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El único que puede vencerme eres tú por Rukkiaa

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En el que Aomine necesita aclarar las cosas

 

–¡¿No entiendes que quiero que me veas de otra forma?!

Kagami se quedó mudo por la impresión ante la declaración de su amigo. Inmóvil. Asombrado. Con los ojos y la boca muy abiertos.

–Taiga...me gustas. Desde hace tiempo me gustas, como más que un hermano.

Sus neuronas iban a paso de tortuga, procesando lo escuchado. Pero debía decir algo, reaccionar de alguna forma.

–Himuro, no tenía ni idea—admitió avergonzado por su inexperiencia cada vez más grande en los temas sentimentales.

–Claro que no. Tú solo tienes cabeza para el baloncesto—dijo el otro como si ya lo tuviera más que asumido. Mostrando una leve sonrisa.

Entonces el rostro de Kagami cambió, endureciendo sus facciones. Debía aclarar las cosas con su amigo. Y más ahora tras lo que había ocurrido con Aomine. Aunque no hubiera significado nada...para él.

–Himuro, yo...lo siento mucho. Sólo puedo verte como mi amigo. Como mi hermano—reconoció con todo el dolor de su corazón. Las cosas entre ambos no iban nada bien, y eso empeoraría la situación. Sin embargo, debía ser sincero. Himuro se merecía la verdad.

El pelinegro soltó un profundo suspiro, y la sonrisa no desaparecía de su rostro, como si se hubiera resignado desde hace mucho tiempo.

–Me lo imaginaba. De todas maneras, me ha venido bien que lo supieras, para que de una vez por todas dejes de decirme que me consideras tu hermano. Te pido como favor, que no vuelvas a decirme esa palabra, y menos para referirte a mi.

–Está bien—dijo Kagami agachando la cabeza, con un tinte de tristeza en la voz.

–Ahora me voy. Si Murasakibara tiene que esperar mucho tiempo, se acaba la comida que trae de su casa. Y luego no hay manera de sacarle de la tienda más cercana—rió y volvió hacia la puerta. Pero antes de abrirla y marcharse, se giró de nuevo hacia Kagami. –¿El chico que me abrió la puerta no es el jugador del Tôô? ¿Ese con el que te enfrentaste y parecía que estabais solos en la cancha?

–Sí.

–¿Es tu amigo?

–Pues...algo así. No sé. Tal vez—respondió nervioso.

Himuro amplió la sonrisa.

–Ya veo. No estás tan ciego como yo creía. Estás madurando, Taiga.

Aomine terminó yendo a clase, presionado por la pelirrosa, a desgana. Sentado junto a la ventana, y sin apartar la vista del patio y los edificios de alrededor.

No se le iba de la cabeza el tal Himuro, ni los motivos que le habían llevado a casa de Kagami. Se le revolvían las entrañas de solo imaginar las razones, y lo que habrían hecho en cuanto él se marchó de allí, dejándoles a solas.

Y por eso, a penúltima hora, se escaqueó del instituto y fue al del pelirrojo, a esperarle para cuando saliera. Debía sonsacarle e increparle todo lo que hubiera ocurrido. Porque necesitaba desesperadamente saberlo, y tranquilizarse por fin.

Inquieto, apoyando la espalda contra el muro de ladrillo. Sin dejar de mover el pie como si fuera un inevitable tic. Él, Daiki Aomine, celoso como nunca. Rezando a todos los dioses que pudieran escucharle, que entre Himuro y Kagami no hubiera pasado nada, porque sabía perfectamente que no podría soportarlo.

Sonó el timbre y los alumnos no se demoraron demasiado en salir por la puerta. El bullicio se mezclaba con el ruido del tráfico y eso parecía ser favorable para que sus nervios se incrementaran.

Una persona tras otra pasaban por su lado y seguían sus caminos. Gente desconocida. Nadie relevante.

Hasta que vio a Kuroko en compañía, como no, de Kagami.

–¿Aomine? –preguntaron a la vez el peliceleste y el pelirrojo, al tiempo que este se les acercaba con el rostro visiblemente serio y las manos en los bolsillos del pantalón del uniforme.

Kuroko entonces tuvo la sensación de que él no debía estar ahí, sobretodo, porque su amigo peliazul no apartaba la vista de su compañero.

–Hasta mañana—dijo escueto y se esfumó de la forma que solo él sabía hacerlo.

Aomine continuaba mirando a Kagami, parecía que le examinaba por si le veía algo diferente, algo fuera de lugar. Algo que le indicara que Himuro había hecho lo que no debía hacer. Tocar sus pertenencias.

–Vamos—dijo sin más. Se dio media vuelta y comenzó a andar lejos del instituto y de las posibles miradas curiosas de los estudiantes que todavía andaban por ahí de acá para allá.

Kagami ni replicó y le siguió los pasos. Histérico. Sabiendo a la perfección que había llegado el momento de la temida conversación acerca de lo que había ocurrido en la noche. Y él no tenía explicación alguna para haber caído en semejante cosa. Al menos, no una que le gustara. Cabizbajo, se miraba los pies mientras pensaba sin descanso en una respuesta a las preguntas de siempre, una que le convenciera incluso a él mismo.

