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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Gracias por la aceptaciòn que ha tenido este fanfic entre ambos gèneros y apesar de no ser popular y este ahogado entre cientas de historias de cientos de autores, ha logrado tener un pùblico rondando de 80 a 60 personas que me siguen fielmente conforme la trama avanza. Es algo inafable para mì, por eso mismo les quieor dar las gracias por los 56 comentarios y casi 5 mil vistas, bueno, si descontamos a las personas que solo dan un pequeño vistazo al primer capìtulo, serian 3500 vistas; aun asì para mì, esa cantidad es mucha. 

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Dieciocho

–Ese mayordomo, tentador–

 

    –¿Estás hablando enserio? –preguntó Orville incrédulo. 

    –No vengo para bromear contigo.

    –Pero tampoco creo que vinieras a informarme solamente.

    La sonrisa malévola se tornó en una mueca de dolor fingida.

    –Orville, ¿no puedo visitar al famoso mestizo de los Lioncourt?

    –Un hermano del origen, deberías escupirme en la cara.

    –Ese sería Blade, saber que su noble apellido De Ponteveccio fue reducido a una familia extinta, no le hace gracia.

    –Ve al grano.

    –Joven aprendiz, no debería ser tan altanero con tus superiores. Podrías acabar desollado.

    Una corriente caliente apareció por el cuello de Orville, sorprendido se palpó buscando el origen, una cortada apenas superficial.

    –No pasa nada, es solo un rasguño; pero la próxima vez tu cabeza podría terminar enterrada al lado de tu difunta madre.

    ¿Cuándo?, fue lo que pensó Orville.

    –Estoy aquí para llevarte conmigo. –Leo se reclinó al frente. –Las cosas se pondrán difíciles de ahora en adelante. Jeptha anunció que el Lord vendrá en pasado mañana y necesita que nos organicemos para estar listos.

    –El Lord –susurró impresionado. –¿Qué es lo que está pasando?

    –Si quieres averiguarlo sígueme. Te pondrás la capucha nuevamente.

    –Dime que asesinaron a Harvey como a un cerdo, no pensaba darle una muerte rápida e indolora.

    –Le abrieron la panza. Sí, como cerdo, estarás contento.

    –Mucho. –La capa cubrió su rostro ocultándola en una nebulosa oscura.

 

    Todos sus miedos se esfumaron en una explosión durante el sueño, desvaneciéndose como un espejismo del desierto. La suciedad que sentía ya no estaba más, si bien quedaron fragmentos incrustados, confiaba que con el tiempo irían arrancándose. Abrió sus ojos buscando a Sebastian que debería estar acostado justo a su lado. No estaba.

    Ahora que lo pensaba, era la primera vez que compartía la cama de esa forma con alguien, nunca, en toda su vida, pudo ocurrírsele que la primera y posiblemente única, sería su mayordomo. Entre mejillas sonrojadas se tapó con la sabana un poco más arriba de la nariz, solo descubriendo los ojos. Parecía niña después de ver por primera vez a su amor infantil. Un rechinido de madera lo sacó del estupor.

    Apareció Sebastian sosteniendo una bandeja de plata. La colocó sobre la mesilla de noche e inicio con la rutina matutina. Hacia tanto tiempo que no era realizada que lo sentía extraño, realmente solo pasaron unos días.

    –El té de esta mañana es de Ceylon –dijo vertiendo con extraordinaria habilidad un chorro humeante. –El desayuno son tostadas y panecillos recién salidos del horno –continuó, un aroma exquisito inundo la nariz de Ciel. Unos trozos de panes se veían esponjosos y calientes. Sebastian tendió en la mano de su joven amo el periódico planchado. Una rutina tremendamente normal, casi le dolía que no le hubiera afectado a su mayordomo el acto de anoche.

    Las cortinas fueron abiertas de un tirón dejando entrar los rayos mañaneros en el cuarto iluminándolo fuertemente, Ciel entre cerraba los ojos.

    –Le tendré el baño listo en un momento. Sigue emanando <<cierto aroma>>.

    Ciel casi escupía el té que acababa de introducirse a la boca y cuando hubo controlado el escape del líquido, comenzó a toser debido a la redirección a los pulmones. Apenas lograba mantener la taza de porcelana quieta sobre el plato.

