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El único que puede vencerme eres tú por Rukkiaa

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En el que Midorima mete la pata

 

Al caer la noche, hacía un frío tal que helaba hasta los huesos. Todavía se veía nieve en los tejados, porque el invierno continuaba sin darles tregua. La mayoría de la gente se refugiaba en sus casas a la menor oportunidad. Pero cierto peliverde continuaba sentado sobre un banco del parque a la intemperie, iluminado por la escasa luz de las farolas de su alrededor.

Midorima contemplaba absorto el bolígrafo rosa chillón que sujetaba en su mano. Requerimiento de Oha Asa para que cáncer tuviera buena suerte ese día. Pero le resultaba irónico que todos los objetos le trajeran fortuna semana tras semana, salvo aquel momento. El día negro. El aciago instante en que fue consciente de que no era tan buen jugador como llegó a creer. Porque había encontrado un digno rival que le había hecho ver que todos sus esfuerzos habían sido en vano.

Intentó no sentirse menos. Un partido no cambiaba el pasado en el que tan increíblemente había jugado y por el que tenía una impresionante reputación. Sin embargo, no podía escapar de aquel sentimiento. El vacío. Porque sabía que si perdía su don. Si dejaba de ser bueno en el baloncesto, no le quedaba nada.

Salvo aquel inútil bolígrafo rosa.

Molesto, cerró la mano con fuerza, sintiendo como el plástico se resquebrajaba en su palma y lo partió por la mitad. Viendo ensimismado como la tinta azul se escurría por entre sus dedos, manchando de paso las cintas blancas que los rodeaban, y caían por efecto de la gravedad.

Escuchó y sintió la vibración de su teléfono móvil, a su lado en el banco, justo donde lo había dejado rato atrás después de silenciarlo para que no le resultara tan molesto. Sabía perfectamente quién le estaba llamando, y no tenía ánimos como para hablar con nadie. Menos con él. Sobretodo cuando lo que había ocurrido, el perder contra Rakuzan y no ganar la Winter Cup, no parecía haberle afectado en absoluto.

Miró las gotas azules caer al suelo, casi congelándose por el frío del ambiente. El móvil vibró nuevamente, pero otra vez lo ignoró. Ejerciendo más fuerza en los pedazos rotos del bolígrafo. Frustrado a más no poder.

El visible vaho salía de su boca cada vez que respiraba, sentía las mejillas congeladas, y se felicitó mentalmente por haber cogido la bufanda más gruesa que tenía en su casa. Sin duda, de otro modo, cogería un resfriado monumental.

Pasó allí lo que le parecieron segundos, pero habían sido horas sumido en sus pensamientos. Maldiciendo una y otra vez la situación en la que se encontraba. Hasta que escuchó una voz que no le apetecía oír.

–¡Shin-chan!¡Por fin te encontré! –. Takao llevaba un impermeable naranja, y un gorrito de lana que le cubría el cabello. Y cuando alzó el rostro para mirarle de modo desagradable, vio que le saludaba con ahínco moviendo una mano enguantada en el aire, mientras que con la otra sujetaba una pequeña bolsita de color celeste.

No tardó demasiado en acercarse a él. Respirando agitadamente, quizás por haber llegado corriendo, pero eso le traía sin cuidado.

–Te he estado llamando todo el tiempo, Shin-chan—dijo con una sonrisa deslumbrante, aliviado. –Menos mal que se me ocurrió mirar aquí.

–¿No captas las indirectas, Takao? Si no te respondía era porque no quería hablar—contestó de forma antipática. Pero el otro estaba acostumbrado y no le tomó importancia.

Takao hizo un leve mohín de disgusto, dándole mayor aspecto infantil a su rostro y contempló la escena.

El peliverde sentado en aquel banco, con las mejillas sonrojadas por el frío. La bufanda cubriéndole la barbilla. El rostro decaído. Y la mano manchada de un curioso líquido azul.

Entonces vio los pequeños pedacitos rosas en el suelo, a los pies de su compañero.

–¿Tan enfadado estás todavía, Shin-chan? –. Puso la bolsita sobre el banco junto al teléfono móvil del otro y se agachó a la altura de Midorima para mirarle a los ojos, palmeándole el hombro en el proceso. –No es el fin del mundo. Habrá otros torneos. La Winter Cup no era...

Midorima se puso de pie tan deprisa, que Takao ni pudo reaccionar. Cayendo hacia tras por la impresión, dando de lleno su trasero contra el suelo. Mirando hacia arriba, cuan alto era su compañero. Con la sorpresa visible en las pupilas.

