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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Gracias a todos por los comentarios que me dejan, son realmente necesarios y me hacen feliz. Espero que más gente se anime a comentar. ¡Disfruten del capítulo!

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Quince

–Ese mayordomo, tan conservador–

 

    Un torbellino arrasaba con la cabeza de Sebastian. Ver a su Lord en ese estado era suficiente para incrementar el sentido de culpa. Un mayordomo de la casa Phantomhive nunca dejaría que secuestraran al joven amor. Sebastian no merecía ser llamado mayordomo.

    –My Lord –. Dijo con lastima mientras intentaba acercarse a Ciel, pero no se sentía digno ni de verlo. No se sentía digno ni de tocarlo, amarlo, de salvarlo. Deseaba que la tierra se abriera en una gran grieta roja que escupiera fuego para que lo regresaran al mismísimo infierno, y ser sentenciado a un castigo.

    –Te… te has tardado mucho. Sebastian –. Las luces bailaban en sus retinas. Veía a aquellos dos seres como unos ángeles. –¿Estoy muerto? Se supone que tú te comerías mi alma. Pero aún  no hemos completado el contrato.

    Sebastian no entendía esa actitud, no se parecía en nada al joven amo.

    –Esta drogado –. Dijo Selina caminando hacia Ciel. –He visto eso cientos de veces en las calles bajas de Londres. ¿No piensas venir por tu amo? –. Selina se detuvo en una potente pisada incitando a Sebastian para que reaccionara de una buena vez e hiciera lo que un mayordomo tiene que hacer.

    –Yo…–. Por primera vez, Sebastian estaba en un limbo de indecisión.

    –Sebastian, desatame de esta silla. Es una orden –. El ojo de Ciel brilló.

    –Yes, My Lord –. Saboreó esas palabras. Cada sílaba recorría sus papilas gustativas como una exquisita miel. Nunca antes se sintió tan bien.

    Ante su joven amo, Sebastian recobró una nueva fuerza. Esa orden era lo único que necesitaba, sentir que su amo aun o necesitaba, que le ordenara como un perro faldero lo que tenía que hacer, como actuar. Porque ese es el trabajo de un mayordomo de los Phantomhive: complacer a Ciel.

    Las manos de Sebastian rompieron fácilmente las cerraduras y el estruendo metálico resonó por la pequeña habitación.  Los trozos quebrantados cayeron al suelo entre tintineos y pequeñas piezas salieron volando. Ciel se frotó las muñecas. Fue entonces, cuando su mayordomo como profunda disculpa, rindió Pleitesía.

    –¿Te sientes culpable? –. Preguntó con una mirada profunda.

    –Por supuesto, My Lord. Un descuido como ese no puede ser aceptado.

    –Alza la cara.

    Sebastian obedeció y Ciel cruzó las piernas, como haría un joven príncipe en el trono de su padre.

    –Traeme ropa.

    Bajando nuevamente las escaleras, después de ir por una prenda nueva de ropa, Sebastian se perdió en sus pensamientos acerca de esa situación. Un acto de tortura debería cambiar al individuo, pero su amo aparte de estar drogado, que seguramente ya se le había pasado el efecto; era el mismo joven amo de siempre. Esa sonrisa de antes, significaba otra cosa. No era por estar contento de ver a Sebastian, por más que le doliera, algo, cambió.

 

    Ciel abotonó el último botón de la camisa y colocó el sombrero en su lugar.

    –Me siento extremadamente raro poniéndome ropa limpia cuando estoy sucio.

    –Ya se bañará cuando lleguemos con Lady Orpha.

    –Excelente idea, ya se me antoja otro poco de vino –. Selina husmeaba por la habitación.

    –Vámonos –. Ciel comenzó a subir las escaleras sin esperar a los demás.

    –Nunca entenderé a los nobles de alta clase –. La niña soltó un suspiro.

    Sebastian le dirigió una mirada de reproche.

    –No sé qué me quieres decir, mayordomo de los Phantomhive, en mi familia no hay ningún Conde o Duque. –Siguió el juego, acto seguido anduvo detrás del mayordomo pegando saltitos.

    Saliendo de la mansión un bosque se presentó ante él.

    –¿En dónde estamos?

    –A las afueras de Londres, no sabemos a quién le perteneció esta edificación –. Respondió Sebastian que ya estaba alcanzando a Ciel.

    –Hay alguien escondido –. Selina pegaba pequeñas zancadas para no quedarse atrás.

    Un matorral se zangoloteó haciendo un arrullo de hojas. Una pisada resonó en la tierra. Harvey estaba frente a ellos.

    –Apuesto lo que quieran, el imbécil Jeptha les dijo mi ubicación.

    –No le puedes decir así a mi padre. Es el Barón imbécil Jeptha Nasnarin –. Selina lo miró con reproche, como si le hubieran escupido en la cara.

    La fiera mirada que arrojó Ciel contra Harvey no se comparaba a nada humano que Sebastian hubiera visto antes.

    –Sebastian…

    –Yes, My Lord.

    –No, no lo asesines.

    El mayordomo lo miró con extrañeza, como si hubiera perdido la razón; pero antes de proferir un sonido, Ciel completó.

    –Traelo ante mí, vivo, yo lo descuartizaré en persona. ¡Es una orden! –. Rugió Ciel con un destello hermoso del ojo derecho.

    Sebastian comenzaba a acercarse a su contrincante mientras se quitaba los guantes, el saco y se ajustaba la camisa.

    –Tienes mucha confianza para venir contra un Lioncourt, demonio –. Harvey estaba desenfundando el acero nuevo.