    Sebastian se limitó a verlo esbozando una sonrisa.

    Nuevamente la puerta rechinó, esta vez era Lady Orpha cargando con una sola mano a Selina, parecía que sostenía a un gatito. 

    –Parece que se les perdió esto –señalo la anciana. La niña hacia uno de los famosos pucheros al estilo: Padre, por favor, cómprame este vestido. –Esta mocosa casi se acaba anoche toda mi dotación de licor.

    –Lo siento –. La voz de Selina intentaba ser dulce y tierna.

    –Nada de lo siento, Phantomhive, eso irá a tu cuenta –arrojó a Selina como costal de papas sobre el suelo, ella solo se sobó el trasero susurrando maldiciones. –Por cierto, tu mayordomo tiene la cuenta daños.

    Sebastian se estremeció un poco.

    –Más vale que no se te haya olvidado –la anciana lo miró con suspicacia.

    –Claro que no, Lady Orpha. ¿Qué clase de mayordomo seria si se me olvidara algo como eso? –Metió la mano dentro del saco y extendió un papel.

    –¿Esos son panquecillos recién horneados? –dijo con alegría Selina que olfateaba como un sabueso. –Quiero uno –acto seguido estaba por devorar el pedazo de pan cuando la mano de Ciel abofeteó la de ella y el pan cayó sobre la cama. –¡Eres un envidioso! –la niña se sobaba la mano enrojecida.

    –¿Qué gastos? –Ciel pegó otro sorbo a su té mientras desdoblaba la cuenta. Esta vez escupió todo el líquido caliente sobre el rostro de Selina, esta chilló entre ardores y corrió al baño. –¡Es demasiado! –rugió Ciel. –Parece que estas cobrando toda una habitación completa.

    –Culpe a su mayordomo, destrozo precisamente eso: Toda mi habitación completa. Como es un buen amigo no me molesto, pero decidí que su amable amo podría consentir a una vieja anciana.

    –Muebles de roble de alta calidad. ¿No cree que exageró? ¿Una barra de bar? Eso no lo destrozó Sebastian.

    –No, pero pensé que podría invitarla debido a los inconvenientes causados.

    –Maldita anciana –masculló a la vez que apretujaba el papel entre sus manos. Dirigió una mirada asesina a Sebastian, él solo miraba a otra parte, como si ver revolotear una mota de polvo en el aire fuera lo más interesante y entretenido del mundo.

 

    Eran cerca de las cinco de la mañana y él seguía jugando. Las cartas eran repartidas en florituras; dos para cada jugador y tres sobre la mesa.

    –Subo –dijo empujando un montoncito de fichas.

    –Igualo –todos dijeron lo mismo, menos uno.

    –Duplico –. Un sujeto anexó un montón el doble de grande. Era un tipo extraño, ropa negra de cuero reluciente, su cabello gris y largo; un flequillo tapaba sus ojos y siempre portaba una macabra sonrisa. Reclinada sobre sus piernas estaba una hoz, se robaba las miradas de vez en cuando; tal vez por su tamaño, tal vez por su filo.

    –Me salgo –dijeron dos.

    –Igualo –el restante agregó más fichas a las que ya tenía en juego.

    Las tres cartas se convirtieron en cinco.

    –Doble par –. Arrojó las cartas sobre la mesa y el tipo de cuero estaba listo para tomar todas las fichas cuando el otro dijo:

    –Full –. Al igual que su contrincante, arrojó sobre la mesa sus dos cartas.

    –No tenías ese juego –la sonrisa se borró de su rostro.

    –¿Tú qué sabes? Saca tus sucias manos de mis fichas.

    –Hiciste trampa.

    –Demuéstralo.

    La mesa fue a parar sobre volcada sobre un jugador. Las fichas salieron esparcidas por todo el suelo y las cartas revolotearon. La hoz se extendió contra el jugador tramposo, pero este se defendió con un largo cuchillo de caza de doble filo y una parte dentada. El de cuero alcanzó a tomarlo de la muñeca cuando intentaban apuñalarlo y la giró para hacer que soltara el cuchillo. Un tajo partió en diagonal el cuerpo, la hoz esparció la sangre por la habitación y los demás jugadores empezaban a unirse a la pelea. De alguna forma pateó el cuchillo y se clavó en la garganta de uno, y de la nada el cráneo del restante reventó como sandia.