Los ojos verdes le miraban con intensidad aún detrás de las gafas. Casi como si pudieran romper el cristal. Y vio una rabia más profunda que el mar mismo.

–Vete, Takao. Déjame tranquilo—dijo quedamente, pero con una fuerza imperante en cada palabra, que el más bajo no pudo ignorar. Como si le aplastase y le impidiera moverse de su sitio. –Odio...tu sonrisa. No quiero verla nunca más.

Takao sacó fuerzas sin saber de donde, e intentó replicar.

–Pero yo sólo...

–¡Cállate! Vas a irte ahora y a dejarme solo. No volverás a llamarme. Ni te acercarás a mi. Si me ves en los entrenamientos no me dirijas la palabra. Y si nos cruzamos por la calle, haz de cuentas que no me conoces. Eres una persona mediocre, y no te quiero a mi alrededor.

Takao bajó el rostro sintiendo un nudo formarse en su garganta, tan apretado que casi le impedía respirar con normalidad. Notaba su cuerpo temblar de la cabeza a los pies, y le costó levantarse puesto que sus rodillas parecían no querer colaborar.

–Si es lo que quieres... –dijo en apenas un audible susurro. Sin atreverse a mirar la cara del más alto. Pero contrario a lo que Midorima esperaba, el muchacho se levantó y se acercó a el, pasó por su lado y cogió la bolsita que reposaba sobre el banco. –Aquí tienes el objeto de la suerte de mañana. Escuché a Oha Asa... Pensé que si te lo traía yo, no tendrías que buscarlo—dijo y le tendió la bolsa antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo y desaparecer del parque.

Midorima sostuvo la bolsita por el asa como si quemara. Aturdido. Sin saber bien qué pensar o hacer. Sintiendo el arrepentimiento fluir por cada poro de su cuerpo y salir al exterior como vapor tras una ducha caliente.

Pasados unos segundos se atrevió a mirar lo que contenía la bolsa y se sorprendió al ver el pequeño cactus de un verde oscuro y púas amarillas que Oha Asa realmente había sugerido a los cáncer para el día siguiente. Lo sacó con cuidado de que no se volcara y lo sujetó por la diminuta maceta de color rojo, manteniéndolo en alto, lo que provocaba que la luz de la farola le diera de lleno.

–Takao...

Corrió todo lo que pudo y más allá. Sintiendo la presión en el pecho por la falta de oxígeno, aunque no le importó. Sólo se detuvo en un par de pasos de peatón, por culpa de los semáforos. Y tomó todos los atajos posibles para llegar cuanto antes a su casa.

Sin embargo, mientras corría a través de un puente que cruzaba por sobre una carretera, se detuvo en seco y se acercó a la barandilla de metal.

Los coches pasaban a toda velocidad por debajo de sus pies. Sentía la vibración que provocaba cada uno de ellos al cruzar bajo el puente. La brisa era demasiado fresca para ser agradable de soportar, pero lo suficiente para despejarle las ideas.

Le habían afectado las palabras del peliverde más de lo que le hubiera gustado reconocer, sobretodo, viniendo de alguien a quien creía que no consideraba un amigo. Tal parece que se equivocaba.

Quizás tanto tiempo pasó a su lado, que ni se había dado cuenta de cuándo lo había empezado a ver como algo más que un simple conocido o compañero de equipo. Llevándole a todas partes con esa absurda carreta, o acompañándole a comprar sus amuletos de la suerte. No era lógico hacer eso por alguien que no te importa en lo más mínimo.

Takao sonrió sujetando con fuerza el barandal helado, tanto que lo sentía a través de los guantes. Respiró hondo y soltó el aire viendo desaparecer el vaho blanquecino con rapidez. La ciudad estaba completamente iluminada y todavía había bastante gente en la calle a pesar de las horas.

De repente la prisa por volver a casa se desvaneció. Y de alguna manera, sintió como si eso fuera algo bueno.

–¡Takaocchi no saltes!

Un fuerte grito le hizo contener el aliento. Conocía esa voz, y esa forma de hablar. Acto seguido sintió unas manos sujetarle con fuerza por la cintura y tirar de su cuerpo hacia atrás, alejándole de la barandilla.

Se vio suspendido en el aire, como un niño pequeño en brazos de su madre.

–¡No saltes! –repitió la voz a su espalda. Sin soltarle y apretándole contra su cuerpo.

–No iba a saltar... –consiguió decir en medio de la situación. Con los brazos estirados, como si esperase agarrar algo que le librase del aprisionamiento al que le estaban sometiendo.

–Parecía que...

