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La idea salvaje por PureHeroine

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Notas del capitulo:

¡Buenas noches! Ya sé que he tardado mucho, pero estoy de exámenes hasta el cuello y escribo cuando tengo tiempo! D:

Lo siento! :(

Estaba sudando muchísimo. Mi cuerpo no respondía a ningún movimiento que intentaba realizar. La cabeza me dolía horrores y prácticamente no podía abrir los ojos. Cada trago de saliva se asemejaba a un cuchillo rajando mi garganta. Me dolía cada músculo del cuerpo y, por si fuese poco, no sentía las manos.

Notaba una extraña sensación en mi pecho, como si me estuviesen abriendo en canal e investigando con cada órgano, cada músculo, cada hueso y cada articulación. Me dolía muchísimo, pero no podía quejarme porque mi cuerpo no respondía.

-          Pronto te recuperarás, tranquila. – Oí una anciana voz a mi lado y como ponían en mi frente un paño húmedo. – Tienes mucha fiebre. – Noté una mano llena de durezas sobre mi mejilla.  – Aria vendrá pronto con el antídoto. – Abrí los ojos levemente y con dificultad, viendo todo mi alrededor muy borroso.

-          Aria… - Susurré e intenté moverme, pero fue inútil.

-          No te muevas mucho, estás muy débil. – Pasó sus dedos por mis brazos. – Tus vasos sanguíneos están muy dilatados… - Suspiró y volvió a mojar el paño húmedo, poniéndolo de nuevo en la frente. – Esperemos que Aria no tarde demasiado. – Volvió a suspirar. Yo, por mi parte, sin entender qué estaba pasando, seguía en mi intento de incorporarme.

-          ¡Anciano! – Gritaron abruptamente. – Tome, el antídoto.

-          Vamos, Aria, cierra la puerta. No queremos curiosos. – Noté como las dos figuras se acercaban a mí y se sentaban a ambos lados de mí. – Tendremos que inyectárselo directamente en el corazón. Agárrala. – Noté como Aria me cogía de los brazos y me aprisionaba contra el suelo.

-          ¿Está seguro de esto, anciano? – Dijo con algo de preocupación en su voz.

-          Seguro, hija, seguro. – Dijo. – Vamos allá. – Alzó las manos e inyectó la aguja directamente en mi pecho, vaciando el líquido y retirándola posteriormente. No sentía nada. Absolutamente nada.

-          Ahora será mejor que la dejemos descansar. – Se levantó. – Mañana vendremos a ver como se encuentra.

-          Me gustaría… - Oí a Aria susurrar.

-          Sí, tranquila. – Le respondió la anciana voz. – Mañana vendré. Cuida bien de ella.

Pude medianamente abrir los ojos y vi como Aria se sentaba a mi lado. Mirándome preocupada y puso su mano sobre la mía.

-          ¿La sientes? – Me dio leves pellizcos, pero no sentía absolutamente nada. - ¿No puedes hablar? – Alzó una ceja e intenté hablar, pero solo emití un gruñido. – No te preocupes, descansa. – Acomodó tiernamente los mechones que caían sobre mi rostro y los escondió tras mi oreja. – Menudo lío en el que te has metido, ¿eh? – Intenté fruncir el ceño para mostrar molestia. Pero nada, seguía estática. Por lo que intenté olvidarme de todo y dormir un poco, pues las pestañas cada vez me pesaban más y más.

-          ¡Oye! – Hundió su dedo en mi mejilla reclamando mi atención. –  ¿No te habrás molestado por eso, no? – Jugó con mi nariz y suspiró. – Qué aburrida eres, ¿Te vas a quedar ahí todo el día? – Rió traviesa al ver que no me podía mover y comencé a mosquearme.

-          Eres una idiota. – Solté por fin.

-          Anda. – Alzó una ceja. - ¿Ya puedes hablar? – Me sorprendí al igual que ella.

-          Será porque me pones de los nervios. – Intenté incorporarme, pues comencé a sentir las articulaciones. – Y mi cuerpo necesita responder a tus estupideces.