¿Le gustaba Aomine?¿Sentía algo por él? Eso se lo preguntaría el otro, sin duda alguna. ¿Qué diría?¿Que quizás le atraía un poco?

Porque eran tal para cual. Porque como rival en la cancha, era más que digno. Porque aquellos ojos azules le hipnotizaban.

Sacudió la cabeza para evitar pensar semejantes tonterías, pero no podía sacar esas ideas. No eran del todo mentira y era consciente.

–¿Qué quería ese tipo esta mañana en tu casa? –preguntó Aomine deteniéndose en lo que parecía un callejón algo descuidado, junto a un humilde restaurante, que por las pintas, era evidente que llevaba años allí abierto al público.

El olor a ramen recién hecho que salía por el resquicio de la puerta, ni siquiera le abrió el apetito. Con un apretado nudo en el estómago, alzó la vista por fin para contemplar la espalda de su acompañante.

–¿Hablas de Himuro? –eso no se lo esperaba. –Sólo fue a...

Aomine se había girado hacia el tan deprisa, que ni le vio aproximarse hasta que sintió sus labios besarle con desesperación. Silenciándolo. Con las manos aprisionando la solapa de su chaqueta con fuerza. Como un niño asustado que se aferra a los brazos de su madre.

Cuando por fin pudo darse cuenta de lo que estaba pasando, le empujó para apartarlo. Aomine respiraba agitado, lo mismo que él. Y le miraba tan atónito, que cualquiera hubiera dicho que ni él mismo sabía lo que acababa de hacer.

–¿Qué te pasa? –preguntó Kagami alterado, limpiándose los labios con el dorso de la mano y mirando a su alrededor. –¿Por qué haces eso aquí?¿Ahora?

–¿Qué quería ese cretino? –volvió a preguntar a Aomine, con las manos cerradas en un puño. Con la mandíbula tensa. Como si se estuviera conteniendo.

–No es asunto tuyo—espetó Kagami comenzando a irritarse.

Pero esa respuesta no gustó demasiado al peliazul, porque volvió a situarse frente a el, y a sujetarle de la barbilla para obligarle a no apartar la mirada de la suya.

–¿Pasó algo entre vosotros? –. Cuestionó, ejerciendo más presión en el agarre.

Kagami no podía apartar sus pupilas de las del otro. Aomine parecía rabioso. Enfadado. Pero no con él, sino con Himuro, y más aún, con la perspectiva de que algo podía haber pasado entre ellos.

Aomine estaba claramente celoso. Tanto, que comenzaba a exteriorizarlo de una manera que no comprendía. Porque si el peliazul estaba así, si sufría así por una suposición... Todo eso sólo podía significar que sí sentía algo por él. Algo más allá de la mera atracción que creyó en un primer momento tras el dichoso Strip Basket. Y Kagami no sabía si estaba preparado para lidiar con eso tan fuerte. Porque ni sabía lo que él mismo sentía al respecto.

¿En qué momento Aomine había empezado a sentir cosas por el? ¿O todo era una broma de mal gusto? Kuroko le había dicho que Aomine era una persona sincera, y en ese momento es lo que le parecía. Pero sintió un miedo atroz sin saber porqué.

–¿Le besaste? –el agarre se aflojó, y los iris azules titubearon. Temerosos. –Es evidente que ese tío siente algo por ti. ¿Pasó algo que deba saber?

–No... –. Fue lo único que pudo decir. Sin saber muy bien cómo reaccionar.

–¿De verdad? –. La pregunta sonó a petición desesperada. Necesitaba una confirmación.

–No pasó nada. Solamente hablamos.

Aomine entonces sintió como si le hubieran quitado tanto peso de encima, que podría flotar por el aire como un globo. Soltó el rostro de Kagami, y mostró una sonrisa de satisfacción.

–Entonces ahora nos toca hablar de nosotros. Y de lo que pasó anoche.

–Me parece que no es el lugar. Ni el momento—apreció el pelirrojo entrecerrando los ojos. Desconfiado por el cambio de actitud de su acompañante. Y con muchísimas ganas de evitar el tema.

–A mi me parece que sí. Hay cosas que quiero decirte desde hace un tiempo, y por una cosa o por otra, no me ha sido posible.

Kagami se puso realmente nervioso de pronto. Esas palabras... No sabía la causa, pero no quería escuchar el resto.

–Mejor dejarlo para otro día. Yo... Tengo que irme—dijo y salió corriendo sin recapacitar ni en qué dirección ir.

–Pero...

Aomine se había quedado completamente solo en el callejón. Aunque, a pesar del plantón, una sonrisa se dibujó en su rostro.

Kagami había huido, y debía encontrar la manera de volver a estar a solas con él, en un lugar del que este no tuviera escapatoria.

Su declaración tenía los días contados. Ya no debía, ni podía esperar más. Y por la reacción del pelirrojo, estaba seguro de que la cosa no iría nada mal.

Continuará...

Notas finales:

Próximo MidoTaka ^^

 


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