Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La idea salvaje por PureHeroine

[Reviews - 25]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

He vuelto, bitches.

No me desperté de la misma forma en la que me acosté. Las manos que me abrazaban y reposaban sobre mi abdomen ya no estaban. El calor que sentía a mi espalda, tampoco. Aria se había ido.  No sé lo qué pasó con exactitud la noche anterior pero simplemente me dejé llevar por mi instinto, un instinto feroz igualable a un león acechando a su presa. Quizás se sintió incómoda o simplemente se fue porque se sentía incómoda. Yo que sé. Me sentí horriblemente mal después de pensar en aquello, quizás sí se había pasado y había hecho huir a la chica-puma.  Pero entonces, ¿Por qué se quedó a dormir? Quizás no quiso que me sintiera mal con lo que había ocurrido y se había largado en algún punto de la noche. Todavía sentía el olor de aria sobre mí y eso me abrumaba, por lo que decidí largarme de aquella cama y dar un paseo, poniéndome lo primero que encontré tirado por la cabaña.

Comencé a caminar sola por la orilla de la playa, ya que Kira todavía se encontraba en la aldea, al cuidado de la gente de allí.

Me adentré por un camino de piedras bastante pronunciadas que conducían a una pequeña cueva y a una pequeña cala apartada del resto del mar. Entre una de esas rocas, había unas pieles de un animal que no supe reconocer al momento, pero eran preciosas, de un color platino intenso que brillaba con la luz del sol.

-          ¿Qué es esto? -  Las cogí con delicadeza y las observé, eran suaves y brindaban un calor muy agradable. Apostaría a que  muchísimos cazadores pagarían mucho dinero por tener estas pieles entre sus manos. Vi entre las rocas la figura de lo que me pareció una mujer y me quedé observando. Movió la cabeza ligeramente y nuestras miradas chocaron por un segundo, ya que ella la retiró y se volvió a esconder. Alcé el ceño y observé con más agudeza, parecía que estaba desnuda. - ¿Esto es…? – Cogí las pieles y volvió a mirarme fijamente, de forma desesperada. - ¡Joder, perdón! No imaginaba que esto pudiese ser… - Me acerqué rápidamente pero ella se agachó, con miedo. 

-          No quería tocar tu ropa… de verdad, lo siento. – Me miro con temor y comencé a sentir cierta opresión en mi pecho. – Me ha llamado la atención, nada más.  Toma. – Extendí mis manos para que ella las cogiese y desvié mi mirada al ver su desnudez. – Las voy a dejar aquí y me voy a dar la vuelta, ¿vale? – Las coloqué con mucho cuidado sobre una de las rocas y me alejé un par de pasos, dejando que se vistiera. – Lo siento, de veras. – Suspiré arrepentida. – No tendría ni que haberlas tocado, pero estaba metida en mis pensamientos, las he visto y me han parecido muy bonitas y no sé, sólo quería saber qué era. – La disculpa salió de mi boca de forma atropellada, la mujer no había emitido ni una palabra y me preocupaba que la hubiese enfadado o peor, echo daño de alguna forma.

-          Me las has dado. – Una voz muy, pero que muy fina y femenina se coló por mis oídos, casi hipnotizándome por completo. – Me has devuelto mis pieles sin ni siquiera pedírtelo.

-          Son tuyas, ¿Por qué no debería hacerlo? – Pregunté sin encontrarle sentido alguno a lo que quería decir.

-          ¿Eres una humana, verdad? -  Asentí y entonces me di cuenta de que en aquella isla no había nada humano ni normal. – Entonces… ¿Por qué me las has devuelto? – Me giré de una forma casi instantánea y sin pensarlo, simplemente me dejé llevar y observé los ojos azules de aquella “mujer”. Las pieles se habían adaptado a su cuerpo perfectamente, el color platino de ellas combinaba a la perfección con su tez blanquecina.

-          Porque son… ¿tuyas? – Balbuceé al sentirme abrumada por tal belleza y sonrió, haciéndola aún más bonita. – N-no sé por qué tendría que… quedármelas.