–¡Kise!¡Idiota! –. Alguien más llegó y golpeó al rubio en la cabeza, consiguiendo que soltara al más bajo. –¡Saliste corriendo sin decir nada y me dejaste atrás!

Takao entonces vio a sus acompañantes.

–¿Kise?¿Kasamatsu?

El rubio se frotaba la cabeza visiblemente adolorido, y el otro se notaba claramente molesto.

–Creí que Takaocchi se iba a tirar del puente—se justificó Kise en tono infantil.

–¿Por qué creíste tal cosa? –. Preguntó Takao confuso.

–Tu cara. Te vi muy triste. Por eso corrí para evitarlo.

–¿Entonces según tú, todas las personas tristes se tiran por un puente? –. Cuestionó Kasamatsu con una vena sobresaliendo en su sien y conteniéndose para no volver a golpear al otro.

–Sólo tomaba el aire, Kise—dijo divertido Takao, con una leve sonrisa. Conmovido por haber preocupado al chico de ojos miel.

–Pero nunca te había visto triste, Takaocchi. No así al menos. ¿Estás bien de verdad? ¿Dónde está Midorimacchi? –. Usó la mano a modo de visera y echó un vistazo a los alrededores del puente. –¿¡Midorimacchi!? –. Gritó al no verle por ningún lado.

–No está conmigo—aclaró Takao.

–¿Y eso?¿Está enfermo?

–Ni lo sé, ni me importa—mintió Takao cruzándose de brazos y desviando la vista de nuevo hacia la carretera que se perdía a lo lejos.

–Habéis discutido—afirmó Kasamatsu.

–¿Qué te ha hecho? –. Takao alzó las cejas sorprendido de que supieran lo que ocurría, y que dieran por hecho que el peliverde era el culpable.

–No tiene importancia—dijo aparentando una calma que no sentía.

–¿Quieres que hable con el? –. Se ofreció Kise amablemente.

–No.

–¿Quieres que vayamos a tomar algo y nos lo cuentas todo? –. Cuestionó Kasamatsu sonriendo.

–Conocemos un sitio que tiene unos batidos deliciosos, Takaocchi.

No les costó demasiado convencerlo y llegaron a un local bastante agradable. El aire olía a chocolate caliente y las camareras recibían a los clientes con grandes sonrisas en el rostro.

Se sentaron en una mesa junto al ventanal que daba a la calle, y pronto les atendieron.

–¿Hablas o esperamos a que traigan los batidos? –. Preguntó Kise cogiendo algunas servilletas del dispensador, para luego comenzar a hacer avioncitos de papel.

–Simplemente me dejó claro que no somos amigos. Al menos, él no me considera eso. No quiere que le vuelva a dirigir la palabra mientras viva. Y pienso cumplirlo.

Les trajeron el pedido, poniendo frente a ellos tres grandes copas de colores adornadas con nata y una brillante cereza.

–Anda muy decaído desde lo de la Winter Cup, ¿verdad? –comentó Kise mientras cogía un poco de nata con la yema del dedo y se la llevaba a la boca.

–Esa no es excusa. La derrota fue del equipo entero, no sólo suya. De todas formas... Las cosas que me dijo... Me parece que me aborrece—dijo Takao mirando a la gente que pasaba por la acera al otro lado de la ventana, a sus cosas. –Si no me quiere en su vida, tampoco le necesito en la mía.

–¿Todo está perdido entonces? –dijo Kasamatsu que era el único que había comenzado a tomarse el batido.

–Por mi parte, sí.

Por más que le pesara, la relación que tenía con Midorima había tenido fecha de caducidad desde el principio. De una forma u otra, ese hubiera sido el fin. Porque Midorima no era alguien sociable. Sin embargo, Takao sí. Siempre se acercaba a las personas, porque no le gustaba juzgar a la gente sólo por la cubierta. El peliverde era el ser humano más solitario que jamás había conocido, y tal vez esa fuera la causa de que le apeteciera más si cabe conocerle.

Fue una sorpresa la primera vez que le dirigió la palabra y Midorima le respondió. También que le hubiera llamado Shin-chan como si tal cosa y lo hubiera soportado sin reparos. Aceptado su compañía, e incluso que colaborasen juntos en los partidos. Porque Takao siempre estaba ahí para pasarle el balón al peliverde, y no sólo por ser el as del equipo, sino por ser Midorima.

–Takaocchi—dijo Kise sacándole de su estado de mutismo extremo. –¿Sabes hacer un nudo en el rabillo de una cereza sólo con la lengua? –.Mientras hablaba, cogió su cereza y se quedó con el pequeño rabillo entre los dedos. –Dicen que si sabes hacerlo, es que eres un besador excelente.

Continuará...


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