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La idea salvaje por PureHeroine

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Notas del capitulo:

¡Buenas noches! Vuelvo y con más fuerzas que nunca para continuar esta historia que me dejé a medias y que tanto prometía!

Me desperté con el tacto de unas suaves yemas en mi nuca y el tacto de una cálida mano sobre mi espalda. El cuerpo que me acompañaba en la cama me abrazaba protectoramente, hundiendo mi cabeza entre su cuello y la almohada, aspirando el salvaje aroma que desprendía. Después de la pesadilla de anoche, lo único que quería era sentirme segura y arropada, y quién mejor que Aria. Por mucho que me haga enfadar…

Recorrí con la punta de la nariz la longitud de su cuello y me mordí el labio para evitar morderla a ella. Sentía fuego en mi estómago cada vez que la tenía cerca, los pequeños colmillos que la chica-puma poseía, mordían levemente sus labios mientras dormía profundamente. Aparté un par de mechones de su rostro y observé mejor las pinturas de guerra que adornaban sus mejillas.

Me separé de su cuerpo cuando retraté cada rasgo y, sin hacer ruido ni ningún movimiento brusco, me reincorporé, con la misión de salir a tomar un poco el aire. Así que cerré la puerta con cuidado y salí a lavarme la cara en el lago, acompañada de mi compañera más fiel, Kira.

-        ¿Pero qué es eso? – Me acerqué a la orilla, al ver como un bulto de color totalmente negro nadaba apaciblemente sobre el agua. Sumergí mis piernas en el agua y me senté en la orilla, notando como el frescor del agua me despertaba y el pequeño bulto negro nadó hacia mí. - ¿Qué eres? – Susurré al verlo más de cerca, era una gran bola de pelo que asomaba sus colmillos a través de un chato hocico muy gracioso. - ¡Pero qué mono! – Lo agarré y lo coloqué al lado de mis piernas acariciándole las orejas.

-        ¿Qué haces con esa cosa? – Una voz ronca y medio dormida se coló por mis oídos, haciéndome girar y encontrándome con Aria, algo despeinada y restregando su muñeca contra sus ojos en un intento de despertarse.

-        ¿Cosa? ¡Pero si es súper mono! – La vi acercarse a mí y estirar sus brazos y sus piernas como si fuese un felino… Oh, espera, ¡Si sí que lo era!

-        Es un Afanc.

-        ¿Afanc? – Acaricié su lomo y gruñó de una manera muy tierna.- ¿Y qué tipo de animal es?

-        Es una especie de castor, con cola de cocodrilo. – Eché un vistazo al agua y vi una larga y escamosa cola.

-        Sigue siendo muy mono, ¿A que sí? – El Afanc ronroneó como si se tratase de un dócil gatito.

-        ¿Ves esos dientes? – Se agachó y lo señaló desde la distancia. – Podrían arrancarte la mano.

-        ¿Cómo? – Alcé la ceja. – Es imposible que lo haga, ¿Verdad, Afi?

-        ¿Afi? – Rió y se acercó. - ¿En serio, Afi?

-        No sé de qué te ríes, me parece un nombre muy apropiado.

-        Y estúpido.

-        Oh, ya tenéis algo en común.

-        ¡Serás idiota!

-        Has empezado tú riéndote del apodo de mi mascota.

-        ¿De tu mascota? ¡Por favor! ¿Y qué pasa con Kira?

-        Kira no es mi mascota, es mi amiga.

-        Como sea. – Suspiró. – Ten cuidado con ese bicho.

-        ¿Tan malo es?

-        Los afanc suelen ser muy agresivos…

-        No lo parecen… - Miré como se dejaba acariciar y dudé de las palabras de Aria.

-        Se transforman en un ser tímido y adorable cuando una chica se acerca…

-        ¿Las chicas son su punto débil? – Solté una pequeña carcajada. – Los hombres sois todos iguales, ¿Eh? – Acaricié su hocico y me lamió tiernamente el dorso de la mano.

-        Por eso te digo que tengas cuidado, no sabemos de lo que es capaz.

