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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Gracias a todas las personas que comentan en mi fanfic. Les invito a las que no lo han hecho a que dejen un comentario. Gracias por leer.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veintiuno

–Ese mayordomo, desprecia–

 

    El metal chocaba contra el metal, el sonido era implacable y tétrico. La espada recién forjada de Sebastian era un digno oponente para la ancha espada de Blade. En un punto se deslizaron los finos creando crispas de fricción.

    Sebastian arrojó cuchillos que fueron detenidos por la hoja metálica y rebotaron. Cuando regresó la espada a su lugar el mayordomo ya no estaba frente a él. Un aire asesino estaba a su espalda.

    –¿Cuándo? –Susurró al ver que el enemigo preparaba una tajada. El silo atravesó la tela de la capucha.

    Las risas estridentes de Blade surcaron el aire caliente.

    –¿Realmente creías que un dios de la guerra vendría a un combate sin armadura? Por cierto: Tyr, esta cosa pesa y es molestosa.

    –Sin esa cosa estarías herido en este momento –una voz se escuchó, no se sabe de dónde.

    –Vale, pero ya que se perdió el elemento sorpresa…

    Con un ágil movimiento del brazo la capucha fue a volar por los aires. Sebastian apenas pudo ver la hermosa armadura que cubría el cuerpo de Blade como un caparazón pues este no esperó y conectó una potente tajada contra Sebastian. El mayordomo puso su espada en medio y recibió el impacto. Las vibraciones recorrieron sus músculos. La sonrisa de Blade fue cubierta por el acero que se preparaba para otro golpe, no lo podía esquivar y tuvo que detenerlo nuevamente.

    –Maldición, ¿ese es el poder de un contenedor? –. Ciel miraba la pelea sorprendido, nunca vio a Sebastian tener tantos problemas con un solo oponente.

    –Y eso que no has visto a un dios en su estado original –Selina estaba sentada sobre el carruaje volcado.

    –Sebastian…

    –No te preocupes, tu mayordomo estará bien.

    –Eso ya lo sé, él sirve a los Phantomhive.

    –No me refiero a eso, la espada que le di es un tanto especial.

    Los rugidos de las espadas sofocaban el silencio, tragándoselo como un animal hambriento. El crepitar del fuego en las calles, las personas ya habían desparecido y la policía aún no llegaba.

    La sonrisa de Blade era excitante, un combate duro para ambos. Sebastian, a pesar de no estar acostumbrado a usar espadas, pues le parecían poco finas, estaba dando todo por un todo. En un punto la fuerza bruta derroto la agilidad y Sebastian tambaleó después de un duro golpe, una fuerte patada en las piernas lo puso de rodillas y una estocada final estaba siendo preparada para manchar el piso de sangre. Una bala impactó contra el pecho de Blade.

 

    –¡Maldito François! –rugió Leo desde su posición. –Orville, quedate aquí, Blade se enojará si te metes en su pelea.

    –Entendido –. Se limitó a ver como Leo saltaba del edificio.

 

    Su oponente esta distraído al recibir el disparo, Sebastian extendió la espada y golpeo el costado del torso.

    –Bastardo hijo de… –la maldición se vio interrumpida por un escupitajo de sangre. Tomó la hoja de la espada con sus manos desnudas y jaló. Cuando el mayordomo fue lanzado contra Blade, recibió un golpe con la suela del zapato en el rostro. Fue lanzado hacia atrás.

    –Eso se vio doloroso –Selina tenía una mueca de dolor.

    Sebastian limpió la sangre que escurría de su nariz.

    –Un acto valeroso el poner tus manos en juego.

    –No soy el contenedor del dios de la guerra por nada –proclamó Blade.

    Retiró el fragmento de bala que se incrusto en la pechera y arrojó la espada contra el mayordomo, tal cual lanza. Sebastian sin dudarlo la agarró con la mano desnuda, desde la punta hasta donde terminaba la hoja de acero. La sangre comenzó a emanar en un rio rojo.

    –No soy el mayordomo de los Phantomhive por nada –la sonrisa apareció en su rostro, la sonrisa del mayordomo perfecto. –Eso incluye la orden que me dio el joven amo. Acabar contigo.

 

    –Meterse en peleas ajenas es de mal gusto –. Leo estaba frente a François.

    –Disculpame por mis modales –fingió arrepentimiento –pero vi la necesidad de apoyar a un camarada. Igual que harías tú si ves a Blade en aprietos.

    –Entonces, Lioncourt –procedió a quitarse los guantes negros –me temo que estoy obligado a impedir que interfieras otra vez.

    –¿Por cuánto tiempo crees que puedas hacer? Pueden que las cosas den un giro inesperado –François ya había desenfundado.

    –Dispara, Cowboy.

 

    Las ropas de Sebastian se rasgaban cuando el filo enemigo las besaba, era lo suficientemente ágil para impedir un corte de carne, pero su oponente era formidable. Finalmente cedió.

    Un aura negra visible lo abrazó ocultando su cuerpo. En un paso portaba zapatos, en el otro, bota. El pantalón negro fue reemplazado por cuero y la filosa mirada roja brillaba en un mortífero haz de luz.

    –Veo que te pusiste serio. Sería una lástima si no te pago con la misma moneda, de esa forma cuando te asesine no te sentirás mal. Tyr.