-          ¿Solo responde a mis estupideces? – Alzó una ceja con una sonrisa sinuosa y retiré la mirada enrojecida.

-          Imbécil. – Soplé hacia arriba para retirar un mechón rebelde y rió.

-          Tienes mejor color. – Echó un vistazo rápido a mis brazos desnudos y esbozó una tierna sonrisa. - ¿Lo sientes? – Deslizó la yema de su dedo índice suavemente por mi brazo y me miró directamente a los ojos. Conectamos inmediatamente,  sus amarillentos ojos de pupilas rasgadas felinas hicieron contacto directo con mis ojos color cielo.

-          Un poco… - Susurré sin dejar de mirar sus felinos ojos. – Creo que puedo mover los dedos. – Flexioné un par de ellos y la sangre comenzó a recorrer con fluidez mi cuerpo.

-          Parece que el antídoto hace efecto. – Me colocó la palma de su mano sobre la frente y frunció el ceño. – Mmm… – Caviló en sus pensamientos. – Sigues con algo de fiebre. Pero parece que ha bajado bastante. – Suspiró aliviada.

-          ¿Te alegra saberlo? – Alcé una ceja y oculté una leve sonrisa.

-          Bueno. – Volvió y se levantó. – Es mejor eso a pensar cómo deshacerme de tu cuerpo después… - Fruncí el ceño y abrí la boca para decirle algo. Pero la cerré inmediatamente con una expresión molesta. Nada de lo que dijese iba a surtir efecto.

-          Es broma, boba. – Sonrió y se volvió a sentar a mi lado. – Claro que me alegra saberlo. – Le devolví la sonrisa y me reincorporé con algo de dificultad hasta quedar sentada, con los brazos apoyados sobre mis muslos y moviendo el cuello ligeramente, lo tenía totalmente en tensión y mis cervicales pedían leves estiramientos.

-          ¿Te duele el cuello? – Asentí colocando mi mano en la nuca. – Déjame. – Se posicionó tras de mí y colocó mi pelo a un lado, posándolo sobre mi hombro derecho. Colocó sus manos sobre ellos y apretó ligeramente con los pulgares, notando como mis músculos estaban contraídos y en tensión. - ¿Mejor? – Suspiré aliviada.

-          Muchísimo mejor, Aria. – Apreté mis rodillas con mis uñas para evitar gemir ante el placentero masaje. – Ahí, ahí me duele… - Mordí mi labio para evitar gritar cuando me tocó en el lugar que más dolía y paró. – Lo siento. – Me susurró. – ¿Tanto te duele? – Volvió a tocarme y emití un pequeño grito. – Esto no es muy normal… - Bajó levemente el cuello de la camiseta, y justo debajo de mi nuca comencé a sentir un gran escozor.

-          ¿Q-qué… - Las palabras murieron en sus labios. Incluso la noté tragar saliva. – es…

-          ¿Qué pasa?

-          No… no puede…

-          ¿Aria?

-          No puede ser…

-          ¿Se puede saber qué te pasa? – Me giré con el ceño fruncido y vi el gesto espantado de Aria. Tenía sus cejas alzadas, la boca semi-abierta y sus manos levemente alzadas en señal de sorpresa. - ¿Aria…?

-          No…. No…

-          ¡Aria! – La agarré de los hombros y la zarandeé sacándola de su ensoñación.

-          No se te ocurra moverte de aquí. – Su voz se agravó y sus rasgadas pupilas se dilataron.

-          ¿Me puedes decir qué pasa al menos…?

-          Solo espera aquí. – Se levantó con algunos mechones tapando su rostro y salió por la puerta sin mediar palabra. Moví el brazo y toqué con las yemas de mis dedos la parte inferior de mi nuca, notando algo caliente y palpitante. – Todo esto es tan raro… - Moví ligeramente mis piernas, las cuales ya notaba, y me levanté para estirarlas un poco. Estaba descalza y tenía algunas heridas sobre la parte superior.