    –Me encantaría asesinarte yo mismo, pero lamentablemente hacer que corra tu sangre no será suficiente para redimir mi pecado. Lo único que puede darme perdón es cumplir la orden de mi joven amo.

    –En ese caso da todo de ti, como yo lo haré. Ese Phantomhive es un excelente compañero para completar el pacto de sangre para curarme de las heridas.

    Harvey dejó que la marca del árbol del origen ganara terreno sobre su piel con un resplandor azul, morado y amarillo. Era más intenso que el de Selina. Inmediatamente después se tornó en tonalidades oscuras hasta adoptar el color rojizo de la sangre.

    –Mayordomo, ten cuidado, activó el pacto de sangre de los De Ponteveccio –. Selina se había sentado en la tierra y bostezaba.

    –Lo entiendo, es un tipo de guerrero –. Apenas logró decir cuando el filo del acero estaba a centímetros de su rostro.

 

    Jeptha estaba sentado en la azotea de su mansión. La tarde avanzaba y esperaba ver el atardecer con tonalidades naranjadas y rojizas; pero en esa ocasión esperaba algo más.

    –Jeptha.

    –Calla, intento concentrarme para ver la pelea de Harvey y ese mayordomo.

    –Nunca paras de curiosear.

    –El conocimiento es poder. Tú mejor que nadie lo debes de saber, Heimdallr.

    –Yo no me subía a la azotea de mi hogar, te ves patético.

    –Solo soy tu contenedor, un simple humano mortal. Guarda silencio, ¿no se supone que eres mudo?

    –Precisamente por eso solo puedo comunicarme contigo dentro de tu cabeza. No puedo transformarme en un cuerpo físico para hablarte. ¿Crees que soy Seth?

    –Eso desearía, Seth por lo menos es muy callado.

    –Es un demonio.

    –Entonces no te compares con él. Espera, ya comenzó la batalla. Harvey tomó la ofensiva, ese mocoso.

    –¿Qué harás con este conocimiento? –. Heimdallr dijo la última palabra con tonó de burla.

    –Lo mejor que un Hammet Aligerhi sabe hacer.

 

    Los cuchillos y tenedores surcaban el aire con rapidez demoledora. Todos los cubiertos fueron repelidos al chocar contra la espada de Harvey. Las chispas saltaban por la fricción al desviarse acompañados de chillidos. La velocidad de acción y respuesta de ese niño habían incrementado fuertemente. Sebastian recordó la primera vez que lucharon mano a mano, logró romperle varios huesos. Decidió tomar la misma iniciativa y se aproximó en cada intervalo de desvío para evitar situaciones innecesarias. El puño impacto directo en el pecho del niño y las vibraciones de los huesos rompiéndose recorrieron el brazo de Sebastian, este esbozó una sonrisa por conectar el golpe; cosa que duró poco al ser lanzado unos cuantos metros. Harvey había propinado un rodillazo justo en la cara del mayordomo. Cuando se levantó, la nariz estaba destrozada y la sangre escurría.

    –¿Sabes lo peligroso que es un Lioncourt? –. Preguntó Selina que ahora estaba recostada de lado.

    –No, ni me interesa.

    –El pacto de sangre se creó para los que no lograban ser contenedores de los dioses Nórdicos.  

    –¿De qué me hablas?

    –Cierto, a ti no te conté la historia de nuestras familias, bueno, será una larga pelea, así que puedo contarte un poco –Selina soltó un gemido de dolor cuando vio que Sebastian conecto una potente patada contra la pierna derecha de Harvey – en lo que ellos dos siguen machacándose.

    Harvey estaba de rodillas en el suelo, alzó la mirada para apreciar a su difícil oponente, ese mayordomo tan detestable estaba par a par contra su pacto de sangre. Sebastian emanaba un aura negra, casi sentía que deseaba comerse su alma. Un escalofrío le recorrió el cuerpo; no sabía que un demonio era tan poderoso, no, no cualquier demonio. El demonio que deseaba venganza.

    El zapato de Sebastian se manchó de sangre cuando pateó la cara de Harvey como si fuera un balón. El niño fue arrastrado por el suelo hasta que chocó contra una roca. Apenas estaba recuperando la visión cuando vio que el mayordomo caía del cielo para impactarlo con el pie; reaccionando rápidamente interpuso su espada entre él y su oponente, funcionó como esperaba y Sebastian se apartó a un lado creando un pequeño cráter conde cayó.

    Las tajadas eran esquivadas con hermosa habilidad, sin embargo, al igual que Sebastian estaba deseoso de venganza, el acero de Harvey estaba ansioso por probar sangre, su primera sangre de demonio. Rasgó la tela y la sangre comenzó a bullir. Los golpes eran intercambiados; un niño con el pacto y un demonio intentando pagar su deuda de vergüenza para su Lord.

    –Interesante historia –Ciel respondió después de escuchar la narración de Selina –pero hay un pequeño inconveniente.

    –¿Cuál? –. Preguntó la niña cuando soltaba un bostezo.

    –Mi mayordomo cumple todos los caprichos que tengo; aun  si eso incluye asesinar a dioses.

    –Ahora que lo pienso, ¿soy yo o está peleando más fuerte que antes?

    –Estás viendo un poco de la habilidad de Sebastian.

    –Ya entiendo porque eres el perro de la Reyna, por ese mayordomo.

    –No cualquier mayordomo, es el mayordomo de los Phantomhive. Mi Mayordomo.

–Fin del capítulo Quince–

Notas finales:

Gracias por leer, no olviden dejar sus comentarios.


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