-          No sabes lo que soy, ¿Cierto? – Torció una sonrisa y tragué saliva, no sabía si me inspiraba tranquilidad o puro terror. – Soy una selkie.

-          ¿S-selkie? – Enmudecí al verla sonreír y un nudo en el estómago se me formó de manera abrupta. 

-          Eres una humana muy divertida. – Rio y sentí que era lo más bonito que había escuchado en mi vida. – Supongo que contigo no tengo por qué mantener la guardia… - Se movió ligeramente y se sentó en una de las rocas, observando el mar. – Había escuchado de tu llegada a la isla… pero no sabía si iban a ser ciertos los rumores sobre ti.

-          ¿Sobre mí? ¿Rumores?  - Asintió y volvió a sonreír.

-          La llegada de una humana que no era como el resto… - Me acerqué ligeramente a ella y su mirada se ensanchó. – Me alegra comprobar que así es. ¿Cuál es tu nombre?

-          Me llamo Lidia… - Me lo pensé dos veces antes de sentarme en frente de ella, pero hizo un gesto con la mano invitándome a tomar asiento. - ¿Y tú eres…?

-          Me llamo Sylvia. Y soy… una selkie. – Sus pieles brillaron tan fuerte como el sol y tuve que apartar la mirada ante su leve risa. - ¿No sabes lo que son,  cierto? – Afirmé con vergüenza y me quedé embobada ante su mirada.

-          Somos seres cambiantes, mudamos nuestras pieles para adoptar otras formas. -  Repasé su cuerpo y entendí que aquellas pieles eran efectivamente algo mágico. – Podemos deshacernos de ellas y transformarnos en mujeres u hombres de belleza inigualable. – Mantuvo su sonrisa y me miró. – Cuando adoptamos nuestra forma humana, ocultamos nuestras pieles cerca del mar… donde nadie pueda encontrarlas.

-          Lo siento.

-          Tranquila, ha sido mi culpa por ser descuidada…

-          Y dime, ¿Qué pasa con los humanos? ¿Por qué les tenéis tanto miedo? – Su mirada se endureció y desvió la vista al mar. – Los humanos… - Suspiró, costándole hablar. – Desde hace siglos… - Hizo un parón y cerró sus ojos. – Nos cazan, nos masacran y nos arrancan las pieles de cuajo sólo para venderlas o decorar sus casas… - Tragó saliva fuertemente y volvió a abrir los ojos, mirándome directamente. – Cuando un humano encuentra nuestras pieles… como tú lo has hecho… nos someten, nos  obligan a hacer cosas que… - Paró en seco. – Nos engañan y prometen que nos las devolverán si hacemos lo que ellos digan.

-          ¿Por eso tenías tanto miedo de mí? – Pregunté pudiendo sentir el dolor que ella sentía en ese momento, dándome un vuelco el estómago.

-          ¿Cómo no tenerlo cuando por siglos y siglos nos habéis dado caza y masacrado? – Me miró con dureza y tuve que  retirar la mirada. – Lo siento… para un humano que nos trata bien…

-          Debería disculparme yo por los de mi especie.

-          No eres como ellos, no te preocupes. – Cogió mi mano y la miré por puro instinto, casi empezaba a abrumarme. – También… resultamos bastante hipnóticos para los humanos. -  Ensanchó su sonrisa y tragué saliva. – Somos unos seductores natos. – Alzó el ceño y se acercó ligeramente, colocando su mano sobre mi mejilla y alcanzando mi labio inferior con la yema de su dedo pulgar. – Me pregunto si podría… seducirte. – Me miró la boca descaradamente y sonrió. Se mordió  los labios y en mi cabeza sólo estaba la idea de besarla. Sylvia era como una diosa a la que yo quería adorar. Se acercó levemente, entremezclando  su respiración con la mía y de repente, la marca de mi nuca comenzó a arder. Me separé de repente, despertando de aquella ensoñación y gemí adolorida.

-          ¿Estás bien?

-          S-sí.  – Coloqué mi mano sobre la nuca, ejerciendo algo de presión con tal de parar aquel dolor, el cual efectivamente se desvaneció al cabo de unos segundos.

