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La idea salvaje por PureHeroine

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Notas del capitulo:

¡Buenas noches! ¿Cómo estáis? ¡Espero que muy bien! Aquí teneis el 2º capítulo. Espero que os guste y también espero leer vuestros reviews! Un beso y a leer! 

-          ¿Qué… - Me revolví sobre la tierra mojada, notando como las heridas que me había hecho tras caer por la ladera comenzaban a escocerme bastante. – ha… pasado?  - Me reincorporé hasta quedar sentada, masajeándome las sienes e intentando acordarme de lo que había pasado antes de desmayarme. Entonces la imagen de un par de ojos amarillentos y atigrados me vinieron a la mente. - ¡El puma! ¡Que me quiere comer un puma! – Me levanté de repente, sintiendo mi corazón acelerado y mi pulso desorbitado. Aún con la sensación de mareo en mis entrañas, tuve que sostenerme en el tronco de una gran palmera. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había caído de bruces al suelo? No lo sabía. Lo único que sabía con certeza es que la cabeza me dolía horrores.

-          ¡Kira! – Exclamé al acordarme de que me había separado de mi preciada mascota y seguramente ésta me estuviese buscando, cansada de esperar a su torpe dueña. – ¡Soy tan estúpida! – Volví a suspirar y golpeé sin fuerzas el frondoso y húmedo tronco. Miré al cielo y la oscuridad de la noche estaba desapareciendo, pues el sol comenzaba ya a aparecer tras unas leves nubes en el horizonte,  por lo que deduje que había pasado mucho tiempo desde el incidente con el felino.

A pesar de la buena temperatura que había hecho durante las escasas horas de luz de la tarde, ahora hacía una leve corriente de aire bastante fresca, típica de las últimas horas de la madrugada. La cual podría helarte los huesos si te quedabas muy quieto y fuera de la leve calidez que ofrecían los árboles.  Me senté un poco desorientada, apoyando mi espalda con el tronco, trazando un plan mental de cómo poder subir de nuevo y reencontrarme con Kira. Apoyé mi cabeza, levantando la vista y topándome con un exótico pájaro que anunciaba las primeras horas de la mañana y las últimas de la noche.

El plumaje era muy colorido, con tonos vivos: rojo, azul, amarillo y naranja. El pico era casi más grande que el cuerpo entero y debatí en mi interior la idea de cómo podía aguantar tal peso con lo pequeño que era. El canto era bastante relajante, nada parecido a los gallos que solían despertarme cuando estaba en casa. Y ni hablar del estruendo que producía mi odiado despertador. Era un canto melodioso, muy agradable.

-          “Debería esperar a que se haga de día para buscar a Kira…” ¡No, no, no! – Me levanté decidida. - ¡Ella no esperaría a buscarme si yo estuviese desaparecida! – Intenté acordarme del camino de vuelta, pero me resultó imposible. Tenía lagunas mentales. Similares a los de un día de resaca, tras haber bebido durante toda la noche anterior. – Bueno, esto es la selva. – Recapacité. – Habrá que hacer uso del instinto natural que corre por mis… - Suspiré. – Estoy bien jodida. – Me dejé caer sobre una gran raíz que sobresalía abruptamente por la tierra, y debido al agobio que sentía en ese momento, levanté la vista, como si la solución fuese a caerme del cielo. Desvié la mirada y vi como el pájaro que antes cantaba, ahora picoteaba frenéticamente el tronco del gran árbol en el que estaba sentada.

 

La tierra de mí alrededor comenzó a temblar. Las raíces del gran árbol se movieron violentamente y el árbol, de unos 4-5 metros se elevó sobre su tronco, naciéndole de éste, un gran tronco más. Ambos troncos, se sujetaron fuertemente al suelo y actuaban como grandes piernas que les servían de sustento. Las ramas me rodearon, como si me quisiesen atrapar y ahogar. Me levanté rápidamente, y alzando mi mirada, me encontré con unos grandes y hundidos ojos justo en lo alto del árbol, una hendidura justo bajo de éstos que actuaban como nariz y un gran complejo de otras raíces más pequeñas que nacían bajo la nariz que eran iguales a una gran y vieja barba.

