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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Seguramente se preguntarán por qué no he publicado recientemente... o tal vez no.

De cualquier forma, espero que aun haya alguien para leer esto.

*Una bola del desierto pasa enfrente*

Sí... alguien.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veintitrés

–Ese mayordomo, discreto–

 

    Pocas veces hacían que Selina se sintiera incomoda, normalmente <<ella>> era la que incomodaba, pero algo dentro de su ser, independientemente de la advertencia de su diosa, no auguraba nada bueno. La Reina, los hermanos del origen y un Phantomhive estaban por confrontarse en un… ¿un qué? ¿Un escaramuza? ¿Una guerra? Sin importa lo que Selina pensara, los sucesos ya habían comenzado a rodar en un efecto bola de nieve. Primero comenzaron con pequeños asesinatos a los Nasnarin, y ahora acababan de hablar con la Reina acerca de cómo afectaría su proyecto a Londres (y aunque no lo quisiera pensar, al resto del mundo).

    –Está mintiendo –susurró Selina para sí misma.

    –¿Quién esta mintiendo? –Ciel dirigió una mirada de reproche a la niña.

    –La Reina. ¿Quién más?

    –Cuidado con lo que dices –la voz escupió una tormenta de odio.

    –Que estés frustrado no significa que lo puedas soltar conmigo.

    –Entonces cierra la boca.

    Sebastian, sin introducir argumento alguno se limitó a mirarlos. El mayordomo sabía que Ciel estaba en un Dead end. El joven Phantomhive de doce años no era capaz de soportar un peso como ese, tal vez ya fue demasiado.

    –Joven amo, deberíamos irnos a la mansión.

    –No.

    –¿Seguro?

    –No cuestiones mis decisiones, Sebastian. Nuestra Reina dice que no hay problema con el proyecto y soy necesario para su orden, eso haremos.

    Corrió por la medula una vibración aterradora, Selina miró de reojo a Ciel.

    –Sebastian, cazaremos a los hermanos del origen ¡Es una orden!

    A diferencia de cuando rescató a su joven amo del cautiverio provocado por el Lioncourt, sus palabras salieron agrias, sin ganas de pronunciarlas. Esa orden suponía un camino del cual no podrían regresar.

    –Yes, My Lord.

    –Pues ya que estas tan decidido, Phantomhive, es mejor que te tomes las cosas enserio.

    –¿Crees que esto es un juego?

    –No, creo que hay que hacer bien las cosas –miró a Sebastian –puede que para ti haya un poco de problemas, pero se solucionará.

    –¿Qué trata de decir? My Lady.

    Soltó una risa coqueta antes de agregar:

    –Solo síganme. Sin el carruaje solo tardaremos media hora.

    –Hablando de eso, Sebastian, ordena otro carruaje.

  

    Frio, era lo primero cruzando por la mente de Orville. La habitación era subterránea, bueno, si se le podía llamar habitación. Era lo más cercano a una bodega de lo que había estado aquel chico, no se movieron en un buen rato y el olor a oxido de la sangre de Blade comenzaba a agolparse con lo rancio del agua estancada. Para distraerse contaba las gotas de las tuberías, caían al suelo desperdigándose en un diámetro de choque y una pequeña laguna. Iba por la gota número trescientos cuatro cuando finalmente soltó un bufido de irritación y se levantó de un salto.

    –Iré afuera –dijo sacudiéndose el polvo de la capucha.

    Esperaba que alguien dijera algo, pero a Blade le caía tan bien como una pada en la entre pierna y Leo solo asintió en un gesto indicando <<no tardes mucho>>. Corrió a la salida un poco desilusionado, esperaba dar una grandiosa explicación acerca de cómo pensaba eliminar al Phantomhive el solo y comenzar una pelea solo para divertirse, pero ya que nadie había dicho nada ¿por qué no intentarlo? Los pasos resonaban por el subterráneo y se perdieron al salir por un agujero. La luz de la tarde le abofeteó la cara y lo obcecó por un momento, cuando pudo recuperarse emprendió su camino nuevamente entre un mareo repentino.

 

    Selina se detuvo en un aparador, las letras azules pintadas en el vidrio citaban: “Tienda de disfraces Pain Hood”. La sonrisa no pudo contenerse cuando barría con los ojos toda la mercancía. Muñecos tamaño real estaban en extrañas poses, vestidos de cuero negro y ropa extravagante de tela negra. Algunos picos por aquí, unas cremalleras por allá, incluso una máscara reposando al lado del pie de un maniquí.

    –Ya te detuviste mucho tiempo, continuemos –apremió Ciel al echar un rápido vistazo al escaparate.

    –Es aquí –respondió Selina en un tono risueño.

    –¿Aquí? –la expresión incrédula del Phantomhive fue graciosa tanto para Selina como para Sebastian.

    –Debo admitir que el escaparate tiene cierto encanto, Madame –los ojos rojos de Sebastian destellaron en un tentador golpe coqueto.

    –Lo supuse, después de verte con ese atuendo de –buscó la palabra correcta en la biblioteca de su mente –demonio masoquista.

    Reprimió el soltar <<maldita mocosa>> y lo disimuló cerrando los ojos y esbozando una sonrisa.

    –Bien, pasemos, nos darán un buen descuento.

    –Nos trajiste para… ¿Disfrazarnos?

    –Vamos, Phantomhive, solo sígueme la corriente un momento –sin esperar respuesta ni mirar atrás entró a la tienda.

