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El único que puede vencerme eres tú por Rukkiaa

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En el que Aomine se sale con la suya

 

A media mañana, ya todos estaban en el gimnasio del instituto. Animados y con ganas de celebrar el triunfo. Riko había aparecido con las manos llenas de tupperwares formando una torre tan alta que ni se le podía ver la cabeza. Todos repletos de comida de dudoso gusto. Pero la chica se veía tan animada, que el equipo al completo le mostró una sonrisa de satisfacción. Aunque evidentemente, no probarían nada si podían evitarlo.

Los refrescos llenaban los vasos plásticos y las chucherías varias adornaban los platos por poco tiempo, puesto que al ser lo más delicioso para comer, desaparecían en un visto y no visto.

Teppei y Hyûga mantenían una animada conversación, mientras que Shinji charlaba en un rincón con Mitobe. Kagami por su parte estaba sentado en medio de la cancha, con las piernas cruzadas, los hombros caídos y la mirada perdida en algún punto del techo. Escuchando las risas huecas como si llegaran a sus oídos desde muy lejos. Pues su mente no estaba precisamente en ese instante, sino algunas horas atrás dentro de ese mismo gimnasio.

–El padre de la entrenadora acaba de traer pizzas para todos—informó Kuroko sentándose a su lado. Aunque tal vez llevaba un rato ahí, pero no se había dado cuenta.

–No me apetece—dijo el pelirrojo desganado.

La mano de Kuroko se posó en su frente.

–Estás enfermo.

–No. Solo que no tengo hambre.

–Estás enfermo—repitió.

–La gente normalmente hace preguntas. No afirma sin más—dijo retirando la mano del peliceleste de su frente.

Kuroko le miró unos segundos con detenimiento.

–¿Estás enfermo?

–Te vuelvo a decir que no.

–Entonces te pasa algo.

–Que no tenga hambre no significa que...

–Te conozco, Kagami. Sé cuando te pasa algo. Estabas aquí sentado tú solo. Y pareces estar pensativo. ¿Estás preocupado por alguna cosa?

El pelirrojo echó un vistazo a su alrededor. Todos sus compañeros estaban a sus cosas. Comiendo o hablando entre ellos. Nadie les observaba, ni parecían pendientes de lo que hacían allí sentados en medio del gimnasio.

Kagami suspiró derrotado, y sin mirar a su compañero, confesó lo que le rondaba por la cabeza.

–Anoche cuando os fuisteis, volví a por mi bufanda y aproveché para hacer unas canastas, porque sabía que aunque me marchase a mi casa, no podría dormir. Y mientras estaba aquí a mis anchas, apareció Aomine.

–Te peleaste con Aomine—volvió a dar por sentado Kuroko.

–Al principio no. Me retó a un uno contra uno...pero fue algo muy estúpido.

Se sonrojó ligeramente, sólo de recordar a lo que había accedido a jugar con el peliazul.

–Me convenció para jugar a Strip Basket.

–¿Y cómo es eso?

–El que encesta continúa vestido, pero el contrincante se debe quitar una prenda de ropa.

Kagami sentía su rostro arder, pero confiaba en que Kuroko no se diera cuenta de su nerviosismo.

–¿Os quitasteis la ropa? –. Preguntó no sin cierta curiosidad el peliceleste.

–Ganó Aomine... Así que yo acabé...bueno, ya te imaginarás.

–¿Y qué te preocupa?¿El haber perdido el uno contra uno?

–No realmente... Aomine me dio la oportunidad de terminar en empate. Iba a encestar, dispuesto a dejarle en las mismas condiciones que yo, pero el muy bastardo... Me agarró el culo.

Cerró los ojos. El coraje volvió a su cuerpo y las palabras del peliazul de nuevo inundaron su mente.

–Se burló de mi. Diciéndome unas cosas... Tsk, dijo que no pudo evitar hacerlo porque yo era una provocación. El muy cabrón sonriendo como si nada. Aunque yo le había golpeado... Y para colmo, parecía querer justificarse. Como si yo no supiera perfectamente que lo hacía para fastidiarme. Maldito embustero—Kagami cogió su vaso ya vacío del suelo y lo arrugó convirtiéndolo en una bola de plástico que lanzó lejos.

Kuroko le miraba sin parpadear apenas, como si estuviera asimilando lo escuchado.

–Aomine no es de esas personas que mientan. Hasta donde sé, él siempre dice lo que piensa, sin importar a quién sea.

Kagami le devolvió la mirada, asombrado. ¿Acaso Kuroko...?

–¿Insinúas que no se burlaba de mi?¿Que decía la verdad?

Kuroko asintió convencido.

–Kagami, ¿podría ser que realmente atraes a Aomine?

