Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

[Reviews - 152]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Espero este capítulo sea de su agrado. Muchas gracias por comentar.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Diez

–Ese mayordomo, está en problemas–

 

    Se sintió mareado. Cientos de cosas cruzaban su mente. Mentía, no mentía. Si esa era una estrategia para asesinarlo sin tantos problemas, había funcionado, pero aún no estaba en el suelo con un agujero en la cabeza. Tal vez simplemente deseaba verlo combatir contra su compañero. Orville era un huérfano que fue acogido por los Lioncourt, era imposible que fuera el hijo bastardo de una Nasnarin. De repente una idea lo asalto. ¿Y si era hijo de los Lioncourt? En ese caso es posible, algo en el despertó cuando Jane lo miró. Amor. Un efecto maternal cayó sobre él como una manta caliente. Y Harvey la asesinó.

   

    La patada voló sobre su cabeza, a duras penas la evadió. Harvey arrojó otra tajada a la altura del pecho que el mayordomo esquivó saltando hacia atrás. Estaba preparado para contra atacar cuando una bala pasó frente a él. Miró en dirección en que la bala vino y vio a Orville corriendo para enfrentarlo.

    –Te dije que nunca me apuntaras –. Enconó los ojos en gesto de odio. –Lo siento mayordomo de los Phantomhive, tengo asuntos que arreglar, te dejo al cowboy.

    Sebastian se limitó a mirar como corría para una confrontación de camaradas. Después observó desde la lejanía como el cowboy caminaba lentamente mientras recargaba de igual forma, cosa contradictoria, su habilidad para recargar una pistola de tambor con seis balas era magnifica.

 

    –¡ASESINASTE A MI MADRE! –. Rugió Orville a la par que arrojaba puñetazos contra Harvey, no utilizaría las pistolas, al menos no todavía.

    –¡No sé de qué me hablas! –. Exclamó igual de acalorado. –Pero si quieres morir, solo apuntame nuevamente y te corto las manos.

    –¡Yo seré el que corte algo aquí, y si es tu garganta mucho mejor!

    –Veo que hablas demasiado para lo que haces.

    –Tan solo provocame, bastardo –. Los puños impactaron de frente y sus caras quedaron a centímetros de distancia, mirándose con una fiereza de lobos.

    El filo del acero rosó la cara de Orville en lo que este desenfundaba.

 

    Sebastian apenas acababa de acomodarse la camisa cuando el cowboy se detuvo. De las suela de sus zapatos salieron pequeñas fumarolas de polvo, como en esas antiguas películas de vaqueros en un duelo uno contra uno.

    –Te he visto antes.

    –¿Enserio? ¿A qué se debe ese honor del mayordomo de los Phantomhive?

    –El Barón Luther Nasnarin nos enseñó una foto de ti, pero estabas vestido de cazador. El primer Lioncourt. Cosa extraña, deberías estar muerto.

    –Qué lindo que sepas de mí, pero no soy técnicamente el primer Lioncourt.

    –¿El Barón nos mintió?

    –Algo así, no sabe la historia completa.

    –Puedes contármela.

    –Tienes que ganarte ese derecho a pulso. ¿Te apetece un duelo?

    –Supuse que no sería fácil.

    Sebastian sacó de la manga de la camisa unos cuchillos de mesa.

 

    La sangre salió disparada de la boca de Harvey cuando Orville conecto un golpe. Acto seguido un disparo perforó parte de la oreja.

    –Jane Vincent era una zorra –. Gritó Harvey, sus dientes estaban teñidos de rojo. Una sabor oxido inundó su boca, tenía ganas de escupir.

    –¡Era mi madre! –. Orville estaba recargando.

    –¿Cómo sabes eso?

    –El cowboy me lo dijo. Él es mi padre.

    –¿Te creíste esa mierda? Eres un ingenuo imbécil. Solo quiere ponernos en contra. Te enseñaré a respetarme.  