 

-          ¿Qué… cojones? – Me quedé helada al ver que era una especie de hombre árbol que no tenía cara de muchos amigos. Emitió un gruñido y movió su gran brazo de madera, intentando asestarme un mortal golpe. Me escabullí rápidamente entre una gran piedra y ésta quedó destrozada debido al impacto del gran brazo. - ¡¿PERO QUÉ TE HE HECHO YO? – Le grité. Pero hizo caso omiso a mis palabras e intentó asestarme otro golpe. Lo volví a esquivar, escondiéndome detrás de otro árbol, el cual recibió el golpe. El hombre-árbol gruñó molesto tras haber herido a uno de su especie y alzó sus manos al cielo.  Se levantaron dos árboles más, pero más pequeños que el otro y se volvieron molestos para arremeter contra mí. Entonces comprendí, que aquel gesto con los brazos era para llamar a algunos de los suyos y aliarse para atacarme.

-          ¡Oye! – Le grité al más grande de todos. - ¿Se puede saber qué te pasa conmigo? – Me agaché rápidamente antes de que uno de sus amigos árboles me atacase. - ¡Si no me escuchas, subiré yo misma a gritártelo! ¡Porque está claro que con esas enormes hojas que te salen en las orejas, no me oyes bien! – Aproveché que me intentó golpear para esquivarlo. Entonces hundió su puño contra la tierra, abriendo un gran agujero en el cual dejó encajado su brazo. Aproveché para saltar sobre él y correr hasta alcanzar su cabeza.

 

El árbol comenzó a gruñir, y a moverse bruscamente para sacar su brazo de la tierra. Me sostuve con fuerza a él, clavando mis uñas entre las grietas de la madera que lo formaban. Provocándole un gran gemido.

 

-          ¡Perdona, perdona! – Lo acaricié levemente con la palma de mi mano y los árboles que él había convocado pararon de repente al ver mi gesto. – De verdad, que no quería hacerte daño. – Pero aunque sus amigos parasen, el seguía gruñendo. Me volví a agarrar, con cuidado de no hacerle daño y subí trepando hasta alcanzar su cabeza. Entonces vi el gran problema, el pájaro que antes cantaba las primeras horas de la mañana, continuaba picoteando, y con esto, hiriendo al pobre árbol. Subí hasta su cabeza, agarrándome de las finas raíces que salían de ésta e intenté espantar al pájaro moviendo la mano cerca de él. Pero éste me miró a los ojos, pasó olímpicamente de mí y volvió a picotear con más fuerza.

 

-          ¡ESPERA, NO TE MUEVAS! – Luché por no caerme de él y agarré al pájaro de una de las alas, separándolo por completo del gran árbol. Echó a volar, tras aletear furioso en mi cara.  – Ya está. – dije simplemente. - ¿Te sientes mejor? – Le di leves golpecitos en su “cabeza” y el gran árbol sonrió.

 

-          Muchas gracias. – Pronunció, con una gran voz roca pero amigable a la vez. – Llevaba muchos días soportando a ese pájaro insufrible… - Tosió cansado y agachó la cabeza, haciéndome caer sobre sus manos de tronco. – Perdona por atacarte pero estaba muy molesto. – Resopló, despeinándome por completo, pero yo seguía en mi estado de shock.

 

-          ¿H-hablas? – Pestañeé y me senté sobre mis rodillas. - ¿Estás… hablando?

 

-          Sí, lo estoy haciendo. – Sonrió y rió. - ¿Qué te parece tan raro?

 

-          Es una humana, no está acostumbrada a hablar con árboles. ¿Verdad, cariño? – El otro árbol que me había atacado antes ahora estaba hablando de manera comprensiva detrás de mí. Pero esta voz era mucho más fina que el árbol que me tenía entre sus manos. Era claramente la voz de una mujer. ¿Sería un árbol hembra? ¡Esto era tan raro!

 

-          Somos Ent, preciosa. – Me acomodé de manera que podía ver a los tres árboles partícipes en la “pelea”.

 

-          ¿Ent?

 

-          Somos los guardianes del bosque, híbridos entre humanos y árboles. Vivimos en este bosque desde hace siglos… - Tosió y siguió explicando. – Y los protegemos.

 

-          ¿De qué?

 

-          Muchos humanos vienen a destrozar estos lares, a talar nuestras maderas y a quemarnos… - Aspiró fuertemente y sonrió tristemente.

 

-          ¿Sois los únicos encargados de vigilar el bosque?

 

-          No. – Dijo amablemente. – Muchos son nuestros aliados en esta difícil tarea… - Tosió. – Perdona, hija, pero he realizado mucho esfuerzo y yo ya tengo unos años…

 

-          ¡No, no! No se preocupe, de verdad. – Me puse de pie sobre sus manos y bajé la cabeza a modo de respeto.

