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Mayordomo Negro: Cenizas Azules por Richie Ness

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Notas del capitulo:

En agradecimiento a todas las parsonas que aun me siguen leyendo le agregé dos páginas más al capítulo, espero sea de su agrado. 

Otra cosa, leí vagamente y solo ecnontre una <<Reina Isabel>>, y creo que es todo, como algo no me acababa de convencer lo dejé así. Si encuentran otro error por favor de avisarme. (y no, el micrófono no es un error, es algo más personas. Hace tiempo escribí una historia al estilo SteamPunk y debo decír que la quería introducir de manera sutil. Cosa que no me fue bien)


Si notan este signo <> es porque algo escrito iba dentro y por editar el capítulo no se guardo. Gracias por su atención y preferencia, se despide su siempre fiel (y nada homo) aspirante a escritor frustrado Richie Ness.

Mayordomo Negro: Cenizas Azules

Capítulo Veinticuatro

–Ese mayordomo, en colisión–

 

    Las ropas le pesaban y eso que no portaba todavía con el equipamiento completo. Una gruesa capucha con varias capas de cuero que servían como protección, pero para Ciel no eran más que adornos. Algunos dobleces y cortes le daban estilo y buen aspecto. Al final, pensó, era solo un disfraz. Volteó ligeramente para mirar a Sebastian, fue sorprendido al verlo con aspecto aterrador. La prominente estatura y el cuerpo fornido lo delataban como asesino. La capucha caía sobre su rostro tapándolo casi hasta la mitad. Ciel movió la mano extendida delante de Sebastian.

    –¿Puedes ver con eso tapándote los ojos? –preguntó el niño sin dejar de hacer aquel gesto y una mueca de incongruencia.

    –Sí, joven amo.

    –Es un corte especial que usaban los merodeadores nocturnos, Adam es el único con vida capaz de replicarlo, no es perfecto pero servirá. Pero tú, Phantomhive, creo que será mejor darte una capucha roja y una canastita, solo ten cuidado con los lobos – Selina soltó a carcajadas.

    –Creo que tengo algo por aquí –gritó Adam desde el fondo del almacén.

    –¿Ya nos vas a decir para que nos disfrazaste? –reprochó Ciel apretando los dientes. En parte fastidiado por Selina y en parte por el pesado atuendo.

    –La Reina oculta algo claramente, no sabemos que es pero sin duda con tantas narices husmeando por ahí se verá obligada a actuar más rápido.

    –La Reina no planea nada y si lo que propones es atentar contra ella –se desabrocho la capucha exterior que solo abarcaba hasta media espalda, luego la demás protección del cuerpo –no cuentes con nosotros.

    –No, Phantomhive, me tomas por estúpida cuando tengo a una diosa en mi interior. Ya que eres tan fiel a tu Reina, es claro que los hermanos del origen piensan atacarla. Tu misión es encargarte de ellos –miró la espada de Sebastian sujeta a su cintura, una parte de la capucha caía sobre la empuñadura ocultándola a simple vista –será mejor que lo hagan de buena forma.

    Selina evitaba pensar en que su sangre sería derramada por culpa del Phantomhive, sus espaldas, su muralla era lo suficientemente alta y poderosa como para evitarlo. Pero por si acaso necesitaba darles un soporte, ella se los daría por su propio bien. No se tragaba nada de que la Reina fuera una santa altruista a su pueblo, sin embargo, si aquel niño con un demonio como mayordomo estaba contra alguien, era mejor que fuera contra la persona indicada.

    Contaba con que, si de alguna manera más adelante la venda se la cayera de los ojos y pudiera ver todo el panorama completo, no fuera demasiado tarde para poder actuar. Los hilos comenzaban a moverse y no había vuelta atrás.

    –También me vestiré yo. Phantomhive, recoge tus cosas y vístete de nuevo.

    –No eres la que manda aquí, mocosa –refunfuñó Ciel.

    –Lo sé, pero te veo tan despreocupado que no serás útil más que esconderte al lado de un carruaje mientras tu mayordomo se enfrenta a un dios.

    La mirada de Selina penetro a Ciel, no era una mirada de arrogancia, furia, ni nada por el estilo. Sus ojos húmedos delataban miedo, clemencia ante un mal augurio. Ciel tenía mucho que pensar, y la idea de que una niña de ocho años lo hiciera recapacitar no era un buen comienzo.