-          Hasta ahora nunca nadie había conseguido salir de mi hipnosis. – Se levantó con elegancia y sonrió. – Una lástima, realmente tenía ganas de besarte. – Boqueé sorprendida por su confesión, la cual dijo sin ningún tipo de duda y de repente, me acordé de los labios de Aria sobre los míos luchando con ferocidad. – Estoy segura de que nos veremos otra vez, ha sido un placer. – Se acercó hacia la orilla del mar y su  piel comenzó a brillar, fundiéndose con ella misma y convirtiéndose en una criatura que me fue difícil reconocer. Emitió un gruñido sonoro antes de que pudiese decir algo y la vi desaparecer a través del mar.

Increíble, simplemente increíble.

Sonreí instintivamente y no sabía si porque una belleza del mar había querido besarme o por lo increíble que me parecía haber conocido una criatura tan hermosa  como ella.

Comencé a sentir un ardor en el estómago que me produjo un intenso dolor. Las heridas de las garras de Aria sobre mi abdomen comenzaban a infectarse. Era muy difícil tratar ese tipo de heridas en un ambiente tan húmedo y caluroso como aquella isla, sobre todo sin disponer de los productos necesarios para curarlo. Quizás en la aldea tuviesen algo más fuerte de lo que yo tenía en mi botiquín.

Me dirigí hacia la aldea, con el sentimiento entremezclado de emoción y terror de poder encontrarme con Aria después del incidente de anoche. No sabía lo que estaba pasando por la mente de la pelinegra, pero algo le decía que el no haberse despertado con ella esa mañana había sido una mala señal.

Ante la atenta mirada de los ciudadanos, unos más amigables que otras, me dirigí sin rumbo fijo hacia la casa donde el Anciano me había curado días atrás del veneno de aquella víbora. Parecía que era alguien en quien confiar. Tras un “adelante”, me adentré en la casa y no hizo falta nada más que un rápido vistazo para saber que estaba herida.

-           ¿qué te ha pasado, hija? Parecen las garras de… un felino. – Levantó la vista y me miró con seriedad. – Ha sido Aria, ¿Verdad? – asentí casi sin fuerzas y me senté en una de las escasas sillas que había en la casa. – Tarde o temprano esto iba a suceder…

-          ¿A qué te refieres? – El Anciano suspiró y tomó asiento junto a mí, sacando un par de productos y remedios que parecían poder ayudarme.

-          Verás… - Se tomó unos segundos para seguir. – Aria siempre ha sido una persona muy solitaria. – Levanté la camiseta hasta mi pecho, dejando que el Anciano curase mi abdomen. – Siempre vagaba por ahí ella sola, no era ni miembro de esta aldea hasta hace un par de años.

-          Siempre pensé que Aria había vivido aquí, al fin y al cabo, es una de las guardianas.  ¿No?

-          Costó mucho convencerla para que viviese aquí con nosotros y fuese parte de esta comunidad… Siempre ha querido estar sola, reprimiendo los instintos más básicos de un animal y sobre todo, de su parte humana.  – Alcé el ceño y observé le gesto del Anciano. – Es reacia a socializar, a relacionarse con la gente, ni si quiera amistad o algo más allá de eso… las emociones son algo básico en todos nosotros, sobre todo en humanos como tú. – Prosiguió. – Y siempre ha querido obviar esa parte de ella…

-          La verdad es que parece bastante cohibida en algunos aspectos…

-          Es muy cerrada. – Suspiró. – Me costó muchos años debilitar esa armadura que se pone para evitar que le hagan daño… - Miró la herida, la cual estaba cubierta por un ungüento de olor bastante extraño y me miró. – Parece que estás despertándole todas aquellas emociones que ha ido enterrando durante años. Ella no sabe lo que es, no sabe cómo gestionarlo y dejó que su parte animal actuara por instinto…  Te pido perdón por no haberlo visto venir.

-          N-no se preocupe Anciano. – volví a bajar la camiseta. – Gracias por habérmelo contado. Ahora entiendo… muchas cosas.

