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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Espero màs personas se animen a comentar, escribo esta clase de contenido esperando precisamente eso, sus comentarios. 

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Diecisiete

–Ese mayordomo, caprichoso–

 

    El agua corría en pequeños riachuelos que al final se unían y desembocaban en desagüe de la regadera. La suciedad se había desprendido hacía mucho tiempo, pero Ciel seguía tallando sin importar que la mugre diera paso a la piel desgastada que no tardó en emanar sangre. Por más que aquel niño con la expresión consternada a punto del llanto siguiera tallando, la suciedad que sentía, la suciedad que él sabía que estaba ahí, jamás se iría. Tal vez exista una solución, sí, es muy probable; lo tenía que intentar. Decidido cerró el paso del agua, era momento de su maniobra.

    Los vendajes ensangrentados cayeron al suelo como una serpiente enrollándose en un bulto sin forma. Las heridas de Sebastian estaban curándose solas, un poco más de lo que deseaba, pero el dolor ya casi era inexistente; un par de días y estaría como nuevo.

    Ciel salió del baño enrollado en una toalla de la cintura para abajo. El cabello mojado cayendo sobre su rostro le daba una impresión tierna, un contraste extraño con la mirada que adoptó después de lo sucedido con Harvey. Las gotas se deslizaban por la piel como si lamieran su cuerpo, algunas llegaban hasta las muñecas; el color rojizo ya se estaba difuminando.

    –¿Y Selina? –preguntó en cuanto  salió.

    –Está durmiendo.

    Un rápido vistazo a la cama de al lado fue suficiente para comprobarlo, un bulto cubierto por las sabanas se movía de arriba hacia abajo al compás de una tenue melodía respiratoria.      

    –Debió cambiarse en el baño, joven amo –observó Sebastian que ya estaba cambiándose el vendaje.

    –Sécame –ladró Ciel.

    –Yes, My Lord –Obedeció sin rechistar.

    Sebastian estaba por agarrar otra toalla cuando Ciel agregó:

    –Con esta –señaló a la que abrazaba su cintura. Sebastian logró ver como se le coloraban un poco las mejillas al niño.   

    De cuclillas para desatar la toalla le llegó un aroma dulce y agresivo, parecido al que olió cuando entraron a la habitación de los encapuchados, fue entonces donde el límite de la jerarquía se rompió; mayordomo y amo casi eran uno. Apretó los dientes deseando contener el temblor que calaba sus músculos como hormigas mordisqueando por aquí y por allá. Miró arriba, el joven amo observaba sus movimientos con una avergonzada sonrisa.

    Vamos, purifícame, pensó Ciel, eres el único que puede hacerlo. Eres el mayordomo de los Phantomhive. Hazme tuyo, Sebastian, ¡Es una orden!

    Una voz resonó en su cabeza, era extraño, podría jurar que aquella voz, por más lejana que se escuchara muy adentro de sus pensamientos e imaginación, las palabras se unían y tomaban una forma que el reconocería en cualquier lado. Decía: ¡Yes, My Lord!

   

    Ciel se sacudió ligeramente cuando Sebastian lo besó a la altura del ombligo. Un beso de disculpa, un beso de placer. Las manos inquietas del mayordomo no tardaron en querer escudriñar la suave seda que era la piel de Ciel, entonces sus manos cobraron vida propia y solo dejaron llevarse en un sendero revuelto al cual tenían que darle sentido. Un leve gemido escapó de los labios del niño cuando las manos en unísono con la lengua, tocaron lugares que antes pudo considerar prohibidos. Finalmente la toalla cedió a los constantes movimientos de los cuerpos, pues cayó al suelo en un sordo ¡Splahs! Húmedo y el vendaje del mayordomo resbalaba por su torso como una boa rendida de tanto esfuerzo y solo se dejaba caer por acción de la gravedad.