 

    La taza de té tintineó cuando chocó contra el plato. La Reina estaba sentada tranquilamente sosteniendo el teléfono a un lado de su oreja.

    –Entiendo su situación, Reina Victoria, pero no puedo evitar una confrontación. Usted mejor que nadie lo sabe.

    –Es correcto, aun así me vi en la necesidad de comentárselo, no era una queja, era un comentario.

    –Siga con lo necesario.

    Colgó el teléfono y llamó. La puerta rechinó al abrirse y unas botas sonaron contra el piso. Un mayordomo vestido de blanco con adornos dorados y una espada se presentaron.

    –Ordene, mi Reina.

    –Dígale al Conde Jeptha que inicié la torre.

    –Acaba de retirarse… lo lamento, pero ¿escuché bien? Mi Reina, dijo ¿Conde?

    –Si inicia la torre antes de tiempo ese será su título. Búsquelo y dele mi mensaje. Yo me encargaré de los preparativos, suelten a los guardias y envíen los aparatos a las calles. Por cierto, le encargo otra taza de té.

    –A la orden, mi Reina.

 

    El carruaje llegó un poco tarde, esperaron más de una hora. El olor a pulidor y cuero lo asfixiaba. No lo quería decir, pero llevar ese traje al estilo: “ninja bien vestido” era vergonzoso, incluso no sabía decir si ese era el atuendo de un ninja. Era lo más parecido a un asesino ingles de los barrios bajos. Diversas ataduras y protecciones de cuero lo abrazaban haciéndolo sentir incómodo. Por otra parte, Sebastian se movía con la agilidad de una gacela y el silencio de una sombra. De vez en cuando veía la suela de sus botas para ver si portaban algo inusual. Dentro de la capucha había varios compartimientos ocultos donde se guardaban utensilios para asesinos.

    –Sé que te sientes extraño, pasará en un rato –. Comentó Selina al ver que Ciel estiraba, retorcía y aplastaba sus ropas.

    –Tú te ves muy cómoda. ¿Has usado estas ropas antes?

    –No, sí, bueno, me las probaba antes, pero eran demasiado grandes para mí a los cinco años. Ahora de seguro me veo hermosa.

    –Pareces un chico.

    –Y yo estoy segura que si te pongo un vestido parecerías una hermosa niña.

    Sebastian intentó en vano contener la risa. Un duro golpe para Ciel.

    –Como sea –bufó herido –, lo que ahora haremos es ir con la anciana Orpha y esperar a que caiga la noche para actuar.

    –Claro, ese es el punto de un merodeador nocturno. La necesidad ahora implica acabar rápido con los hermanos del origen, no les di esos trajes para que se vean. Excepto tú, mayordomo, te ves extremadamente sensual –susurró casi excitada. –Son para protección, son mucho mejor que una armadura tiesa y fría de acero.

    –Tu plan es ir por ahí gritando: “Oigan, soy el Phantomhive que los hermanos del origen buscan para empalarme”

    –No… espera, es una buena idea, si te ponemos un poco de mantequilla y miedo, ellos huelen el miedo, tal vez funcione.

    Era extraño, Sebastian no había hablado mucho desde que salieron de la casa Real.

    –Sebastian, ¿ocurre algo? –preguntó el niño ignorando el estúpido comentario de Selina, incluso la incomodidad se esfumó.

    –No es nada, joven amo.

    –Dime.

    Soltó un largo suspiro.

    –Tengo dudas sobre la Reina.

    –¿También tú? Sebastian.

    –Claramente oculta algo, y no es bueno. Las cosas deben ser claras con un fiel sirviente como usted, no envolverte de mentiras.

    –La Reina no oculta nada, ustedes son lo que… –la oración de Ciel fue interrumpida por un estridente golpeteo del carruaje.

    –No otra vez –susurró Selina a la vez que echaba la capucha sobre su cabeza oscureciendo su semblante en una enigmática persona. Sacó la cabeza por entre la ventanilla, Ciel y Sebastian la imitaron.

    Adelante, unos cuantos metros, varios uniformados con protecciones de acero marchaban en la calle de enfrente.  

    –Son guardias de la Reina –Ciel los miraba dubitativo.

    –Joven amor, meta la cabeza al carruaje.

    –¿Por qué? Son de los nuestros.