El pelirrojo sintió como se le helaba la sangre en las venas. Con el cuerpo tan tieso como el palo de una escoba. Pero finalmente esbozó una sonrisa falsa y revolvió el cabello celeste.

–No digas tonterías, Kuroko—dijo restándole importancia al tema.

–No son tonterías. Aomine perdió su pasión por el baloncesto. Lo amaba más que a nada en el mundo, pero a base de ganar y ganar con tanta facilidad, pensando que nunca encontraría un rival digno, dejó de entusiasmarle. Cuando se enfrentó a ti, le vi ese brillo en los ojos que había perdido. Y la sonrisa... Tú hiciste volver a Aomine. Al que yo recuerdo. En ti encontró lo que necesitaba, Kagami. No sería extraño que le atrajeras.

Kagami era ahora el que procesaba las palabras del más bajo. Afectado aunque lo negase. ¿Y si era cierto?

–Voy a por un poco de pizza—dijo levantándose y sintiendo los ojos de Kuroko clavados en su nuca mientras caminaba.

¿Y si en la retorcida mente de Aomine, en cierta forma, había descubierto algo en él que le provocase lo suficiente como para tocarle de aquella manera? ¿Acaso cabía esa posibilidad? Y si era así, ¿qué opinión tenía él de eso?

Su vida era el baloncesto. Desde siempre. En Estados Unidos se había enamorado de ese deporte y le había dedicado todo su tiempo. Y a pesar de que pasaban los años, eso no cambiaba. No era bueno en los estudios, pero porque el baloncesto siempre estaba ahí, en primer lugar. Nunca se había fijado en las chicas, pero porque el baloncesto siempre estaba ahí, en primer lugar. Sin embargo, ¿era por eso?¿O era por qué...?

–¡¡¡¡¡Ni de coña!!!!! –chilló andando en dirección a las pizzas provocando que el rostro de todos sus compañeros se voltearan hacia el.

Entonces deseó que se lo tragara la tierra.

La fiesta, o mejor dicho, la reunión de amigos/celebración terminó al mediodía. Porque muchos de sus compañeros habían hecho planes también para festejar con sus familiares. Y cuando quedaron dos o tres personas dentro del gimnasio, decidieron volver cada uno a su casa.

Kagami lo agradeció, porque estaba mentalmente hecho un lío. Pateando una piedrecita por todo el camino distraídamente, consiguió llegar a su casa sin saber bien cómo.

Aunque le recibió una sorpresa. Un individuo de cabellos violetas y más alto que él le esperaba apoyado en la puerta. Comiéndose una bolsa de patatas de tamaño extra grande.

–¿Murasakibara?¿Qué haces tú aquí?

–Kaga-chin. Te estaba esperando—respondió como si le pesara la lengua.

–¿Cómo...cómo sabes dónde vivo?

–Himuro me lo dijo. La mujer rubia se lo había dicho a el—volvió a decir a desgana.

Eso tenía sentido.

–Entra y dime porqué estás aquí—dijo Kagami abriendo la puerta y entrando a su casa seguido del pelivioleta.

Se acomodaron en el salón y Murasakibara comenzó a hablar antes de abrir otra bolsa de patatas.

–Quería agradecerte... –masticó una patata y continuó hablando después de tragar. –El haberme devuelto las ganas de jugar al baloncesto. Nunca me había sentido de esa forma. Kaga-chin, ya no me resulta tan aburrido.

–Me alegro. Pero no tenías que venir hasta aquí para decirme eso.

–Tenía que hablar contigo de lo que pasó al final del partido. Mis piernas no respondían y no pude saltar. Supe que a ti te pasó lo mismo hace tiempo. Quiero saber qué hiciste para mejorar eso y evitar que se repita.

Kagami sonrió. Tal parece que Aomine no era el único que había cambiado un poco tras haber perdido contra él.

Cuando el cielo empezó a oscurecer y Murasakibara se marchó de su casa, Kagami se dio cuenta de que su nevera había quedado vacía. Y no precisamente por culpa suya, sino la de su invitado.

Maldijo su suerte y se aventuró de nuevo a la calle para comprarse algo de cena. El restaurante Maji Burger siempre le había sacado de sus apuros alimenticios, y ya se estaba relamiendo de solo pensar en todo lo que pediría del menú.

Sin embargo, se encontró con que estaba cerrado.

–Cerrado por inventario... –. Leyó en un cartel que había en la puerta. No era posible. Un restaurante que abría las veinticuatro horas, justamente cuando tenía la nevera desierta, cerrado a cal y canto. No sabía si reír o llorar.

–Menuda putada—dijo alguien a su espalda.

En otro momento, habría respaldado esa apreciación y se habría unido a las quejas, pero el propietario de la voz no era otro que cierto peliazul al que no le apetecía demasiado ver en ese instante.

–Me muero de hambre, y esto cerrado.