 

-          ¿Y qué haces en esta isla, hija? – La mujer árbol se acercó y giré para encontrarme de lleno con ella.

 

-          Esta Isla significa mucho para mí. – Cogí aire. – Desde pequeña mi abuela me dormía con sus historias. Incluso cuando mis abuelos eran jóvenes se embarcaron para encontrarla. – Los árboles me miraron enternecidos. – Pero ellos murieron sin ver cumplido su sueño… así que mi deseo de encontrarla se hizo aún más fuerte. Así fue cómo cogí el barco que mis abuelos me dejaron de herencia y vine con mi perra Kira.

 

-          ¿Con tu mascota? – Miraron alrededor y comprobaron que estaba completamente sola. – Y… ¿Dónde está?

 

-          ¡Dios, Kira! – Me llevé las manos a la cabeza, con todo este alboroto se me había olvidado por completo. – Anoche me separé de ella porque me caí por una ladera y… no sé dónde está. ¡Necesito encontrarla!

 

-          No te angusties, querida. La encontraremos. – El hombre árbol me agarró con cuidado y me colocó sobre su cabeza. – Agárrate bien a mis raíces, no querríamos que te cayeses.

 

-          Oh, muchas gracias… de verdad. – Lo agarré sin hacerle daño y comenzó a andar. Estaba tan alta que podía ver muchas cosas, pero no podía ver la totalidad de la superficie de la Isla. El gran árbol me llevó exactamente, tras unos cuantos minutos de agradable charla al mismo sitio por donde me había caído hace unas horas. – ¡Justo aquí me caí anoche! – Le señalé, pero el árbol era tan grande que aquel desprendimiento por el que había rodado, se veía muy minúsculo. Y yo me sentía algo ridícula.

 

-          ¿Ves a tu perrita, querida? – Eché algunos vistazos pero no la encontré. Comencé a ponerme nerviosa y me acomodé el flequillo para atrás. Suspiré y me mordí el labio.

 

-          No… no la veo… - Volví a suspirar y rasqué mi nuca. - ¿Podrías bajarme a tierra? – Lo miré.

 

-          Claro que sí. – Aceptó con mucho gusto y me dejó delicadamente en el suelo.  – Espero que tengas mucha suerte, hija. Nosotros deberíamos volver a nuestro sitio. La tierra nos reclama.

 

-          Muchas gracias por todo… esto…

 

-          Oh, llámame Ed, querida. – Sonrió. – Y dime, ¿Cuál es tu nombre?

 

-          Lidia. – Le sonreí. - ¿Y usted?

 

-          No me trates de usted, me haces sentir demasiado vieja.  – Tosió y se aclaró la voz. – Puedes llamarme Lilian.

 

-          Encantada de conoceros, Ed, Lilian. – Les agradecía. – Y muchas gracias por todo.

 

-          Gracias a ti, querida, por dar algo de conversación a estos dos ancianos. -  Se despidieron y comenzaron a marchar. - ¡Nos veremos pronto, hija!

 

Sonreí como una boba al verlos partir. Había sido una de las experiencias más descabelladas que había vivido en mis casi 22 años de existencia. ¡Acababa de hablar con árboles! ¡Árboles que hablaban, sentían y padecían! Y algo me decía que esta experiencia iba a ser una de las muchísimas que iba a vivir en esta Isla.

Rápidamente me di la vuelta, recordando que estaba buscando a mi querida Kira. Rebusqué entra las rocas y entre las grandes hojas. Pero ni rastro de ella.

-          ¡Kira! ¡Kira! – El sol estaba completamente encima de la isla. Hacía un calor bastante pronunciado, pero soportable por la humedad. Aunque estaba muy segura de que con el paso de las horas, el calor iba a ser muchísimo más insoportable y más sofocante.

Escuché un gruñido estremecedor procedente de detrás de unas cuantas y extrañas plantas silvestres. Me acerqué rápidamente, procurando no hacer demasiado ruido para no llamar la atención de aquello que podría estar detrás. Asomé tímidamente mi cabeza entre los matorrales para ver una de las imágenes más horribles de mi vida: un gran tigre blanco, que tenía grandes y musculosas patas, una cola que sería mucho más grande que yo y unos dientes que estaba segura que si atrapasen alguna de mis extremidades, las arrancaría de cuajo. Me iría sin más por donde había venido, de no ser porque la presa a la que estaba acorralando era a mi perra, Kira.