    Un aroma de a plástico, pulidor, y demás cosas extrañas inundo las fosas nasales de Ciel, gestionó una mueca de disgusto. La tienda era medianamente grande. En las paredes unos estantes dejaban ver adornos y accesorios, por otra parte, maniquís desfilaban en los costados como en un desfile. Ciel en su vida había visto tanto color negro, ataduras, nudos y tela. Por excepciones de cuando iba cierta persona para hacerle vestidos a su prometida. Se estremeció ante esa palabra y no pudo reprimir un reojo a su mayordomo. Sebastian lo vio y le respondió con una sonrisa, el niño apartó la mirada entre una cara sonrojada.

    –¿Qué hacemos aquí? –apresuró a decir para despejar el bochorno.

    –Ya verás. ¡Adam! –Rugió la niña como si fuera su tienda –¡Adam!

    –He dicho que me llames Lord Pain –una voz resonó por las paredes.

    –Te lo diré cuando la Reina te nombre Duque –Selina lucía feliz.

    –No sabes los giros que da la vida, pequeña –la cortina del fondo se abrió, al lado del mostrador y la caja registradora. Un sujeto alto y delgado, rapado de un lado y el cabello largo del otro pero amarrado en un moño con adorno de mariposa. Ciel se sorprendió, su rostro pintado de negro, las ropas negras y ajustadas que brillaban con la luz que lograba filtrarse por la ventana. Daba la impresión de quererlo estrujar y dejar pulpa de carne.

    –Quiero un favor –Selina paseaba por el mostrador de la caja registradora, habían más objetos detrás de un cristal.

    El sujeto no hizo ni ademan de escucharla, fue entonces cuando a regañadientes la niña lo miró con irritación.

    –Lord Pain.

    –Te escucho, muñeca.

    –Necesito dos prendas de merodeador nocturno para estos dos inútiles –dijo señalando con el pulgar a sus espaldas.

    Adam los inspeccionó de pies a cabeza. Una mirada fútil a Ciel, pero una curiosa e iluminada para Sebastian.

    –Estas bien cuidado, mayordomo. Tengo algo para ti y para el hijo de tu amo.

    –Yo soy su amo –agregó Ciel con desdén.

    –¿Enserió? Lo siento tanto… ohm…

    –Conde, Conde Phantomhive.

    –Claro, claro. Conde Phantomhive. Síganme a la parte trasera de la tienda.

    El andar de Adam era extraño, meneaba las caderas y daba pasos delicados, parecía el andar de una mujer. La parte trasera de la tienda era un almacén oscuro con olor a ´polvo y suciedad. Selina estornudó.

    –Deberías de ser más aseado –dijo limpiándose el escurrimiento de la nariz.

    –Lo haré cuando valga la pena, no hay muchas ventas.

    A Ciel no se le hizo extraño, ¿Quién en Londres iría a esa clase de tienda?, claro, aparte de Selina. Adam garró una caja polvorienta y despejó la tapa con un soplido.

    –Aquí está. Trajes de merodeadores nocturnos, las máscaras están por…

    Paseó por los estantes husmeando.

    –Pueden probárselos de una vez –Selina sacó de la caja capuchas y demás cosas que no podían tener forma por sí solas. –Los merodeadores nocturnos eran pesadillas para la policía –comenzó a contar la niña –eran descendientes de una noble familia parecida a los Hammet Aligerhi, gracias a su estilo de vida algunos no pasaban de los veinte años, cabe mencionar que eran asesinados. Se los cuento para que tengan idea de lo que significan estas ropas.

    Ante ellos, en una mesa que antes de que Selina los tirara al suelo, sostenía pequeñas cajas de cartón y madera, gruesas capuchas de cuero negro, fundas y utensilios que parecían mortales.

    –¿Nos vestiremos para Halloween? –socarró Ciel.

    –Un niño mortalmente armado para Halloween, oye, suena sexy. Te darán muchos dulces y los dientes se te pudrirán antes de los quince.

    –¡Los encontré! –Adam sostenía dos mascaras con forma de calavera.

    –Bien, es hora de vestirse, hoy nacen nuevos merodeadores nocturnos.

 

    Algunas veces François deseaba que el licor fuera más efectivo, la quemadura le ardía a mil demonios y era la segunda botella de whisky que tomaba, el vino solo era para pasar el rato leyendo o en una ostentosa fiesta de algún noble bajo la excusa de quien sabe qué cosa. Sacudió la botella buscando que la última gota finalmente cediera y cayera directo a su boca. No tuvo suerte.

    –Eres un asco.

    –No me hables como si fuera Jeptha.

    –Si fueras Jeptha tendrías clavado en la cabeza un cuchillo.

    –Siempre tan amoroso, Seth.

    –¿Sabes? Esto me da una valiosa lección.

    –<<¿No dejes que Leo intente rostizarte?>>

    –Casi, pero no. Que necesito un arsenal más potente.

    Se levantó del sillón y abrió la puerta del armario. En el suelo, cubierto por retajos de ropa y zapatos, un baúl viejo con cerradura quebrantada. La arrastró por el suelo entre quejido de dolor. Deslizando los dedos con una sonrisa repasaba la madera tosca, levantó la tapa. Dentro del Baúl reposaban dos pistolas semi automáticas plateadas.

    –Pensé que nunca dejarías a tus amadas Anna y Molly.

    –Y nunca las dejaré, esto es solo por si las cosas se ponen feas.

    –Veo que apuestas alto.

    Tomó las pistolas y eran tan finas al tacto. Las compró hace años en una armería, estaba indeciso entre ellas o las revolver, al final opto por las dos. Las nombró como Anna y Molly respectivamente y Mustang y Sally.

    –Esto no es una apuesta, porque sé que voy a ganar.

–Fin del capítulo veintitrés–

Notas finales:

Gracias por leer. Espero sus comentarios.


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