-          No le digas que yo te he dicho algo sobre esto… ¡Seguro que me comería vivo!  - reí levemente y el Anciano tosió un poco, guardando todos los utensilios que había sacado. – Y dime… ¿Ha pasado algo más entre vosotras? ¿Más sueños conectados o dolor en la marca?

-          No, qué va. - Negué rápidamente, mintiéndole ya que no quería decir nada sin haber hablado antes con Aria.- ¿Sabe dónde puede esta Aria?

-          No la he visto desde ayer, querida. Cuando hace uno de sus retiros… quizás  no vuelva en semanas.

-          ¿¡Semanas!?

-          Ya te he dicho que es una chica solitaria… y muy cabezota, además.

-          ¿Cómo podría… ayudarla? – El Anciano se giró con una sonrisa amarga en sus labios.

-          Ni si quiera yo mismo lo sé.  – Admitió derrotado. – Ha pasado tanto tiempo que quizás ya no hay forma de cambiarla… - Un nudo se formó en mi estómago, me negaba a creer que lo que pasó anoche con Aria no hizo que cambiase algo dentro de ella aunque fuera un poco.  Emociones humanas… qué asco.

-          ¿Sabe dónde está Kira? – Desvié el tema de conversación y el Anciano asintió.

-          Está jugando con los niños de la aldea… están muy contentos de tener alguien nuevo con quien jugar.

-          No todos en la aldea me miran con buenos ojos…

-          No todos están conformes con tu llegada, eso está más que claro. – Me miró con seriedad y al a vez con decisión. – Pero yo responderé por ti en el caso de que algo ocurra, no tienes que preocuparte.

-          Si usted lo dice… - Respondí preocupada, aquella situación comenzaba a superarme. – Iré a buscar a Kira.

-          Pasa un buen día, disfruta de la aldea. Os avisaré a Aria y a ti si encuentro algo de información.

-          Gracias, Anciano. – Sonrió con calidez y devolví la sonrisa.

 

Fui a donde me había indicado el Anciano, además reconocía muy bien ese lugar. Fue uno de los primeros que Aria me mostró al enseñarme la aldea.  Wanda, la niña cocodrilo que había conocido el primer día que llegué, estaba acariciando a Kira, mientras ésta gruñía ligeramente de lo cómoda que estaba. Los demás niños correteaban a su alrededor jugando con una pelota que no sabía exactamente de qué estaba hecha.

 

Silbé ligeramente, haciendo que Kira levantase rápidamente sus orejas. Me vio a lo lejos y comenzó a mover su cola agitadamente, corriendo de un lado a otro. Me coloqué de rodillas y dejñe que Kira lamiese todo mi rostro con cariño.

 

-          Yo también estoy muy contenta de verte, cariño.  -  La abracé con fuerza y acaricié tras sus orejas, que era lo que más le gustaba. - ¿Ha cuidado Wanda bien de ti? – Ladró y escondió su hocico en mi cuello, dejando que la abrazara.

-          ¡La he enseñado a rodar! – Wanda se posicionó a mi lado, acariciando a Kira.  - ¡Kira, rueda! – El cánido se separó de mí y giró hacia un lado una vez que se echó al suelo, rodando hacia la derecha.

-          ¡¡Muy bien!! – Acaricié su lomo y ladró orgullosa.  -  Gracias Wanda por cuidarla.  – Acaricié el brazo escamoso de la niña cocodrilo y sonrió con vergüenza.

-          ¿Jugarías con nosotros a la pelota? – Miré a los otros niños, mitad humanos-mitad animal y observé cómo me miraban con intriga. Quizás era una buen amanera de caerle bien a la aldea y además, de despejar mi mente de los pensamientos que venían a mi cabeza.

-          Claro. ¿Me enseñáis a jugar? – Kira ladró, uniéndose también al juego y los niños esbozaron unas sonrisas y me guiaron hacia el centro de la pista-

Y realmente no entendí muy bien de qué iba aquel juego, pero ver cómo los niños se lo pasaban tan bien y me incluían como si fuera una más de ellos, merecía totalmente la pena. Kira se movía de un lado a otro, persiguiendo la pelota y comunicándose perfectamente con los niños. A veces hasta creía que ella era uno de ellos y de un día a otro se iba a convertir en mitad humano-mitad animal.