-          ¡Kira! – Grité al salir de mi escondite, y me daba igual si aquel tigre me devoraba en aquel momento. Tenía un objetivo al que proteger. Mi perra se mantuvo intacta en su lugar, temblando. Con las orejas agachadas, pero con la cola erguida, haciéndole frente a aquella bestia. Ladrando fuertemente.

 

Me puse a su lado, enfrentando a la gran fiera que me miraba con cara de muy pocos amigos y con algunos colmillos afilados que sobresalían de su enorme boca. - ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño? – Gruñó enfurecido y avanzando unos pasos hacia nosotras. El gran tigre estaba salivando, casi saboreando la carne que nos iba a arrancar de un solo mordisco. – No te tengo miedo. – Sus ojos conectaron con los míos y su mandíbula se tensó aún más. – ¡Kira, huye! – Le ordené ante el inminente peligro que se nos avecinaba, pues el tigre se abalanzó hacia nosotras con una de sus garras levantadas. Pero la perra ladró y se negó, poniéndose unos cuantos pasos por delante de mí, dispuesta a recibir el golpe. Di unas grandes zancadas, cogiendo a Kira y posicionándola justo debajo de mí, protegiéndola.

 

Cerré los ojos, esperando el gran impacto de las afiladas garras del felino contra mi cuerpo. Pero lo único que noté fueron las gotas de un líquido tibio y espeso que me salpicaron en el rostro y en el cuello. Temblé al pensar que podría haber herido a Kira, pero al abrir los ojos, ella estaba perfectamente entre mis brazos, con el pelo también manchado del mismo líquido que a mí me había salpicado. Entonces levanté la vista para encontrarme con un gran cuerpo negro, que se encontraba sangrando.

 

El puma me miró, como para verificar que no habíamos sufrido ningún daño. Tenía toda la pata sangrando, y tres grandes y profundas heridas que encajaban perfectamente con las garras del gran tigre blanco. El tigre gruñó, y el puma le respondió. Comenzaron un duelo de miradas, y yo no entendía nada. Estaba helada, estática en el suelo abrazando a mi perra. En cualquier momento podrían saltarse al cuello y arrancárselo de un mordisco. Pero cuando parecía que iban a engarzarse en una épica pelea, el tigre simplemente se dio la vuelta y se fue, perdiéndose por toda la vegetación de la Isla.

 

Me levanté cuando el temblor de mis piernas me lo permitieron y me acerqué rápidamente al puma, que había intentado dar algunos pasos para salir allí pero se desplomó en el suelo debido a la tremenda herida que tenía. Puse una mano sobre su lomo, notando como respiraba agitadamente y gruñía. El puma levantó una zarpa, intentando apartarme, pero no lo consiguió.

 

-          Nos has ayudado. – Le intenté tranquilizar. – Déjame que ahora yo te ayude a ti. – Me miró con sus grandes y atigrados ojos amarillos, sin perder de vista ninguno de mis movimientos.

-          Kira. – Llamé a mi perra y levantó sus orejas. - ¿Puedes ir al barco y traerme el botiquín? – Kira ladró y echó a correr hacia la costa. Me posicioné justo enfrente del animal, que me miraba detenidamente.

-          No voy a hacerte daño. – Inconscientemente coloqué mi mano sobre su cuello, acariciando el suave y brillante pelaje negro con detalles plateados en algunas partes. Dotando al felino de una belleza superior. – Eres… - Miré a sus ojos, los más bonitos que había visto nunca. – Preciosa… - No sé por qué la traté como si fuese una chica, pero la risa y el gesto tan femenino con el que me encontré anoche. Me hicieron pensar que aquel animal era tan mágico y misterioso como los Ent que había conocido antes.

 

Unas pisadas me hicieron voltear. Me encontré con los ojos azules de mi perra Kira y con el botiquín en su boca. Lo dejó a mis pies y ladró colocándose a mi lado.

 

-          Gracias, Kira. – La acaricié y lamió mi mano con cariño. – No sé qué haría sin ti. – Le di un beso en el hocico ante la atenta mirada del felino y dirigí mis azules ojos a su herida. Abrí el botiquín, cogiendo un desinfectante y algunas gasas.