-          ¿Cómo te encuentras? – Giré sobre mis talones para encontrarme con Aria y con una figura mucho más pequeña que la primera, tenía la piel muy pálida, orejas puntiagudas y ojos lánguidos rodeados de arrugas. Tenía el pelo blanco y largo, que caía pesadamente sobre sus hombros.

-          Mucho mejor. – Sonreí de lado. – Muchas gracias, esto…

-          Anciano. – Sonrió. – Aquí todos me llaman así. – Bajé mi cabeza a modo de respeto y desvié mi mirada a Aria, la cual estaba apoyada en la puerta y con los brazos cruzados. - ¿Me dejarías echar un vistazo a tu espalda, querida?

-          Claro, pero… ¿Qué ocurre? – Dije algo preocupada.

-          ¿Quieres enseñarla de una vez, o qué? – Soltó Aria molesta.

-          ¡Aria! – el Anciano le llamó la atención. - ¿Qué maneras son esas? – Dijo con fiereza en su voz, pero manteniendo una actitud tranquila. – Discúlpate.

-          Lo siento. – Dijo a regañadientes y casi sin separar los labios. Al fin y al cabo, la felina era fácil de domar, ¿eh?

 

El anciano se posicionó detrás de mí, colocó mi larga melena hacia el lado y delineó con sus manos aquella parte que me dolía tanto.

 

-          ¿Tienes alguna idea de lo que es esto, querida?

-          Lo tengo desde que nací. – Afirmé. – Es una marca de nacimiento. ¿Por qué tiene tanto misterio?

-          Así que de nacimiento, ¿eh? – Rió levemente, volvió a colocar mi melena tras mi espalda y se volvió a acercar a Aria con un dedo sobre sus labios. - ¿Me dejas verla? – Aria asintió, bajándose la leve pieza de piel que vestía a modo de pantalón corto, muy corto. Y vi la misma marca de mi nuca reflejada en la parte baja de su abdomen, justo encima de su ingle.

-          ¿Q-qué? – Susurré al ver la coincidencia. – Esto… es….

-          Demasiada casualidad. – Afirmó el anciano, colocando sus manos sobre su pecho. – Necesito algo de tiempo para ponerme en contacto con algunos amigos. – Susurró con los ojos cerrados, cavilando en sus pensamientos. – Mientras tanto… Aria. – Se dirigió a ella. – Acomoda a la humana en la cabaña del lago, es más seguro que permanezca en la aldea, y no en la costa. – Se dirigió a la puerta y la abrió. – Vienen tiempos duros, y las aguas están revueltas… - Se marchó susurrando mil y un acertijos dejándonos a Aria y a mí allí.

-          Parece que te quedarás con nosotros una buena temporada. – Suspiró deshaciendo su cruce de brazos y me hizo un ademán con la mano para que la siguiera.

-          ¿Te molesta? – Avancé uso cuantos centímetros hasta estar más cerca de ella y alcé una ceja.

-          Más bien, me aterra. – Confesó, mordiéndose el labio inferior con sus afilados dientes.

-          No te preocupes. – Atrapé su brazo con mi mano y lo acaricie levemente. – Todo saldrá bien. Esto es solo una casualidad, ya verás.

-          ¿Sueles ser así de positiva siempre?

-          No. La verdad es que no. – Sonreí. – Pero no me gusta que nadie se sienta inseguro.

-          Así que… - Suspiró con una media sonrisa. - ¿Es mejor decir que todo saldrá bien aunque no lo pienses de verdad? – Rasqué mi nuca al encontrarme en aquella encerrona, pero no perdí la sonrisa en ningún momento.

-          A veces las personas necesitan comentarios de positivismo para seguir adelante, ¿Sabes?

-          ¿En qué te basas? – Puso un dedo sobre mi frente y me empujó ligeramente.

-          En mi experiencia. – Dije simplemente. – Y en mis estudios.

-          ¿En tus estudios?