–Aomine... –rechinó los dientes automáticamente. Porque pronto, el otro estaba a su lado, mirando a través del cristal de la puerta para ver si había alguien dentro del local.

Al escuchar su nombre, el peliazul le miró.

–¿Kagami?

–¡No te hagas el que no me habías visto!

–¿Qué haces aquí?

–¡Para!

–¿Venías a cenar?

–¡Que pares!

–¿Conoces otro sitio como este?

Kagami entrecerró los ojos.

–Me largo a mi casa.

Se alejó del restaurante, pero a pesar de eso, escuchaba los pasos del otro detrás de el.

–No me sigas—dijo sin dejar de andar y sin mirar hacia atrás.

–Tú sabes cocinar ¿no? Hazme la cena.

–Ni en tus sueños.

–Si fuera un sueño me harías otras cosas—dijo sin cortarse un pelo Aomine y sin dejar de pisarle los talones.

–¿Matarte?

–Sabes que no.

–Claro que sí. Primero te torturaría y luego te mataría. En ese orden—aceleró sus pasos, intentando perderse de la vista del otro.

–Hazme la cena, Kagami. Yo no sé freír ni un huevo.

–Deja de tocarme las narices. ¡No me sigas más! –gritó deteniéndose y dándole la cara al peliazul de forma amenazante.

Aomine hizo un gesto de dolor y se llevó las manos al estómago. Puro teatro por supuesto.

–Pero me muero de hambre... –lloriqueó.

–Me alegro—dijo Kagami satisfecho y dispuesto a seguir su camino.

–¡Me muero de hambre, Kagami! –Aomine alzó la voz tanto, que la gente que pasaba por alrededor comenzó a mirarles. Cuando el pelirrojo se volvió para echarle la bronca por llamar tanto la atención, vio que el peliazul se había tirado al suelo, soltando quejidos, como si estuviera sintiéndose mal de verdad. –¡Hazme la cena, Kagami!¡O me muero aquí mismo!

El rostro de Kagami se volvió del color de su pelo. La gente empezó a cuchichear, e incluso a reírse a costa de los dos chicos que parecían estar llevando a cabo algún tipo de espectáculo callejero. Y por segunda vez en el día, deseó que se abriera un agujero bajo sus pies.

Anduvo decidido hacia donde estaba el otro y tiró de uno de sus brazos para que se pusiera en pie.

–Levanta...

–Hazme la cena, Kagami.

–No te comportes como un crío, maldita sea. Levántate.

–Si me haces la cena, me levanto—dijo mostrándole una pícara sonrisa made in Aomine.

Kagami sentía tanta vergüenza en ese momento, que accedió.

–De acuerdo, pero deja de hacer el ridículo.

Aomine se levantó rápidamente como si hubieran tirado de él. Y comenzó a andar en la misma dirección por la que Kagami se aventuró segundos antes.

–Tengo la nevera vacía. Habrá que comprar algunas cosas—aclaró el pelirrojo.

Entraron en una tienda, adquirieron pagando a medias lo que podía hacerle falta al pelirrojo para cocinar y volvieron a tomar el camino.

Cuando les quedaba poco para llegar, escucharon unas voces.

–¡Estábamos jugando nosotros! –chilló lo que parecía ser un niño.

–¡Ya es hora de que los críos como vosotros volváis a casa con vuestras madres! –gritó alguien con voz grave.

Aomine y Kagami cruzaron una mirada antes de salir corriendo por la dirección donde escuchaban el altercado.

En cuanto llegaron, vieron que en la cancha de baloncesto del otro lado de la calle, había varios niños con rostros tristes y llorosos, mientras un grupo de adultos abusones les fastidiaban la diversión sin remordimiento alguno.

–¡Pero ese balón me lo regaló mi papá! –sollozó un niño intentando inútilmente arrebatarle la pelota a un tipo que sonreía con crueldad.

–Dale ese balón—ordenó Kagami mientras dejaba la bolsa con los alimentos en el suelo, a un lado de la cancha.

–¿Por qué te haríamos caso?¿No me digas que sois sus niñeras? –apreció uno haciendo que los demás estallasen en carcajadas.

–Porque os machacaremos—dijo Aomine quitándose el abrigo. Todos los allí presentes sabían lo que estaba a punto de ocurrir.

–Nosotros dos contra vosotros seis. Si metemos... cincuenta canastas en diez minutos, les devolvéis la pelota, les pedís disculpas y os dais el piro. Si conseguís meter una canasta vosotros, nos iremos y aquí no ha pasado nada. ¿Aomine?

–Que sean cincuenta canastas en cinco minutos—sentenció el peliazul.

Continuará...

Notas finales:

Tal parece que estoy escribiendo un capítulo AoKaga, y otro MitoTaka y así sucesivamente. El próximo será MidoTaka xD


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