    Solo quedo uno, el cuero estaba manchado de sangre y se sacudió el flequillo. Entonces el teléfono sonó. Los pasos retumbaron contra la madera floja. Descolgó el teléfono.

    –Acke al habla –saludó con voz risueña, como si acabara de salir de una fiesta de té con sus amigos de alta clase, sin preocupaciones.

    –Te necesito en Londres para mañana mismo, llegaré después de ti. Necesito que tengas todo bajo control –. La voz ni saludó.

    –Me alegro de escucharlo, señor. Espero que Jeptha me reciba.

    –Ya le avisé, te espera donde siempre. Te pagaré el boleto de tren.

    –No es necesario, justo ahora acabo de sacarme el gordo en una partida de cartas –. Acke miraba entre risas las fichas regadas por todo el piso.

    –De acuerdo, sal ya mismo.

    –¿Puedo saber para qué?

    El teléfono guardo silencio indicando que habían colgado.

    –Claro, Jeptha me indicará la misión. –Acke también colgó.

    Las pisadas recorrieron la habitación mientras recogía las fichas. Al final, hurgo bajo la manga del tipo con el que discutió y sacó una carta.

    –Te dije que ese no era tu juego, era este.

 

    Las ropas del niño finalmente lo adornaron como un muñeco de aparador. El sombrero, bastón, botas y las distintas telas sobre su cuerpo le daban el aspecto de un verdadero Conde. Selina lo miraba fijamente, incluso se comenzaba a sentir extraño.

    –¿Pasa algo? –preguntó extrañado.  

    –Nada realmente, creo que ya sé porque le gustas a tu mayordomo, pareces una princesa engreída vestido así.    

    –Pequeña… mocosa –ambos se enfrentaron en tirones de mejillas.

    –My Lord, ¿en qué dirección quiere ir? –. Sebastian repentinamente abrió la puerta del carruaje para ver la disputa infantil que se llevaba adentro.

    –A la mansión del Barón Jeptha –respondió sobándose las mejillas.

    –Puedes ir a la mansión, pero no encontraras a mi padre –. Selina lo imitaba.

    –¿Qué quieres decir? Mocosa.

    Selina lo miró con reproche, enconando los ojos.

    –No siento la presencia de mi padre, es como si hubiera desaparecido.

    –¿Hace cuánto que desapareció? –. Sebastian seguía afuera del carruaje.

    –Hoy por la mañana, tal vez se escondió ayer por la noche o en la madrugada, no soy su niñera.

    –¿Hay alguna forma de localizarlo?

    –Claro, Phantomhive, deja que traiga mi esfera de cristal, doy unos movimientos mágicos con mis manos sobre ella y tendremos la respuesta.

    –Sebastian, iremos con Undertaker.

    –¿Está seguro, My Lord? El precio de su información es elevada.  

    –Lo solucionaremos. Andando.

 

    Las ruedas dejaron de vibrar cuando se detuvieron en una calle de la ciudad. Cerca de la tienda de Undertaker había varios lugares donde hacer compras, incluso Sebastian y Selina pasaron por esa misma vía cuando iban a rescatar a Ciel; eso le recordó algo.

    –Los veré después en la tienda del sujeto ese, tengo que pasar por unas cosas antes de que sea tarde.

    –Es mejor no separarnos, lo mejor es que te acompañemos –Ciel se detuvo y dio media vuelta chocando el bastón contra el suelo.

    –Puedo ir yo sola, puede que sea hermosa, pero se me cuidar sola.

    –My Lord, podemos pasar a comprar algo de ropa para mí, las que traje quedaron hechas añicos.

    –Está bien. Selina, te veremos en veinte minutos aquí mismo.

    La niña asintió y dio media vuelta pegando saltitos de alegría.

    –Conozco un lugar de alta calidad. Sígueme, Sebastian.

–Fin del capítulo Dieciocho–   

Notas finales:

Si aun no comentas espero te animes con este capìtulo, es agradable y anime a seguir pùblicando contantemente, pues saber que a las personas les gusta es suficiente para dejar mis tareas cotidianas a un lado y ponerme a escribir. 


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