    Las gotas eran mescladas con sudor aromatizado a pasión y placer. Sebastian no soportó más y de un tirón dejo a Ciel tendido en la cama. Los besos no se hicieron esperar y de un suave contacto de labios y mejillas sonrosadas, pasaron a un febril choque de labios y mejillas encendidas en llamas. Poco a poco el calor ascendió por el aire calentando los cuerpos.

    –Sebastian –apenas logró vocalizar Ciel entre gemidos.

    –My Lord –respondió.

    –¿Soy el mismo de siempre? Cuando estuve atado y a la merced de Harvey, me sentí débil y endeble, soy un Phantomhive. ¡Los Phantomhive no somos débiles! –pronunció esa oración en un ritmo entrecortado de sonidos obscenos.

    –No, joven amo, usted es el fiel heredero del linaje real –Sebastian estaba entretenido en otra parte.

    –¿Puedes purificarme? ¿Sacar esa suciedad que no puede ser removida en un baño? ¿Ser lo suficiente para corregir tus errores?

    Las preguntas quedaron flotando en al aire antes de ser arrancadas por un potente gemido que hizo arquear la espalda de Ciel.

    –Haré lo que sea por su perdón, joven amo –una sonrisa fue bordeada por el pasar de la lengua formando una sonrisa.

   

    Ambos cuerpos estaban desnudos y desde la entrepierna de Ciel podía apreciarse el sube y baja de la cabeza de Sebastian en una felación. El niño entre temblores esporádicos posó sus manos sobre la cabellera negra y la capturó en un puño para tomar el control por un instante.

    Más abajo.

    Más adentro.

    Más suave.

    Más.

    Más.

    Cuando estuvo satisfecho, tomó ligeramente de la barbilla a su mayordomo y lo guió hasta su boca, donde entretenidos en un jugueteo de lenguas, Ciel agarró el sexo de Sebastian para introducirlo donde iba. Su cuerpo se meció hacia arriba de la cama en un suave pero decidido menear de caderas del amante. Ese proceso se repitió una y otra vez mientras ambos se veían directamente al rostro. Las gotas de sudor se deslizaban por las pieles siguiendo los sensuales movimientos de la situación, a veces curvas, a veces en caída. La tierna y dulce cara de Ciel sonrojarse y tomando una expresión de placer le daba fuerzas a Sebastian para seguir. Por su parte, saber que Sebastian tomaría el control de la situación y sería guiado por la persona que deseaba, ayudaba a Ciel para superar un miedo, un miedo que fue debilitado al asesinar con sus propias manos al perpetrador.

   

    En un estable movimiento Sebastian dejó tenderse de espaldas en la cama y de alguna manera que Ciel desconoció, quedó sentado sobre su mayordomo; nuevamente un gemido se escapó cuando la cadera subió y el ser de su amante se aventuró a más adentro. Como si estuviera cabalgando, la base de la cama rechinaba en un crujir de madera y las sabanas en ese punta ya estaban hechas un torbellino.

    Las manos de Ciel pasaron por el duro pecho de Sebastian y lo sintió más cerca que nunca, como si pudiera saber lo que pensaba, como si sus movimientos fueran acordes a una melodía definida de un concierto, he incluso, sentía que podía predecirlos antes de que los hiciera. ¿Ha eso llamaban convertirse en uno? ¿Ese era el poder de compartir cuerpo y alma?

    Un chorro espeso recorrió los adentros de Ciel, cálido y pasional.

    Un chorro espeso salpicó el pecho de Sebastian llegando hasta parte del rostro. Él esbozó una sonrisa maliciosa y lamió las gotas blancas.

    El niño se arqueó para besar a su mayordomo. Las respiraciones eran agitadas y calurosas, de la nada un sauna envolvió sus cuerpos y no se escuchaba nada salvo el aire exhalado por la nariz.

    Sebastian tomó la cintura del niño y empujó otra vez, ahora con el líquido como lubricante era más fácil y placentero el acto, sumando el olor afrodisiaco del término del amor.