    –Tu mayordomo tiene razón, es mejor que no nos vean –Selina ajustaba sus amarres de los brazos y las ataduras de las botas. –Dejaremos el carruaje y nos iremos por callejones.

    –Joven amor…

    –Entiendo, Sebastian. Vámonos.

    Segundos después el carruaje estaba vacío y pasos resonaban por el callejón. Las horas pasaron vertiginosamente, y en ese lapso, gran parte de la ciudad quedo infestada de guardias reales fuertemente armados. Tropas pasaban por aquí y por allá y varios voceros anunciaban que el pueblo debía estar tranquilo, la Reina pondría seguridad debido a un evento.

    La habitación estaba en penumbras y Selina asomaba vistas furtivas a las calles desde la ventana, ocultándose con parte de la cortina.

    –¿Qué está planeando la Reina? –la niña aún estaba vestida, todos lo estaban.

    –No planea nada, solo es un evento.

    –Un evento que incluye dioses nórdicos –afirmó el mayordomo.

    –Calla, Sebastian –arrojó una mirada furiosa.

    El suelo retumbó en un estremecedor terremoto. La gente en las calles corrían despavorida, algunos perdían el equilibrio y azotaban contra el suelo. El cielo giró en un vertiginoso tornado oscuro. A pesar de ser noche, algunas nubes fueron arrastradas hasta el centro de los vientos y perdían su forma en hilos grisáceos. De alguna parte de la ciudad, el suelo se abría, las casas eran tragadas por las fauces de la grieta y lentamente, como si fuera una boca, tomó una forma redonda y tal como una lengua, una construcción extraña comenzó a emerger de ella. Alzándose entre relámpagos y destellos rojos; Ciel, Sebastian y Selina observaban incomprensibles la torre que tomaba forma frente a ellos.

 

    Jeptha llegó al lugar del encuentro, las afueras de un bosque. Dio unos pasos a la oscuridad antes de mirar su reloj de bolsillo.

    –No es necesario que veas la hora, Jeptha. Llegas tarde. –Una voz escalofriante surcó al aire hasta incrustarse en la piel de Jeptha. Apareció un sujeto vestido de cuero negro girando sobre su eje una gran hoz. El fleco ondulaba por el viento causado y la sonrisa, a pesar de estar irritado, no desaparecía de su rostro. Mostraba unos afilados dientes por entre la comisura de los labios.

    –Lo lamento, Acke, la Reina solicito que iniciara la torre y tuve que regresar. Agradecería que me tuvieras más respeto, ahora hablas con un Conde.

    –Felicitaciones, Conde Jeptha Nasnarin, estaré encantado de ir a tu funeral cuando la Reina te asesine, claro, si hay cuerpo que velar.

    Jeptha se preparaba para arremeter con más sandeces cuando a lo lejos, apreció cómo una gran columna de acero y concreto se elevaba sobre Londres.

    –Ha comenzado –dijo con una ligera sonrisa.

    –Acaso esa es… –miraba aquella estructura con extraña fascinación.

    –Sí, es lo que piensas.

 

    La tarde apenas caía sobre Inglaterra lista para ser arropada por la noche. La Reina anunció que daría un importante comunicado y las personas comenzaron a agolparse fuera de la casa Real. Guardias armados cubrían la zona con armas de fuego y otros con espadas. Los murmullos de las personas iban en ascenso cuantas más llegaban. Finalmente se detuvieron poco a poco cuando la Reina salió, elegantemente vestida. Posó sus labios sobre un micrófono para hacer que su voz resonara lo más lejos posible.

    –Pueblo mío –comenzó –como su Reina me corresponde anunciar las palabras amargas que nadie gusta decir, iniciaremos una guerra, no con un país, no con un continente; con todo el mundo entero. –Las voces se alzaron en murmullos apaciguando la voz de la Reina. –Esto se debe a que, como sabrán, la revolución industrial fue un gran progreso para nosotros, los Ingleses; saber acerca de cómo usar correctamente una de las fuente de poder que darán un giro en nuestras vidas incluso mucho después de que nuestras vidas expiren, ha sido la envidia de muchas personas. Por eso mismo, seré la encargada de dar ese paso para formar un mundo homogéneo, donde la felicidad de cada individuo esté asegurada. Este es solo el comienzo de un mundo perfecto, un mundo donde todo girará en torno a nosotros, y un mundo en donde los opositores serán nuestros enemigos y por consiguiente su exterminio. –Más murmullos se alzaron imponentes en exclamaciones furiosas, el furor se extendió como una llama entre la multitud. Los guardias apuntaron sus armas a la muchedumbre. –Pueblo mío –repitió –, hoy es el inicio de una gran revolución. ¡Viva Londres! ¡Viva nuestro gobierno!

