Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Snowflake por AvengerWalker

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Siento que debo hacer algunas aclaraciones respecto de este capítulo, así como también del anterior.

La intención es respetar lo máximo posible la obra original y narrar los hechos lo más apegado al canon que se pueda. Es por ello que edité el primer capítulo. Quienes lo leyeron, quizá recuerden que introduje al aparente caballero de Escorpio. Decidí eliminarlo, después de todo, el maestro de Kardia realmente fue Krest, por lo que supongo que no ha habido un caballero de Escorpio luego de la Guerra Santa hasta la llegada de Kardia.

Aclaro, como dije antes, que no soy experta en Lost Canvas; soy muy dispersa y desatenta, así que no estoy segura y bien puede que me esté equivocando xD

Por otro lado, decidí servirme de Episode G para introducir un personaje que realmente no tendrá mucha relevancia. Se trata del sirviente que cuidó de Kardia mientras Krest no estaba, pues no me hacía la idea de que el escorpioncito se nos quedara solo y enfermo y alguien tenía que ver por él.

Opté no profundizar el encuentro entre Krest y Kardia, pues siento que sólo repetiría el diálogo dado en el gaiden (es mejor verlo directamente de allí xD)

Ya lo demás, como las ideas de Lugonis u otras consideraciones acerca de Krest son meras subjetividades mías y no están basadas en la obra. Por las dudas advierto que puede me esté alejando del canon en muchos sentidos(?).

 

En fin, me extendí demasiado, ¡espero que disfruten el capítulo!

El joven aprendiz de Escorpio yacía recostado en la cama, vencido por la fiereza de su fiebre; el silencio sepulcral que invadía el ambiente, junto con el pesado calor que despedía su anatomía e impregnaba las paredes, sólo dejaban en evidencia la entorpecida respiración del futuro caballero. Los únicos sonidos que llegaban donde la tríada observaba atenta eran los pasos y golpeteos de los sirvientes al acomodar y transportar cosas, mayoritariamente vasijas de agua helada y paños fríos. Nada estaba dando resultado, el representante que custodiaba Escorpio lo sabía y también Krest.

El antiguo caballero de Acuario suspiró con pesadez, pues había llegado momento de sincerarse con Dégel y explicarle las cosas desde el inicio, lo que implicaba remontarse a unos años atrás. Un brillo fraternal le iluminó las pupilas mientras contemplaba al pequeño escorpión, detalle que no pasó inadvertido para el despierto joven de cabellos aguamarinos. ¿Acaso se conocían? ¿Era aquel el primer encuentro? Rememoró las palabras que tanto el mayor como el otro guardián habían compartido y llegó a su conclusión, mas esperó a que su maestro optara por informarle de su misión.

—Antes de que nuestros caminos se cruzaran —inició entonces el anciano, bajo la mirada atenta de Dégel— conocí a Kardia.

Se volcó entonces en la narración del recuerdo sin dejar ningún detalle de lado, mas evitando sobrecargar la misma con datos innecesarios. Había encontrado a quien sería el futuro aprendiz de Escorpio en las ruinas griegas del Santuario; lo halló agotado, herido y mal alimentado, pero con un feroz brillo de vida en las pupilas. De su propia voz oyó acerca de la enfermedad cardíaca que le aquejaba y contempló el disimulado dolor que le acongojaba al confesar que no le quedaba más que un año de vida, año que aprovecharía al máximo, así sus esfuerzos no hicieran más que acelerar la llegada de la muerte. La actitud del menor, su fuerza interna y el enorme talento que veía en él le convencieron de guiarle hasta el Santuario, de implantar aquella idea en su cabeza: podía proteger a Athena, convertirse en un caballero… Le entregó Misophetamenos, la prohibida técnica que le permitiría sobrevivir aún más.