    ¿Todavía quiere seguir?, pensó Ciel con la mente nublada. La locura se estaba apoderando de la situación, la lujuria y el desbalance eran quebrantados en una danza de aromas, sustancias y sonidos que inundaban la habitación. Tal vez, cualquiera en esa situación seria convertido por arte de magia en un animal dejando escapar sus instintos sexuales más salvajes. Pero no para Ciel, no para Sebastian, era un acto que ataban dos seres.

    Las manos del mayordomo abofetearon los muslos del niño dejando marcas rojas, similar a un caballo cuando lo quieren apresurar, una chispa se encendió en su interior, la temperatura estaba a reventar. Otros dos chorros fueron escupidos en gemidos finales.

    Ciel, lleno de gula se preparaba para otra ronda cuando una almohada golpeó su cabeza en un ahogado poof y un segundo almohadazo lo tiró del caballo donde estaba montando hasta topar con el suelo.

    –¿Pueden guardar silencio? ¡Hay personas inocentes intentando dormir por aquí! –rugió Selina con la cara roja como un jitomate y la ropa alborotada.

    –¡Selina! –bramó Ciel sobándose la cabeza.

    –Si querían una noche de pasión desenfrenada pudieron ir a un hotel. ¿O acaso te gustan que las pobres niñas escuchen tus gemidos? –la niña imitó los gemidos de Ciel casi a la perfección, incluyendo la contorsión del rostro.

    –¡Maldita mocosa! –gritó con la cara ardiendo al rojo vivo.

    La habitación se abarroto de ruido. Sebastian comenzó a reírse mientras se dirigía al baño para tomar una reconfortante ducha. Ciel y Selina se confrontaban en una sangrienta batalla de tirones de cabellos, mordidas y bofetadas.

    –Ponte algo de ropa, tu sudor huele a mono.

    –Me lo dice la niña que no usa ropa interior.

    –Se siente liberal, además te diría que te gustó verlo, si no fuera que estuviste dándote placer con tu mayordomo.

    –¿Qué sabes? ¡Auch! ¡Ese es mi pie!

    –Me largo de aquí, huele a zoológico –dijo Selina al tomar sus almohadas del suelo y tirar de la sabana.

    –Ni quien quiera una niña plana como tú.

    –¿Qué dijiste pedazo de raro?

    –Eres una plana –el tono de voz socarrón denotaba victoria.

    –En  unos años babearas por estos –intentaba juntar sus pechos con ambas manos, pero apenas se formaban pequeñas colinas. –Se me olvidaba, eres raro. –La voz apuñalo a Ciel justo en el corazón.

    Las mordidas y tirones de pelo comenzaron nuevamente.

 

    La penumbra abrazaba la habitación como una manta. Orville estaba sentado en un sillón salpicado de sangre, veía la mancha de sangre, era tan grande que temía pisarla y hundirse en un mar rojo. En ese mismo lugar, estuvo partida a la mitad la madre que nunca conoció ni  conocerá. Apretó entre sus manos los brazos del sillón, frunciendo el ceño, apretando los dientes hasta que le doliera la mandíbula.

    –Te asesinaré, Harvey –rugió como un animal herido.

    Una ventana entre abierta dejó entrar ráfagas de viento gélido que sacudieron sus ropas y cabellos en una fuerte ventisca, parecía que el aire compartía su furia y frustración. De la nada, un ser estaba sentado en el sillón de enfrente. Orville pegó un pequeño respingo.

    –Leonardo –susurró con temor.

    –Hola, Orville –una ligera sonrisa blanca resalto del semblante ennegrecido.

    –¿A qué se debe esta visita? –dijo intentando mantener la calma.

    –Brindar información.

    –¿Ahora eres mensajero?

    –Cuidado con lo que dices, niño. Te agradará saber que Harvey esta muerto.

–Fin del capítulo Diecisiete–

Notas finales:

Como veran no fue gran cosa, intentè mantenerme un tanto alejado de sumergirme en la parte sexual, espero que aun asì, haya sido de su agrado. Espero sus comentarios. 


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