-        Oh vamos, ¿Qué va a hacer un bicho tan tierno como éste? – El afanc se acercó de manera inofensiva, pero cuando me iba a levantar, alzó su gran cola de cocodrilo y me rodeó la cintura fuertemente. - ¡Espera, espera, espera! – Grité cuando se sumergió en el agua y me arrastró con él. - ¡¡¡¡Aria!!!!

-        ¿¡Ves!? – La oí gritar antes de que el Afanc me sumergiese bajo el agua. Tragué demasiada agua al hundirme bruscamente hacia el fondo, y lo único que divisé antes de cerrar los ojos fue una lanza clavándose justo en la cola del afanc, dejándolo incrustado en una roca. Entonces vi como alguien se sumergía y nadaba hacia mí, librándome de la cola del afanc y dirigiéndome hacia la superficie.

-        ¡Te dije que no era una buena idea! – Me gritó en la cara justo al salir, pero yo solo me limitaba a toser tódo el agua que había tragado.

-        ¡¿Pero cómo no me dijiste que podían hacer eso?!

-        ¡Te dije que eran agresivos, tonta!

-        ¡Eres una imbécil!

-        ¡La próxima vez dejaré que mueras ahogada en las garras de ese horrible bicho!

-        ¡Nadie te ha pedido ayuda!

-        ¡Eres una desagradecida!

-        ¡Y tú una idiota que no admite que en el fondo te importo más de lo que piensas! – Apretó sus labios y se cruzó de brazos emitiendo un sonoro suspiro.

-        Has ganado la batalla, pero no la guerra. – Se acercó y colocó su dedo índice sobre mi frente y la arrugué de forma graciosa, provocándole una sonrisa a Aria.

-        ¿Lo admites? – Alcé el ceño y sonreí.

-        Yo no he dicho nada.

-        Esa sonrisa te ha delatado, gatita.

-        ¿Ga… tita? – Rió y acomodó unos cuantos mechones tras mi oreja. – Estás jugando con fuego… - Centró su mirada en la mía y sus rasgadas pupilas se dilataron.

-        ¿Y eso por qué? – Adelanté un paso para estar más cerca de ella y mordí mi labio. – Ni si quiera sabes de lo que soy capaz. No conoces mis límites.

-        Ni tú los míos. – Dijo con simpleza, sonriendo y girándose sobre sus talones. – Te traeré algo de desayunar, cámbiate.

-        A sus órdenes.

El desayuno transcurrió en silencio, miradas furtivas que no decían nada, y a la vez, todo. Ninguna de las dos quería sacar el tema de anoche, el de la pesadilla y esa extraña necesidad de vernos, de estar juntas y de… protegernos.

-        Por mucho que evitemos el tema… - Tragó saliva fuertemente y me fulminó con la mirada.

-        Se lo diremos al Anciano, él podrá ayudarnos. No podremos averiguar nada por ..nosotras mismas.

-        Entonces… ¿Opinas que… estamos conectadas de alguna forma?

-        Tenemos la misma extraña marca en nuestro cuerpo. Algo quiere decir. – Se levantó. -  Y no, no creo en las casualidades.

 

-        Así que… un extraño sueño, hizo que ambas pasarais la noche… juntas. – El Anciano se sentó, acarició su larga barba y dio un sorbo a una especie de líquido de color verde.

-        Era sobre un dragón. – Su semblante era serio, estaba firme. – O algo así.

-        Aria… me protegía de él. – Y Aria se ruborizó, por lo que confirmé mi teoría de que habíamos soñado lo mismo, y era consciente de que me había dicho “Te quiero”, mientras me protegía.

-        ¿Y cómo era… ese dragón?

-        Era rojo, con ojos negros y muy grandes.

-         ¿Un dragón rojo, eh? – Suspiró. – Necesito realizar un par de consultas.

-        ¿Y qué haremos hasta entonces?

-        Estar juntas. – Dijo con una pequeña sonrisa en los labios. – Está claro que… tenéis una especie de conexión. ¿Hay algo más que deba saber sobre aquel “sueño”?