 Había olvidado por completo a Aria durante un par de horas y lo había a gradecido de sobre manera, necesitaba alejarme de aquellos pensamientos intrusivos. Incluso la herida de sus garras en mi abdomen se había calmado por casi completo. No sabía qué había utilizado el Anciano pero sin duda, iba a pedirle la receta.

Los niños no tardaron mucho más en irse, era la hora de comer y todos se despidieron de mí con mucho cariño, ante mi sorpresa había podido llegar a aquellos niños y hacer que me tratasen como una más.

-          Toma. -  Wanda se acercó con pasos torpes hacia mí. – La hemos hecho entre todos. – Era una pulsera hecha con materiales que podían encontrarse por la isla con una piedrecita en el centro de color azul cielo. – Es el color de tus ojos. – Sonreí con ganas y acaricié la cabeza de Wanda.

-          Me encanta. – Me agaché y la abracé por los hombros, recibiendo un abrazo por su parte. – Muchas gracias Wanda.

-          ¿Jugamos después? Mi mamá me llama.

-          Claro que sí. – Me dio un beso en la mejilla y sonreí como una completa idiota.  -¡Adiós! – Comenzaba a sentirme como una más y eso me gustaba, hacía mucho que no me sentía parte de algo.

-          ¿Te apetece ir a explorar, Kira? – Ladró y levantó sus patas delanteras mostrándose muy emocionada con ello y nos adentramos en la selva, a sitios que todavía no habíamos descubierto.  - ¡Vamos!

Nos adentramos en la densa selva, quizás éramos un par de inconsciente, pero mis abuelos me habían contado tantísimas historias de esta Isla, que tenía la imperiosa necesidad de adentrarme en ella y descubrir cada uno de sus secretos. Aunque eso me costase más de un problema.

Fuimos hacia el lago donde hacía unos días había encontrado a Aria, y tras refrescarnos por un momento, divisamos una cueva que se ocultaba tras grandes árboles y una espesa vegetación.

-          No tengo un muy buen presentimiento de esto pero… vamos allá.  -  Kira permaneció tras de mí y gracias a una pequeña linterna que guardaba en mis pantalones en caso de emergencia, nos adentramos con la guardia bien alta. Dentro de la cueva, había un camino hacia la derecha y otro que seguía recto.  Miré a Kira y decidimos ir hacia la derecha, encontrándonos con un precioso lago en medio  de la cueva de agua cristalina que incitaba a darse un buen baño. – Es precioso, ¿Verdad Kira? – Se acercó y bebió con ganas. Kira se giró y agachó las orejas, ladrando con fuerza. Sentí una respiración en mi nuca y mis piernas temblaron, no respondiendo a lo que le ordenaba. Un gruñido ensordecedor se coló por mis oídos y giré muy lentamente, encontrándome con unos ojos atigrados que me miraban con intensidad. Era el gran tigre blanco que hacía unos días quería comerme y destrozarme de un zarpazo. Mostró sus grandes colmillos y los apretó, rugiendo tan fuerte que mi cabello se movió y tuve que cerrar mis ojos.

-          ¿Qué… haces… aquí? – Una gutural voz emanó del tigre y sus mandíbulas se apretaron más.

-          P-p-pues… - Kira se entrometió entre nosotros, protegiéndome del tigre. - ¡Kira, no! – Intenté apartarla pero ésta se negó, gruñendo. – Por favor, no le hagas nada. – Miré al tigre y éste agachó la mirada hacia Kira.  Se alejó unos cuantos pasos y comenzó a transformarse delante de mí.  Sus patas se convirtieron en unas piernas y unos brazos musculosos, un abdomen totalmente definido y su pelaje blanco se convirtió en una cabellera de color rubio claro.

-          No sois mi presa. – Aclaró. – No puedo haceros nada. – Se acercó al lago y se sumergió en él, saliendo segundos después. – pero eso no quiere decir que no te esté vigilando, humana. – El vello de mi nuca se erizó y un escalofrío me recorrió por la espalda. - ¿Aria te ha soltado la correa? – Preguntó vacilante y lo miré con el ceño alzado.

