Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Snowflake por AvengerWalker

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola otra vez!

Les traigo un nuevo capítulo que la verdad pensé en subir la próxima semana, pero a sabiendas de lo olvidadiza que soy, pensé que lo mejor sería dejarlo aquí y ahora<3.

Este capítulo es un poco diferente al de los demás y también lo será el siguiente, pues quería caracterizar un poco a los protagonistas antes de proseguir.

¡Espero que lo disfruten y muchas gracias por sus comentarios! o/

Unos cuántos meses habían pasado desde que Krest abandonara el Santuario rumbo al soberano territorio francés, dejando en Degel la responsabilidad de no sólo tratar con la enfermedad de Kardia, sino también la obligación de cuidar las veinticuatro horas del peculiar muchacho. Su primera interacción había sido en verdad confusa, pues el futuro caballero del octavo templo se había debatido entre la acogedora inconsciencia o la terrenal y tortuosa consciencia: apenas habían intercambiado sus nombres y una caricia que el de cabellos ensortijados no recordaba, pero el acuariano repetía cada noche como un mantra. Podría haber sido un gesto nimio para cualquiera, pero Degel no era apegado a nadie en particular, no en el plano de lo físico y aquel mimo fue su primera experiencia no relacionada con un entrenamiento. Cuando ahondó más en las múltiples pinceladas de la personalidad de Kardia, descubrió a ciencia exacta lo especial que resultó que entrelazara con él sus dedos.

Aunque era él quien recibía tal caracterización, Kardia era un verdadero iceberg: aquello que se veía a simple vista no era más que una pequeña parte de todo un universo que los demás no podían ni parecían desear descubrir. El escorpiano recibía día a día etiquetas, no todas ellas positivas, pero sí ignoradas, sin excepción. Y es que detrás de su personalidad rebelde se alzaba una voluntad de vivir asombrosa, de hacer y deshacer según sus deseos y voluntad. Para todos podía ser caprichoso, pero desconocían que sobre el escorpiano pesaba una fecha de caducidad incierta: si bien la vida de cualquiera podía apagarse en cualquier instante, era aquel aprendiz quien más lo temía. Le gustaba fingir que no y voltear la mirada a otro lado, disminuir la gravedad del asunto bajo la seria expresión del acuariano, quien veía que, bajo ese fuerte muro de concreto, había un muchacho temeroso e inseguro. Podía suceder en cualquier momento y circunstancia sin que lo viera venir, e incluso si una guerra santa explotase frente a sus narices, era consciente de que no sobreviviría a la misma. Su vida se inclinaba al auto-sacrificio y, por ende, deseaba trazar su camino lo máximo posible, tomar las riendas cuanto pudiera antes de perderse en un suspiro.

Kardia era curioso por naturaleza y tenía una cuota de inocencia que pasaba desapercibida, pues actuaba con sutileza. Quería saberlo todo y también el por qué, y pese a que no sentía atracción especial por los libros en los que Degel constantemente se sumía, descubrió que adoraba aprender cosas nuevas. Albergaba ideas complejas y profundas observaciones que podían llegar a sorprender a cualquiera, mas se las reservaba para sí mismo. El acuariano obtenía pequeños retazos, huellas de filosofía pura y latente en él, pero el carácter movedizo de su compañero y más aún su necesidad de movimiento, de seguir adelante, esa energía pura y ardiente impedían que el escorpiano se concentrara más de cinco segundos en lo mismo. Era como si la mente del menor ardiese también: era despistado y desordenado, parecía ignorar todo lo que pasaba a su alrededor y habitar un universo lejano al de todos. Se mostraba, sin quererlo, como un muchacho simple sin nada que ofrecer, ardiente por suicidarse por ahí o gastar sus energías. Sólo Degel veía su verdadero valor, sus virtudes y defectos y de ello aprendía día tras días.

Había descubierto que cuando algo llamaba la atención de Kardia, este se hiper concentraba, capacidad que había asombrado al acuariano la primera vez que la viera en marcha. Daba igual si alguien le hablaba, si estallaba una discusión en el exterior, también si Manigoldo se asomaba para invitarle a infringir abiertamente las reglas: una vez que Kardia se fijaba en algo, era complejo apartarlo de eso. Podía pasar horas y horas sumido en lo que tanto captase su atención sin darse cuenta.

Descubrir todos estos aspectos y otros más le permitieron obrar correctamente para con el escorpiano, de forma tal que respetaba su espacio, su personalidad y, así, terminaron acoplándose de la mejor manera posible. Kardia no se interesaba en sus libros, pero existían otros métodos mediante los cuáles podía enseñarle un sinfín de cosas y el escorpiano lo aceptaba con una sonrisa. Era algo manipulador en el buen sentido de la palabra, pero el de cabellos añiles no lo descubría, pues desconocía de sutilezas: era más bien torpe, directo, extremadamente sincero. No sabía cómo colocar un filtro a las cosas, pues siempre escupía todo en el único lenguaje que podía procesar. En su fuero interno, Degel sonreía por esto, aunque desde que tomara responsabilidad por el chico y sus acciones, su actitud impertinente le había metido en problemas. Más de una vez había sido llamado por algún superior para explicar el porqué de sus acciones, o bien como si se tratara de su tutor… lo cual no estaba lejos de ser real. Se le pedía que controlara al escorpión, que no interrumpiera los entrenamientos de otras personas e incluso el patriarca le pidió que enseñara al menor algo de modales.