—Como verás, no hay caballero que proteja Escorpio —musitó con cierta amargura Krest, extendiendo uno de sus brazos en una invitación a observar los alrededores. Era cierto. Bien sabía Dégel que la mayoría de los caballeros habían fallecido en la anterior guerra santa y que sólo unos pocos, quienes llegaran mucho después, entrenaban a la nueva generación. —Cuando Kardia llegó aquí, me ocupé de él. Cada vez que su fiebre se manifestaba, lograba aplacarla con el frío glaciar. Guiaba su entrenamiento día a día, veía su esfuerzo y cómo parecía mejorar su condición —guardó silencio de forma momentánea. Dirigió la diestra hasta la frente del joven que dormitaba y su frío cosmos empezó a actuar, conteniendo las llamaradas que parecían enloquecer el corazón del menor y atosigar su cuerpo. La temperatura de la habitación descendió considerablemente. —Escogí al más fiel de los hombres para que cuidase de Kardia mientras te entrenaba. Él era también un aprendiz dispuesto a hacerse con la armadura de Escorpio… y lo hubiese conseguido, de no haber recibido una herida que le invalidara de por vida. Se ocupó de Kardia durante todo este tiempo, pero como verás, no hay nada que pueda con su fiebre.

Era la primera vez que Dégel oía hablar de un muchacho como el escorpión. Debido a los libros que leía, era conocedor de una cantidad incierta de enfermedades cardíacas, mas ninguna de ellas parecía asemejarse a la que aquejaba a su ahora compañero. Su corazón se sensibilizó de inmediato: aquel muchacho tenía su misma edad, las mismas motivaciones. Quería ser un caballero al igual que él y proteger a Athena, mas luego de cada entrenamiento debía luchar día a día para sobrevivir, para no dejarse vencer por la muerte. Su vida era una pelea constante, un ejemplo de esfuerzo, devoción y superación.

—Sólo tú puedes ocuparte de su fiebre.

El silencio se hizo entre ambos. Krest apartó la palma de la frente del menor, y aunque por unos cuántos minutos parecía que el frío iba a mantenerse, una vez más se alzaron las llamas, amenazando con quemarlo todo con más imposición que antes. Viendo Dégel que su maestro no parecía reaccionar, concentró su fría aura en las manos y llevó la diestra sobre los cabellos de su nuevo compañero de armas, tal como había visto hacer a su guía. Sin embargo, fue un poco más allá. Su palma restante descansó sobre el pecho del más bajo, allí donde desaforado temblaba y gruñía su corazón; ahí estaba el centro de todos los problemas, por lo que quizá resultaría más conveniente, además, regalarle algo de frescura por esa vía también. Tan concentrado estaba en estudiar y escrutar hasta el más nimio cambio en la expresión de Kardia, que no notó el instante en que Krest se dirigió, junto con el representante del templo, hacia la salida de la habitación.

—Informaré al patriarca que estás cumpliendo con tu misión… Recuerda, Dégel. La vida de ese muchacho depende de ti.

El acuariano asintió, su mirada fija en las tupidas pestañas del durmiente, quien parecía haberse relajado y respiraba ahora con naturalidad. Decidió que pasaría el resto del día allí, infundiéndole frío: no se iría de su lado hasta que mejorase, pues su vida se hallaba ahora entre sus dedos y de él dependía.

 

~+~

 

La lluvia aún caía a raudales bajo la atenta mirada de Lugonis, tan silencioso y mortal como siempre. Albafika había abandonado su entrenamiento para descansar, mientras que su maestro controlaba lo que sucedía desde el elevado templo. La ubicación resultaba casi estratégica, perfecta para ellos: no sólo no precisaban recorrer los aposentos restantes para presentarse frente al patriarca, sino que eran los más distantes de los caballeros. Desde ahí, todo lo veía. Captó también al antiguo caballero de Acuario, que se acercaba a paso lento y casi esforzado.