-          Te va a doler un poco… - Mojé un poco de algodón con el desinfectante y lo puse sobre su herida. El felino apretó sus dientes, intentando levantarse y pensé que me atacaría. De no ser porque Kira le encaró ladrando fuertemente. – Lo siento. – Me disculpé. – Tienes que aguantar, por favor… - El felino suspiró, volviendo a tenderme su pata y volví a colocar con cuidado el algodón mojado con el desinfectante. El felino cerró los ojos, aguantando el escozor. Acaricié su lomo, intentando tranquilizarla. – Es bastante profunda, me parece que tendré que coser.

 

El felino irguió sus orejas, a modo de alerta. Pero al ver que no podía moverse con facilidad, decidió quedarse bajo mi cuidado y sonreí ante su gesto.

 

-          Tranquila, bonita. – Introduje la aguja, pasando por todas las aberturas que las garras de aquel tigre blanco le había hecho, cosiéndole prácticamente toda la herida y cerrándola. Mordí el hilo sobrante y volví a guardar las cosas en el botiquín, no sin antes haberle limpiado la sangre sobrante que había quedado en mis manos y en su negro pelaje. - ¿Por qué no descansas un poco? – El felino gruñó débilmente y cerró sus ojos, quedando profundamente dormido en cuestión de minutos. Me levanté para admirar la criatura que estaba acostada sobre la húmeda tierra.

 

Kira y yo dejamos al felino descansar, asegurándonos de que el tigre no volviese a atacar. Fuimos a la costa, guardamos el botiquín con el que había curado al felino y repusimos algunas fuerzas comiendo lo que nos había sobrado de la larga travesía que habíamos realizado hasta llegar a la Isla Kumungu. Mientras Kira dormía a mi lado, yo cogí mi gran cuaderno de dibujo y plasmé el retrato de Ed y Lilian. Los dos grandes árboles-humanos que había conocido  un par de horas antes y que me habían ayudado. Después, plasmé en el papel el rostro del puma, dotando de gran detalle a sus grandes ojos amarillos, con algunas finas hebras marrones, que rodeaban delicada pupila rasgada. Suspiré cansada dejando el cuaderno dentro de mi camarote y acomodándome al lado de mi perra para dormir hasta reponer mis fuerzas.

.

..

Cuando desperté, había una gran luna adornando el cielo de la Isla. Había dormido durante todo el día y ni si quiera me había despertado. Emití un bostezo digno de un león y me peine con los dedos, acomodando mi flequillo hacia atrás.

Salí de la cama de mi camerino y me adentré en la isla, en busca del puma herido que había ayudado por el día. El cual nos había salvado a Kira y a mí de haber muerto a manos de las garras de un gran tigre blanco.

Llegué al claro donde había curado al felino, pero me sorprendí al ver que allí ya no estaba. ¿Cómo podía moverse con esa herida? Di unos cuántos pasos hacia el centro de la isla, con la esperanza de encontrar al animal. Pero no hubo suerte. Me escabullí por algunos árboles y llegué hacia un gran claro que estaba rodeado por un lago de agua cristalina.  Me acerqué y mojé mis manos con el fresco líquido, despejándome por completo. Seguí mirando el agua embobada, que reflejaba con exactitud y nitidez la gran luna llena que adornaba el manto oscuro del cielo. Entonces vi como en ese reflejo, aparecía la silueta de una persona. Me di la vuelta y alcé la mirada hacia arriba.

Y ahí la vi. En lo alto de uno de los árboles más altos de la Isla. La figura de una chica joven, mirando la misma luna que yo. Su silueta era delgada pero atlética a la vez. Vestía unas prendas hechas de piel, que cubrían su pecho, pero su abdomen y  gran parte de su espalda estaban al aire. Más abajo, otra prenda hecha de esa misma piel color marrón oscuro, que cubría desde la parte baja de su vientre hasta un poco más arriba de la mitad de sus muslos. En cual estaba cubierto por unas gasas cubiertas de algo de sangre. Las mismas gasas con las que yo había cubierto al puma, muchas horas antes. Con su mano derecha, sostenía una lanza más grande que ella y recogía su largo cabello en una coleta alta.

Me quedé embobada viendo a esa perfecta silueta, que contrastaba perfectamente con el claro de la luna gracias a su piel morena, bronceada por el sol.

Y no sé si fue mi imaginación o fruto de la magia de la isla. Pero ladeó su rostro y bajó su mirada, encontrándose con la mía.

Sus ojos eran amarillos, y grandes… Iguales que el puma.

¿Será que ella.. es la felina?

Notas finales:

Hasta aquí el capítulo de hoy. Espero no tardar mucho con el siguiente. Espero vuestros reviews, besitos! 


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