-          Sí. – Afirmé. – Estudio medicina en la universidad. – Aclaré. – Allí nos enseñaron que la positividad es importante para los pacientes, y el transmitirles buenas sensaciones para que luchen por sus enfermedades.

-          O sea. – Alzó las manos. – Que los engañáis.

-          ¡No, idiota! – Le pellizqué el brazo. – Hacemos que tengan esperanzas.

-          ¿Y crees que funciona?

-          La esperanza es lo último que se pierde, ¿Sabes?

-          Eso es lo que dicen. – Se dio la vuelta. – Que sea verdad o no, ya es otra historia. – Salió hacia el exterior y la seguí. Estábamos en una especie de aldea, con casas hechas de ramajes y paja.

-          Es la aldea de Kumungu. – Aclaró antes de que pudiese preguntarle nada. – Aquí viven todo tipo de especies. Pero predominan las débiles. – Giré mi rostro y vi a una especie de humano-rata. Era bajo y gordinflón, con el hocico de roedor y largos bigotes negros. – Pero sobre todo viven las débiles y herbívoras, en busca de protección antes los depredadores de la selva.

-          ¿Depredadores como tú? – Alcé una ceja y paró en seco.

-          Exacto. – Colocó su dedo índice sobre mi pecho y me empujó levemente. – Aprendes rápido, chica.

-          ¡Ariiiiia! – Se acercó una pequeña niña con piel escamosa a saludar alegremente a la felina.

-          Hola, Wanda. – Acarició su cabello y se asomaron unos orificios que actuaban a modo de orejas. con la misma escamosidad que el resto del cuerpo.

-          ¿Por qué ya no juegas con nosotros? – Dijo con un deje de tristeza. - ¡Te echamos de menos!

-          He estado algo ocupada últimamente, pequeña. – Sonrió tiernamente. – Pero te prometo que pronto volveré a estar con vosotros, ¿Vale? – La niña sonrió, me miró y ensanchó su sonrisa para después volver con su grupo de amigos. Cada uno con una característica animal diferente.

-          Es… una…

-          Una niña cocodrilo. – Me aclaró antes de terminar la frase y levanté el dedo para seguir preguntando sobre las características de los demás niños. Pero acabé bajando la mano al comprender que estaba en una isla mágica y que todo lo que viese iba a estar fuera de lo normal.

-          Para ser una depredadora, los niños te quieren. – Fruncí el ceño, algo no me cuadraba.

-          Lo soy. – Suspiró dirigiéndose colina abajo a otra parte del pueblo. – Pero tengo una función diferente a las demás bestias.

-          Explícate. – Le pedí.

-          Para que una sociedad funcione deben haber productores, guardianes y gobernantes. – Levanté una ceja a modo de no entender nada y volvió a suspirar cansada. – Los productores se encargan de las materias primas, cultivan frutos y hortalizas para el mantenimiento de la población herbívora. – Pasamos por unos cuantos huertos donde habían individuos cultivándolos. – También necesitamos que alguien se encargue de la ganadería, para alimentar a los carnívoros.  – Me señaló una especie de cabaña gigantesca que servía como un refugio de animales.

-          ¿Y los guardianes y los gobernantes?

-          Los guardianes nos encargamos de proteger el pueblo de cualquier amenaza, ya sea humana o animal. – Me miró y se cruzó de brazos.

-          ¿”nos encargamos”? Quieres decir que tú…

-          Exacto. – Afirmó. – Soy una de los guardianes de la Isla.

-          O sea, que hay más guardianes.

-          Sí. – Volvió a afirmar. – Aunque… cada uno se toma la justicia por su propia mano.

-          ¿Qué quieres decir?

-          El tigre que te atacó también es uno de los guardianes. – Sonrió de lado. – A diferencia de mí, él quería matarte.

-          ¿Y eso por qué? – Pregunté horrorizada. - ¡Si yo no soy una amenaza!