-        No. – Respondió Aria rápidamente. – Nada más.

-        Bien. – Sonrió. – Os avisaré cuando reúna algo más de información. Hasta entonces… permaneced juntas.

Aria bufó, estaba visiblemente molesta, irritada… tenía una expresión difícil de adivinar. Me limité a seguirla por el centro de la aldea y por el  claro de la jungla, parando justo al lado del lago. Estiró su cuello y alzó sus manos estirando cada uno de los músculos de su cuerpo. Noté sus músculos mucho más tensos que de costumbre y cada uno de ellos se marcaban mordazmente sobre la piel.

-        Podrías… dirigirme la palabra. – Continuó dándome la espalda.

-        ¿Qué es lo que eres? – Ladeó su rostro.

-        Soy… humana. – Dije con simpleza sin entender sus intenciones.

-        No, no eres una simple humana. – Se giró, con las pupilas totalmente dilatadas y con un color ámbar que jamás había visto en ellas.

-        Aria… - Tragué saliva al ver cómo disminuía la distancia descaradamente entre nosotras.

-        Eres… - Retrocedí un par de pasos hasta que mi camino se vio obstaculizado por el tronco de un árbol, quedándome apoyada sobre él y a merced de la chica que se transformaba en puma. – Algo superior. – Se quedó tan cerca que su respiración despeinaba algunos de los mechones que caían por mi rostro. Subió una mano por mi cuello y lo acarició con las yemas de los dedos.

-        No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de eso. – Sonreí de lado, vacilando levemente y no perdiendo detalle de la profundidad de los ojos de Aria.

-        Me despiertas mi lado más salvaje. – Su voz se agravó y mis piernas temblaron levemente.

-        ¿Y qué te dice ese lado… - Me atreví a preguntar al mismo tiempo que la saliva recorría mi garganta. - tan salvaje? – Ella sonrió, mostrando cada uno de sus afilados dientes. Se acercó a mi oído y me susurró levemente. – Devorarte. – El vello de mi nuca se erizó e inconscientemente clavé mis uñas sobre el tronco del árbol.

Aria me agarró de la cintura con fiereza y deslizó su boca por mi cuello, clavando sus dientes fuertemente en él y provocando más de un río de sangre por mi piel que se acabó perdiendo por mi clavícula y el interior de mi ropa.

-        ¡Aria, Aria! – Le grité, pero no atendía a razones, sus ojos se tornaron de un color rojo intenso y clavó sus garras sobre mi abdomen, provocándome tres heridas bastante visibles y sangrantes. Mi cuerpo reaccionó provocándole un rodillazo en la parte baja de su abdomen y un empujón que la hizo retroceder unos cuantos centímetros.

Se paró en seco, con sus ojos inyectados en sangre analizando cada uno de mis movimientos, vio la sangre brotar de las heridas que ella misma me había provocado y sus ojos volvieron a un tono normal, al color amarillento que solían tener. Parpadeó un par de veces e intentó volver a acercarse con cara de preocupación. Pero la aparté.

-        Ni se te ocurra tocarme. – Las palabras salieron de mi boca como el veneno de una vil serpiente. Se volvió a acercar pero azoté su mano en cuanto intentó tocar una de mis heridas. - ¡¡VETE!! – Aria tembló como nunca antes la había visto, se giró y cayó por el acantilado mientras se transformaba en puma y se alejaba de mí.

Empecé a llorar, no sé si porque la misma persona que me había atacado era la única en la que sentía que podía confiar, o si el hecho de que Aria me hubiese hecho eso, era lo que me dolía tanto. El hecho de que empezaba a sentir cosas por ella, era muy evidente.

Me dirigí a la cabaña del lago, con la intención de curar mis heridas y pensar sobre todo lo que me estaba ocurriendo: solo tenía ganas de irme de allí, volver a casa y seguir con mi vida. Kira se había quedado al cuidado de unos niños de la aldea, por lo que me sentí tan, tan sola, que me limité a curar mis heridas y a tumbarme sobre la cama.