    –Entiendo.

    No pasó nada.

    –Yo primero –dijo entre risas.

    Antes de que se diera cuenta ya tenía a Tyr frente a él.

    –Hola, demonio.

    La enorme espada surcó el aire directo al cuello de Sebastian. Una mano saliente del aura negra la detuvo. Ahora el mayordomo imitó a Blade haciendo que él besara la suela de su bota. Cayó de espalda contra el suelo y una estocada directo al pecho terminaría con todo. Repentinamente una explosión los ahogo a los dos.

    Ciel logró cubrirse con el carruaje.

    –¿Qué fue eso?

    –Si supiera te lo diría, se acaba de rasgar mi vestido –Selina pasaba la mano por la parte quemada como si pudiera repararla con eso.

   

    De las manos de Blade brotaban rayos. Los arrojaba como si fueran bolas y al impactar contra las balas del Cowboy estallaban en grandes esferas de fuego acompañadas de un rugir atronador y una ventisca de aire caliente.

    –Tienes una gran precisión –dijo sin detenerse de arrojar sus rayos –hacer que tus balas intercepten mis ataques, es de elogiar.

    –No tanto, me hiciste ceder hasta esta posición, es irónico, ahora ambos estamos molestando la pelea del mayordomo y Blade.

    –¿Quieres una batalla en parejas? –la macabra sonrisa de Leo descubría diversión. El calor de la batalla fue en ascenso.

   

    –¡Mayordomo! –rugió Blade. Un círculo apareció sobre su hombro y de él salió una lanza. La arrojó con potencia.

    Otra mano gigante brotó del aura negra y detuvo la lanza con la palma. La punta fue despedazada y conforme seguía avanzando el palo quebró en astillas. Sebastian dejó que el filo de su espada rosara el suelo. Nunca dejó de caminar.

    Las lanzas no dejaron de volar en su dirección y más manos las detuvieron.

    –Esto es un caos –gritó Selina.

    –Estamos a centímetros de distancia, puedo escucharte claramente –introdujo el dedo índice en su oído para balancear la descompensación.

    –Lo siento, dile a tu mayordomo que regresé aquí, no somos trogloditas que atacamos sin saber lo que sucede, pero como veo las cosas, los hermanos del origen nos quieren cazar.

    Ciel asintió a regañadientes, obedecer órdenes de una niña de ocho años lo hacía sentir estúpido. Pudo contener la rabia al pensar que solo era una amigable recomendación.

    –¡Sebastian, regresa aquí!

    –Joven amo… –Sebastian no daba crédito a sus oídos, ya tenía a Blade.

    Comenzó a retroceder. Las lanzas pasaban zumbando y se dirigían a donde se encontraban Leo y el Cowboy. Las explosiones despedazaban el suelo y las tiendas aledañas al conflicto. Algunos cadáveres se quemaban como cerillas y lo último que alguien pensaría es que esa situación, en medio del hermoso Londres donde el reino de Victoria dominaba la época, era que se podría considerar normal y pacífico. Las llamas algún día consumirían a Londres, y no serían rojas.

    Selina sabía eso, su padre Jeptha también. Desde hace un tiempo lo podía sentir desde sus adentro: algo grande se aproximaba.

    –¡Es hora de irnos! –rugió la niña pues las flechas chocaban contra Sebastian y las explosiones de Leo y el Cowboy cada vez se acercaban más.

    El mayordomo, o al menos eso era lo que aun creía Selina que era, estaba casi completamente envuelto en esa aura negra. Sus ojos rojos causaban un contraste aterrador, no pudo evitar la sensación de que un animal feroz la miraba desde las sombras del bosque, lista para asesinar.

    –Joven amo –la voz de Sebastian perdió la suavidad y fue cambiada por una potente y grave.

    –Ya la escuchaste, sacanos de aquí –escupió Ciel.

    Sebastian asintió y el aura negro se expandió tragándoselos a los niños.

 

    El Cowboy  a pensar de estar entretenido combatiendo con Leo puedo ver por el rabillo del ojo como escapaban el Phantomhive.

    –No solo es fuerte, también es listo –una sonrisa apareció.

    –Las personas fuertes no huyen –bramó Leo incrementando la potencia de sus esferas, pero eso hacía que fueran lentas.

    –Esas son las primeras en morir.

    –Puedes decirles eso en persona.

    Los rayos giraron alrededor de Leo como si fuera el centro de un tornado, el aire agarró potencia y poco a poco era capaz de cortar. El sombrero de Cowboy salió volando desapareciendo de vista, el cabello rubio ondeaba.

    Una gran explosión devastó una cuadra completa dejando en su lugar un cráter humeante. La policía llegó minutos después.

 

    –¿Pero qué…? –exclamó sorprendido un policía.

    –Parece que cayó un meteorito, ¿verdad? –comentó su compañero, no aparentaba más de treinta años.

    –¿Acaso estamos en guerra?

    –No, o eso creo, pero si no fuera por la Reyna pudimos haber muerto.

    –Pudiste sentir el calor de la explosión, podría carbonizar a las personas.

    –O la Reyna es clarividente o simplemente fue un golpe de suerte, no nos permitieron salir de la estación hasta hace unos minutos. Algo está ocurriendo.

–Fin del capítulo Veintiuno–  

Notas finales:

¡No olviden comentar!


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