque se ve algo tímido.”


¿Acaso, exceptuando el hecho de escribir, había algo que le gustase más que un joven tímido? Camus entraba dentro de esa categoría, y el realmente le encantaba, aunque su fascinación por él no era mágica ni extrema. Le consideraba atractivo, excitante en la cama, aunque muy tranquilo y calmado, demasiado... aburrido en ocasiones. No poseía esa rebeldía que le atraía de los jóvenes, esa actitud descarada que le llamaba la atención y que él también tenía.
Mientras andaba en sus cavilaciones y propio mundo, oyó el chasquido de la puerta al abrirse, seguido de una conversación que, al llegar allí, fue apagándose paulatinamente hasta llamar al silencio. Saga volteó sobre su hombro, dedicando una rápida y electrificante mirada al tímido joven que se encontraba allí, y que le observaba como si frente a él desfilase una caja de Pandora.


—  Buenos días, Mu Stassei.

Notas finales:

Muchas gracias por leer<3.


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