Estaba semidesnuda, era necesario que mis heridas estuviesen en contacto directo con el aire. Sentía mis ojos hinchados, totalmente escocidos, me costaba mantenerlos abierto. Pero tal era el dolor que sentía, tanto físicamente como moralmente que no me sentía con fuerzas para seguir.

Me quedé dormida, entre tanto pensamiento y cavilación, teniendo pesadillas horribles sobre una bestia atacándome  y abalanzándose sobre mí, la misma bestia que me había atacado horas atrás.

Comencé a sentir una presión horrible en el pecho y una sensación de angustia en mi garganta. ¿Cómo seguir a delante cuando la misma persona que te ha hecho daño, es la misma y única que puede salvarte?

Escuché leves toquecitos en la puerta, sonidos tímidos que intentaban despertarme de la forma más suave posible. Me levanté con lentitud y me paré detrás de la puerta. Acaricié el pomo con las yemas de mis dedos y sonreí triste, con la pequeña esperanza de que fuese Aria, pero por otro lado, me aterraba la misma idea.

Y, efectivamente, al abrir la puerta me encontré con un animal fuerte, con las orejas gachas y los ojos tristes. Era Aria, en su forma animal.

La miré apretando inconscientemente el pomo de la puerta, tenía una cierta sensación de inseguridad dentro de mí, pero a la vez, me sentía segura.

Cerré la puerta cuando le hice una señal para que pasase y se quedó sentada a los pies de la cama, con la cabeza aún agachada y la cola caída. Me senté en la cama y la miré, con tristeza. Yo me encontraba en sujetador, con algunas vendas tapando las heridas y con el cuello inmóvil por el dolor.

El puma hizo el ademán de acercarse, sus pasos eran dudosos hasta que yo le hice una seña y se armó de valor para tumbarse al lado de mí. Emitió un pequeño gruñido, al igual que hacia Kira cuando la regañaba por un mal comportamiento y acarició mi pierna con su hocico, lamiendo levemente.

Levantó su cabeza y nuestras miradas conectaron, en sus ojos se veía culpa, arrepentimiento, tristeza. Se sentó sobre sus patas traseras y comenzó a transformarse en humana. El pelo de color negro se transformó en la piel morena que tanto caracterizaba a Aria, sus bigotes se transformaron en las marcas de sus mejillas. Comenzó a emanarle su larga melena y las patas se transformaron en unas largas y atléticas piernas.

-        Te debo… una disculpa.- No se atrevió a mirarme, se limitó a analizar el estampado de las sábanas de la cama.

-        ¿Qué te pasó? – Siguió sin mirarme a la cara. - ¿Puedes mirarme?

-        No. – Permaneció con la cabeza agachada. – No… puedo. – Su voz se quebró y la agarré del mentón, obligándola a mirarme.

-        Quiero que me mires.

-        Y yo no quería hacerte… eso. – Sus lágrimas salieron, recorriendo sus mejillas hasta llegar mis manos. Sequé sus lágrimas con mis pulgares y la acerqué a mí. – A veces… la bestia que llevo dentro se me hace imposible de controlar… en algunos  aspectos. – Admitió con vergüenza. – Y…

-        Tranquila… - Intenté calmarla.

-        Contigo se me hace todavía más difícil de controlar. – Admitió. – No sé qué tipo de conexión tendremos pero… no quería hacerte daño. –Me cogió de las manos y las sostuvo entre las suyas. – No quiero hacerte daño, Lidia.

-        Lo sé. – Acaricié sus manos.

-        Es evidente que… aquí pasa algo. – Sonreí de lado al verla sonrojada, tan tímida, tan inocente, tan poca… bestia.

-        ¿Y qué es lo que pasa aquí? – Le pregunté, inocentemente.

-        Ni yo misma lo sé. – Sus dedos se deslizaron hacia la palma de mi mano, haciendo pequeños y suaves circulitos sobre ella.

-        ¿Te gusta? – La miré y alzó una ceja. - ¿Te gusta estar conmigo?