    –¡Lo sentí! ¡Sentí el amor cuando me miró!

    –¡Si es cierto, entonces tú eres el bastardo mestizo! Eso explica por qué tardabas tanto en sanar. Tú sangre está sucia. Lo has ganado, mis ganas de asesinarte –. Harvey apretó los dientes y un tajo rápido rasgo el pecho de Orville.

    Una sensación caliente recorrió su pecho. Humedad. Eso fue lo que sintió cuando sus ropas comenzaron a colorarse de rojo. La mirada de furia que arrojó contra Harvey podría ser capaz de fulminar. Esa emoción la transfirió a sus balas cuando salieron disparadas del cañón. El acero apenas pudo ser capaz de detenerlas. Esa sensación, esa velocidad y coraje, Harvey la reconocía. Tal vez, después de todo, Orville si es hijo del cowboy.

    Al igual que Orville, a Harvey se le acumularon tantas preguntas. Si el cowboy era un Lioncourt y Jane una Nasnarin, ¿Quién eran sus abuelos? ¿Qué pasó antes de su generación? Incluso que pasó a los comienzos de ambas familias. Cada pregunta era agolpada en su mente detrás de cada impacto que recibía. Una bala se abrió paso a través de la carne de su pierna derecha. Usó la espada como apoyo y Orville le pateó su cara tirándolo de espaldas.

    Orville se abalanzó y conectó diversos golpes a su enemigo. La fuerza fluía por su cuerpo como una avalancha. ¡Crack! ¡Crack! ¡Crack! Huesos quebrándose como cristales. La ira explosiva desgarraba su interior. Harvey fue capaz de sacárselo de encima tras alcanzar una navaja bajo su capucha. Orville se cubrió el torso con ambos brazos, estos fueron cortados. Se levantó de un salto tras una estocada. El pico perforó unos centímetros.

    La navaja surcó el aire hasta enterrarse en el hombro izquierdo. Ambos estaban cansados y adoloridos. Exhalando.

    –¿Quién diría que un mestizo como tú tendría ese poder sin el pacto de sangre?

    –¿Quieres ver de que es capaz un mestizo como yo? –. Una pregunta retórica pues inmediatamente apuntó sus pistolas y disparó todas las balas del tambor.

   

    Ambos encapuchados miraban desde la distancia, escondidos.

    –Parece que llegamos tarde a la fiesta.

    –¿Ya viste a Orville? Está luchando contra su compañero.     

    –¿Crees que Seth le contó la verdad?

    –Posiblemente, si asesinaron a Jane…

    –Y Oville se lo tragó como si nada, que fáciles son los niños.

    –Difíciles diría yo, en especial cuando portan el poder de un demonio.

    –No porta el poder de un demonio, solo el poder del pacto.

    –Me corrijo, en especial cuando portan el poder parecido a un demonio.

    –¿Entramos en acción?

    –Esperaremos a que la cosa se ponga interesante.

    –Mientras ¿te quieres divertir? –. Acaricio el pecho de su compañero.

   

    Sebastian cayó al suelo con las ropas rasgadas. El cowboy lo pateaba, casi divirtiéndose. Un pisotón fue detenido por la palma del mayordomo, los dedos envolvieron el zapato y lo tiraron al suelo. Sebastian rodó para golpear con su codo el estómago del cowboy.

    Ciel miraba desde lejos como su mayordomo, el imponente Sebastian Michaelis, era machacado por un vaquero anacrónico. Y él estaba sin poder hacer nada, solo un mocoso dependiendo de su mayordomo. No, eso no podía ser así. Corrió al carruaje.

    –¿Te espantaste? –. Selina lo observaba con una sonrisa burlona.

    –Callate y sigue robando el oro decorado del carruaje –. Ciel buscaba algo bajo el asiento.

    –Solo buscaba un poco de ropa, por más que me guste andarme exhibiendo, está comenzando a hacer frio.