-          Pero podrías serlo. – Dijo seria. – Y ante la duda… es mejor arrancarte el cuello a poner en peligro la población.

-          Gracias. – Ironicé.

-          Entiéndenos. – Dijo con voz algo más comprensiva. – Ningún humano que haya llegado hasta aquí venía con buenas intenciones.

-          Sí, pero…

-          Tú eres la excepción. – Llegamos a un gran lago que conectaba con la cascada, situada  justo al lado de una acogedora cabaña. – Los demás guardianes no te matan porque tanto yo como el Anciano hemos respondido por ti.

-          Mmm… ¿Gracias? – Alcé la ceja al no saber cómo responder a eso.

-          No las des. – Nos acercamos a la bien cuidada cañada y puso su mano sobre el pomo de la puerta hecha de madera. – Simplemente intenta no decepcionarme. Podrías acabar muy mal.

-          Seguro que tú me ayudarías en cualquier caso.

-          ¿Cómo estás tan segura?

-          Llámalo intuición. – Sonrió de lado y la seguí hacia el interior de la vivienda.

-          ¿Te gusta? – Me preguntó. – Antes de que despertaras el Anciano me dijo que trajese todas tus cosas. Así que fui a la playa y recogí lo que quedaba del barco. Y… hay preparado algo de comida por si tienes hambre.

-          Sí. – Eché un vistazo a mí alrededor  y era bastante acogedora.  – Gracias por todo… - Eché un vistazo a la cama, donde reposaba mi cuaderno. -  Un momento… - Miré a mis pies y me di la vuelta. - ¡¿Dónde está Kira?!

-          Tranquila, está en la aldea. – Sonrió y suspiré aliviada. - ¿Podemos ir por ella… por favor?

-          Yo te la traeré, ve acomodándote. – Me adelanté un par de pasos con disposición de seguirla, pero me puso su dedo índice en la frente, impidiéndome dar algún paso.

-          Te he dicho que voy yo. – Me empujó ligeramente. – Tienes que descansar.

-          Pero…

-          No hay peros que valgan.

-          Idiota. – Suspiré y me crucé de brazos.

-          Tú eres la única idiota aquí. – Bufó molesta. - ¿No ves que tienes fiebre y que necesitas descansar lo máximo posible para que el antídoto surja efecto?

-          Uff… - Levanté la mano en señal de protesta y la volví a bajar molesta. – Tú ganas. Pero si en 5 minutos no estás aquí, iré yo misma a buscarla.

-          De acuerdo… - Suspiró. – Pesada.

-          Gracias. – Sonreí triunfante.

-          ¿Sabes que eres insoportable? – Se masajeó las sienes y suspiró cansada.

-          ¿Y tú que eres una imbécil?

-          ¿Sabes que no me importa nada de lo que me digas?

-          Si no te importa nada de lo que digo, entonces yo tampoco te importo. – Me crucé de brazos molesta.

-          ¿Alguna vez te he dicho que me importes?- Fruncí el ceño y apreté los labios bastante enfadada. ¿Pero de qué iba?

-          ¿Entonces por qué me has salvado tantas veces?

-          Estoy bajo órdenes, simplemente. – Confesó y algo se quebró en mi interior.

-          ¿Sabes? – Solté molesta. – Vete de aquí. Y dile a tu jefe que no me hace falta cuidados de nadie. ¿Me entiendes? – La empujé violentamente e hice que retrocediese. – Tráeme a Kira y olvídate de mí. Mañana ella y yo nos iremos de esta puta Isla. Tranquila que nunca más vas a estar pendiente de mí. – Le cerré la puerta en las narices y golpeé la pared de mi derecha. ¡Ya era bastante mayorcita para que alguien me estuviese cuidando! ¡No quería saber nada de la aldea, de la isla, de Aria, de nadie! - ¡Será idiota! – Me tendí en la cama y cogí el cuaderno para distraerme un poco dibujando. Pasé las hojas para encontrar alguna en blanco y entre las páginas vi dibujos de mis amigos, paisajes que había en mi ciudad, imágenes de seres imaginarios que había soñado… Suspiré al encontrar el rostro del puma, el lado felino de Aria y miré los ojos de la bestia, tan intimidante en papel como en la realidad. Debatí en mi interior si arrancar o no el folio, pero la pasé rápidamente ante la idea. No quería romper un trabajo bien hecho.