-          No la he visto en todo el día. – Respondí con simpleza y sumergí mis piernas en el lago, quitándome los zapatos y dejándolos a un lado.

-          Uh, parece que alguien ha abandonado a su presa… - Se acercó hacia mis piernas, todavía metido en el agua y sus ojos se intensificaron.

-          No sé en qué estás pensando pero… - Tragué saliva y sus manos agarraron mis tobillos. - ¡Eh! – Intenté zafarme y sus manos hicieron más presión. Su mirada se volvió a intensificar y mis músculos comenzaron a tensarse. Tiró hacia delante y me sumergió por completo dentro del agua.

-          No tienes por que estar tan tensa, ya te he dicho que no iba a hacerte nada. – Dijo con simpleza, como si hacía un par de días no hubiese intentado comerme.

-          Quisiste matarme cuando me viste por primera vez. – Respondí mordaz. - ¿Cómo quieres que no esté nerviosa?

-          Soy uno de los gobernantes de la Aldea… supongo que Aria ya te habrá puesto al día con eso. Mi deber es proteger a los ciudadanos, tú eres una humana. ¿Qué querías que hiciese?

-          ¡Y yo que sé! – Intenté defenderme. – ¡Yo nunca he hecho daño a nadie! ¡No soy ninguna amenaza!

-          Lo sé. – Volvió a alejarse de mí. – Aria ya te hubiera matado si no fuese así. – Hizo una pausa.- Pero… - Alcé el ceño y vi cómo se volvía a acercar, haciéndome retroceder y lavando mi espalda en el borde. – Hay algo en ti que… - Su mirada se afiló y sus pupilas se rasgaron aún más. – Llama la atención. – Colocó sus manos a los lados de mis hombros y se acercó más, casi sintiendo su respiración sobre mí. – Y no sólo a Aria. - Tragué saliva y él recorrió el recorrido que hizo a través de mi garganta. Sonrió y eso me hizo estar aún más en alerta. – Tengo que ir a cazar. – Se separó bruscamente y mantuvo su sonrisa hasta que salió del agua. – Ha sido muy interesante nuestra pequeña charla, Lidia.

-          Nunca te he dicho mi nombre. – Pero cuando me giré y él ya no estaba allí. No sabía ni cómo se llamaba ni que quería de mí, pero eso había sido intenso, jodidamente intenso.

Jodido clima tropical. No sabía cuándo, pero el cielo estaba muy, muy oscuro y había una tormenta eléctrica azotando la Isla. Podía ser perfectamente de día, pero estaba jodidamente oscuro.

-          Sera mejor que no nos movamos de aquí, Kira. – Me senté, apoyando mi espalda sobre una de las paredes y sintiendo cómo Kira se acurrucaba a mi lado. Comenzaba a tener frío, tenía la ropa completamente mojada y la cueva no era nada cálida, era más bien lo contrario. Y sólo tenía una puta linterna, la cual no funcionaba por haber caído con ella al agua. Solamente podía ver algo por los destellos de los relámpagos, algo que no me tranquilizaba demasiado. Siempre había odiado las tormentas.

 

Quizás pasaron horas, y la tormenta cada vez era peor. Comenzaba a no sentir mis extremidades debido al frío y mis dientes no paraban de rechinar. Iba a contraer una hipotermia si no salía de ahí, pero al intentar levantarme, mis piernas cayeron debido al entumecimiento. Kira se acercó más a mí, intentando abrigarme con su cuerpo. Gruñó bajito y la acaricié con torpeza, ya que mis dedos apenas sentían nada.

 

-          He sobrevivido a un viaje en el mar, al veneno de una víbora, al ataque de un tigre… y me va a matar una puta hipotermia en una cueva. – Reí irónica y sentí mi boca adormecida. Estaba calada hasta los huesos y el ambiente húmedo de la cueva no ayudaba. Mis párpados comenzaron a cerrarse en contra de mi voluntad e inmediatamente supe que eran los síntomas de una hipotermia. Si dormía… quizás no me volviera a despertar. Intenté levantarme. Un pie, después otro. Me apoyé sobre la pared de la cueva para así no caer de bruces al suelo, pero en cuanto intenté girar, mis pies no me respondieron, dejando que mi cuerpo cayese hacia un lado.