    –Lo encontré –. Susurró para sí. Una pistola de defensa personal. Tomó su bastón y lo extendió levemente, una fina hoja de acero se asomó por la ranura.

    –¿Acaso eres un detective de novela?

    –Hay un cambio de ropa detrás del asiento, en un baúl –. Ciel desapareció como había llegado.  

    –¿Pero si puedo robar el oro? Necesito algo de dinero para ir a casa –. Gritó mientras el niño corría a la confrontación –. Supongo que es un sí.

    Sebastian exclamó nervioso cuando vio que Ciel se apresuraba en su dirección. Portaba una pistola y el bastón-espada que compró hace unos meses.

    –My Lord, no se acerque,

    –¡Agachate!

    El cowboy logró esquivar la bala, pero el metal atravesó el sombrero.

    –Hey, tenemos un niño muy valiente por aquí –. Dijo mientras se acomodaba el sombrero. –Dejame adivinar, el <<señor>> Phantomhive. Un nombre muy imponente para alguien tan pequeño, espera, el perro de la Reyna suena aún más potente. –Recargó el arma y después del clic metálico disparó. Sebastian detuvo la bala entre sus dedos.

    –Mí joven amo no tiene nada que ver –. La mirada de Sebastian podría perforarlo. El rojo intenso avivo una llama en su interior.

    –Detuviste mi bala. ¿Qué eres? ¿Un demonio?

    –Solo soy el mayordomo de la familia Phantomhive. Y el posible amante de mi joven amo –. Agregó después de dudar.

    –¡Sebastian! –. Reclamó Ciel con una cara colorada.

    La bala pasó zumbando por el oído del cowboy.

    –Te diré un secreto… Yo sí soy un demonio –. Esbozó una sonrisa.

 

    Oville estaba ganando el encuentro, incluso logró quebrar parte de la espada de Harvey. Su antiguo compañero sangraba y estaba gravemente herido, sin embargo, Orville anhelaba más sangre, más dolor. El dolor que él sintió cuando vio a su madre partida por la mitad.

    Harvey estaba acabado, deseaba recostarse en el suelo y cerrar los ojos, descansar y comer algo apetitoso. Su espada estaba despedazada, enfrentarse contra el cowboy y su posible hijo, era demasiado para él y su acero.

    El estallido del cañón. El tambor girando para poner la siguiente bala. Los dedos atacando al gatillo obligándolo a disparar. El calor expansivo que olía a muerte. Todo eso pasó por su cabeza cuando las balas atravesaron su carne, abriendo túneles sangrientos que inmediatamente fueron inundados con un líquido rojo. Harvey cayó de rodillas. Parecía tan frágil, como si con un simple suspiro se despedazaría. Las pisadas de Orville reverberaban en su cabeza y se intensificaba mientras más se acercaba. Fue en ese momento cuando vio al Phantomhive, tan cerca de su mayordomo y del cowboy. Tan cerca de él. Pensó: Si el pacto servía con un mestizo, ¿por qué no serviría con alguien de sangre real?

    Las manos se cerraron en puños de tierra y el aire fue invadido con olor a pólvora. La vista de Orville se nubló y le ardían los ojos. Una estela de polvo iba detrás de Harvey cuando, con sus últimas fuerzas, emprendía una carrera de vida o muerte. El Phantomhive logró verlo. Le apuntó y disparó. La bala lo atravesó, pero no importaba, el dolor ya no existía, el dolor ahora era su amigo. Apretó los dientes y esquivo la estocada del niño cuando este decidió que estaba lo suficientemente cerca como para rajarlo, pero antes de saberlo, los dos desaparecieron.

–Fin del capítulo Diez–

Notas finales:

Normalmente no acostumbro a subir capítulos tan seguido, pero saber que a las personas les gusta y comentan, me inspiran a buscar un momento entre mis estudios y actividades diarias para ponerme a escribir. No tengo palabras para expresar mi gratitud a todas las personas que se toman un tiempo para brindarme un comentario es casi inefable.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).