Estuve un buen rato dibujando garabatos hasta que oí unos arañazos en la puerta de la cabaña. Me levanté y me dirigí hacia ella, abriéndola y viendo como Kira se lanzaba sobre mí a lamerme la cara.

-          Hola cariño. – Dije con una mezcla de dolor y de alegría. Kira lo supo y me acarició la nariz con su hocico, emitiendo un sonido parecido a un  ronroneo. – No me pasa nada. Pero mañana nos iremos de aquí.  – Ladró y cerré la puerta, con la intención de comer algo y dormir.

 

Degustamos una exquisita cena, estaba bastante cansada y acalorada. La fiebre había vuelto a aparecer y decidí salir al lago para refrescarme un poco. Al terminar, entré a la cabaña y me acosté, junto a Kira a mis pies y cerré las pestañas agotada. Ya era de noche y no había descansado muy bien estos últimos días. Cerré los ojos y en cuestión de minutos me quedé dormida...

 

Aria estaba encima de mí, la sangre corría por su rostro y su cuello, cayendo en forma de pequeñas gotas sobre mi cuerpo. Yo estaba llorando, mientras un sabor metálico se apoderaba de mi boca. Yo también estaba sangrando. Giré mi rostro y divisé tres personas más luchando contra un gran… ¿Dragón? Intenté mover mis manos pero me era inútil. Aria me estaba agarrando las muñecas y me aprisionaba violentamente contra el suelo. Respirando con dificultad y mirándome con ojos dilatados y sus colmillos asomando por su boca.

 

-          No… - Emitió un gruñido de dolor. – Dejaré… que… - Se desplomó sobre mí y respiró agitadamente en mi oído. – te… maten… - Entonces miré su espalda y vi un gran colmillo incrustado en su columna.

-          ¿Aria? – La sacudí. Pero ésta no contestaba. - ¡Aria! – Su respiración cada vez era más débil. – ¡¡¡Aria!!!

-          Yo… - Noté como sus uñas afiladas me arrugaban la ropa y se clavaban sobre mi piel. – Te… quie… - Su voz cesó y su respiración terminó muriendo sobre mi cuello.

-          ¡¡¡ARIA!!! – Grité como si mi fuese a volver a la vida y la marca de su vientre, junto a la de mi nuca comenzó a brillar.

 

-          ¡Aria! – Desperté sobresaltada, con el cuerpo sudoroso por la pesadilla y por la fiebre. - ¿Qué… ha sido eso? – Toqué mi nuca y noté un espeso y tibio líquido justo en la marca. - ¿Pero qué…? – Lo limpié en seguida y me levanté asustada, ante la atenta mirada de Kira.

 

Oí unos pasos y unos golpes bastante pronunciados en la puerta. Me giré con miedo y acaricié el pomo de la puerta debatiendo si abrir o no. Suspiré y me armé de valor. Pero finalmente la abrí y nunca me esperé ver aquella imagen.

 

Aria estaba hiperventilando, sus ojos brillaban en la oscuridad y se encontraban dilatados. Bajé mi vista y vi que su marca, tapada por la prenda de piel que vestía, también sangraba levemente. Mostró sus afilados colmillos y se mordió el labio fuertemente.

 

-          H-hol…

-          Hola… - Dijo rápidamente.

-          ¿Qué… haces aquí? – Tragué saliva y apreté el pomo de la puerta.

-          No lo sé… - La vi apretar los puños y dirigir su vista directamente hacia la mía. – Pero necesitaba verte…

Notas finales:

Espero que os haya gustado, y también espero volver pronto con el siguiente capítulo! HAsta otra!! Espero vuestros reviews :)


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