Ambos entrenaban a sus correspondientes aprendices para ser reemplazados por los mismos y sentían sobre sus hombros el peso de toda una vida, peso que ascendía a medida que la amenaza de una próxima guerra santa se hacía más evidente. El dolor del abandono y muerte de varios de sus compañeros era constante y había dejado en sus corazones una herida permanente, aunque no tan física como el aquejado aprendiz de Escorpio. Bien lo sabía Lugonis, pues aunque Krest no le había pedido controlar al chico, al guardián de Piscis le resultaba imposible no hacerlo al verse reflejado en él. Era alguien diferente, distante, separado de los demás por las llamaradas de su propio corazón. Podía poner en peligro a cualquiera, llevarse a los demás consigo si todo se descontrolaba… tal como él. Pero se creía más letal que el inocente infante.

Cuando los dos hombres se enfrentaron, el pisciano se apartó para permitirle el paso.

—Te irás —murmuró, guiado por la intuición que le dictaba el corazón.

Krest no dijo nada por unos segundos.

—Iré a Francia. Dégel ya casi ha finalizado su entrenamiento y Kardia precisa de él.

La conversación se dio por finalizada. Nada más había para decir: Lugonis no insistiría a Krest en su permanencia en el Santuario, sitio que parecía provocar algún dolor personal en el acuariano. ¿Se trataba de la muerte del guardián de Escorpio? ¿A quién de sus compañeros había sido tan cercano que rechazaba el permanecer allí con tanto ahínco? Vio al de cabellos aguamarinos perderse en el interior de su templo, para luego desaparecer bajo una cortina de furiosa lluvia.

 

~ + ~

 

Lo primero que notó una vez recuperó la consciencia fue una agradable sensación helada extendiéndose por todo su cuerpo, principalmente en el pecho. Le recordaba a las veces que enfermaba y Krest atendía de él, aunque de ello había pasado mucho tiempo ya; lo único que podían hacer los sirvientes que le hacían compañía y ayudaban en el día a día era mojar su cuerpo con húmedos y helados paños que ardían casi al instante. Nada de ello le había aliviado nunca. En ocasiones, incluso el patriarca se acercaba a ayudar como podía. Tal era la gravedad de su enfermedad. Le apenaba en demasía depender de otros, más aún sentirse un incordio, alguien débil a quien hubiera que proteger, por lo que se esforzaba cada vez más en sus entrenamientos.

Cuando abrió los ojos, se encontró con el semblante de otro adolescente, quizá un poco mayor a él. Parecía genuinamente sorprendido y la misma expresión se reflejó en sus facciones, pues desconocía quién era o de dónde había salido. Miró a sus alrededores y, en cuanto se removió para incorporarse, notó que aquello que había aliviado su estado parecían ser las manos adversas.

—¿Cómo te sientes? —inquirió el de cabellos lacios, apartándose sólo lo suficiente, mas sin despegar las palmas de su frente y pecho. Quería hacerle espacio para que se acomodara como más le gustase, pero no se arriesgaría a suspender el “tratamiento” y dar pie a que empeorara. Se tomaría muy en serio lo de cuidar de él.

Kardia guardó silencio, aún algo mareado e invadido por la enfermiza sensación que le había dejado la fiebre. La temperatura helada que se desprendía de Dégel era agradable para él, y pronto se recostó una vez más, como dispuesto a dormitar.

—Me siento mucho mejor… —agazapado contra la almohada, contempló al acuariano— ¿Y quién eres tú…? ¿Por qué haces lo mismo que el maestro Krest?

—Porque también él es mi maestro. Soy Dégel, aspirante a la armadura dorada de Acuario… —titubeó respecto de añadir lo siguiente, mas supuso que sería lo mejor ser claro con el contrario desde un inicio— A partir de ahora, yo me ocuparé de tu fiebre..

El de ensortijados cabellos azules parpadeó con lentitud, como si fuera víctima de un repentino sopor. Una pequeña y debilitada sonrisa hizo acto de presencia en sus labios mientras cerraba los ojos; aún medio consciente, entrelazó sus dedos con la mano que enfriaba su pecho.

—Gusto en conocerte…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).