-        Me gusta lo que me haces sentir.

-        ¿Y qué es lo que te hago sentir?

-        Menos bestia. – Se aclaró la garganta. – Más… humana. – Volvió a desviar la mirada, con vergüenza y volví a atrapar su mentón entre mis dedos.

-        Mírame.

-        Me pones nerviosa. – Y por una vez, la fiera se convirtió en un cachorrito. Aria se mordió el labio y me miró, despertando en mí algo que hacía muchísimo tiempo que no sentía.

-        Tranquila, fiera. – Me acerqué a ella hasta el punto de sentir su respiración sobre mí. Ella intercaló miradas entre mis ojos y mis labios, no sabiendo mis intenciones. Sonreí confiada y mi mano soltó suya para agarrarla de la mejilla y parte del cuello. – Dime que tienes tantas ganas como yo de besarte. – Mi voz se agravó y Aria tembló. Mis pupilas se dilataron y acerqué mi cuerpo al suyo, rozando nuestras piernas. Ella tragó saliva y me miró, deseosa.

-        Me lo tomaré como un sí. – Me abalancé a su boca, como un león hambriento a su presa. Mis labios chocaron contra los suyos como si de una necesidad vital se tratase. Aria me agarraba de la parte baja de mi espalda e inconscientemente, me pegaba a ella. Noté cierta timidez en sus movimientos y dejé de agarrar su cuello para agarrar una de sus manos y ponerlas en mi trasero. Mi lengua se abrió paso entre sus labios, y su lengua comenzó a luchar contra la mía. Hacía mucho, mucho calor. Y yo solamente quería pegarme más y más a ella.

El roce de nuestras lenguas comenzó a ser fuego, cada roce quemaba. Las manos de Aria habían perdido la timidez y recorrían con gusto mi espalda y mis piernas. Me separé de ella a falta de aire y la tiré sobre la cama, justo debajo de mí, para posicionarme encima de su cintura y sentarme sobre ella.

Agarré sus manos y las puse a los lados de su cabeza, aprisionándola fuertemente y ejerciendo presión con el centro de mis piernas, encima de su sexo. Arrancándole un gemido. Lamí su cuello y lo mordí fuertemente, pero con suavidad. Me encantaba escuchar el jadeo de Aria en mi oído. Por fin el depredador se volvía presa.

Seguí recorriendo su clavícula y llegué a su pecho, que me volvía loca y estaba deseando de saborear. Recorrí con mi lengua su canalillo y dejé un rastro de saliva hasta su ombligo. Aria no paraba de gemir.

-        ¿Qué pasa, gatita? – Mordí su abdomen y la volví a lamer levemente. Observé las telas que cubrían su entrepierna y vi cuán húmeda estaba. Volví a escalar por su abdomen y la volví a besar con fiereza, acariciando el interior de sus muslos. La observé tragar saliva fuertemente y noté como cada músculo se tensaba. – Aria… - Mi voz se endulzó. – ¿Alguna vez…

-        No… - Admitió con timidez en su voz. – Pero… hay una explicación.

-        Sh. – La acallé.-  No hace falta que justifiques nada.

-        Pero… - La besé con dulzura, simplemente sintiendo el tacto de sus labios con los míos.

-        Pero nada. – Me separé levemente y le mordí la nariz. – Deja por una vez que alguien te cuide a ti, gatita. – Se escondió en mi pecho con vergüenza y la abracé. - ¿Te quedas a pasar la noche?

-        ¿Tú que crees? – Me preguntó con algo de burla en su voz. Me giré y Aria quedó a mi espalda. Con timidez, colocó una mano en mi cintura y yo la agarré, envolviendo por completo mi abdomen con su brazo y sintiendo sus piernas enredadas a las mías.

-        Lo siento… - Me acarició las vendas de mi abdomen y pellizqué su mano con dulzura.

-        Olvídalo. – La tranquilicé y ésta me dio un beso en la nuca que me hizo temblar.

-        Sólo disfrutemos de la noche.

Notas finales:

¡Nos vemos!


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