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Slice of Life por Radhe

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 Mito 


–Dicen que puedes volar.

Soltó Dohko de la nada mientras comían en la cabaña. El otro detuvo la cuchara a medio camino hacia su boca para mirarlo. 

–¿Quién dice?

–Los otros aprendices.  Me dijeron que también podías hacerme volar a mí. 

Shion pensó que mandarlo por los aires no estaría nada mal.

–No. No puedo – dijo, y se puso muy serio. El chino no podía saberlo, pero controlar la telequinesis estaba dándole muchos problemas. 

El menor no se lo decía por ofender, sino por pura curiosidad, y porque quería probar hacerlo él. 

–Dijeron que todos los lemurianos…

–¡Eso es nada más que un mito! – le gritó ya fuera de sí, porque ante sus fracasos su maestro solía decirle algunas cosas hirientes como ‘¿seguro que en realidad eres un lemuriano?’ y otras cosas que en realidad eran muy tontas, pero le dolían a un niño. –¡No puedo! ¡¿Qué no entiendes?! ¡No se puede!

Tan enojado estaba que encendió su energía sin querer y el plato con su cena salió volando por los aires, hasta estrellarse contra los tablones de madera de la pared del fondo y hacerse añicos. Dohko lo miró impresionado por su despliegue de irritación –algo muy inusual– pero con un deje de su buen humor dijo:

–Pues a mí no, pero a los platos sí que los haces volar. 

Shion se rió, asombrado: nunca había podido mover nada, mucho menos lanzarlo tan lejos. No le importó limpiar el desastre, ahora que sabía que sí podía usar la telequinesis –que sí era un lemuriano– todo sería más fácil. Tenía confianza. 


 Libro 


Shion escribía todas las noches, justo después de la cena y antes de limpiar la mesa, sacaba aquel viejo libro de tapas cuarteadas y escribía. Dohko nunca había preguntado de qué se trataba, tenía la impresión de que no le iban a decir.

La noche en que Shion cumplió los ocho llegó totalmente apaleado, por su enfrentamiento con los otros aspirantes y se tiró a la cama sin siquiera limpiarse las heridas. 

Dohko no dijo nada, esperó a que estuviera bien dormido y sacó aquel libro de donde Shion solía guardarlo. Se puso en la mesa, dando la espalda a la cama, lo abrió y… no entendió nada, porque todas las letras eran lemurianas. Fastidiado dejó el libro donde lo había encontrado y refunfuñando se metió a la cama, nunca sabría el secreto de Shion, quizá hasta era sobre él… y no podría saberlo.

Su preocupación era infundada, porque lo que Shion escribía eran sólo resúmenes de las habilidades de sus compañeros,  un plan meditado para poder vencerlos. Aunque por el resultado de las peleas de ese día, no había tenido mucho éxito. 

No volvió a escribir en aquel cuaderno, pero cuando muchos años después Dohko le preguntó de qué se trataba, se rió y finalmente se lo dijo.

 

 

Desencanto 



Miraba de soslayo, pero luego regresaba la vista al frente. Y así, una y otra vez. 

–¿Qué pasa?

Le preguntó Shion, ya harto de aquel escrutinio que pretendía ser discreto pero en realidad no lo era. 

–Las marcas de tu frente…

–¡¿Qué tienen?! – preguntó con agresividad, pues eran tan sensible sobre sus marcas como Dohko lo era a su estatura. 

–Quisiera tocarlas.

Pidió Dohko en un ademán implorante, eso sorprendió al lemuriano, ¿tocarle la frente?, ¡que niñería! Cerró los ojos, levantando de frente la cabeza. 

El menor acercó su mano y tocó, no se sentía nada absolutamente, ni siquiera el borde, él había imaginado que quizá así pudiera ver dentro de la mente de Shion o algo así.

–¡Que decepción! – murmuró al darse cuenta de que no habría ninguna aventura. 

 Pero cuando vio la cara de enojo de su amigo supo que sí iba a pasar algo… algo muy malo.


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