-          Joder, estás helada. – Noté algo de presión sobre mis brazos y mi espalda, pero tenía el cuerpo tan congelado que apenas podía sentir nada. No pude decir nada, pero el aroma reconocible de Aria me tranquilizó. Por lo menos no estaba en manos de algún depredador. - ¿Se puede saber por qué has salido de la aldea? – Pero no pude responder. - ¿Lidia? – Observó mi mandíbula tiritar, sin apenas poder emitir un sonido. – Espera aquí, voy a encender una pequeña fogata. – Volvió a dejarme con delicadeza sobre el suelo, apoyando mi espalda sobre la pared.

 

Apenas pasaron un par de minutos cuando comencé a sentir algo de calor en mi rostro y abrí los ojos despacio, había una pequeña hoguera encendida a mis pies y Aria se encargaba de avivarla.

Se sentó a mi lado y pasó su brazo por mis hombros, acercándome a ella.

-          Estás empapada. – Noté preocupación en su voz. – Joder, ¿Cómo se te ocurre bañarte así?

-          N-no h-ha ssssido mi c-c-culpa. – Pasó sus manos por mis brazos intentando que entrase en calor.

-          Vale, vale. – Restó importancia. – Será mejor que te quites la ropa, la pondremos al lado del fuego y así se secará más rápido. – La miré con el ceño alzado, pero finalmente asentí. Vio cómo mis brazos temblaban al intentar quitarme la ropa y me miró.

-          ¿Q-quieres que… te ayude? – Preguntó con dificultad y asentí. Desvió la vista hacia otro lado y me ayudó a deshacerme de mi camiseta, parándose sobre las heridas que tenía en mi abdomen por sus garras. Me miró con un gesto de arrepentimiento y se giró para escurrir de la camiseta una gran cantidad de agua y la colocó al lado del fuego. Acercó sus manos a mis caderas, atrapando el borde del pantalón y deslizándolo hacia abajo. Volvió a desviar la mirada y volví a sentarme al lado del fuego con un poco de dificultad. – Estará seco en un momento. - volvió a ponerse a mi lado. – ¿Te encuentras mejor?

-          S-sí.

-          Me has dado un susto de muerte. -  Admitió. – No estabas en la cabaña del lago ni en la Aldea y me he preocupado.

-          Tampoco tengo manera de escapar de aquí. – Susurré en un hilo de voz.

-          Hay muchos depredadores nocturnos… algunos de ellos sí que no respetan las presas de los demás.

-          ¿Eso soy? ¿Tu presa?  - Pregunté algo molesta, separándome de ella. – No tienes por qué cuidar de mí.

-          Si no hubiera venido, habrías muerto congelada.

-          Un problema menos para ti.

-          ¿Qué es lo que te pasa? – Alzó la voz. Mantuve su mirada durante un segundo y la retiré.

-          Da igual. No tiene importancia. – Agarró mi rostro con su mano y me obligó a mirarla.

-          Lidia… - Insistió.

-          Esta mañana… no estabas. -  Me atreví a decir. -  Y después de lo que pasó anoche… - Aria desvió la mirada, esquiva totalmente. – No sé…  me sentí mal.

-          No quería hacerte sentir mal… - Se disculpó. - Tenía cosas que hacer. – Se levantó y sentí una sensación terrible en mi interior.  – Respecto a lo de anoche… será mejor olvidarlo.

-          ¿Qué? – Me levanté de repente, sintiendo cada uno de mis músculos arder. - ¿Qué estás diciendo? ¿Olvidarlo?  - Bajó su mirada hacia mi abdomen, observando las heridas de sus garras clavadas en él.

-          Lo de anoche fue un error. – Sentenció, dejándome helada en el interior de aquella cueva oscura con el latido de mi corazón retumbando entre aquellas rocosas paredes. Aria se había ido.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).