    Inmediatamente el temblor comenzó dando paso al caos.

 

    Los hermanos del origen vieron todo el espectáculo, estaban sobre el tejado de una casa.

    –Las mentiras son tan hermosas cuando tienes elocuencia –comentó Leo con una vaga sonrisa.

    –<<Viva Londres>>–se burló Blade con gestos histriónicos. –Al diablo con Londres, esa vieja loca le declaró la guerra al mundo y planea utilizar a los dioses nórdicos como ejército.

    –No a los dioses nórdicos, al Valhalla. Esa torre es el puente al Valhalla.

    Un puente comenzó a construirse con truenos, una tormenta. La lluvia se precipitó contra el suelo amenazando con inundar a Londres.

    –¿Sabes en donde está el mocoso?

    –No me digas que te interesa.

    –Solo quería verificar que no se ahogue antes de cortarle la garganta.

    –No, no tengo idea, pero nos encontrará.

    –Ahora ¿qué haremos?

    –Tomar nuestro lugar como Hammet Aligerhi y De Ponteveccio, asegurarnos de eso es lo principal.

    –Renaceremos como aves fénix, vaya analogía más cursi.

    –Tú lo dijiste, hermano. Tomaremos una plática con la Reina.

    –Conversar con viejas locas es mi especialidad.

    –Pensé que era cortar personas por la mitad.

    –Ese es mi pasatiempo.

 

    Los nuevos merodeadores nocturnos corrían entre las sombras ocultándose de la gente despavorida. Recogían a sus hijos, ropas y dinero para salir de Londres.

    –¿Qué sucede? –preguntó Ciel cuando llegaron a un callejón.

    –Pues hay una torre saliendo del suelo, cosas de todos los días –comentó Selina con tono sarcástico.

    –Gracias por la explicación mocosa obvia.

    –¿Aun sigues pensando que la Reina es inocente? –la voz de Sebastian salió debajo de la capucha.

    –Tendrá una buena explicación.

    –Acabamos de hablar con ella. No sé tú, pero no escuché que mencionara nada acerca de una torre gigante saliente del suelo –Selina echaba un vistazo a la calle.

    –Era secreto, claramente una sorpresa.

    –Eso no se lo puede creer, joven amo.

    –Tu amo seguramente cree aun qué Papá Noel existe.

    –¿No existe? Sebastian –preguntó exaltado.

    –Vera…

    –Despejado, salgamos de aquí y dirijámonos a la Casa Real. Debe haber alguna forma de detener todo esto.

    –Espera, no nos podemos interponer en medio de la Reina, yo la debo proteger.

    –Está bien, cambio mis palabras, debemos entender qué sucede. Oye, tal vez no sea una torre mala y al final acabe arrojando galletas por todo Londres.

    Antes de darse cuenta Ciel tenía a Sebastian en frente. No sabía cómo, pero una bala tintineó sórdidamente por el agua que ya corría. Al parecer su mayordomo lo salvó de tener una bala atravesando en la cabeza.  

    –Pueden usar esas capuchas, pero esas voces sin inconfundibles, Phantomhive. –Orville apareció caminando tranquilamente con revolver en mano.

    –No tenemos tiempo para ti, Lioncourt.

    –Escuché que asesinaste al bastardo de mi compañero, solo te quería dar las gracias en persona.

    –Nada dice mejor <<gracias por asesinar a la persona que odio>> que una bala directo a la cabeza –Selina, a un que tenía la capucha encima, podía sentirse una mirada asesina.

    –Nasnarin –escupió Orville –, tu padre causo todo esto.

    –Le diré eso de tu parte, ¿me das una bala?

    –Todas las que quieras –apuntó con sus armas.

    –Sebastian, asesina al Lioncourt. ¡Es una orden!

    –¡Yes, My Lord!

    La lluvia de balas no se hicieron esperar y en medio de ese desastre. La primera de muchas batallas, dio inicio.

–Fin del capítulo Veinticuatro–

Notas finales:

No olviden comentar. Pensaba poner por qué no pude publicar en un tiempo, pero no creo que sea muy importante.


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