Y entonces, lo comprendió a la perfección. Mientras observaba al futuro custodio del templo de Escorpio juguetear con uno de los adornos del escritorio del recinto acuariano, lo supo: Kardia era como un niño. Contaba con una personalidad fuerte, decía lo que pensaba cuando era preciso y aunque torpe, era también sincero, honesto y leal. Sus intenciones siempre eran buenas y pese a que su inagotable curiosidad le llevara a meter la nariz donde no debía, nada lo hacía con maldad. Aquel era el por qué el menor parecía gustar y disgustar tanto a todos: era simpático, agradaba a cualquiera y tenía facilidad para la conversación, pero resultaba sumamente inquieto: sus manierismos eran casi los de un chiquillo. Insoportable y querido por igual. Pero aunque dijera tener varias amistades, entre ellas el caballero de Cáncer, Manigoldo, era evidente que no profundizaba con nadie: podía decirse que sólo Degel le conocía en verdad.

En esto reflexionaba el acuariano mientras veía a Kardia entrenar con otro joven, un muchacho de cabellos rojizos llamado Dohko. Desconocía en qué momento había empezado a supervisar cada uno de sus entrenamientos, ya fueran en solitario o con la participación de alguno de sus compañeros; se había dado con naturalidad y debido al constante temor que Degel tenía de perder al escorpiano de vista. En cierta forma, sentía que dejando al menor hacer y deshacer a capricho, podía retornar la característica fiebre de siempre que se cernía sobre él como una maldición. Y es que cada vez que el de cabellos aguamarinos apartaba su mirada del griego, una desgracia ocurría. Casi que así fue.

 

—Kardia, te ves demasiado agitado… ¿estás bien? —Oyó comentar al chino; fue el contenido de la oración lo que le orilló a acercarse aún más y ser partícipe de la interacción. El aludido ni se lo pensó dos veces antes de negar, como hacía siempre. Dohko retrocedió cuando el de cabellos añiles volvió al ataque: el griego era en verdad enérgico a la hora de pelear y sus golpes no sólo resultaban precisos y dolorosos, sino que parecía tener una fuente inagotable de fuerza y resistencia. Pese a su enfermedad, el suyo era el entrenamiento más arduo y exigente y esto se reflejaba en el desempeño. —Quizá deberíamos pausar…

 

Cuando el francés llegó donde ambos, lo primero que hizo fue palpar la frente de Kardia, bajo la agitada mirada de éste y su obvia irritación. Detestaba cuando se le era vedado lo que deseaba, más aún cuando estaba relacionado con seguir entrenando: era incapaz de reconocer el cansancio que teñía las facciones de Dohko, mucho menos determinar que el de Libra hacía tiempo había pasado su línea de resistencia. Lo único que veía era debilidad en sí mismo al no poder continuar en una sola pieza; constantemente se enfrentaba con toda clase de imposibilidades debido a su condición, y aunque su desempeño en batalla destacaba por sobre el de los demás, era incapaz de verlo. Se sentía débil, incapaz… pequeño y desarmado.

Degel reconoció en las azuladas irises del menor aquel brillo furioso, la ira contenida que empezaba a amenazar con explotar.

 

—No más entrenamiento —mencionó. Su tono de voz casi sorprendió y molestó al griego en igual medida, pues sabía que cuando el mayor se expresaba así, no daba lugar discusión. Y contradecirle, aunque era en verdad tentador, podía traer aparejado un castigo.

 

Pronto comprendió Dohko que el entrenamiento había sido zanjado, y aunque se despidió de ambos con una sonrisa amable y comentó con cierta admiración lo letal que se alzaba Kardia a la hora de combatir, el de Escorpio no quedó convencido.

Luego de la inevitable despedida, Degel guio al griego hasta los aposentos de la octava casa, en donde le obligó a recostarse mediante escuetas palabras. No precisaba mucho para conseguir que el menor cumpliera o le obedeciera, pues muy lejos de lo que su personalidad dejaba entrever, había un temor reverencial y profundo respeto hacia el de Acuario, y aunque era un rebelde sin causa, había algo en el contrario que le llevaba a obedecer sin dudar la mayoría de las veces. No era tan desobediente como aparentaba. Degel lo sabía y a su favor manipulaba las cosas para salirse con la suya, más que nada por el bien del griego.

Libró un suspiro catártico.

 

—¿Qué? —exigió Kardia ante la repentina exhalación, con los ánimos algo alterados en parte por la agitación de la fiebre.

 

El francés se limitó a cumplir con el ritual que llevaban desde que se conocieran: una de sus manos viajó a la frente del menor mientras que la otra se acomodaba sobre su pecho. Su compañero dejó escapar un bajo murmullo de satisfacción, gustoso no sólo por la atención que recibía, y es que adoraba que el acuariano centrara su atención en él y sólo en él, sino porque la fresca energía que se desprendía de sus dedos le embargaba casi hasta el alma y calmaba su adolorido corazón.

 

—Sólo me pregunto cuándo llegará el momento en que te des cuenta de lo que haces. No podrás salir afuera, a la verdadera batalla, si te matas en el entrenamiento —expresó con algo de dureza, aunque Kardia reconocía un tinte muy minúsculo de dolor. Degel tenía sentimientos y muchos, pero a diferencia suya, era en verdad inexpresivo. —Si no lo vas a hacer por ti, al menos hazlo por mí.

 

El silencio se abrió entre ambos como una suerte de brecha, una separación que hasta entonces no se había dado. Aún se admiraba Kardia de la rapidez con la cual había permitido al contrario adentrarse en su corazón, pues pese a su espontaneidad y extroversión, tendía a proyectar una imagen distante de su verdadera forma de ser. Degel, sin embargo, había contactado con su verdadera esencia con pasmosa facilidad, como si fuera un libro abierto al cual contemplar. Tal como hiciera la primera vez que se encontraron, entrelazó sus dedos con la mano que atendía su corazón y suspiró.

 

—Lo haré… por ti. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).